Las Lupercales

- evolución de los cultos arcaicos en Roma -

 

Introducción

 

 Al empezar a compilar información para hacer un monográfico sobre los luperci, rápidamente se distinguieron tres posibles vías de trabajo. Una era centrar el documento en la mitología fundacional de Roma, a partir de la vinculación, según algunos autores, de los luperci con el episodio de los gemelos amamantados por la loba, relacionándolo con otros cultos en los que aparece el lobo, como, por ejemplo,  el de los Hirpi Sorani. Otra era hacer un listado de sacerdocios mayores y menores dentro de la religión pública romana, así como sus principales funciones.

Ahora bien, el aspecto que se consideró más atrayente de los lupercos y las Lupercales, fue el que posiblemente se remontaran a los primeros pobladores del monte Palatino. Esta característica ofrecía la oportunidad de trabajar sobre un cuerpo religioso y cultural propiamente latino, que parece ser permaneció vigente aún frente al tan citado eclecticismo romano en estos aspectos.

La tradición de las Lupercales, que se presenta aquí como ejemplo de tantas otras tradiciones de origen pre-urbano, no se salvó de las reformas. Pero es posible distinguir los orígenes del culto de posteriores influencias, y hacer un seguimiento del mismo hasta sus últimas manifestaciones. Por falta de referencias más extensas, pero también por las limitaciones espaciales, no se ha podido realizar este seguimiento de manera exhaustiva, pero se ha intentado marcar las diferencias más relevantes.

De este modo, en la primera parte del trabajo, se ha intentado esbozar el contexto histórico y cultural en el que se enmarca el origen del culto romano. Seguidamente, se enuncian algunas características que relacionan estas primeras manifestaciones rituales con los posteriores colegios sacerdotales, así como las ceremonias que estos realizaban.

En la segunda parte, se ha intentado seguir la evolución de una de estas festividades de los orígenes; las Lupercales. Por un lado, presentando las características propias de la ceremonia, en las que se pone de manifiesto su sentido originario. Por otro, empleando fuentes clásicas, se ha intentado plasmar la evolución que sufrieron, respecto a su consideración, a través del significado y fundación que le atribuyen unos autores muy posteriores a su nacimiento pero, al mismo tiempo, contemporáneos a su celebración. En esta línea, se han observado también algunas de las implicaciones históricas de las Lupercales, como por ejemplo su relación con las reformas de Augusto.

 Finalmente, a través del decreto del Papa Gelasio condenando las Lupercales, se muestra como aún tras la desaparición de los sacerdotes lupercos y el culto oficial, la tradición sigue viva entre el común de las gentes, y las transformaciones que esto implica.

  

I. Los orígenes del culto en  Roma.

 

Al hablar de religión en la Antigua Roma, a menudo se recurre a la idea de una larga y persistente tradición “greco-romana”. Esta identificación podría ser válida a partir del periodo en que la literatura, las artes y los cultos de Grecia y Roma confluyeron de tal modo que devinieron prácticamente una misma cosa (s. IV- s. I a.n.e). No obstante, es conveniente recordar que los orígenes primitivos de Roma se remontan al s. VIII a.n.e, con el asentamiento en el monte Palatino. En sentido cronológico se podrían señalar influencias etruscas y de las colonias griegas del sur de la actual Italia, antes que de las de la Grecia Helenística. Cuando los etruscos aportan la escritura a los indígenas de la zona, ya hace un siglo que Homero ha escrito sus poemas, insertando en ellos elementos de épocas aún más remotas (se supone unos orígenes del Bronce Final para las leyendas y mitos que relatan); la cultura clásica griega está a punto de nacer, pero los romanos aún se encuentran en una etapa muy primaria  de su evolución cultural (Perowe, 1969)[1]

