Las Huellas del Perro Aullador

 

Estractos del Blog de MSN, desde Septiembre de 2005 hasta Febrero de 2008.
Si un libro son muchos artículos juntos, por el momento es lo más parecido que puedo ofrecer ...



Equinoccio de Otoño, año 2005


Cada año que pasa, cada vez que la rueda gira, mi percepción sobre el ciclo se hace más y más íntima, personal. Se desliga de las fórmulas preparadas como quien bien arropado en su cama, a penas conscientemente, desliza sus calcetines lejos de sus pies para sentir el contacto de las sábanas.

Pasado el mediodía de octubre, prácticamente a las puertas de Samhain, es tal vez un poco tarde para hablar del equinoccio de Otoño. Pero así como las plantas no florecen al unísono en un día señalado, ni las hojas caen al llegar una hora marcada, el momento sencillamente llega cuando es, y por él se transita, y tal vez cuando esto ocurre, se habla y se escribe como lo hago ahora.

Ahora que me pongo a ello, me da la sensación que hace siglos que no escribo...

Así que habrá que teclear y teclear antes de que salga algo interesante; describir imágenes que empiecen a amontonarse como nubes que se reúnen, transcribir voces tenues como el trueno que se acerca lento pero seguro, antes de ser el señor de la tormenta.

Llega tarde o temprano un momento en el que una se para y dice "esto ya es algo", y es como la lluvia esperada en cuya contemplación nos deleitamos. Luego tal vez se borra todo, como queda limpio el cielo, y se redescubren los colores, cálidos como el fuego del lar y fríos como el viento del destino, en sereno abrazo.

Empieza entonces el verdadero trabajo de las raíces, los tallos y las hojas; profundizar, crecer, nutrir... tarea que en sueños hilan los que duermen el invierno, y tejen sus guardianes en la vigilia.

Siempre, a pesar del agobio de nuestras conciencias modernas, permanece inexpugnable una reserva virgen, un acogedor hogar, en el que podemos descansar seguros, en el que podemos nutrirnos y recuperar fuerzas, en el que se guarda todo aprendizaje necesario para nuestra supervivencia en los caminos del mundo.

El otoño es la estación de la plenitud, se inicia cuando el sol se hace dorado sobre las últimas mieses, como un atardecer prolongado y el aire se hace fresco como un aliento renovado que cruza la somnolencia del estío; luego viene la lluvia, el olor de tierra húmeda, el calor del hogar dónde recogemos el fruto de nuestros esfuerzos y el silencio de la oscuridad que gana terreno deslizándose suavemente sobre los días. Es un momento hermoso y sereno, tras la agitación del verano, antes del azote del invierno.

Una concesión, antes de la despedida, como un puñado de tiempo, arrancado al tiempo mismo. Una concesión, para disfrutar lo ganado con esfuerzo, para asimilar lo descubierto, para agradecer lo recibido y compartir lo que tenemos con aquellos que amamos...Antes de rendir tributo a la Muerte; que no espera, porque tiene su propio tiempo.

La dificultad y la suerte, juzgan qué permanece y qué se desvanece; vidas, vínculos, proyectos... la Muerte aparece para llevarse a los viejos cuyo tiempo ha acabado y otorgar descanso; pero esperará hasta el fin de la primavera, para cobijar en su oscuro manto de tierra aquellos cuya fuerza de nacimiento no es suficiente para aferrarse a la vida.

Aparece muchas veces más, siguiendo el hilo argumental de otras historias, ella está siempre ahí... pero se la recuerda especialmente en el frío.

No obstante, aún es Otoño; tomemos, pues, el último aliento antes de descender a las profundidades. Despidámonos de aquello que no volverá a formar parte de nuestras vidas, de aquello que en nuestro recorrido anual dejamos en el camino, agarremos fuerte la mano de aquellos que nos acompañarán en la travesía del frío, aquellos quienes aún andando por senderos de íntima soledad sabemos que volveremos a encontrar.

Celebremos... porque es tiempo de celebrar lo conocido, antes de adentrarnos en la niebla de lo que está por llegar.



Samhain, año 2005


Al fin sólo la discreta llama de una vela, y el hilo de humo que lleva consigo el olor de la leña que arde y crepita, rodeada de serena oscuridad. Por más que sigan susurrando la labor constante del tiempo todos los relojes del mundo, un instante se vierte sobre sí mismo, y se derrama sobre los demás, como un bote de tinta que contuviera la esencia de una noche ancestral...

