“La
Fin de la Pensée Sauvage” es un fragmento de una extensa la obra,
Le Moyen Age, escrita por Robert
Fossier. En él, el autor trata el tema del paganismo europeo occidental
alrededor del año mil, pero a la vez sus páginas se prestan a
introducir gran variedad de temas.
Ya
desde un principio constituye un ejemplo de cómo se estudia e investiga
( seriamente) este paganismo; las fuentes que emplea, la toponímia,
lingüística, etc. rompiendo a la vez con la falsa creencia de que el
pasado es algo conocido y familiar por un lado, y con la tendencia de
los historiadores que tratan estos temas de elucubrar sin base y
plagiarse unos a otros.
Fossier
no se acerca al paganismo como a un conjunto de supercherías sino, por
el contrario, ahonda hasta encontrar suficientes motivos para tratarlo
como una religión “organizada”. En la línea de George Dumézil o
Claude Lecoteux sigue ahondando para darnos un esbozo de lo que se lee
entre las pocas líneas que del tema han llegado hasta nosotros. Pero al
mismo tiempo podemos ver que este paganismo está tratado desde una
perspectiva de lo que podríamos llamar “historia de las
mentalidades”, como una influencia que puede explicar hechos sociales
e históricos, un agente activo y no la “curiosidad” como suele
presentarse.
Centrándonos
en el ámbito del paganismo, vemos por un lado, que por encima del tópico
de que el cristianismo romano acabó con el paganismo, hay un diálogo
entre contrarios, un movimiento pendular en el que van entrando nuevas
influencias y crea por tanto, diferentes resultados. Al mismo tiempo, se
está hablando de francos y germánicos, de nórdicos... en el paganismo
hay mucho más que celtismo.
Y,
ya para finalizar, es fantástica la descripción de prácticas y
vivencias paganas de la época, que tal vez nos parezcan menos
familiares de lo que esperábamos, y que nos demuestran que no sólo
cada región, sino cada época tiene, dentro de un mismo movimiento, su
propia idiosincrasia.
Vaelia Bjalfi.
16
Junio 2002
Notas:
El tema se ha incluído en la sección aullidos por la relación que
tiene parte de su contenido con el fenómeno del desdoblamiento.
El
Fin del Pensamiento Salvaje
Por
Robert Fossier[1]
Al
evocar el conjunto de ideas que suponía la noción de herencia ya habíamos
nombrado el otro aspecto fundamental de la autonomía campesina en las
tierras del Norte: aquello que , desde hacia mucho tiempo, se había
dado en llamar en lengua vulgar “religio pagana”, la religión
campesina. Disponemos aquí de un texto excepcional, que proyecta
una viva luz sobre el universo religioso de un grupo de campesinos indóciles
: el Correcteur,
ou bien Médecin del obispo de Worms
Burchard. El texto procede de un clérigo, cierto, pero al que la
necesidad ha llevado a ir más allá que sus congéneres. Las
indicaciones que él da permiten establecer un vínculo entre la cultura
pagana tal como se conservaba aún en el Norte de Europa, y el folklore
francés, que aquí se trata, esencialmente, de un folklore franco.
La
obra de Burchard, que él insiere en su gran colección canónica,
alrededor del Año Mil, es un penitencial, es decir un cuestionario
detallad surtido de tarifas de las penitencias que debían ser cumplidas
por el pecador reincidente, de este modo “corregido” o “sanado”,
o esa era la idea. Este manual, el más completo del género, fue
compilado por el obispo de una pequeña diócesis, la de Worms, el país
de las “Rojas colinas del Rhin”. Pero el texto desborda, desde el
principio, este ambiente cerrado. Burchard se izo ayudar por su amigo y
vecino el obispo de Spire. Él mismo había sido antiguo alumno de la
abadía de Lobbes, diócesis de Liège, dónde es probable que
encontrara uno de sus textos base. Su inmenso trabajo estaba
probablemente destinado a todos sus colegas de provincias de Cologne y
Mayence, y, a través de ellos, a los sacerdotes de estas regiones, en
un tiempo en el que se acababa de instaurar la red de parroquias, y en
el que la religión del cura era tan sospechosa como la de sus
parroquianos.