Durante las fases primitivas de la religión latina (s. X – s. VII) el universo simbólico estaba estrechamente vinculado a la naturaleza de modo que, aunque no se reverenciaran como divinidades, los animales, plantas y lugares, eran identificados como una manifestación de la divinidad. Algunos autores hacen corresponder esta idea con el término numen. Así mismo, los Dioses no están completamente definidos; la mayoría tiene un sexo marcado, pero no hay señales de antropomorfismo. Entre los Dioses más importantes destacan  Júpiter (divinidad principal) y Marte. Por otro lado, algunos míticos reyes del Lacio fueron divinizados; como sería el caso de Jano, Saturno y Fauno. Estos se presentan en ocasiones siguiendo el rol del héroe civilizador, pero remeten a una época anterior, viven en un ambiente salvaje, se asocian a elementos pre-agrícolas y su aspecto conserva a menudo rasgos zoomorfos.

El culto funerario es, en principio, la incineración. Los restos se depositaban en una urna que reproducía la forma de una cabaña, también se introducía a menudo como ajuar funerario una pequeña figura humana de barro, supuestamente a imagen del difunto, y un seguido de objetos personales (armas, vasos...) miniaturizados; a demás de las ofrendas de alimento. Posteriormente la inhumación sustituirá a la incineración, y el sarcófago a las urnas.

Se atribuye tradicionalmente la fundación y estructuración de la religión pública, así como de los principales colegios sacerdotales, al rey Numa[2], sucesor del mítico fundador de Roma, Rómulo. El calendario de festividades atribuido a Numa, contemplaba sólo diez meses y hallamos cultos propios de una sociedad básicamente agrícola y pastoral. Posteriormente, por influencia etrusca, se añadirán dos meses y se observará, también en relación a los cultos, un aumento progresivo de la importancia de la actividad política y militar.

A pesar de que el significado de estas fiestas de origen primitivo fuera deformado con el paso del tiempo, estos cultos coexistirán a lo largo de los siglos con los de una sociedad ya urbanizada. Tal es el caso de las festividades Saturnales o las Lupercales, ejemplo este último que analizaremos más adelante.

 

Vestigios primitivos entre los colegios sacerdotales

 

Entre los colegios sacerdotales de la Antigua Roma encontramos algunos que nos remiten a la época de los cultos primitivos. El caso de las sacerdotisas vestales resulta interesante en este aspecto; presentando peculiaridades que no aparecen en otras culturas del mundo clásico.

Las vestales y su culto hacen referencia al hogar, culto que traspasó el ámbito privado y doméstico hasta llegar a un nivel que afectaba a toda la comunidad. En un principio, parece ser que las vestales fueron tres, pertenecientes a tribus consideradas descendientes de Rómulo. Eran reclutadas, entre los seis y los diez años, por el monarca, y en época republicana por el pontífice máximo. La principal función de las vestales consistía en vigilar el fuego sagrado en el templo de Vesta, que parece ser un reflejo de la antigua cabaña circular de los lacios, un templo que no había sido consagrado por los augures. Al parecer la virginidad de las sacerdotisas vestales provenía del hecho que en el primitivo hogar romano era la hija más joven las que se ocupaba del fuego, ya que el resto de habitantes se ocupaban de otras tareas. De todos modos, su virginidad no les impedía participar en los festivales y rituales dedicados a la fertilidad. Si el fuego se apagaba, después de que la culpable recibiera el correspondiente castigo –la muerte-, se tenía que volver a encender de manera ritual, frotando dos pedazos de madera procedentes de un arbor félix. Por otro lado, a favor de la antigüedad del culto, percibimos que el animal sagrado de Vesta era el asno, animal mediterráneo, en lugar del caballo traído con las migraciones indoeuropeas. Las vestales se encargaban también de la preparación de sustancias rituales, como por ejemplo el muries o la mola salsa, empleada en las inmolaciones de las Lupercales. Así, podemos decir que las vestales y su culto representan una sacralización del ámbito familiar, y una noción de hogar comunitario que se haría extensible al Estado.

