El Mito del Matriarcado 

 

A menudo, la noción del “matriarcado” ha sido empleada como si se tratara de una realidad compacta, indiscutible, que en los últimos siglos fuera rescatada de la memoria incierta de los orígenes. Esta misma noción del “matriarcado” ha servido para reforzar la idea del culto a la Diosa Madre, llenando muchas páginas en manuales de historia (sin ir más lejos, encontramos ejemplos en los libros de primaria y secundaria que todos conocemos) que han contribuido a popularizar estos términos. Indudablemente, el paganismo actual (entendiendo por actual todo lo posterior al 1900) se ha hecho eco de este fenómeno historiográfico de modo que en buena parte de las tradiciones podemos seguir el rastro de esta idea.

Ahora bien, cuando nos acercamos al tema con espíritu indagador este “matriarcado” deja de ser esa “realidad compacta” y aceptada en general para desgranarse en una serie de cuestiones obvias de las que no obtendremos respuesta inmediata. ¿Qué es exactamente el matriarcado? ¿Cuál fue su origen? ¿Cuál su final?  ¿Cómo se desarrolló? ¿Hubo realmente pervivencias en épocas posteriores?… Tal vez incluso, con algo de espíritu crítico, nos preguntemos ¿cómo y porqué - si es que hubo motivo- fue rescatado?

Para empezar a aclarar términos podemos recurrir a la Historiografía; la historia de los historiadores; una especie de diario íntimo de Clío en el que quedan registradas todas las obras de sus protegidos y, con ellas, los puntos de vista y las circunstancias que les dieron origen y hálito para pasar, siempre cambiantes, de una a otra generación.

Pero para explicar el “matriarcado” antes se debe hablar del patriarcado. Éste puede definirse cómo un orden social, un sistema, en el que se institucionaliza el dominio masculino sobre las mujeres y niños, de modo que los varones tienen el control de las instituciones consideradas esenciales por el mismo sistema; política, guerra, economía de mercado, y religión. Ahora bien, si se trata de un sistema social, una creación cultural y no natural, es lícito preguntarse en qué momento y cómo fue instaurado y consolidado.

La noción de “matriarcado” nace para la historia  a partir de la segunda mitad del siglo XIX, con  los trabajos del etnógrafo L.Morgan y la publicación de Das Mutterrecht ( El derecho materno) de Bachofen[1]. Este autor tenía una concepción darvinista de la historia, describía  diversos estadios en la evolución de la sociedad, que irían de la barbarie a la civilización. Se “veía el ascenso del sistema patriarcal en la civilización occidental como el triunfo de un pensamiento y una organización religiosa y política superiores”[2]. El historiador Friedrich Engels, en su obra  The Origin of the Family, Private Property and the Estate defendía la existencia de sociedades anteriores igualitarias, en relación con una organización familiar no patriarcal, haciendo hincapié en el modo cómo la evolución de estas estructuras familiares pudo incidir en la aparición de la propiedad privada.

En esta época, se empiezan a estudiar culturas primitivas, y al tiempo existe una voluntad de interpretar mitos antiguos como el “recuerdo” de un orden anterior; el “matriarcado”. Con el inicio de la arqueología Evans excava los yacimientos cretenses, en los que aparecen muchas representaciones femeninas, que se interpretan como prueba física de la existencia de ese Matriarcado como una etapa primitiva y universal de la sociedad. Se forja el mito contemporáneo de la Gran Diosa Madre, interpretándose en la misma línea las estatuillas femeninas del Neolítico, las “Venus” prehistóricas.

Señalaremos aquí el mito de las Amazonas, recogido entre otros por Diodoro Sículo (s. I. a.n.e.). Las amazonas se presentan como una raza de mujeres bárbaras, que en un momento dado inviertes los roles de género; controlando las esferas del poder patriarcal (política, guerra…) y subyugando a los hombres. Esto no puede configurar un sistema  diferente al patriarcal; las amazonas, tal como aquí se nos presentan, son los agentes dominadores de un patriarcado en femenino. Existe una inversión de géneros, pero no un cambio estructural. Cabe decir, sin embargo, que posible que el mito tenga resonancias históricas, pues entre los Saurómatas (pueblo bárbaro, antecedente de Escitas y Sármatas) se documenta que las mujeres jóvenes luchaban a caballo al lado de los hombres  y eran enterradas con armas.

