Ni bruto ni cordero, notas sobre la violencia y la visión del pasado 

Publicado en Foros Rojo Intenso,  10 de Octubre de 2007;

Fuente: El Camino de la Guerra, Jean Guilaine y Jean Zammit, ed. Ariel, Barcelona, 2002

El libro es un estudio sobre la violencia y sus formas de expresión en la prehistoria, desde los sacrificios y enfrentamientos personales hasta las primeras guerras. Sin embargo, algunos de los planteamientos de los autores van más allá de ese marco y son fácilmente aplicables en otros contextos-.

pp.47

(...) Hemos de recordar que desde hace 200.000 años el hombre - Homo sapiens- es el mismo, ya sea paleolítico, neolítico o actual. Un ser cuyas capacidades intelectuales no han cambiado, aunque se haya alejado de la naturaleza a medida que ha acumulado nuevas creaciones técnicas. Los sapiens actuales vivimos en un contexto hiper-artificial, pero nuestras características biológicas y aptitudes mentales son las mismas que las de nuestros abuelos cromañones.

(...) Otra cuestión merece nuestra atención. Se trata de un defecto de la ciencia que consiste en confirmar mediante pruebas "objetivas" ciertas visiones populares de nuestra cultura. La contraposición de los cazadores-recolectores, colmados por una naturaleza pródiga, a los productores, obligados a trabajar de agricultores y ganaderos con el fin de satisfacer sus necesidades vitales "con el sudor de la frente", ha recreado mediante un vocabulario erudito el viejo antagonismo del Paraíso y la obligación de trabajar a partir del Pecado Original y de la ofensa a la divinidad. Se confirman, en un ambiente erudito y científico con demostraciones "rigurosas", los sentimientos populares, naífs y míticos que surgen de la ficción. La ciencia, en este caso, retoma conceptos banales, afirmaciones gratuitas, pero profundamente ancladas en nuestro modo de pensar y en nuestra cultura. Se disfraza con un ropaje complejo lo que es una vieja idea. (...)

pp.50-52

El hombre prehistórico: ni bruto ni cordero

Las representaciones populares del hombre prehistórico son frecuentemente divertidas. La mayoría le da una imagen completamente diferente a la nuestra. Algunas tiras dibujadas nos representan a un individuo cercano a lo bestial, con la cabeza hundida entre los hombros, aspecto hosco y aparentemente poco inteligente con un garrote en la mano y saliendo de una húmeda caverna en busca de caza. Su mujer no sale más favorecida: con dos huesos cruzados en su cabeza que le sirven de aderezo a modo de bigudíes o alfileres, no se caracteriza por la limpieza; se la encuentra siempre deambulando entre basuras. El dibujante representa con con un aspecto irrisorio a los autores de los grandes frescos de Lascaux, Altamira o Chauvet, es decir, de algunas obras maestras de la historia del arte de la humanidad.
También existe la antítesis popular. Algunos artistas del siglo XIX e incluso del XX, deseosos de reproducir una una escena de la vida cotidiana primitiva, han representado unos personajes en actitudes tranquilas y serenas: un anciano sabio y barbudo, el abuelo de la tribu que aconseja a los intrépidos y musculosos cazadores, mientras las mujeres de pechos generosos, a menudo en topless (¡ No importan la estación ni el clima!) cuidan a sus alegres niños, rodeados por una naturaleza nutricia y benefactora; todo respira quietud y felicidad.
Ambas imágenes contradictorias son simples caricaturas en absoluto inocentes. Las dos transmiten, de un modo simple y prosaico, dos visiones filosóficas opuestas de los humanos prehistóricos. El segundo cliché representa a los primeros humanos como unos seres olímpicos, como corderos flotando en la inocencia original y en el centro de un medio natural pródigo. Por el contrario, la primera evocación nos lleva a una época cercana a la animalidad: la especie humana habría recorrido una larga trayectoria antes de dejar su envoltura de pura barbarie y, poco a poco, pulirse y "civilizarse". Traspongamos estas dos imágenes reduccionistas, dejando a un lado las exageraciones, al terreno de lo ideológico.