 

Las vestales constituyeron uno de los principales colegios sacerdotales en Roma. Entre estos encontraremos también las sodalitates. Se trata de un seguido de sacerdocios a los que se atribuye un origen muy antiguo, los rituales de los cuales se enmarcan en un contexto primitivo. En sus orígenes encontramos una organización de tipo gentilicio; sus miembros no eran electos, sino que pertenecían a un clan concreto. Su intervención en el culto es muy puntual, de tal manera que a menudo se restringía a conducir un ritual concreto del ciclo anual. Con todo, por su antigüedad gozaban de una gran consideración. Entre estos sodalitates, por citar algunos ejemplos, encontramos los salii; sacerdotes vestidos como los antiguos guerreros lacios que se encargaban de los rituales de preparación para la campaña militar, en primavera, y su fin, en otoño. Destaca en este culto la danza y el canto de himnos, en un latín muy arcaico, a diversas divinidades (Marte, Jano y Júpiter, principalmente), golpeando los escudos sagrados o ancilia, el original de los cuales se creía que había caído del cielo.

También los fratres arvales, que se encargaban del culto a Dea Dia, una antigua divinidad de carácter agrario. Los rituales de los arvales no tenían una fecha prefijada y no aparecen en el calendario de festividades. Estos sacerdotes llevaban a cabo un culto relacionado con la “muerte” y el “renacimiento” del grano, íntimamente ligado al ciclo de la cosecha. Al igual que los salios, los arvales hacían procesiones (si bien estos llevaban coronas de espigas), danzas y canto de himnos (invocando en este caso a los Lares, Vesta, Jano, Flora... así como a algunas deidades indeterminadas, siguiendo la fórmula del “sive deus sive dea”).

Según Perowe[3] las procesiones deben remontarse a una época anterior a la fundación de los templos, “porque, sólo cuando la gente se trasladó del campo abierto o de  la tienda a una vivienda permanente, pensó que también el dios debía tener su propia casa, en lugar de dejarlo errante o, como mucho, emplazado en un tabernáculo”.

 Es en este marco de las sodalitates, entre los sacerdotes de los cultos más antiguos, donde encontramos los luperci, encargados de la festividad sagrada de las Lupercales. Cicerón (Pro Caelio, 26) nos habla de los Lupercos como « esta cofradía salvaje y agreste, de hermanos en figuras de lobos la unión silvestre de los cuales se estableció antes que la civilización y las leyes ». Parece ser que en un principio los Lupercos serían pastores y, más tarde, con la institución del sacerdocio “regular”, el cargo se abría reservado a la nobleza. A pesar de que la ceremonia era dirigida por un sólo sacerdote, se trataba en realidad de dos asociaciones de sacerdotes. Los Lupercos, según algunos autores nombrados anualmente, se dividían en los Luperci Fabiani y los Luperci Quinctiales, recibiendo de esta manera el nombre de dos familias aristocráticas. En año 45 a.n.e se introduce un tercer grupo, los Luperci Iulii, en honor de Julio César, el primer representante de los cuales fue Marco Antonio. Las características arcaicas de los Lupercales se pueden observar fácilmente al tratar la ceremonia ritual.

Según algunos autores, el sacerdote que presidía la ceremonia era un flamen Dialis. Mientras que en el caso de los otros sacerdocios, encontramos una mayoría de hombres más ciudadanos que consagrados a la divinidad, en el caso del flamen Dialis sucede todo lo contrario. Los flamines no constituían ninguna cofradía, sino que eran autónomos y normalmente estaban dedicados a una deidad en concreto. Existían quince  flamonia; tres mayores y doce menores, y a pesar de que su creación se atribuye también al rey Numa, parece ser que los menores aparecieron posteriormente. El flamen Martiales estaba consagrado a Marte, el flamen Quirinalis a Quirino i el flamen Dialis a Júpiter. Parece ser que habían sido creados para que los deberes religiosos del rey no estuvieran desatendidos por el cumplimiento de otras obligaciones. Pero fue el flamen Dialis el que cargó con la mayor parte de los tabúes de la institución monárquica. De este modo, el flamen Dialis encarna un estadio muy antiguo del pensamiento religioso, reflejado en las numerosas privaciones a las que eran sometidos tanto él como su mujer, la flaminica.   