La
obra de Burchard es la cumbre de un antiguo esfuerzo misionero que se
remonta a la evangelización de los bárbaros de Gran Bretaña, Anglos,
Jutos y Sajones, por Théodore de Canterbury (669-690), inspirado a su
vez por Roma, quien le había enviado, y por la Iglesia monástica
irlandesa, en la que se intentaba apoyar. A él se remonta uno de los
primeros penitenciales. Un poco más tarde, la llama fue retomada por
dos ilustres retoños de la nobleza sajona del país: Eghbert, arzobispo
de York (732-767) y Whigfrith, quien por el reino franco , bajo el
nombre romano de Bonifacio, se empleó enérgicamente en restaurar allí
la religión cristiana, entonces muy comprometida y prácticamente
aniquilada, se convertirá en arzobispo de Mayence (746-755).
Probablemente bajo su inspiración, Carlomagno edictó en 743-744 un
capitular, perdido en gran parte, en Leptimes o tal vez en Estinnes, muy
cerca de Lobbes ; la tabla de materias que de él subsiste, por el
esmero que pone en detallar las prácticas prohibidas y por las
equivalencias vulgares que da -“El sacrilegio de los difuntos, esto
es, dad-sidas” (visión de los muertos)- , prueba un serio
esfuerzo para la información. La tarea emprendida por Bonifacio fue
continuada durante más de un siglo por sus herederos espirituales, los
grandes eclesiásticos carolingios, Halitgaire, obispo de Cambrai
(823-830), Raban Maur, arzobispo de Mayence (847-856), Régignon, abad
de Prüm que trabajó
para el arzobispo de Trèves Ratbod entre 899 y 915. Toda esta tradición
misionera se retomó y archivó en la obra de Burchard, que recoge,
desarrolla, y tal vez innova en un estilo mucho menos cursivo y alusivo
que sus predecesores.
La
magia de las sabias-mujeres[2]
del Rin.
El
panorama cultural así parcialmente revelado, una vez que se reúnen los
fragmentos dispersos en la colección, es realmente extraordinario.
Dejemos de lado las cuestiones que tratan los echadores de suertes, los
adivinos o los envenenadores, estos no nos aportan nada original, y son
personajes de todos los tiempos en todo lugar. Dejemos de lado
igualmente los banquetes y las fiestas licenciosas en los que “ se
hace el Ciervo y la Vieja”. Estos “ carnavales” de diciembre, o de
Cuaresma - las “cochinadas de febrero” denunciadas por el concilio
de Estinnes – son prohibidos sin interrupción por los viejos
concilios. Mas o menos cristianizados en el siglo XII, acabarán siendo
tolerados por la Iglesia. Otras practicas colectivas nos interesan aquí,
igualmente zanjadas por el obispo, y no menos extendidas, tienen algo
que decir.
Burchard
sabe claramente contra qué lucha: no contra “desviaciones”
marginales y fragmentadas del culto cristiano, sino contra un conjunto
religioso completo y antagonista al suyo. Para combatir el culto de los
astros, y principalmente de la Luna, él retoma, en un largo parágrafo,
las disposiciones de un viejo concilio hispánico, que encontró en la
obra de Réginon, pero él adapta el texto para precisar: “ Al menos
si observas estas tradiciones paganas que los padres han legado junto a
la herencia, a sus hijos hasta hoy día”. Esta declaración desengañada
precede a la prohibición del rito de ayuda a la Luna que se oscurece
esta “Victoria a la Luna”, prohibido en Estinnes, descrito 100 años
después por Raban, que vio que muchos lo practicaban en su diócesis, y
abiertamente.