La teoría del Buen Salvaje concibe una vida primitiva sin opresiones ni crueldad, sin motivos de fricción. Una complementariedad "ecológica" uniría al ser humano no violento con una naturaleza virgen. Esta visión de un inicio paradisíaco ha desarrollado dos aspectos próximos. Uno, de caracter religioso, concibe el destino humano como una lenta degradación: el hombre que tuvo unos inicios bucólicos creca de la Divinidad, cometió el error de desafiar al Creador; fue expulsado del Paraíso y se vio reducido a una vida de trabajo y dificultades; su destino ha de ser proseguir un largo camino al encuentro del Paraíso Perdido. El segundo, de naturaleza científica, considera que la vida peleolítica fue relativamente fácil, en función de las posibilidades ofrecidas por la naturaleza a una poblaciones numéricamente bajas que, por tanto, podían beneficiarse de la gestión equilibrada de recursos. Esta opinión se halla también entre algunos antropólogos, quienes consideran que la vida peleolítica era muy rica en tiempo libre, puesto que se podian obtener los alimentos en pocos momentos. Estos autores consideran el Neolítico como el fin de la Edad de Oro, ya que convertirá a la humidad en esclava del trabajo. Se trata de una especie de regresión, una verdadera servidumbre, el descenso a los Infiernos.

La segunda visión de la historia de la humanidad se basa en el concepto de progreso. La criatura salvaje, feroz y miserable, situada en los límites de la supervivencia, va a liberarse de esta condición inferior gracias al trabajo, poco a poco y con tesión, hasta convertirse en dueña de la naturaleza. Su destino es siempre mejorar. El hombre que no puede contar más que consigo mismo es el responsable de su condición. Ya algunos autores antiguos (Varron) se fundamentaron en constataciones económicas o técnicas (Lucrecio) y hablaron de un ser ignorante que flanqueaba estas primeras etapas hasta llegar al dominio de la agricultura y la metalurgia, para luego levantarse hacia estadios superiores. En el s.XIX, la clasificación evolucionista de Morgan describió un inicio humano situado en el estadio del "salvajismo" (¡incluso del canibalismo!), seguido por etapas sucesivas, caracterizadas por los avances del tipo económico, hasta llegar a una cierta organización social, que le llevaría al estadio de la "barbarie" (creativa) y finalmente a la "civilización" con la invención de la escritura. Esta teoría fue tomada por los pensadores marxistas y por algunos famosos y excelentes prehistoriadores.

Nuestras representaciones mentales de los seres prehistóricos no se encuentran separadas de determinadas proyecciones filosóficas.Si queremos trabajar con datos objetivos hay que eliminarlas a priori. Un simple análisis de las teorías que acabamos de exponer nos muestra que ambas responden a mecánicas evolucionistas: la primera se refiere a una especie de decadencia moral y constituye una añoranza por el pasado lejano; la segunda hace apología del progreso, la mejora de las condiciones de vida y la diversificación de los conocimientos. Para una, el hombre alejado de la naturaleza se ve abocado a la maldad; para la segunda todo se basa en la esperanza en el trabajo y la cultura con el fin de construir un mañana feliz.

¿Y si el hombre no hubiese cambiado en lo básico de su comportamiento y sus reacciones? ¿Y si no hubiese sido ni el bruto ni el cordero que se desprende de ciertas versiones caricaturescas? ¿ Y si desde siempre fuese un ser complejo, dotado de sentimientos afectivos y también, en ocasiones, capaz de reaccionar con dureza y violencia? (...)

...

Comentario adicional;

El caso es que hay gente que huye hacia atrás y gente que huye hacia adelante; vamos, lo que sea para no vivir en el momento que les pertenece. A menudo idealizamos o demonizamos en exceso lo que no nos corresponde vivir; y si la ciencia, que debería ser objetiva con los datos, se mete a este juego conscientemente, sus resultados no son válidos.

La violencia cultural, es decir, aquellas expresiones de violencia que no pueden compararse con las del resto de animales por ir más allá de factores biológicos, ha existido siempre. Es un mito hermoso, pero la Edad Dorada no ha existido sobre esta tierra, para los humanos. Por otro lado, es muy difícil teniendo los pies sobre la tierra y viendo a nuestro alrededor, creer que la vayamos a alcanzar a futuro.

