Cada vez lo de magia me suena más
extraño, y se hace raro pensar en la idea que tenía
sobre el tema en hace años; con sus círculos, sus
invocaciones, sus amuletos y demás. Ahora se me hace cada vez
más difícil hacer una diferencia entre la magia y el
resto de cosas de la vida en sí.
Hay mecanismos, modos de hacer las
cosas que el paso del tiempo se encarga de tornar tan sutiles como si
no estuvieran allí. Cómo si hubiera un camino que lleva
a cada cosa, y una parte del ser como la capacidad olfativa que lo
rastrea, y me la trae o me lleva, sin más parafernalia.
De modo que ante la necesidad uno puede
confiar en con esta parte de nuestra persona, y olvidarse del asunto
el resto del tiempo, hasta que vienen de regreso, como respuesta, las
imágenes e ideas más precisas acerca de la situación
o de lo que se debería hacer al respecto. Y siguiendo este
intercambio como quien dialoga con un cómplice, llega sin
esperarlo el momento de abrazar nuestro objetivo, cuando entendemos
que nunca estuvo tan lejos como podía parecer.
En la magia de la que hoy hablo, se
hacen las cosas como si no estuviera haciendo nada, y se hacen porque
es un deber o una necesidad, sin concesiones a los caprichos y sin
importar lo que suceda al final... Porque el Universo puede conocer
de nuestros planes y cambiarlos a su antojo; pero son nuestros pasos
los que forjan ese camino que es nuestro único patrimonio en
la Tierra.
Siempre lo mismo, es como ver una
maraña de hilos, y encontrar el que tira de la información
o el objeto de nuestra voluntad; y lo demás ya viene solo. A
veces es incluso tan simple como que no estamos en el lugar adecuado,
o no tenemos la visión adecuada... y entonces es cuestión
de moverse uno en lugar de ponerse testarudo en el propósito
de mover el resto de elementos de nuestro entorno.
Una vez alguien decía, algo
asqueado, que la "magia natural" requería paciencia.
Es verdad. A veces quiero saber algo y lanzo la pregunta, sé
que la respuesta llegará; pero también sé que,
depende cómo, puede ser mejor que me siente o me dedique a
otros mientras tanto, ya llegará cuando sea el momento.
Reconocer los momentos de las cosas es una habilidad que no debería
descuidarse en este Arte, que ya no es sólo magia, que es el
Vivir.
¿Dónde quedan, pues, los
círculos, las herramientas, las invocaciones... ? En el
montoncito de elementos a nuestro alcance, como elementos que pueden
ayudar en un momento dado, pero de los que se puede prescindir. Todo
lo que necesitamos está en nosotros, y lo que significan en
realidad unas manos, un corazón y un cerebro es algo que
formará parte, sobretodo, de nuestro aprendizaje.
Y el aprendizaje es constante, en todos
los aspectos de la vida, o no es.
De poco sirve invertir de modo parcial
nuestro tiempo y recursos en el aprendizaje. Es un proceder que,
aunque pueda ser disciplinado, como una vela ilumina un tiempo pero
acaba por consumirse, creando además una ilusoria distinción
entre nuestra experiencia mágica y nuestra experencia vital,
como una mancha de aceite flotando en un vaso de agua.
Los años pasan y nosotros,
personas del común, no podremos usualmente tomarnos el lujo de
retirarnos , faltar al trabajo, dejar de cuidar nuestras casas, o
atender nuestras obligaciones. De modo que la única estrategia
para que el camino que elegimos no se cierre ante nuestros ojos será
comprender que nosotros somos ese camino, abriéndose paso en
la vida día a día, como sucedió muchas otras
veces antes de que nuestros pies aprendieran a acariciar la tierra, y
como sucederá después que ya no estemos; y, sin
embargo, siempre como si fuera la vez primera.
Y si nuestros propios pasos son el
camino, cada uno de nuestros actos será un reflejo de su
esencia; en cualquier momento... no perdemos nuestro punto de enlace
con las raíces, ni nuestra referencia en las estrellas; no nos
sentimos abandonados, ni apartados del camino y ni nada podrá
robarnos el tesoro que del que somos custodios mientras vivimos.
Vaelia Bjalfi, Febrero 2008