 

 

II.  Un culto primitivo subsistente: Las Lupercales

 

 

Las Lupercales presentan muchos puntos oscuros, empezando por la misma etimología del nombre, de la cuál sólo sabemos con certeza que está relacionada con lupus (lobo). Se propuso un compuesto de lupus y arcere (contener, encerrar, retener); pero esta teoría ha sido abandonada, y actualmente se da mayor crédito a un compuesto entre lupus e hircus (macho cabrío). Esta teoría podría ser reforzada por la presencia de cabras y cabríos entre las víctimas del sacrificio ritual, así como por el nombre popular por el que eran conocidos los Lupercos: capri (relativo a la cabra). Así mismo,  debemos tener presente que se trata de un culto de origen agrario, en el que probablemente se honorara la figura del lobo para que no atacara al ganado. Por otro lado, tal vez la vinculación con cabras y cabríos facilitara la posterior identificación del culto con la deidad griega Pan, el cual suele representarse con cuernos o patas de cabrío.

Las Lupercales se celebraban el 15 de Febrero, mes en que, como señala Dumézil[4], nos encontramos con el final del invierno y la proximidad de la primavera, del año nuevo en el calendario de diez meses (que se iniciaba en Marzo); en el que encontramos rituales de liquidación y preparación, tomando especial importancia todo aquello concerniente a la purificación. Podemos intentar estructurar el ritual de las Lupercales a partir de las fuentes clásicas.

En primer lugar encontramos un sacrificio ritual en la gruta del Lupercal, situada en el monte Palatino, en la que, según la leyenda de la fundación de Roma, la loba había amamantado a los gemelos Rómulo y Remo. Las víctimas del sacrificio son cabras (en número indefinido) y también un perro, Ovidio (Fasti II, 361). También se hacían ofrendas de la mola salsa de las vestales, hecha con las primeras espigas del año anterior.

 Plutarco (Romulus, 21,10) relata que, tras el sacrificio de las cabras, dos jóvenes (no se especifica si eran miembros de la cofradía de los Lupercos) se acercaban al altar, y el sacerdote les ungía la frente con el puñal del sacrificio aún manchado con la sangre del animal sacrificado. Seguidamente, los otros participantes les limpiaban la sangre con un pedazo de lana empapado de leche, momento en el cual los jóvenes debían romper a reír.

Es improbable que el sacerdote encargado de marcar la frente de los jóvenes fuera un flamen Dialis, ya que entre las privaciones a las que este sacerdocio estaba sometido encontramos que “no puede tocar una cabra, ni carne cruda, ni hiedra ni haba, y ni tan siquiera pronunciar su nombre” (Aulo Gelio, Noctes Atticae, X, 15, 12)

Los Lupercos, vestidos rudamente con las pieles de los animales sacrificados, según algunos autores (Justiniano 43, I, 7), o bien desnudos según otros (Ovidio, Fasti II, 267, 300), iniciaban una carrera al rededor del Palatino. Esta carrera imitaría, según Ovidio (Fasti II, 365-380), la de Remo y Rómulo para salvar los toros de este último de los ladrones. Corriendo, los Lupercos blandían las tiras hechas de la piel de los animales sacrificados, prodigando latigazos con ellas a aquellos que encontraban por el camino, pero especialmente a las mujeres, con el fin de asegurar su fertilidad.

Esta flagelación es justificada por Ovidio (Fasti II, 425-452) a través de una historia referente a la esterilidad de las Sabinas, tras ser raptadas por los latinos. La solución enigmática al problema, recibida de la Diosa Juno, “ Italidas matres, inquit, sacer hircus inito!” (Que un cabrío sagrado penetre las mujeres de Italia), fue resuelta por un adivino etrusco; quién inmoló un cabrío, cortó la piel a tiras y flageló la espalda de las mujeres, que recuperaron así la fertilidad.

Se habla también de un banquete ritual con la carne de los animales sacrificados, que Valerio Máximo (II, 2,9, en la leyenda de la fundación) sitúa tras el sacrificio, y otros autores tras la carrera[5].  