Ayer se iniciaron los festejos de la noche de las ánimas, con sus mil nombres y costumbres como ornamentos para la corona de la Muerte. Gritos de regocijo, de pesar, de temor y de placer se congregan y elevan en la fecha en la que el protagonista es el silencio. El silencio más allá del silencio, abarcando la totalidad lo que fue, lo que es, y lo que tal vez será... 

El cortejo de los viejos dioses recorre el frío de la noche, los vigías del invierno, y también las almas descarnadas que no descansan... Y yo llego a casa después de una jornada con triple ración de trabajo, y aún de de andar por las calles entre la muchedumbre para cumplir algunos encargos de última hora. Llego agotada, con la mente turbia, sin ánimo para entrar en la cocina o elevar unas palabras al infinito circundante. Mi propia sombra me cubre como una losa, y mis pies se hunden en la tierra metafórica de la realidad. 

Pero sigue siendo Samhain; más allá de las tradiciones impuestas por el oportunismo comercial, y de las coronas fúnebres que se amontonas desde hace días en las puertas de las floristerías, se oye aún el grito apagado de la naturaleza que sobrevive y pelea por crecer a pesar de la soga con las que la ciudad rodea su cuello.

Lo huelo en el aire, se trata sólo de la primera noche, cuando se puede festejar en compañía de los seres queridos, un instante antes de adentrarse en lo desconocido... y algo me empuja a sobreponerme a la decepción de no contar con todas mis fuerzas, y a dejar el reclamo de un pequeño fuego en el balcón, a modo de saludo; dulces y frutos, fuertes licores y leche, no por temor, sino por cortesía a los vigías nocturnos que guardan el sueño de los vivientes, y a los antepasados cuyas vidas no han dejado de existir, pues su legado sigue vivo en nosotros, reanimado con el impulso de nuestras aportaciones.

Y de repente me vienen a la mente recuerdos ya lejanos de mi infancia, de unos malos tiempos que por fortuna quedaron atrás, cuando mis mayores tenían demasiado trabajo para llevarme a las fiestas, o demasiados problemas para celebraciones caseras. Y me recuerdo buscando rincones secretos en la casa para llevar a cabo una solitaria celebración silenciosa; recuerdo querer seguir las tradiciones conocidas, querer festejar o reverenciar, y batallar con todo mi ánimo la desidia circundante. Algo me decía en lo más íntimo que era importante celebrar, que era una manera de gritar que confiabas en que llegarían nuevas oportunidades y que las cosas podrían ir a mejor, y que era necesario.

Y pienso en los antepasados, como personas entre el común de las gentes, cuyas existencias a menudo debieron verse hundidas por la carga de lo cotidiano en la tierra de la realidad. No todos tuvieron un nombre destacado, o una vida ejemplar. Y algunos ni siquiera debieron tener demasiada suerte, ni ánimos para bailar, o cocinar, o festejar, a pesar de que llegara el día señalado, el evento largamente esperado.

Posiblemente, algunos de estos debieron buscar en sí mismos hasta encontrar algo más grande a lo que aferrarse, algo realmente importante y entonces aprendieron a celebrar desde el interior, a saludar con reverencia el paso de las estaciones, peo también de cada año y cada día de su existencia... incluso a pesar de no contar con el material o las fórmulas "apropiadas". Fueron capaces de mantener la llama y seguir en pie, sin dejarse vencer por las circunstancias predadoras que emboscaban sus existencias.

Y por ello, en la primera de las noches del nuevo Ciclo, desde mi balcón va un saludo especial para todos ellos, un hogar improvisado en el que puedan al fin detenerse por un momento y descansar, llevándose después un sincero agradecimiento por la labor que desempeñaron en vida, y aquella que llevan a cabo después de abandonar la mortal coraza.

Seguimos guardando la llama. Seguimos en pie.

Sigue el Invierno


Las hojas rojas y doradas del otoño se apagan y, ya simplemente marrones, caen sobre las aceras grises en un sueño sin retorno mientras sus formas se pierden... Mientras, la aristocracia del verde se aferra desafiante a las ramas y combatiendo elegantemente el feroz rugido del viento como si de una hueste invasora se tratara.

La luz, tal vez consciente de la brevedad del tiempo que le ha sido concedido, se torna más austera; terriblemente clara sobre el cielo límpido, o envuelta en un manto de densas nubes grises, ajena a la tierra y sus pesadas cargas.