A la luz del estudio de Guilaine y Zammit se ven algunas sociedades más pacíficas y otras más belicosas, ya en el pasado remoto. Con las sociedades, al igual que con la teoría de la evolución biológica de Darwin, es un malentendido pensar que sobrevive el más fuerte, el que en realidad sobrevive y prospera es el más apto, el mejor adaptado al momento y el entorno; pero los momentos y los entornos cambian, y las características que te sirven una vez, al rato se convierten en tu peor desventaja, y pasado un tiempo vuelve a funcionar.

Si mañana despertáramos en cualquiera de los territorios que actualmente se encuentran devastados por las guerras, sería difícil creer que lo que se ha dado en llamar progreso, por sí mismo, lleve a un futuro mejor. Tampoco es cuestión de paciencia.
Que seamos afortunados de vivir en unas sociedades, unos lugares y un tiempo más tranquilo que gran parte de la humanidad, no lo dudo; de otro modo sería bastante difícil que estuvieramos aquí escribiendo y leyendo. Pero el mundo no está acabado y en cualquier momento pueden girar las tornas, aunque es una posibilidad que parece difícil de aceptar...

...

Resumen de capítulos de la obra.

Capítulo I. Reflexiones preliminares.

La violencia queda documentada históricamente en las manifestaciones artísticas y arquitectónicas de las iniciales civilizaciones, así como en los primeros textos de la antigüedad. De este modo, los autores, presentan el tema y la intención de la presente obra, indagar, a través de la Arqueología y ayudados por estudios etnográficos, más allá de estas compuertas de la historia, a la búsqueda de rastros de violencia en la prehistoria. De esto deriva ineludiblemente, el cuestionar al tiempo la relación natural y cultural del ser humano con la misma.

El primer tema a tratar será la historiografía, la manera cómo el contexto de la Arqueología ha influido sobre sus líneas de investigación, interpretaciones e hipótesis. Se pone de ejemplo la proliferación de hipótesis invasionistas en el momento de explicar un cambio cultural, coincidiendo con un periodo violento, marcado por conflictos bélicos en la Europa contemporánea; mientras que los años de calma que siguieron verían nacer hipótesis a favor de evoluciones internas para explicar estos mismos cambios. Esta situación se evidenciará en el hecho de que, a lo largo del tiempo, un mismo hábitat pueda ser interpretado de maneras enteramente opuestas.

Por otra parte, en no pocas ocasiones, se ha proyectado en la investigación Arqueológica la voluntad de demostrar unos modelos explicativos formados a priori, entre los que destaca el caso de la Edad de Bronce de Córcega y la supuesta vinculación de la cultura “torreana” con las invasiones del segundo milenio y los llamados “pueblos del mar”.

Adentrándose en la línea de estas reflexiones preliminares, los autores proponen a continuación la cuestión de los orígenes de la agresividad humana, empezando por su componente biológico, relacionándolo mediante datos procedentes de la etología con el comportamiento de los primates y mamíferos superiores. Se concluye que la expresión de la agresividad humana supera en complejidad a la de éstos, hecho la caracteriza, cuanto menos, como producto del proceso de hominización.

Sigue a continuación el debate entre si esta agresividad debe entenderse como un rasgo natural o como un elemento cultural. En esta esfera destacan las opiniones contrastadas de A. Leroi-Gourhan, quien defendía la guerra como evolución de la caza, medio de subsistencia humano y, por tanto, aptitud natural del mismo, y P.Clastres, quien rechaza la explicación del comportamiento humano si no es en el ámbito de lo social, resultando de ello la idea de la guerra como fenómeno cultural.

Regresando de nuevo a la historiografía, se cuestiona la idea generalizada de que la violencia prehistórica vendría de la mano del Neolítico. El tópico de la “Edad de Oro”, el mito del Paraíso Original, o bien la idea moderna del “Buen Salvaje” se proyectan en el pasado hasta establecer una dicotomía entre un Paleolítico “natural” y pacífico, y un Neolítico cultural y belicoso. Por otro lado, la interpretación materialista, hace pensar que fue el desarrollo del sistema productivo, el almacenaje, y la posesión privada aquello que, suscitando envidias y codicias, o por la simple necesidad de aquellos menos favorecidos, generalizó la violencia y la guerra como un medio de relación social; luego, si las sociedades paleolíticas no eran productoras, quedaban fuera de este marco explicativo, y se suponían apacibles.