 

Evolución en el tiempo

 

Ya en los autores clásicos encontramos intentos de definir tanto el origen como el significado de las Lupercales; hecho que nos permite ver cómo evoluciona la consideración de esta festividad en el tiempo.

En general hay dos tendencias, ambas presentadas por Ovidio (Fasti II, 421-424): “La loba dio su nombre al lugar, el lugar a su vez a los Lupercos: así, esta nodriza, ha recibido por el don de la leche una gran recompensa, aunque se puede derivar también de una montaña de la Arcadia; el Liceo en Arcadia cuenta con más de un templo de Fauno”. La una, ya comentada, es considerarla una fiesta dedicada a Pan, identificando la deidad griega con el Fauno romano, el cual era venerado con el apodo de Lupercus (Tito Livio I, 5,1). A Fauno, Dios silvestre, se le atribuía la fertilidad y protección de los campos. Según la tradición, fue el rey Numa el primero que se dirigió a él para cuidar de su ganado, y es en este aspecto dónde Fauno presenta similitud con el Pan griego.

Podemos observar la Helenización de los orígenes de las Lupercales en Tito Livio (I, 5), quien atribuye su institución a Evandro[6], y hace derivar del  Pallanteum, una ciudad de Arcadia, el nombre de Palatino. Según Tito Livio, en este lugar se celebraban fiestas en honor a Pan, oficiadas por jóvenes desnudos. Virgilio (Eneida, VIII, 342-344) también dedica les Lupercales a Pan.

La otra tendencia es considerar las Lupercales como una festividad dedicada a la memoria del episodio de los gemelos y la loba (Luperca[7]), adaptando así la festividad a los mitos fundacionales de la ciudad. Los mitos de héroes criados por animales no son exclusivamente romanos, podemos citar, por ejemplo, el Zeus griego amamantado por la cabra Amaltea. El hecho de que Rómulo y Remo fuesen criados por la loba puede ser comprensible teniendo en cuenta que el lobo era el animal asignado a Marte, según el mito, padre de los gemelos (entre otros; Justiniano, 43,2; Propercio IV, 1, 55-56).

Con todo, en las fuentes clásicas encontramos autores que identifican a la loba que amamantó a los gemelos con su madre adoptiva, Acca  Larenta, Laurentia o Laurentina.

Según Tito Livio (I, 4, 7): “Otros pretenden que Larentia era una prostituta, una “loba”, como dicen los pastores, y esto habría dado lugar a esta leyenda maravillosa”. La explicación que encontramos en la obra Origine Gentis Romanae (XXI, 1-2), atribuida a Aurelio Victor, es más extensa: “Según Valerio, al contrario, los niños nacidos de Rhea Sílvia fueron confiados por el rey Amulio a Fáustulo, su esclavo, el cual tenía que matarlos. Pero Numitor suplicó que les perdonara la vida, y Fáustulo los dio, para que los cuidara, a su mujer Acca Larentia, mujer llamada la Loba porque tenía por costumbre vender y prostituir su cuerpo. Es, en efecto, sabido que se llama así a las mujeres que trafican con su cuerpo. Es por esto que los lugares donde ellas yacen reciben el nombre de lupanar”.

Lo cierto es que Acca Larentia es una figura compleja dentro de la mitología y los primeros cultos romanos. Por un lado, como nodriza de Rómulo y Remo se le atribuye el origen de la cofradía de los fratres arvales; “Esta mujer, dice él, tenia doce hijos varones, y perdió uno que murió, en su lugar, Rómulo se dio como hijo a Acca Larentia, y se llamaron, él y los otros hijos, hermanos Arvales. A partir de este momento, el colegio de los  fratres arvales permaneció en número de doce, la insignia de este  sacerdocio es la corona de espigas y las cintas blancas” (Aulo Gelio, Noctes Atticae, VII, 7, 8.).

