
Leteo y Mnemósine
El
Leteo es el río del Inframundo griego del que beben las almas
para olvidar la vida que dejan atrás. Y, sin embargo, algo
más adelante mana la fuente o laguna de Mnemósine, la
memoria, reservada para los iniciados.
Hallarás, a la izquierda de la mansión de Hades, una fuente,
y cerca de ella, erguido, un albo ciprés.
Allí, al bajar, las ánimas de los muertos se refrescan.
¡A esa fuente no te allegues de cerca ni un poco!
Pero más adelante hallarás, de la laguna de Mnemósine
agua que fluye fresca. Y a su orilla hay unos guardianes.
Ellos te preguntarán, con sagaz discernimiento,
por qué investigas las tinieblas del Hades sombrío.
«¿Quién eres? ¿De dónde eres?»
Y tú les dirás absolutamente toda la verdad.
Di: ¨Hijo de Tierra soy y de Cielo estrellado;
mas mi estirpe es celeste. Sabedlo también vosotros.
De sed estoy seco y me muero. Dadme, pues, enseguida,
a beber agua fresca de la laguna de Mnemósine».
Y de cierto que consultarán con la reina subterránea,
y te darán a beber de la laguna de Mnemósine.
Así que, una vez que hayas bebido, también tú te irás por la sagrada vía
por la que los demás iniciados y bacos avanzan, gloriosos.
Cf.
Bernabé, Alberto, y Jiménez San Cristóbal, Ana
Isabel, "Instrucciones para el Más Allá. Las laminillas
órficas de oro", Madrid, 2001
No pocas veces nos aferramos a nuestros recuerdos, como una forma de
autocastigo. Nos identificamos con ellos, reviviéndolos una y
otra vez, a pesar de que hayan caducado y, buenos o malos en origen,
resulten igualmente dañinos por estorbar en la vivencia del
presente. El olvido es, entonces, el consuelo de aquellos que no son
capaces de digerir las experiencias, impresiones o conocimientos que se
acumulan como una carga tan pesada como inútil.
Sentimos pánico, en ocasiones, ante la noción de olvido,
como si las cosas que no recordamos se perdieran para siempre, como si
supusiera una traición a lo que un día fuimos. Y, sin
embargo, hay demasiadas viejas historias ocupando un espacio en nuestra
mente, el mismo espacio que debería destinarse a otras.
Y, sin embargo, no es tan necesario olvidar como gestionar
correctamente los recuerdos, a medida que avanzamos en nuestro camino;
de modo que ni sean una fuente de sufrimiento, ni nuestra felicidad
dependa de ellos... lo que ya fue no se puede revivir, ni cambiar.
La única opción es emprender una absurda lucha con ello,
que no haga más que avivar el fuego que pretendemos apagar; o
bien tratar observar las cosas como son, digerirlas, quedar en paz, y
seguir adelante con lo que nos ocupa en el presente.
Y, en ocasiones, también es necesario, incluso vital, recordar.
Recordar las cosas que sí importan, que sí nos ayudan a
avanzar, aquellas que, cuando se hunde nuestro barco, vienen a sacarnos
a flote en lugar de arrastrarnos con ellas al fondo. Las mismas cosas
que suelen quedar relegadas al fondo de la memoria, porque el plano
inmediato está obstaculizado por montañas de otros
pensamientos y recuerdos más bien mediocres que no hacen
más que molestar.
Sólo se puede apelar a la Memoria cuando ya no se necesita
olvidar, cuando los recuerdos son una ayuda y no una carga; cuando nada
de lo rescatado es en vano, porque nada se ha acumulado a ciegas y en
desorden: cuando se ha vivido de un modo consciente.
Vaelia Bjalfi, Mayo de 2008

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