Sin embargo, hay datos suficientes para hablar de violencia paleolítica, en un sentido estrictamente humano, “conflictos llevados a cabo por hombres armados”[1]. Señalan los autores que los motivos que llevan a estos enfrentamientos, individuales o colectivos, pueden existir independientemente de la producción ( rupturas de alianzas, ofensas,…) y, por tanto, ser realidades muy anteriores al momento neolítico.

Tal como se ha apuntado anteriormente, la expresión de la violencia humana adquiere formas complejas. A través de paralelos etnográficos se puede pensar en la existencia, en el ámbito cultural, un control de la violencia que daría lugar a batallas o guerras rituales. Las batallas y guerras rituales tendrían en ocasiones un cariz lúdico, y consecuencias de cara al individuo participante en lo que respecta a su posición social. Al mismo tiempo, estos enfrentamientos, aún conllevando la muerte de algunos de sus participantes, podrían constituir un medio de limitar los conflictos y las víctimas a la mínima expresión.

También en el ámbito cultural, una administración de la agresividad podría hallarse tras la idea de los sacrificios humanos. El hallazgo de sepulturas simultáneas, abiertas y cerradas en un solo uso, ha llevado a plantearse a los investigadores la posibilidad del sacrificio, aunque, como señalan los autores, también ciertos sepulcros individuales podrían pertenecer a individuos sacrificados. En palabras de R.Girard: “ la violencia del sacrificio representa una solución, un modo de canalizar la agresividad de toda la comunidad.[2]” Cabe destacar la diferencia ideológica entre el asesinato, considerado negativo, y el sacrificio, considerado positivo, por más que desde la óptica moderna haya quien los sitúe como fenómenos muy próximos. Por otra parte, se sugiere la posibilidad de la existencia del sacrificio por sí mismo, anterior a la voluntad de ofrenda a una divinidad, y tal vez tampoco con la ostentación de poder de un potentado.

Para terminar estas reflexiones preliminares, los autores se centran en los ámbitos de la expresión de esta violencia susceptibles de dejar rastros arqueológicos. En lo referente al homicidio, seas cuales sean sus motivos y modalidades, no suele dejar restos; puede ser eliminado conscientemente (arrojándolo al agua, quemándolo…), o bien abandonado en el lugar de la muerte, dónde por acción de animales o por procesos naturales de descomposición, dejará pocas evidencias arqueológicas. Por último, también puede ser consumido por otros humanos, o bien, que partes de sus restos sean manipuladas para la confección de útiles ( si bien esto no tiene porqué estar relacionado con el homicidio). Será el entierro dentro del contexto de una necrópolis el que en principio proporcionará mayor cantidad de datos para el Neolítico. Las agresiones colectivas serán localizadas mediante la Arqueología a través, por ejemplo, de fosas comunes con restos acumulados de cuerpos o muertos abandonados en campo de batalla y fosilizados rápidamente.

Por otra parte, en el campo de castigos y afrentas, solamente se podrán localizar por los restos dejados en los huesos o en la carne ( en el excepcional caso en los que ésta se conserve) y a través de estudios muy minuciosos. Otro aspecto de la violencia, que puede tener un cariz religioso y social, susceptible de ser localizado arqueológicamente es el de las mutilaciones rituales.

...

Capítulo V. La construcción del guerrero.


En el presente capítulo, los autores se encargan de desarrollar un modelo de las sociedades neolíticas y calcolíticas con el fin de enmarcar los datos obtenidos acerca de evidencias de violencia en un contexto social e ideológico. Para ellos, el aumento de los actos violentos está estrechamente relacionado con el funcionamiento social.