Por otro lado, en tanto que prostituta, se le atribuye el origen de la festividad Larentalia, un culto a los antepasados celebrado el 23 de Diciembre. Según esta versión, Acca Larentia habría sido una cortesana que se habría unido con Hércules en su templo. Este Dios, le habría dado la oportunidad de casarse con un etrusco, del cual heredó grandes riquezas que, a su muerte, ella legó al pueblo de Roma. Cada año se celebraría, desde entonces, la fiesta de la Larentalia en su honor (Macrobio, Saturnalia, I, 10, 12-17).

Algunos autores han considerado que habría dos figuras míticas con el mismo nombre; la nodriza de Rómulo y Remo, y la cortesana[8]. Con todo, indirectamente, Ovidio parece loarlas en una misma persona atribuyendo al entorno de la nodriza de los gemelos, especialmente en relación a la muerte de Remo, el origen de la Larentalia (Fasti III, 55-58, IV 841-864).

En estas interpretaciones dadas por los autores clásicos podemos ver cómo las festividades y cultos más antiguos se han desligado del contexto original, y se busca, tal vez, en la definición de sus orígenes una justificación para la celebración de los mismos contemporánea a estos autores. De este modo, sobre las Lupercales, algunos ponen el acento en el cariz purificador de la festividad (Varrón, De lingua latina, 6, 43), mientras que otros lo hacen sobre la aportación de la fertilidad (Ovidio, Fasti II, 425-452). En el segundo caso, López-Cuervo[9] señala: “Este hecho concuerda perfectamente con la política de Augusto y su preocupación por la repoblación del imperio. El emperador promulgó leyes que perseguían y castigaban el celibato. En este contexto se consideraron las Lupercales como un rito para procurar la fecundidad. 

Según Dumézil[10], primitivamente los Lupercos intervenían además en otro orden de realidades sociales, especialmente en relación a los inicios del año, época en la que “todo debía ser confirmado”. En relación con esta idea, en una época muy posterior a los inicios del culto, encontramos el episodio protagonizado por Julio César y Marco Antonio, en la celebración de la Lupercalia del año  44 a.n.e

César añadió a la cofradía de los Lupercos el tercer equipo, los luperci Iuliani (Diodoro Sículo 44, 6,2), el cabecilla de los cuales fue Marco Antonio. Al finalizar la carrera, Marco Antonio habría ofrecido diversas veces a César una diadema de laurel, al estilo de las de los antiguos reyes helenísticos, que César rechazó. (Suetonio, Vita Caesaris, 76, Plutarco, Caesar 61, 2-3). Para Dumézil, esta experiencia podría haber sido simbólica, una especie de reconstrucción de una antigua escena que tuviera significado para el pueblo romano, y permitiera sondear la opinión pública respecto al nombramiento real de César como rey romano.  

Cicerón (Filipicae XII, 5) describe a Marco Antonio en la celebración como “desnudo, ungido, ebrio”. Podría ser que en esta época el culto de los Lupercos hubiera empezado a ser considerado negativamente por los propios romanos. En época de Augusto se llevan a cabo algunas reformas en relación a cultos y colegios sacerdotales, Suetonio (Vita Augusti XXI, 3-6) relata cómo se restablecen las Lupercales y cómo, al mismo tiempo, se prohíbe la asistencia a los jóvenes, si no van acompañados por un adulto. Ahora bien, esta progresiva pérdida de popularidad de las Lupercales, ¿viene dada por una degeneración en las costumbres, o por un cambio en la mentalidad romana? Tal como indica Dumézil[11]: “En el día de las Lupercalia, la humanitas y las leges de la villa se borraban ante lo silvestre y agrestre”. La carga significativa de las Lupercales había sido importante en su contexto originario, el de los primeros estadios de la civilización, pero ¿qué valor podían tener los comportamientos “salvajes” entre los romanos de una civilización urbana? Si en un primer momento los cultos del hogar y del ciclo agricultor o ganadero pasaron del ámbito del clan al culto del Estado; en otro estadio la evolución de este Estado, de su cultura oficial, sobrepasa las antiguas costumbres. Con todo, lo más frecuente es que en la cultura popular sigan vivas, bajo diversas formas.      