Herencia,
el término tiene su justo valor; pero cuanto más se atiende a Burchard,
uno puede preguntarse si es la de los padres o más bien, la de las
madres. En esta “tradición pagana”, en los ritos colectivos que la
expresan y manifiestan, las mujeres ocupan el lugar predominante.
Veámoslas
en sus actividades cotidianas. En el tejido cuando están reunidas en la
penumbra y el calor de las “escrennes”, estos abrigos semi-enterrados,
ellas hacen encantamientos para que su tejido sea sólido, o a la
inversa, para deshacer el de sus enemigas; en la Octave de Noël[3],
cuando ellas deberían descansar para honrar la futura llegada del
Salvador, ellas por el contrario empiezan sus trabajos de costura y
tejido, para que su obra crezca con el año nuevo.
El
pan del hogar es también su trabajo; en casa, la mujer muele el grano
en su molinillo. Si quiere desembarazarse de su marido, molerá al revés,
a “ contra-sol”, un grano mezclado con miel, con la que previamente
se habrá untado el cuerpo. Si ella quiere ser amada, por el contrario,
una amiga amasará la pasta sobre las nalgas de la interesada. Cuando en
año nuevo la familia pregunta por su futuro, las mujeres observan cómo
han subido los panes. Y cuando un niño tiene fiebre las mujeres lo
hacen pasar por el horno, como si fuera uno de sus panes.
Para
comer, las mujeres preparan la mesa. En ciertos momentos del año,
probablemente en otoño, ellas ponen tres cubiertos para las tres Sœurs
Fatales[4],
con el propósito de ganar sus buenas gracias. No nos será muy difícil
reconocer aquí a las Nornas, y se nos dice que son tan poderosas que
pueden conferir al recién nacido el don de transformarse más tarde en
cualquier otra forma, por ejemplo en lobo, “eso que la ignorancia
llama werwolf ”, un humano-lobo. Al oeste del Rin, la palabra
pasara a la lengua romana: el garou. Volveremos a encontrar un
poco más adelante a estos lobos-brujos. Remarquemos que una parte de
esta magia cotidiana debía ser pública; si los panes de muerte o amor
podían ser clandestinos, el niño en el horno o la cena de las tres
hermanas no pueden disimularse mucho más que los encantamientos del
telar.
Después
de los sortilegios, los muertos. Se los vela colectivamente, con danzas
y cantos “diabólicos y paganos” en el curso de los cuales se bebe
mucho. Sobre el ataúd, las mujeres han puesto sus peines de cardar.
Cuando llega el momento de llevarse el cuerpo; rápidamente, ellas van
al agua, llenan un bote, regresan y asperjan la tapa. Cuando los
portadores pasan el umbral, ellas vigilan que el ataúd sea llevado
bajo, nunca por encima de las rodillas. Ante la cabaña, se ha
desmontado un carro, los portadores deben pasar entre sus dos lados. En
la habitación vacía, allí donde el cadáver ha reposado, se quema
grano. Sin estos ritos, los vivos serian amenazados por los muertos.
Ciertos
fallecidos son más peligrosos que otros, estos son los muertos maléficos[5],
por desesperados: el niño nacido muerto, sin nombre, y la madre muerta
en el parto. Una mujer los clava en el suelo, dentro de su tumba, con
una estaca. Pues los niños que han nacido muertos se convierten, con
seguridad, en bebedores de sangre, en garous. Y estos son los garous
que se comen la luna[6]
cuando ella se oscurece en un eclipse; al menos esto era lo que los
diocesanos de Raban de Mayence creían.