Y cuando el frío hiere nuestra piel, todo nuestro ser sabe que ha llegado el tiempo del recogimiento íntimo y sincero con uno mismo. La oscuridad de la primera cueva se expande para abrazarnos como una madre primitiva que canta nuestros sueños, y nos lleva a contemplar en la negrura profundidad nuestro la realidad de la que somos reflejo en la superficie.

Aquello que queremos ser, aquello que debemos luchar por ser a través del aprendizaje en los caminos del mundo.

Mecemos nuestros recuerdos y añoranzas en la luz áurea del otoño, y es nuestra despedida. En invierno, debemos desprendernos de todo aquello que no es importante.

Si el otoño trae las Aguas del recuerdo, la Tierra desnuda y dura del invierno las absorbe, las detiene o las quiebra. En invierno sólo los vigías permanecen despiertos; sólo lo que nos hace fuerte, siendo fuerte al mismo tiempo, tiene derecho a permanecer en movimiento en la danza de la naturaleza.


Sacrificio de Recuerdos


Durante muchos años he sido una de tantas personas que viven de recuerdos, incapaces de reconocer lo bello o valioso del momento hasta que éste ya se había extinguido.

Literalmente, se trata de avanzar por la vida de espaldas al presente y al futuro, llegando a proyectar las esperanzas en el pasado, y, por tanto, volviéndolas irrealizables. Todo lo pretérito está bajo la influencia del condicionamiento posterior, a pesar de las pruebas y restos indiscutibles que pueda dejar, todo se vuelve, a la larga, manipulable bajo la influencia de la posterior interpretación.

Lo único que sigue vivo del pasado es lo que vive en movimiento dentro de nosotros en el ahora.

Por eso, en cierto modo, esa reelaboración "a posteriori" de los hechos es en cierto modo lícita, si en el presente la convertimos en realización a través de nuestros actos. Lo que no tiene sentido es sentir que perdimos algo que en realidad nunca fue nuestro, o ni siquiera existió; o más absurdo aún: añorar algo que el ser en el que nos hemos convertido no necesita, ni quiere.

Los recuerdos nos asaltan, recuerdos de los mejores momentos, y de los terribles trances de nuestra vida; de todo y cualquier cosa, se apropian de nuestro presente y nos roban el aliento... pero nada pueden contra el puñal reluciente como luz diáfana, afilado como el viento gélido del invierno, que es la guadaña de su particular muerte; nada pueden esas criaturas parasitarias, sobrealimentadas con nuestras energías, cuando uno los sostiene con firmeza sobre la solidez de la roca, de la Tierra como altar que aguarda el sacrificio.

Escucho una canción de aquellas que acarician el alma y nos vuelven dóciles, que nos hacen sentir conectados a aquello que queremos y nos quiere, que nos da ánimos. Y nos trae recuerdos. Pero de una naturaleza muy distinta a los anteriormente citados. Aquellos que no pueden ser recuerdos porque forman parte del presente continuo de nuestro ser, aquellos como piedrecillas que marcan el propio sendero, que delimitan el hogar que llevamos con nosotros y, no obstante, de vez en cuando, extraviamos.

Llegados a este punto, (esta semana o este mes, u hoy mismo); no necesito de los recuerdos que alimenté durante tantos años antes que a mi misma vida.

No necesito recordar los mejores momentos de mi vida, y adormecerme en la idea que todo lo pasado fue maravilloso. Nuevos momentos álgidos se suceden en cada ciclo, y seguirán sucediéndose, y lo que en un tiempo pudo hacerme inmensamente feliz, podría hoy pasarme inadvertido. No puedes sacar piedras del fondo del mar para llevarlas a casa y pretender que sean lo mismo que viste. Su lugar es el mar, su brillo el momento justo en el que la luz penetra el agua y les confiere un matiz de belleza única, particular y efímera. Nada de eso pueden conservar en un bolsillo o sobre un estante, y a la larga, sólo son una molestia.

No necesito recordar los peores momentos de mi existencia, ni encadenarme al dolor abriendo una y otra vez unas heridas que, por profundas que resulten, sanan de un modo natural si nada de esto se lo impide. No necesito justificar nada con ello, si el viento del destino me desplazó para mi desgracia a una situación que no estaba prevista, es mi responsabilidad afrontarla desde el momento en el que mis pies tocan tierra. El mundo no es justo muchas veces, pero nunca nos niega la posibilidad de aprender y seguir adelante con valor.