El año 392, el emperador Teodosio declara ilegal el paganismo; se condena a pena capital la adoración de ídolos, la realización de sacrificios y la visita de los templos. Con la desaparición del colegio sacerdotal de los Lupercos, y en este nuevo contexto, las Lupercales no podían mantener su significado religioso.

En tiempos del Papa Gelasio[12] (492-496), el cual publicó un decreto contra esta festividad, se habla nuevamente de la degeneración de las Lupercales. Los sacrificios ya no se pueden realizar, y nada queda ya de la desnudez ritual. Con la ausencia de los sacerdotes Lupercos, son la gente del común los participantes, y los cantos en honor a Fauno o Pan, han sido sustituidos por canciones festivas y licenciosas. El decreto de  Gelasio acabó prohibiendo oficialmente las Lupercales, si bien sus acusaciones van dirigidas a los mismos cristianos, que participaban en ellas. En el capítulo 16 del texto de Gelasio podemos leer: “Pero, ¿qué vais a decir vosotros, que defendéis las Lupercales y proponéis que se celebren? Vosotros las despreciáis y hacéis grosero y vulgar su culto y su celebración. Si la aversión a las Lupercales nos trajo desgracias, vuestra es la culpa, de vosotros que lo que pensáis que os es extraordinariamente útil os disponéis a celebrarlo con extrema negligencia y con un cuidado y devoción bastante inferiores al modo en que lo celebraron vuestros antepasados del paganismo. En aquellos tiempos, incluso los nobles corrían y las matronas, con su cuerpo desnudo a la vista de todos, recibían azotes. Por tanto, vosotros fuisteis los primeros que atentasteis contra las Lupercales. Hubiera sido mejor no celebrarlas que hacerlo con injurias. Sin embargo, este culto que os es tan venerable y que consideráis saludable, lo habéis reducido a gentes comunes y vulgares, humildes y de baja condición.”   

Ya en aquel tiempo muchas de las festividades, cultos y Deidades paganas habían sido cristianizadas, y este fue también el caso de las Lupercales. Tras la condena oficial de la celebración de origen pagano, este fue sustituido por la fiesta de la Purificación de la Virgen María, también llamada Candelaria, en la que se conserva el sentido de purificación. En lo referente al aspecto más salvaje de las Lupercales, parece ser que fue a confluir, juntamente con el mismo aspecto de las Saturnales al Carnaval de la tradición popular cristiana.


 

Conclusiones

  

A lo largo del trabajo se ha intentado mostrar la evolución, antes del contexto que de las ceremonias, tomando como modelo las Lupercales, de unos cultos que se originaron en el mundo romano más antiguo, y que perduraron en el tiempo, aún desligados del culto oficial.

A la vista de los datos obtenidos podemos hablar del cuerpo de ceremonias y cargos más antiguos como un seguido de unidades relacionadas, originadas en el contexto de una sociedad agrícola y pastoril. Como se anuncia al analizar la evolución de las Lupercales, estos cultos pasaron, en un primer momento, del ámbito del clan al culto del Estado. Esto se puede interpretar por las particularidades del culto a Vesta (culto al fuego del hogar), y de las diversas sodalitates (procesiones, indumentaria, culto a deidades agrícolas y ganaderas...). Pero especialmente en el hecho de que estos sacerdocios, incluso el de las vestales de la primera época, eran ligados a las diversas familias aristocráticas, remitiéndonos a un estadio de la sociedad latina distribuida en familias, clanes y tribus.

Con la evolución del Estado, evolucionan la cultura y la religión oficial romanas, recibiendo influencias, primero de los etruscos y de la Magna Grecia, más tarde de la Grecia Helénica y de las diferentes regiones con las que, a lo largo de su historia, entran en contacto (Próximo Oriente, Egipto...). Hay un gran dinamismo por lo que respecta a la importación y exportación de cultos, empapado siempre de un intenso sincretismo religioso. Pero los cultos primeros, matizados por los contemporáneos (como podemos ver en el relato de sus orígenes y su descripción) aún subsisten, apoyados por la tradición. Reciben retoques de cariz helenístico, y se relacionan con la fundación mítica de Roma; tal vez como intento de justificación de unos orígenes más nobles que pastorales. 