Por
último, el tiempo que hacia. Son las mujeres de la aldea las que hacen
que llueva, sino que haga buen tiempo. Ellas reúnen las niñas, escogen
una, que se desnuda. El cortejo se va a los campos llevando la pequeña
en procesión hasta encontrar una planta de beleño, “ que llaman bilse
”, apunta Burchard. Así se nos revela un poderoso aliado de las magas[7]
francas, una de las temibles solanáceas[8]
, junto la belladona, el estramonio y la mandrágora. Los Sajones las
llamaban Henbane ( Mata Gallinas), Nightshade ( Sombra de
la Noche), Thornapple ( Manzana espinosa), Mandrake (
Hombre-dragón). La Bilse ( Hierba del Tormento) , empleada
verde, en pomada mezclada de arcilla y alunita[9],
calma los dolores del parto. Puede también provocar el aborto, y
Burchard denuncia en otro pasaje las pócimas abortivas. Pero la Bilse
puede hacer aún más : a aquella que la domine, le atorgará la visón;
a aquella a quien domine, le dará muerte. Poder ambiguo, en el que el
Bien y el Mal son indeciblemente mezclados. Volvamos a la ceremonia, el
cortejo se detiene ante la hierba santa. Se le acerca la pequeña, y
coge la planta con el dedo pequeño de su mano derecha, atándola luego
al pequeño dedo de su pie derecho. Se puede imaginar lo que
significan estos pequeños dedos femeninos. Las mujeres retoman entonces
su viaje, llevando siempre a la pequeña; van al río y la sumergen.
Ellas entran también al agua, haciéndola chapotear con sus
bastones, ellas asperjan la joven elegida. Se canta, y se encanta. Al
final, las portadoras retoman la pequeña, y todas regresan a la aldea,
siguiendo paso a paso el mismo itinerario que las vio llegar, para poder
continuar fijando el torrente de miradas. Todo esto es patente, es público.
Las “païenneries”[10]
se desarrollan en pleno día, a algunas decenas de leguas de las
catedrales renanas.
Estos
cantos estas danzas, estos cortejos, por escandalosos que sean, sólo
son la parte manifiesta de la “herencia”. Hay algo aún más
terrible: el hueso duro del mal, los maestros, o mejor dicho las
maestras de estos ritos y de esta cultura. Son estos poderosos chamanes,
estas brujas del Rin, denunciadas por un capitular carolingio usado por
Réginon de Prüm, que Burchard retoma adjuntando pasajes más
reveladores aún. Escuchémosle: “ Ciertas mujeres afirman deber, por
necesidad y por orden, hacer esto : algunas noches, ellas deben cabalgar
sobre una bestia, con la tropa de demonios de apariencia femenina, y que
la superchería popular llama Holda ( las Bienveillantes
), y ellas forman parte de su compañía... Ciertas mujeres malvadas
creen y enseñan que en la noche ellas cabalgan sobre una bestia en
compañía de la diosa de los paganos Diana o Herodiana y una multitud
innombrable de mujeres, y que ellas cruzan, en el silencio de las noches
serenas, inmensos espacios de tierra, y que ellas obedecen sus ordenes
como a una ama, y que ellas son llamadas algunas noches a su servicio. Y
una multitud innombrable, engañada por estas falsas noticias, cree que
todo esto es cierto.” Veremos más adelante que puede esconderse
tras esta doble e indecisa latinidad “ Diana o Herodiana” , que los
textos posteriores “corregirán” para relacionarla con la bíblica Hérodiade.
Desde ahora se establece que la cabalgada nocturna de las mujeres es,
sobre el Rin medio, no conducida por el “Diablo”, este malvado que
se mete en todo, sino por espíritus femeninos, y por una “diosa”.