No necesito malos recuerdos que me conviertan en una lisiada emocional y me impidan valorar el presente y encarar el futuro sin miedos.

No necesito de un primer amor que nunca fue, ni de compañeros de la infancia cuyos rostros se desvanecieron: ellos y sus fantasmas salieron hace tiempo de esta vida particular; mientras que yo no la puedo eludir. No necesito recordar viejas amistades que cayeron como hojas secas, en el embate de los años, o de esos extraños sueños que se construyen como puentes hacia otros en la adolescencia.

Siento conmigo a todos aquellos a los que aprecio, a pesar del tiempo o la distancia, porque en cualquier momento en el que llamen, yo responderé; y sé que obtendré respuesta cuando clame mi llamada.

No necesito de recuerdos acusadores como demonios que me hablen de lo que podría haber sido, o de lo que podría haber llegado a ser. Si estoy aquí es porque tomé mis propias decisiones, acertadas o no, las que me parecieron correctas. Y estoy en paz con ellas.

Me gusta el lugar en el que me encuentro. Y sé que será permanentemente susceptible de mejora. Y eso es lo que da ánimos para seguir en ello.

Los únicos recuerdos que quiero a mi lado son los que en lugar de alimentarse del desgaste de mis emociones, me nutren y me dan fuerza a través de ellas, y aún más allá.

Los únicos recuerdos que quiero conmigo son aquellos que no han muerto, ni morirán jamás; los que hablan directamente y sin filtros a mi naturaleza más íntima, acerca de lo que soy, de lo que quiero ser, de aquello por lo que vale la pena vivir y aquello por lo que vale la pena luchar.

El pasado puede hacer su teatrillo agónico mientras muere, sólo logrará arrancarme una sonrisa de satisfacción por la sensación que me deja verme liberada de una carga tan inútil como pesada.



Solsticio de invierno, año 2005


La noche más larga del año...

Cómo si fuera el último ocaso dejando paso a la oscuridad absoluta del origen; tras contener largas horas el aliento, al fin, como si naciera el primer sol con su primer amanecer.

Una semilla de luz, no más que una promesa, como las criaturas que empiezan a gestarse en el vientre de la madre, o aún más atrás, como la posibilidad de las mismas.

Nada es seguro, sólo la labor de nuestras manos desnudas, y el resplandor de la fe, para abrirse camino en la negrura de la cueva invernal, hacia los altos prados veraniegos, azotados por un sol triunfante, dónde la vida señorea desde el trono de la realización y ofrece sus frutos madurados en el orden del tiempo.

El misterio es silencioso, es una única, humilde luz, la que puede tomar el legado de su agotado predecesor, otrora augusto, como el ínfimo brilló deberá llegar a ser. 

Fuera, en las calles, hay demasiado color, demasiados gritos, angustiantes hilos musicales, asfixiantes multitudes que se empujan y se arrastran hacia los aparadores. Todo para servir a los falsos ídolos que se apropian del asombro de una infancia que crece sin rumbo, y sin guía, aislada de su natural legado.

No es la Navidad de los cristianos, ni es el solsticio pagano; es la fiesta mayor del Tirano impostor que colapsa nuestros sentidos para llevarnos como marionetas, en patético desfile, al altar profano donde la verdad en el humano es sacrificada entre burlas grotescas. Es el festejo en el que se le rinde tributo y se le pagan los impuestos.

El paso de las estaciones, no pasa desapercibido a los ojos de un niño que ha conocido la naturaleza, por más que se haya encontrado con ella en un rincón olvidado en medio de la urbe. El niño sale del aula del parvulario y observa las hojas en los árboles, y busca los colores; y siente la temperatura, y degusta los frutos de la temporada con satisfacción y canta las canciones del tiempo. Porque el niño es curioso, está aprendiendo, y tiene tiempo de alzar la vista a las nubes, y de entretenerse con la tierra del parque.

Luego el niño crece y el calendario natural es sustituido por una serie de órdenes impersonales. La primavera, el verano, el otoño y el mismo invierno ya no pasean por las calles esperando ser recibidas, sino que claman atención desde sus sedes en los centros comerciales, o se exhiben en la televisión.

La primavera, ya no es el tiempo en el que empezamos a salir de nuestras casas después de tanto frío, para admirar como las flores se prodigan en espacios abiertos. No. La primavera llega con contrato de exclusividad para alojarse en el Corte Inglés, y las flores se pueden morir, ya pondremos unas de plástico. El verano en el que "el sol brilla y vamos en camiseta y comemos cerezas y tenemos vacaciones"; pasa a convertirse en galas maratonianas con mujeres ligeras de ropa y humoristas decadentes prolongando una fiesta inaguantable; lo que no gastas en compras lo gastarás en salidas nocturnas, por aburridas que resulten.