En primer lugar, se centran el papel jugado por los elementos de prestigio que se hallan en las sepulturas del periodo. Estos elementos no aparecen en un registro cotidiano, lo que da lugar a pensar que se trata de elementos destinados a subrayar la posición social, entre los que jugaría un papel especial la armamentística. Para esta época, la caza ya no jugaría un papel relevante en la aportación económica, pero, sin embargo, seria un medio de promoción social, así como los enfrentamientos bélicos. Señalan los autores que el arma, útil de fuerza y destreza, se convertiría en un elemento simbólico íntimamente relacionado con el mundo masculino; por un lado, como representante de las funciones del género (en oposición a las que se suponen de ocupaciones femeninas cotidianas, relacionadas con la agricultura y el hogar ) entre las que se exaltaría la violencia, o capacidad de agresión. Tres elementos destacarían entre estas armas; el arco, el puñal y el hacha.

Se habla de una incipiente y progresiva preeminencia del mundo masculino; esta vendría propiciada por la introducción del arado ( y el acceso de los hombres a las tareas agrícolas), la invención del torno (en Oriente) o la aparición de la artesanía metalúrgica.

Por otro lado, la iconografía del momento refleja un desarrollo de la simbología masculina y guerrera. destacan especialmente las estelas y estatuas-menhires europeas, en las que los hombres están provistos de armas, especialmente puñales, en tanto que la característica esencial de las representaciones femeninas son sus pechos. Para los autores lo femenino se sujeta a lo natural, y lo masculino a lo cultural.

En lo referente al registro funerario, los hombres se acompañan con ajuares en los que se hallan elementos de ornamento y recipientes especiales, pero destacan ante todo las armas de sílex o bien ya elaboradas en metal, entre las que se cuentan puñales, flechas, hachas... y, en ocasiones, variedades de cetro. Las sepulturas femeninas, salvo algunas excepciones en las que se encontraron acompañadas por puñales, suelen llevar un ajuar a base de ornamentos y piezas relacionadas con tareas cotidianas (fusayolas, leznas…).

Un ejemplo de la subyugación femenina a lo masculino, parece encontrarse entre los restos de la Edad del Cobre italiana, en el caso de la tumba de la “viuda”, perteneciente a la cultura de Rinaldone (3200-2500 a.n.e.). En esta tumba parece documentarse el sacrificio de una mujer joven, con el fin de acompañar a un individuo masculino dotado de un valioso ajuar armamentístico. En cualquier caso, es evidente la correspondencia entre el mundo simbólico reflejado por el contexto funerario y las representaciones halladas en las estelas y estatuas anteriormente citadas.

Por otra parte, las armas alcanzan valor por sí mismas. Se habla del desarrollo de un artesanado dedicado a la confección de las mismas, que aún realizándose en el ámbito de lo doméstico, junto a instrumentos bastos de labor y valor secundario, las armas, (en ocasiones útiles y en otras, simples elementos de parada), están realizadas con precisión técnica, y destinadas a proyectarse más allá de la comunidad productora. Se ha llegado a diferenciar espacios destinados a la elaboración de flechas, por ejemplo, en el poblado de los Millares (Santa Fe de Modújar, Almería).

Paralelamente, el artesanado podría haber ido divergiendo de la elaboración doméstica de útiles, a la vez que adquiría competencias en la elaboración de elementos ornamentales, cuyo destino seria paralelo al de las armas; esta orientación al exterior permitiría a las élites mantener una política de intercambios y alianzas en el ámbito regional. Al mismo tiempo, el hecho de que estos bienes de prestigio fueran amortizados como ajuares mortuorios aseguraría la continuidad de su demanda.

Haciendo nuevamente referencia a la producción estatuaria de representaciones masculinas y armadas de la Europa del III milenio a.n.e. , los autores introducen el debate sobre si se debieron al invasionismo de poblaciones (para este periodo se atribuyen migraciones “indoeuropeas”, procedentes del las estepas centroasiáticas y el este europeo), portadoras en oleadas de la nueva ideología y simbología o bien, al contrario, por una evolución interna y progresiva por parte de las comunidades europeas hacia una mayor jerarquización social y de género.

Contra la hipótesis difusionista existen evidencias sólidas; tanto la tradición estatuaria con motivos masculinos como la jerarquización social o, cuanto menos, la preeminencia de ciertos personajes o linajes tiene antecedentes en el mismo territorio europeo. La difusión real seria en este caso la de las técnicas metalúrgicas, que se introducirían en el desarrollo de la armamentística preexistente hasta llegar al puñal de bronce y la espada del II milenio.

