
De libros, manuales, literatura y experiencia
Aquellos
que han leído los artículos de Perro Aullador (la web), o
han estado en alguno de mis grupos, saben de mis exigencias acerca de
las bibliográficas y las normas de transmisión de la
información según cierto estándar
académico, toda ellas adquirido en el tiempo que pasé en
la universidad.
Y creo que es
necesario conocerlas y darlas a conocer, puesto que queda mucho trabajo
por realizar en ese aspecto, incluso dentro de las mismas instituciones
que, se supone, deberían respetarlo.
Ahora bien, ese es
sólo un aspecto de mi trato con los libros, la relación
correcta a establecer con publicaciones tales como revistas
especializadas, manuales académicos y obras de historia,
antropología, y temas derivados.
En el caso del
paganismo, lamentablemente, me da la sensación que la palabra
"libros" equivale a los manuales o publicaciones de Buckland, McCoy,
Cunningham y otros autores del sector... Digo, lamentablemente, no
porque crea que esos libros estén mal en sí, sino porque
al ser meras guías introductorias de las que no se puede sacar
más que algunas directrices básicas. Desde luego, no se
puede sostener una discusión académica basándose
en ellos -para ser historiadora, por ejemplo, McCoy deja mucho que
desear-.
Pero, más
allá de eso, con ellos se no puede obtener una "experiencia
lectora" de mayor nivel del que nos aportaría una
"introducción al cultivo del huerto casero". Y ciertamente,
aún hay paganos que creen que toda la formación requerida
se puede alcanzar a través de esas obras, o de la misma red, sin
que tengan que salir de sus casas (o, incluso, despegar el culo de la
silla); pero es que la lectura de ese tipo de manuales, tampoco es lo
que yo considero precisamente una experiencia literaria.
Hay otro tipo de
publicaciones, otro tipo de lecturas, y un buen surtido de experiencias
vinculadas a ellas. Hay libros, como los manuales, que son
herramientas, que son técnicas; pero hay otro tipo de escritos
que habla directamente a lo más profundo de nuestro ser, que
llega al alma y la sacude, alterando nuestra percepción sobre la
realidad circundante, que abre una grita en nuestras vidas, trazando
con ella una línea entre lo que éramos y lo que somos...
después de darnos cuenta de cómo algo que dormía
agazapado en nuestro interior, se ha levantado, respondiendo al llamado
de esas palabras que nos llegan como un hechizo de resurrección.
Hay libros que nos
acompañan, cuando estamos aislados y todo en nuestro entorno nos
hacen sentir como raros por aquello en lo que creemos o por la
elección que tomamos; entonces la obra es un punto de encuentro
con la voz del que escribe, y cada línea parece darnos aliento,
animándonos a seguir. Aún separados por la distancia y el
tiempo, no estamos completamente solos, alguien pensó eso que
pensamos, alguien sintió algo parecido a lo que sentimos.
Hay libros que
marcan una época muy concreta de nuestras vidas y luego dejamos
atrás; y otros, inagotables, que releemos cada cierto tiempo,
viendo en ellos algo nuevo acerca de la vida, y acerca de nosotros
mismos; tomando conciencia de cómo han cambiado nuestras
prioridades, nuestros deseos, metas o preocupaciones, nuestro modo de
sentir.
Hay libros con los
que dialogamos; leemos unas líneas, pensamos, respondemos,
seguimos leyendo. Textos que nos enfrentan a lo que somos, como un
espejo, nos guste... o no. Obras que vienen a apoyar nuestras
teorías existenciales, otras que recuerdan aquello que ya
sabemos pero nos cuesta aceptar, y que nos ayudan a aceptarlo. Porque
un libro es paciente, un libro se muestra, puedes abandonarlo y volver
a él, y allí estará esperando a que lo vuelvas a
abrir, para hablarte en el silencio, en la intimidad que se crea cuando
estás a solas y estás atento.
Hay libros
sensuales, que nos hacen comprender o incluso adquirir maneras de
percibir el mundo que ignorábamos antes de encontrarlos. Hay
libros evocadores, que despiertan nuestros sentidos, que nos hablan
acerca de la existencia de olores, matices de luz, tactos y sabores en
los que hasta el momento no habíamos reparado, llamando la
atención sobre ellos. Libros que nutren nuestra experiencia,
tornándola madura como el sol a la fruta. Y aún nos
enseñan el camino de interiorizarla, de llevarla bajo la piel,
de hacerla tangible en nuestros pensamientos.
Es difícil,
para el que no haya cazado libros, entender la alegría de un
descubrimiento fortuito, o la responsabilidad que recae sobre ti cuando
sostienes una excelente obra de la que sólo quedan circulando
dos o tres ejemplares, o ya ninguno. O el placer de hacer llegar libros
de una ciudad a otra, de un continente a otro; los libros adecuados a
las personas adecuadas, como un insecto arrastra el polen o un ave las
semillas.
Los buenos libros
son un objeto de lujo, y aún en el plano más material es
difícil describir lo que se siente cuando llega un libro muy
esperado a nuestras manos, ese al que hemos seguido el ratro, ese que
hemos esperado con la paciencia de un devoto. Ese libro cuya cubierta
suave o ajada acariciamos con ternura; que abrimos ceremoniosamente
sintiendo el olor de la tinta reciente, o de los años de
encierro en los estantes de una vitrina o la humedad de una vieja caja
abandonada.
Hay libros que nos
lee nuestra voz interior como si alguien contara una vieja historia
entorno a una hoguera, o como si una madre o una abuela nos susurrara
un cuento antes de dormir.
Hay libros
mágicos, porque en ellos se encierra la magia de las palabras,
poderosa hoy día como lo fuera hace miles de años,
capaces de abrir las puertas a esos otros mundos que están en
este, pero no son manuales, ni académicos.
Son libros escritos
por personas que vivieron y como náufragos de un tiempo y un
espacio que lanzaran un mensaje al mar de las distancias, nos legaron
esa experiencia, esa propia manera de percibir la realidad,exterior e
interior. Es su voz interna la que nos llega, codificada en
grafía, pero voz al fin, que revive al entrar en contacto, si
sabemos ser buenos receptores.
Vaelia Bjalfi, Abril de 2008