Del mismo modo, los datos etnográficos en los que se basaban Bachofen, y Engels, han sido rebatidos, o superados. El matriarcado no se reconoce como un fenómeno universal, puesto que cada sociedad tiene una evolución propia, de igual modo no se ha podido demostrar que existiera en ningún momento un patriarcado en femenino, un dominio de las mujeres sobre los hombres. Sin embargo estas propuestas acabarían confirmando la existencia de unas sociedades en las que existió la matrilinealidad (el nombre y la herencia se transmiten por vía femenina) y el matrilocalismo (tipo de matrimonio en el que el hombre deja su hogar para integrarse en el de la mujer).

Etnográficamente encontramos también datos de sociedades que, sin ser patriarcales, no tienen porqué estar controladas completamente por el sexo femenino. Así, las representaciones pictóricas, líticas y escultóricas halladas en las excavaciones cretenses de época Minoica dan a entender que las mujeres tuvieron reconocida autoridad en áreas de la vida pública, especialmente en el religioso. De igual modo a lo largo del tiempo y la geografía van apareciendo sociedades en las que las mujeres detentan un estatus similar al de los hombres, sino en todas, en algunas áreas de poder.

El problema de la interpretación de los hallazgos de carácter simbólico es siempre uno y el mismo; son representaciones. No podemos consultar a los que las crearon para que nos expliquen el mensaje que encierran, sólo podemos imaginarlo. Si vemos una mujer en un trono, y otra en actitud suplicante a sus pies, podemos interpretarla como una diosa, pero también como una reina. Figuras femeninas, sin duda, pero ¿quién puede diferenciar si se trata de diosas, reinas, brujas o simplemente mujeres idealizadas? Y, en todo caso, qué grado de correspondencia tienen estas representaciones con la realidad del momento en el que fueron creadas? La Gran Diosa, de nuestros días es posiblemente la concentración en una sola entidad de panteones femeninos de otras épocas. Desde nuestra óptica podemos ver que ella es “una y todas”, lo cual no significa que en el pasado esta concentración ideal tuviera lugar en las mentes de los pueblos que nos precedieron. Y cuanto más retrocedemos en el tiempo más difícil será entender lo que sentían esas gentes y comunicaban con su obra.

Considero de vital importancia no anclarse en la idea de una “Edad Dorada” y remota que sea una proyección de nuestras carencias actuales. Somos los mismos desde que nuestra especie apareció en la faz de la tierra, animales que suplieron sus dotes biológicas con la cultura, una cultura que nosotros mismos hemos creado y recreamos a cada instante. El problema del sistema patriarcal no es tanto la dominación de las mujeres como la dominación de las personas, de ambos sexos. Pues incluye un seguido de valores que deberían, cuanto menos, ser cuestionados y actualizados en función de las necesidades reales del ser humano.

  

Vaelia Bjalfi

17 Octubre 2003 

 

BIBLIOGRAFÍA 

 

LERNER, Gerda; La creación del patriarcado, Ed. Crítica, Barcelona, 1990

DIODORO DE SICILIA, Bibliotheca Historica, II, 45-46 (traducción de Elena Almirall de la edición inglesa Loeb Classical Library )

… Y los apuntes de “Género y Memoria en las Sociedades de la Antigua Mediterránea”, a cargo de la profesora M.D. Molas, Universidad de Barcelona, 2003.

 


NOTAS

[1] Johann Jakob Bachofen (1815-1887) Jurisconsulto e historiador suizo. En su obra «Derecho materno» (1861) inició los estudios sobre la historia de la familia, en especial sobre el problema del matriarcado.

[2] LERNER, Gerda; La creación del patriarcado, p.50