En el ámbito del desarrollo de una ideología principalmente masculina, los autores presentan una hipótesis interpretativa para emplazamientos que tradicionalmente se considerarían santuarios al aire libre destinados al culto taurino y celeste. Según esta hipótesis; lugares como el Mont Bego, en la región alpina, en los que se hallan representaciones de astados (especialmente bóvidos), puñales y arados, serian espacios destinados y restringidos a rituales masculinos; ritos de pasaje, iniciaciones, inclusiones en nuevos grupos sociales, etc. Por otro lado, se defiende que las representaciones corresponderían a un trasfondo ideológico emergente, en el que las representaciones se remitirían a funciones masculinas; combate y defensa, posesión de la tierra… se apunta a que estos temas representados adquirirían un contenido mitológico.

Otro aspecto que puede aportar información acerca del contexto social de la violencia en el Neolítico es la configuración de los hábitats, especialmente las relaciones existentes entre poblados abiertos y poblados fortificados. Aunque se apunta a una preferencia, en lo que a estudios arqueológicos se refiere, hacia los últimos.

Destaca, en el sudeste español, los yacimientos fortificados, entre finales del IV y III milenio a.n.e. ; para los que se hicieron lecturas invasionistas y locales. en el desarrollo indígena hacia nuevos modelos sociales que llevaran a la necesidad de fortificaciones y sistemas de defensa el medio juega un papel importante.

En las regiones aisladas o montañosas, la densidad de población sería baja, y varios grupos explotarían simultáneamente unos mismos recursos naturales (agua, tierras,…). En este ámbito, la aparición de arquitectura defensiva no estaría justificada.

Sin embargo, en el llano y los valles, o zonas privilegiadas en función de su localización (mejores tierras, vías de comunicación) se desarrollaría una ocupación superior, produciéndose una concentración de poblados. La falta de espacios llevaría a una intensificación en los cultivos lo que en la época significaba el desgaste de las tierras, derivando hacia una competencia territorial. Esto daría lugar a una fortificación, a falta de defensas naturales, de determinados centros de población más favorecidos, que, en una segunda fase, pasarían a controlar a otros periféricos de menor importancia, sometidos a una suerte de vasallaje.

Para concluir el capítulo, los autores introducen una reflexión acerca del origen del guerrero en Occidente. Como sucediera en el caso de las estelas y estatuas-menhires, la figura ideológica del guerrero ha sido con frecuencia tribuida a la aportación de poblaciones invasoras que habrían dado fin a una comunidades neolíticas poco estructuradas socialmente y sin demasiados elementos de tensión.

Sin embargo, tras el análisis de los datos obtenidos, para el periodo neolítico del oeste europeo ( y también para su Paleolítico), parece completamente lícito hablar de esta nueva figura ideológica como resultado de una serie de transformaciones internas en el seno de estas comunidades. Las tensiones, ya existentes en los primeros periodos, se acrecientan azuzadas por la paulatina jerarquización social del V y IV milenios a.n.e., que seguirá acentuándose en el III milenio a.n.e., aún antes de la llegada del metal.

La adopción de la metalurgia será un elemento más en esta dinámica, a la que se añadirán también determinados comportamientos o costumbres de los que una clase social deseosa de distinguirse adoptará como propios. Se apunta hacia una incipiente aristocracia, en parte hereditaria, en parte sujeta a pruebas en función de la inestabilidad de las relaciones sociales y la competitividad.

Por último, se hace mención de las importantes diferencias entre esta imagen del guerrero occidental europeo, caracterizado por su individuación, para el que los enfrentamientos pueden constituir un motor de prestigio social, y el soldado perteneciente a tropas y milicias, que encontramos en el mundo urbano contemporáneo del Próximo Oriente.


--------------------------------------------------------------------------------

[1] GUILAINE,J. I ZAMMIT,J. (2002): El camino de la guerra. La violencia en la Prehistoria, Col. Ariel Prehistoria, ed. Ariel, Barcelona. p.45

[2] Girard, 1972 en Íbid p.56
 

Vaelia Bjalfi, Octubre de 2007