Esta
compañía voladora se encuentra con otras tropas adversas : “ Ciertas
mujeres creen esto : en el silencio de la noche tranquila, tu sales a
través de las puertas cerradas con otros miembros de esta compañía
diabólica, y te elevas en el aire hasta las nubes, y allí combates con
otras mujeres, ya hiriendo, ya siendo herida.” En las nubes nocturnas,
las mujeres libran batallas mágicas y sin duda protectoras rechazando
las brujas de las aldeas enemigas. Pues el mismo poder que protege puede
al mismo tiempo debilitar : “ Muchas mujeres creen esto y afirman que
es cierto: que en el silencio de la noche tranquila, cuando estás
estirada en tu cama, tu marido acostado a tu lado, tu puedes, mientras
tu cuerpo permanece, salir a través de las puertas cerradas, y
que puedes cruzar inmensos espacios de tierra con otras mujeres... Que
puedes matar sin armas visibles, incluso a gentes bautizadas y redimidas
por la sangre de Cristo, y si comes una parte de su carne cocida y
seguidamente pones en lugar del corazón una paja o una varilla o algo
así, cuando sean comidos ( ¿los corazones?[12]
), los harás ( ¿a las personas?) vivir de nuevo, les permitirás
vivir.” Dos siglos antes, los reyes francos, introduciendo manu
militari el cristianismo en tierras Frisonas y Sajonas, habían
condenado a muerte a “ aquellos o aquellas que comen carne humana”,
sin investigar demasiado que era lo que se comía. Aparentemente, es el
corazón lo que las magas codician para tener a las víctimas en su
poder, como muertos vivientes. El concilio d’Estinnes ya había
denunciado a “ aquellos que las mujeres sirven a la luna para robar
corazones humanos”, y el redactor del texto emplea para designar el
lugar que une a las mujeres a su Señora el mismo término que se
refiere a los vasallos vinculados a su señor. Estas ogresas[13]
no estás solas : “ Quiera el Cielo, se exclama Burchard -o sus
fuentes- que ellas mueran solas en su perfidia y que no hayan atraído,
en esta enfermedad, a demasiados hacia su bando.”
“Una
muchedumbre innombrable... muchas mujeres... muchas personas...” No
nos equivoquemos : el pensamiento que nos muestra el cuestionario
de Burchard inicia en el siglo X su largo declive. Ciertamente, aún está
vivo entre las poblaciones germanas del Rin medio, los pequeños
agricultores libres o semi-libres de Franconia y Palatinado y entre sus
vecinos aún más débilmente cristianizados, Frisones y Sajones. Pero
para encontrar un paganismo dominante hacia falta ir hasta la Marca de
los Daneses, hasta las islas del norte del Mundo, hasta esa vasta Scania
“matriz de los pueblos” de dónde habían llegado los ancestros de
los campesinos renanos.
Un
poco más de dos siglos antes, los paganos eran mayoría al oeste del
Rin, incluso en las ciudades; en Metz dónde las princesas rubias eran
enterradas con su largo bastón de avellano, en Tournai, dónde los
hombres del alcalde de Palais amenazaban al obispo cuando osaba
reprenderles, y se burlaban de él. Los concilios del tiempo reconocen
el hundimiento de la Iglesia. Después, el imperio restaurado por los
Carolingios hace retroceder la salvajería, la acosa en sus plazas
fuertes; en las lagunas Frisia dónde se encuentra el Upstalboom
“El Árbol de la Alta Sede” ; en el bosque de Teutoburgerwald ,
de los Sajones, dónde se elevaba Irminsul , “ la Columna del
Inmenso” alias el árbol de Odín. Estos lugares santos dónde se
quebró el ímpetu romano, serán regidos por la ley cristiana de la
nueva Roma, al menos en principio. Burchard, carolingio tardío,
es el heredero de este gran esfuerzo civilizador; está en apogeo. Y
debemos recordar que la fuente que nos presta esta información, su
minucioso cuestionario, es en primer lugar el instrumento de una represión
muy eficaz.
Después
de él, a causa de él, los ritos aún públicos en algunos lugares
devendrán clandestinos; todo un sistema mental se oculta poco a poco,
se entierra para sobrevivir[14].
El pensamiento salvaje , perseguido, se degrada y se cubre de niebla.
Geografía
de las sombras.
A
Herodiana y la tropa de las Holda les sucedió lo que más al sur le
sucedió a Melusina, poco a poco fueron relegadas a un inofensivo
folklore. Será en este campo dónde deberemos buscarlas ahora.
