Limpieza estacional
Como cada año,
estas fechas alteran a ciertas personas - entre las que me incluyo-
sobremanera; demasiado impulso que si no se descarga adecuadamente va
creando nerviosismo, confusión mental y otras formas de malestar
interno que agota. Resulta, por lo tanto, muy de agradecer tener alguna
actividad física que realizar, y son fechas propicias para la
limpieza.
Una limpieza estacional en
toda regla - esa en la que das la vuelta al colchón y sacas la
ropa de temporada - implica dedicación y planificación;
por eso nos tomamos al menos un día libre del trabajo para
"concluir lo que empezamos". Y conlleva toda una serie de trabajos
asociados como sacar todo lo que tenemos, deshacernos de lo
inútil, y buscar un lugar adecuado para todo aquello que
después de la selección conservamos. Y luego en todo caso
siguen el plumero, el agua, los detergentes y demás.
La limpieza estacional, como una pequeña mudanza, es algo que
solicita esfuerzo físico, mental y, no pocas veces, emocional. Y
uno no siempre se ve con ánimo de ponerse a la labor; pero en
ocasiones se hace necesario, y no precisamente por la casa.
En esas ocasiones en las que necesitas resetear tu vida, deshacerte de
lo que ya no sirve pero molesta, hacer sitio para lo que ha de llegar,
recuperar espacio personal, y reencontrarte contigo mismo.
Así que en primer lugar rompes con la cotidianidad, y te tomas
un tiempo para trabajar en otra cosa, y estar solo con tus
pensamientos. Es diferente el modo en el que uno piensa cuando tiene
las manos ocupadas... no da vueltas y más vueltas
sumergiéndose en una misma idea prometedora o tormentosa, sino
que la observa desde la distancia, sin darle más importancia de
la que merece, y nos aporta claridad y un cierto alivio.
Claridad y alivio necesarios para el momento en el que sacamos todo lo
que tenemos guardado, y pasean ante nuestros ojos tantas cosas que ni
siquiera recordábamos que estaban aún por allí;
todos esos objetos que en sí mismos no son más que
plástico o metal o tela, pero llevan asociada una maldita carga
emocional.
Y entonces vuelve a la memoria el día en que decidimos meter
aquello en lo más profundo del cajón, para que el
recuerdo asociado en cuestión no nos atormentara, pero no nos
atrevimos a deshacernos de aquello de una vez. Y llega la
reflexión de si el momento de hacerlo ha llegado, o aún
lo esconderemos hasta la próxima ocasión.
Recuerdo haber tenido una caja de zapatos en la que guardaba cartas y
escritos de otras épocas, sólo la abría para
revisarla en las limpiezas y otros momentos cumbre. La
habitación revuelta, toda la ropa del armario tendida sobre la
cama, el suelo ocupado por las columnas de libros... Llegaba "el
momento de la caja", de abrirla, sacar dos o tres hojas, leerlas
abstraída sentada de cualquier modo; recordar, sentir las
punzadas de la memoria, de la emoción contenida, sopesarlo,
sacar otras hojas, leerlas, soltar alguna lagrimilla, esbozar una
sonrisa, rasgarlas y depositarlas en una gran bolsa de basura como
quien lanza flores al mar.
Pero luego te levantas y sigues con la tarea, porque ¿recuerdas?
toda la ropa del armario está tendida sobre la cama, y no
quieres dormir en el suelo, que tampoco es el mejor lugar para los
libros.
El proceso es el mismo con la ropa, con los libros, con lo que sea...
divides entre lo que va a la basura, lo que a ti no te sirve pero
sí puede servir a otros, lo que deberías retornar a su
propietario original, y lo que te quedas. Todo tiene recuerdos, de lo
que ya no eres/no necesitas, de lo que quieres seguir siendo o vas a
potenciar.
En esta fase entra también el cambio de lugar de los muebles...
una práctica que resulta excelente cuando sentimos que el
entorno está demasiado cargado, o nosotros nos sentimos
atrapados o bloqueados. Se trata de reorganizarse, de buscar nuevas
maneras de ubicar lo que ya había, por estética o por
ganar espacio, o porque descubrimos que un mismo elemento que antes
servía para una cosa nos va a servir mejor para otra. Como el
Tetris, pero a lo grande... como en nuestras cabezas.
Luego, ya sí, el combate contra la suciedad, que se da en dos modalidades.
Modalidad dura (y primera en atenderse): cuando nos enfrentamos a la
grasa que se acumula en los rincones de la cocina a los que no llegan
nuestras manos, y a veces, ni siquiera nuestra vista. Agua muy
caliente, estropajos y lo que sea para recuperar el tacto de la
superficie original. Es la fase de la limpieza en la que podemos
descargar sin necesidad de represión todo el enojo - así
sea con uno mismo - que nos haya provocado el encuentro con ciertos
recuerdos. Le das bien fuerte, con toda tu rabia acumulada - que va a
hacer falta - , y expulsas ambos tipos de suciedad acumulada, la de la
cocina y la propia. Es mucho más efectivo que golpear una
almohada, y sirve para algo.
Y,para rematar, echamos un buen chorro de insecticida para prevenir parásitos, que nunca está de más.
Cuando se está bien cansado, es el momento de la modalidad
suave: técnicas más relajadas como el barrido/fregado
clásico, quitamos el polvo y pasamos paño húmedo,
acariciando superficies...
Y ya por último, cambio de ropa de la casa, momento ideal para estrenar toallas, sábanas, cortinas y colchas.
Cuando hemos acabado con todo, descubrimos que ya hemos recordado todo
lo que teníamos que recordar, que ya nos hemos ensuciado,
revuelto, reído y llorado, nos hemos deshecho de lo que no
queríamos, aunque con algunas cosas nos ha costado un poco,
hemos pensado en lo que sí queríamos, y en lo que
podíamos dar a otros; nos hemos peleado con nosotros mismos y
con todo, y también nos hemos descargado; hemos visto lugares de
nuestras casas que sólo nosotros conocemos y nuevas
posibilidades de colocar las cosas... Nos hemos preparado un buen lugar
en el que estar, y estamos cansados, sí, pero también
relajados y satisfechos.
Encenderemos unas velitas, pondremos, tal vez, algún perfume,
una música suave, que vaya "creando ambiente" mientras nos damos
un baño, y, al salir, felices de estar en nuestra piel, nos
secaremos con nuestras nuevas y suaves toallas, y nos iremos a relajar
aún más... porque el primer sueño después
de una limpieza de este tipo - sobretodo si hemos cambiado la cama de
lugar y hay sábanas nuevas - parece siempre más
auténtico que cualquier otro.
Hay, claro está, otras opciones para acabar el día; pero,
en todo caso, si hay que cenar, se cena fuera... sólo
faltaría!
Vaelia Bjalfi , Marzo de 2008