El Ciclo Anual Pagano
Posiblemente
una de las aportaciones más útiles con las que cuenta el
paganismo actual es el calendario de celebraciones del Cilo Anual que
divide el año en 8 segmentos más o menos equidistantes;
señalando 4 celebraciones mayores y 4 menores en relación
con el tiempo natural y, por extensión, con todo el haber de
mitos y conceptos ensartados en sucesivas contribuciones culturales en
esa cadena que discurre desde la noche de los tiempos hasta el presente.
Deberíamos ser conscientes que las fechas estipuladas que
manejamos son sólo una indicación; que en la naturaleza
todo transita siguiendo ritmos propios, variables, prácticamente
íntimos, y que nuestro concepto de las "estaciones" no deja de
ser una contrucción cultural heredada que depende en gran medida
más del ojo de la cultura que ha observado y catalogado, que del
objeto de observación en sí.
A este respecto, recupero un fragmento de "Mujeres que Corren con los
Lobos", la obra de C. Pinkola, que ejemplifica perfectamente la
cuestión:
Cuando yo era
pequeña en los bosques del norte, antes de aprender que el
año tenía cuatro estaciones, yo creía que
tenía varias docenas: el tiempo de las tormentas nocturnas, el
tiempo de los relámpagos, el tiempo de las hogueras en los
bosques, el tiempo de la sangre en la nieve, los tiempos de los
árboles de hielo, de los árboles inclinados, de los
árboles que lloran, de los árboles que brillan, de los
árboles del pan, de los árboles que sólo agitan
las copas y el tiempo de los árboles que sueltan a sus hijitos.
Me encantaban las estaciones de la nieve que brilla como los diamantes,
de la nieve que exhala vapor, de la nieve que cruje e incluso de la
nieve sucia y de la nieve tan dura como las piedras, pues todas ellas
anunciaban la llegada de la estación de las flores que brotaban
en la orilla del río.
Las
estaciones eran como unos importantes y sagrados invitados Y todas
ellas enviaban a sus heraldos: las piñas abiertas, las
piñas cerradas, el olor de la podredumbre de las hojas, el olor
de la inminencia de la lluvia, el cabello crujiente, el cabello lacio,
el cabello enmarañado, las puertas abiertas, las puertas
cerradas, las puertas que no se cierran ni a la de tres, los cristales
de las ventanas cubiertas de amarillo polen, los cristales de las
ventanas salpicados de resina de árboles. Nuestra piel
también tenía sus ciclos: reseca, sudorosa,
áspera, quemada por el sol, suave.
El ciclo anual de las 8 celebraciones resulta un método de
trabajo evolutivo que posibilita que el cuerpo y la mente se vayan
sincronizando según una pauta que establece al menos 8
oportunidades de conexión bastante eficientes, tanto para
recibir información, como para aprovechar "las mareas" si hay
algún trabajo mágico a realizar en mente.
Pero, más allá de esto, encontramos al menos 8 puntos de
enraizamiento dónde hacernos conscientes de la correspondencia a
diversos niveles entre el mundo interior del individuo y el exterior
que lo circunda, y a la vez al menos 8 puntos de autoevaluación,
agrupando las celebraciones en grupos y viendo la conexión entre
ellas (por ejemplo, en grupos de tres se marca la relación entre
pasado/de dónde vengo, presente/dónde estoy y futuro/en
qué dirección avanzo... y si es hacia allí
dónde quiero ir o hay que corregir el rumbo).
Y, sin embargo, no hace falta un listado de rituales para eso, ni estar
pendientes del calendario, sólo entrenar la percepción
adecuada tanto hacia nuestro mundo interno cómo el externo. Es
comprensible que en los inicios del acercamiento a la materia, uno
adquiera uno o varios manuales y realice por un tiempo en las fechas
estrictamente marcadas por la literatura, los mismos rituales... es el
modo por el que uno entrena cuerpo y mente para la
sincronización con una pauta de trabajo. Pero cuando estas
prácticas se prolongan más allá de lo necesario,
es como si un ciclista tratara de participar en una carrera usando
ruedecillas auxiliares.
Tan sencillo como que una vez aprendemos a nadar, dejamos de lado el
flotador, y con ello adquirimos seguridad y libertad de movimiento,
también hay un momento en el que empezamos a reconocer los
ciclos y momentos internos y externos, e, independientemente de la
tradición a la que nos hayamos adscrito, encontramos la manera
más apropiada para nosotros de trabajar con ellos.
Como con tantas otras cuestiones, ni la más elaborada de las
literaturas puede suplir la experiencia personal, y al acercanos a uno
de estos puntos de conexión, deberíamos estar dispuestos
a vivirlos más allá de la costumbre o de la
intelectualización (sin descartarlas), también a
través de los sentidos y desde el centro de nuestro ser.
De este modo recuperaremos nuestras docenas de estaciones particulares,
como puertas que han permanecido invisibles, esperando a ser cruzadas,
esperando mostrar el tesoro de su interior; tanto si alguna vez las
perdimos, por encajarlas a la fuerza en otras estructuras por no
coincidir con las divisiones establecidas, como si nunca las llegamos a
percibir.
Vaelia Bjalfi, Febrero de 2008
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