Sobre
las criaturas que cabalgan en la noche, los bellos espíritus de finales
del siglo XII sabían un cierto número de cosas. Estos “nuevos filósofos”
no salen de los claustros. Su base original, sus viajes, su deseo de
complacer a príncipes golosos de “curiosidades” introducen en sus
discursos elementos que sus predecesores habrían rechazado. Por lo
tanto, sobre esta cuestión precisa, apenas se entretienen, sea por que
sus informaciones sean vagas, sea que la cuestión aún es peligrosa.
Uno de ellos Guillaume de Paris, una especie de enciclopedista del siglo
XII, ávido de ostentar sus conocimientos en todos los dominios, se
limita a declarar a su lector : “A propósito de las cabalgadas
nocturnas, que en francés popular llaman Hellequini , y en España la
Anciana Armada, aún no te responderé. Pues no tengo aún la intención
de decir lo que son. Y, a decir verdad, no es cierto que sean malos espíritus.”
El Maestro Guillaume no se resignó a diabolizar la cabalgada
nocturna, pero evita extenderse sobre el tema. Sus colegas en
literatura, Orderic Vital o Pierre de Blois no son menos alusivos cuando
hablan de las Helletini o Herletigni.
Las
formas germánicas que tapan estos “vulgarismos” son claras : Hellekin
o Helle-tegn , es decir la parentela de Helle, la compañía, uno
siente la tentación de traducir el vasallaje de Helle. Mas tarde, por
una tautología parecida a la que hace hablar del loup-garou, se
dirá la mesnie-Hellequin, empleando el mismo término - mesnie
- que designa la mansión de un noble.
Así se olvidó la gran diosa funeraria de la anciana Germania, Helle,
quien regía en el lejano norte, en las lagunas de Nebelheim, el país
de la niebla, rodeada de sus perros, de lobos y serpientes. Helle es
conocida sobretodo, como prácticamente todo el paganismo germánico,
por los compiladores islandeses del siglo XIII, cristianos que la
diabolizaron para hacerla entrar en su perspectiva, en la que un Odín
tardío, “Padre de Todo”, parece abrir camino a Nuestro Señor. Pero
las Sagas cantan siempre las Disir o las Wael-kur ,
cornejas devoradoras de cadáveres, lobas que persiguen a sus presas
humanas, cabalgadas otoñales. A sus lados cabalgan en el cielo los
muertos peligrosos, los “Elfos Negros”, envueltos de oscuras nubes,
y los trolls, brujas o brujos capaces de todas las apariencias.
Esta terrible cabalgada tiene aún amigos, a los que ella protege, como
en Worms, combatiendo en su terreno, o concediendo a los recién nacidos
los dones que regirán sus vidas.
Helle
y los suyos han dominado en muchos países del Norte : en Scania, dentro
de Halland, en Jutlandia, en el país de Helle, en las Bouches del Rin,
en Holanda, y entre los Anglos de Gran-Bretaña, en el Holland del golfo
de Wash. Pero una consulta toponímica detallada, como la que han
llevado a cabo los investigadores escandinavos, revelará otras marcas
de sus ritos y de sus moradas, por ejemplo en Lorraine e incluso más al
oeste del Rin.
Pero
las huellas más sorprendentes de Helle se encuentran en el folklore de
un cierto numero de regiones del norte de Francia. En Flandre, Lorraine,
Normandia, en Anjou , en Maine y en la baja Bretaña, fielmente
transmitida a través de deformaciones más o menos benévolas, rondaba
aún en el siglo XIX la caza Helquin, Heletchien, Herlequin o Hierlekin,
o incluso la humana ( ¿ Helle-men ? ) – que evocan los perros,
el terror, el miedo. En Normandia, dónde existe una viva impronta, se
sabe, en numerosos territorios, que la caza está dirigida por un
personaje femenino, Madre Harpina, alias Cheserquine, alias Proserpine,
es decir, probablemente una Asesina de la Armada, una Asesina de la
Armada de los Cadáveres, Here-beana, Hraes-Here-beana, el
nombre de la cual suena muy próximo al de la Herodiana de Burchard de
Worms.
