Letra, música y magia
Hace unos días estuve
repitiendo mentalmente una serie de canciones; consciente que inciden
en el tono de mis pensamientos, y el modo en el que percibo cuanto
acontece a mi alrededor. Canciones genéricas, que cobran un
sentido específico en mis circunstancias, palabras ajenas que
hago propias; ni sus letras ni su música han sido elegidas al
azar. Escucharlas, y luego recrearlas en mi mente, sirve para un
propósito específico. Y funcionan.
Pensando más tarde en ello, volvió a mi memoria una
curiosa escena; con diez años menos, de pie ante un mueble usado
a modo de atril, a la luz de las velas, y rodeada del humo de incienso,
abro ceremoniosamente un libro y leo unos versos concretos, una y otra
vez.
Primero, rápida y entrecortadamente, una segunda vez, calmada...
otra vez saboreando cada palabra como un fruto maduro entre mis dientes
y mis labios, luego haciendo lo propio con las imágenes
sugeridas, y así hasta volcarme en cada letra, cada
símbolo, hasta quedar desligada de los sonidos y significados.
Luego emprendo el camino de regreso.
Era un poema de "Las Flores del Mal", de Baudelaire. Y ya sé
entonces que hay cosas con las que se puede hacer daño, pero yo
sé manejar estas cosas, del mismo modo que no uso los cuchillos
de la cocina para autolesionarme o dañar a otros. Del mismo modo
en que sé que si alguien me pregunta qué he hecho, no lo
sabré explicar de un modo convincente. Pero necesitaba encontrar
a cierta persona y, pocas horas después, compruebo hasta que
punto ha funcionado.
No es la primera, ni la última vez que unos versos - con o sin
rima, con o sin acompañamiento musical -, pronunciados,
elevados, recorridos con la intención precisa, me
servirán de puente hacia el objetivo a alcanzar; Un llamado, un
destierro, un escudo, una limpieza, una catarsis...
Mucho antes de que irrumpieran en el mercado los manuales, yo
recorría sola a un tiempo los bosques de la tierra y la
literatura, tomando los frutos que allí crecían. Con la
insolencia de la niñez, de la juventud, robaba alguna de
aquellas manzanas prohibidas - no eran lecturas que correspondieran a
mi edad- y las arrastraba a escondidas a la intimidad de mi refugio.
Jugaba con las palabras para que dijeran lo que yo quería que
dijeran, deleitándome en aquellas imágenes que mi sentir
empapaba de nuevos significados, tan propios como si yo misma las
hubiera hilvanado en aquellos versos.
Tardé algún tiempo en darme cuenta de los malos usos que
se pueden dar una acción así, o de lo que se puede perder
por el camino. Tardé algún tiempo en comprender que con
Nietzsche o Platon, Goethe o Valéry no compartirian precisamente
mi visión del mundo, y que era mejor crecer tratando de aprender
de su pensamiento que tratar de reducir sus aportaciones hasta que
cupieran en mis propias interpretaciones.
Uno de los golpes más duros que puede recibir una persona es el
ver como otra emplea sus palabras, su creación, para unos
propósitos desviados o incluso contrarios a los que defiende.
Pero también aprendes que ciertas ideas, como los hijos, no nos
pertecen sino que pasan a través de nosotros; y una vez salen al
mundo seguirán un camino propio.
Así, buscando el modo correcto de proceder, llegué a la
conclusión de que las obras que el mundo nos ha dado tienen dos
planos de existencia, el sentido que les dieron su autor por un lado, y
el contexto por otro; y el sentido que les dan los diferentes
receptores. ( Lo incorrecto es tratar de imponer el sentido que uno da
a las cosas sobre la persona que las trajo al mundo).
Ya en paz con los autores, y sin menospreciar la capacidad creativa de
cada cual, lo cierto es que a veces nos encontramos con palabras que,
de un modo u otro, están perfectamente alineadas para describir
algo que no sabríamos explicar mejor por nuestra propia mano.
Versos, canciones, que ante nosotros se convierten en clarísimos
espejos del momento que vivimos, reflejos de la flor de nuestros
anhelos, o de la sombra oscura de nuestros temores. Que despiertan una
parte de nosotros que hasta el momento dormía, que parecen tirar
del otro extremo de una cuerda que nos rodea. Que nos dan alas, o nos
ayudan a tocar tierra, que nos dan valor, o nos apaciguan, o prenden
nuestro deseo y nos permiten encauzarlo en la dirección correcta.
Canciones inocentes, que podemos escuchar o repetir mentalmente en un
contexto ritual, o bien mientras vamos de camino al trabajo o
realizamos las tareas domésticas. Sonidos e imágenes
cargados de intención que volverán, fieles, a nuestra
mente como un acto reflejo cuando sin otra herramienta a mano sintamos
miedo, o estemos demasiado nerviosos, o necesitemos romper un momento
de parálisis.
Práctico, discreto, sencillo y económico :)
La contraparte, por supuesto, existe; y del mismo modo en el que
podemos atraer lo que más adecuado, podemos atraer lo más
inadecuado. De ahí la importancia de hacer una buena
selección de aquello que leemos o aquello que escuchamos... Las
canciones tienen una manera de envolvernos, de filtrarse en nosotros,
que luego puede resultar difícil desprenderse de los ecos que
siguen repitiéndose en nuestro interior, con sus
correspondientes efectos.
Aunque algunos autores que han tratado el tema dan consejos generales,
yo no me aventuraría a decir que tipo de música (o
mensajes) es mejor o peor, pues considero que esto dependerá en
gran medida de la persona y la situación. De cada cuál
depende el darse cuenta de lo que le sienta mal, y lo que le sienta
bien, como debe tener claros la atmósfera que le conviene crear
y los objetivos que quiere alcanzar. Hasta el néctar y la
ambrosía pueden ser perjudiciales en exceso, mientras que la
dosis adecuada de veneno en la situación precisa, puede ser una
excelente medicina.
***
PD: Las emisoras de radio comunes, resultan un juego o una herramienta
de auto observación bastante curioso, siempre que uno;
a) tenga tiempo o, en su defecto, carezca de algo mejor que hacer, y
b) sea capaz de dejar sus prejuicios musicales de lado :P
Se trata de sintonizar una emisora y dejar que suenen unas cuantas
canciones, ahora sí, al azar ( si son muy horribles o no nos
dicen nada, se puede cambiar de emisora, porque no se trata de un
ejercicio de autotortura). Tarde o temprano, sonará algo cuya
letra podremos interpretar poniéndola en relación con
nuestra vida, algo aplicable a nuestra situación presente...
Hazle una pregunta a la radio, a ver que te responde.
Cuando has escuchado tres o cuatro canciones, ya puedes empezar a darte
cuenta de cuáles has seleccionado como adecuadas como un
mensaje-respuesta, y cómo has tratado de hacer encajar los
personajes y situaciones de la canción y los de tu vida.
Plasmando los propios temores o deseos, jugamos con ellos, les damos la
vuelta para que digan lo que queremos oír. ..
Siempre hay una parte de nosotros que trata de interpretar a su gusto
los mensajes que recibe, y otra que trata de hacer encajar nuestra
propia experiencia vital en argumentos dados como "moldes"; es bueno
observarlas, conocer sus trampas, para que no nos pillen desprevenidos
cuando menos falta nos hace.
Vaelia Bjalfi , Mayo de 2008