Siguiendo esta evolución, vemos como, poco a poco, van siendo relegados a un segundo plano, y considerados al parecer más negativamente. Tomamos como ejemplo que Augusto prohíba la asistencia a menores a la ceremonia, la visión crítica de Cicerón sobre Marco Antonio como participante, y los intentos de Plutarco (Caesar, 61,2) y Juvenal (2, 141) de atenuar el rigor de la flagelación ritual durante la carrera de los Lupercos. Se ha hablado mucho de una degradación de los cultos romanos, pero tal vez sería interesante considerar la teoría de que es el Estado el que ha evolucionado, quedando arrinconados los cultos primitivos por la imposibilidad de corresponder a las nuevas manifestaciones culturales, trasmitidas también al ámbito religioso. Es decir, que es posible que lo que un romano de época Arcaica consideraba normal y beneficioso, fuera considerado un retraso, una salvajada, por un romano de época Imperial. Se hace referencia aquí al minoritario sector instruido de la población, ya que si las viejas tradiciones no hubieran contado con el soporte popular, su supervivencia, a pesar de los cambios sufridos, hasta siglos posteriores a la caída del Imperio Romano no hubiese sido posible.
 

Vaelia Bjalfi,  2001

                         (traducción y arreglos, Enero 2004)

 


Bibliografía

 

General

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Diccionarios

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Fuentes clásicas referidas

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Otras Fuentes

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NOTAS
 

[1] PEROWE, S. (1969): Mitología romana, Ed. La Magrana, Barcelona, 1989. p.9 

[2] Numa Pompilio (714-672 a.n.e); De origen sabino, se dice que gobernó pacíficamente y protegió la agricultura y creo instituciones religiosas, la critica lo despoja de toda significación histórica y hay quienes lo consideran una mera personificación de la ley.

Extraído de sobreRoma.com.ar, Marcos Gregori 2002-2004 http://www.inqbaideas.com/sr/index.asp

 [3] PEROWE, S. (1969): Mitología romana, Ed. La Magrana, Barcelona, 1989 p.18

[4] DUMÉZIL, George. (1966): “La religion romaine archaïque”, Ed. Payot, París. p. 340

[5] FALCÓN, C. ; FERNÁNDEZ, E. ; LÓPEZ, R. (1980) : “Diccionario de mitología clásica”, II, Ed. Alianza, Madrid, 1990, p. 400                                                                                          LÓPEZ-CUERVO, M. (1995) : “Una carta del papa Gelasio (492-496) contra una fiesta popular”.

 

[6]Evandro de Peloponesio, hijo de Mercurio y de la ninfa Arcadia que había llevado a la península Itálica una colonia de Ärcades, medio siglo antes de la Ruina de Troya y que, por concesión de Fauno, rey de los aborígenes, instaló en la desembocadura del Tiber sobre el monte Palatino una ciudad que llamó Palatium, en el área que con el tiempo llegaría a ocupar Roma.”

Extraído de sobreRoma.com.ar, Marcos Gregori 2002-2004 http://www.inqbaideas.com/sr/index.asp

 [7] FALCÓN, C. ; FERNÁNDEZ, E. ; LÓPEZ, R. (1980) : “Diccionario de mitología clásica”, II, Ed. Alianza, Madrid, 1990 p.399

[8] Ibíd., pp. 7, 8

 PIERRE GRIMAL (1951): “Diccionario de mitología griega y romana”, Ed. Paidós Ibérica, Barcelona, 1982, p. 2.  

[9]  LÓPEZ-CUERVO, M. (1995) : “Una carta del papa Gelasio (492-496) contra una fiesta popular”.

[10] DUMÉZIL, G. (1966): “La religion romaine archaïque”, Ed. Payot, París. p. 343

[11] Ibíd. p.341

[12] LÓPEZ-CUERVO, M. (1995) : “Una carta del papa Gelasio (492-496) contra una fiesta popular"