Pero
en otros territorios de Normandia, se tiene una opinión diferente : la
caza es dirigida por un personaje masculino, Hug-bercht, el
“Brillante de Hugi”, perífrasi clástica para designar a Odín.
Gracias a un santo obispo de Liège, fallecido en 727, Hubert el cazador
pudo haber sido santificado. La misma divergencia se encuentra en el sur
del país franco, en Touraine, en Berry, en Borgoña, en Varais, dónde
un personaje masculino conduce la caza. En Poitou, en la Marca, en
Bourbonnais, en el bajo Maine, regiones en las que ya se habían
establecido los suevos, la caza salvaje cambia de nombre. Ella deriva en
Gallry, Galeria, Valory, Galière, Gayère, es decir Waelhere, la
Armada del Osario ; allí vagan, a menudo bajo la forma de cornejas,
inquietantes apariciones, Galopine o Galipote, Wael-beana o Wael-boda,
Asesinas, o mensajeras de Odín, el señor del Walhalla. Esta rivalidad
por el dominio de la Armada de los Muertos, de la “Anciana Armada”,
se reencuentra al este del Rin: cuando en Sajonia la caza esa la de una
gran bruja, Werre o Holle, en la Alemania del centro de del sur, es un
cazador quien la conduce. Los maestros islandeses, deseosos de tener a
todo el mundo en paz en su panteón folklórico, explicaran que el
dominio de los muertos era compartido entre Helle o Freya y Odín. Pero
en el terreno, sus devotos no se conformaron; la señoría del uno era
exclusiva de la del otro.
Con
todo, la caza presenta una fisonomía común. Los espíritus cabalgan
por los cielos en la noche, acompañados por perros o lobos de ojos
rojos. Entre ellos, los espíritus de los muertos y, se insiste a
menudo, los espíritus de los niños muertos. A aquel que los saluda,
que responde a su llamada - que es la de la caza, Hourvari, Hallali,
pero también puede ser clamores populares, Haro o Charivari – ellos
le lanzan una presa. Raramente se osa decir su nombre, pues se trata de
carne humana. Saludar a la caza, es declararse su amigo; comer la presa
que ella ofrece, es unirse a ella. Naturalmente, a partir de este raíz
común, los temas folklóricos ofrecen muchas variantes, que habría que
estudiar por ellas mismas, teniendo en cuenta las evoluciones probables,
masculinización y diabolización de personajes, o moralización del don
infernal – bien mal adquirido... Pero lo que subsiste, la Caza
Salvaje, cuando emplea un vocabulario germánico, nos permite entrever
la mentalidad que subyace tras las formas denunciadas en el manual de
Burchard; nos autoriza aquí a generalizar que su práctica tiene se
extiende más allá de la diócesis de Worms; a todos los países donde
cabalga Hellequin, la caza de mujeres conducida por la gran maga
del Norte. Y se puede esbozar una geografía mental de la sociedad de
los muertos, reveladora de la de los vivos, feminizada o masculinizada.
El
silencio de las regiones meridionales se explica probablemente por el
hecho de que la religión campesina fue desde un tiempo muy anterior
trabajada por las influencias precristianas, como las religiones mistéricas
y el sincretismo solar del Bajo imperio, y después por las diferentes
corrientes de la misma religión cristiana. La Iglesia podía ser más
conciliadora a la vista de tradiciones paganas que podían asimilarse.
La tolerancia hacia una representación casi idólatra de los santos
fue, como hemos dicho[16],
una característica meridional aún a principios del siglo XI, y es
sobre este tipo de cultura que se funda el movimiento de Paz[17].
Se recuerda también la desconfianza que inspiraba a los obispos del
Norte. A partir del siglo XII, el Diablo deviene omnipresente; pero se
puede aun ver que recubre pasados diferentes, al Norte, Helle o el rey
del Wal, en el Midi, un San Joaquín o Juan un poco sospechoso,
que miran hacia España. En la misma época la resistencia de los
centros dirigentes del Norte a los cultos “populares” cede : la
realeza francesa se basa en el culto dionisiaco, el emperador germánico
introduce en Colonia el culto de los Reyes magos, venido de Italia, Milán
y Pavía.
La
elección se hizo a principios del siglo XI. El rey de Francia dudaba
entonces entre tres influencias; la de la Iglesia septentrional a la
carolingia, encarnada por el obispo de Chartres, Fulbert, la de los
cleros ascéticos de Orleáns, adeptos al “maniqueísmo”[18],
y la de los cluniacenses[19]
exhibidores de ídolos santos. Fulbert se alió con los cluniacenses, y
el rey Robert, bajo su doble influencia, envió a la hoguera a sus
amigos heréticos. En el seno de la crisis feudal, bajo la presión del
vulgo campesino, la elección real en el combate de ideas se limita a
dos vías : por un lado un cristianismo poco ortodoxo, que puede ser
considerado como un compromiso “ a la meridional” entre una Iglesia
monástica y una “paganería” campesina, tibia y doméstica; por
otro lado, el “maniqueísmo medieval”, que rechaza a la vez,
violentamente, el culto de los muertos y las tumbas, así como todo lo
que es carnal, y que, rompiendo con la malvada Tierra, se centra en la
esperanza de un mundo sin Mal.
Curiosamente,
el impulso del profetismo enraizó también en la población campesina.
Los monjes de Chartres o de Borgoña acusaron en principio a estas
asambleas nocturnas de ser sabbats, donde uno habría absorbido, para
“volar”, mixturas inquietantes, en las que se incluían las cenizas
de un recién nacido, y donde se habría fornicado a porfía. Calumnia rápida,
a falta de algo mejor, pero que no se podía sostener. Incluso si toma
prestado a la anciana cultura “salvaje” ciertos símbolos -como las
abejas-, el profetismo maniqueísta fundamentalmente se aleja de ésta.
Esta puede ser la razón de su éxito innegable en las aldeas del Midi.
Desde este punto de vista, la pretensión de los herejes de ser “los
verdaderos cristianos” no parece extraña, incluso si niegan la
crucifixión. Ellos serán como la vanguardia de una corriente ascética
y racional “depurada” de la que el cristianismo había sido una
etapa; no puede ser superficial que la atracción por la herejía de los
letrados del siglo XI, o su éxito entre los mercaderes y usureros del
siglo XIII, evoquen otros rigorismos cristianos ulteriores difundidos
también entre los intelectuales y banqueros. Y ante todo, la oposición
dramática entre estas dos corrientes -el “maniqueísmo”, y lo que
se podría llamar la “hagiolatría” monástica- no puede hacer que
se olvide que ambos se desarrollan por oposición a la “paganería”
; el uno la niega, el otro la entibia y desnaturaliza. A partir del
siglo , la religión de las villas deja de estar reducida a las ciudades
y a los territorios que la rodean; ella llega a los campos, e incluso a
los desiertos. Pero hasta el final del periodo Carolingio -el testimonio
de Raban Maur es formal- fracciones notables, y tal vez mayoritarias,
del campesinado del Norte se reagruparon aún en derredor de su anciana
cultura.
Para
apreciar el verdadero peso de este cambio, hace falta retornar a la
materia : no por los cerdos, los carneros y el trigo -la producción y
acumulación primitiva-, por lo fundamental, lo peor, habría dicho un
maniqueísta : la reproducción.

Mapa
político del año 1000. Más o menos para hacerse una idea. En negrita
mis añadidos. El mapa original tiene copyright, © Christos Nüssli,
Milieu 30, CH-1400 Yverdon, 2001; y se puede encontrar en : http://www.euratlas.com/big/big1000.htm