Y así todo el año. El paso de las estaciones, que a penas percibimos en un ambiente cada vez más desnaturalizado, es un importante reclamo publicitario, porque está en nuestra naturaleza que la información pase directamente al fondo de la persona. Los usurpadores saben esto bien, cambian el mensaje y luego lo inyectan al público por ojos y oídos, frotándose las manos pensando en el beneficio que van a obtener.

El mandato del Tirano que trata de usurpar el trono al Sol es mandarnos a reuniones en las que ninguno de los presentes quisiera estar, tras pasar horas de trabajo extra arrastrados y mareados entre la muchedumbre, flagelados por un exceso de luz y color y ruido, a la busca de regalos fútiles e innecesarios por puro compromiso; nos hace cocinar horas y horas para llenar los estómagos con más de lo que podemos asimilar y mientras nos ahogamos en alcohol, para al fin limpiar horas y horas. Una celebración sin sentido, que no aporta ningún bien, que no tiene más razón de ser que la de mostrar cuan obedientes podemos ser, cuánto poder se ejerce sobre nosotros mientras sonreímos sin ganas.

El invierno es una lección de sencillez, una llamada al encuentro con lo más profundo de nuestro ser, a desligarse de lo innecesario para seguir adelante, un alto forzoso para recuperar fuerzas y trazar los senderos que recorreremos en los días que vendrán cuando el sol vuelva a calentar la tierra y podamos seguir nuestra ruta vital. Es un momento también de replegarse en la unidad familiar, de sacar las reservas que guardamos en otoño, y que han de durar hasta que la primavera esté afianzada. Hermandad entre los iguales, entre los que luchan por un objetivo común, y se abrazan sin necesidad de tocarse y se recuerdan, los unos a los otros " lo lograremos, aunque no sea fácil, trabajaremos por ello".

Serenidad ante las adversidades y fe en el hoy y en el porvenir. No hay nada más digno de ser celebrado que el ánimo de abrirse camino, que la posibilidad de ese cambio, de esa evolución. No importa cómo lo llamen, sólo hay un legítimo Rey del Invierno; sólo hay un Sol capaz de iluminar a las terrenas criaturas, y sólo a Él pertenece el Misterio, silencioso y humilde, del Solsticio invernal. 

Orto Oriente Solis...

Me levanto con el Sol Naciente...

Llega a mí, como un milagro en un océano de olvido.

Desechar lo inútil, sacrificar los recuerdos ilusorios, exorcizar los falsos ídolos.

No puedo contar más que por años mi destierro en el infierno de los infinitos eriales, no cuento con recuerdos reales de mis pasos extraviados sobre la tierra seca, resquebrajada y estéril. Todo se detuvo, la vida misma, sólo mesurable por el paso de los día sin noches, o de las noches sin día... qué importa cuál fue mi falta para recibir tal castigo; o cuál fue el designio de una voluntad superior a la mía.

Podrían haber pasado muchas cosas, hubo un entonces en el que aprendía rápido y cada descubrimiento me llevaba a otro, y era el ánimo que me impulsaba más fuerte que el estar enamorado... Orgullosa, las heridas no eran sinó medallas al valor tatuadas en mi piel, no había duda capaz de amedrentarme, ni había contemplación para aquellos que trataban de interponerse entre mis objetivos y mi persona. Sola y radiante en la vasta extensión de un universo propio, con la mirada fija en el horizonte de mis anhelos.

Lo que fui, quedó a la otro lado de una frontera infranqueable, ya perdida. Mi herencia es la voz que hoy me atemoriza, que me sacude y golpea para devolverme a la vida. Aprendo de nuevo a escuchar, a ver, a hablar y a moverme, tal es el estado en el que mi prisión me dejó.

Escollos en el camino y ruido en los oídos; una violencia súbita, sugida del fondo del ser con la rabia de una bestia atada y torturada por años, me impulsa contra ellos. No importa que se rasguen las ropas, no importa cuán alto suene el alarido, no importa que la sangre empiece a brotar, hasta derrumbarme en un charco oscuro, denso y rojo . Golpea una y otra, y otra vez, contra el espejo trucado que aprisionó mi alma; sé que debo arrancarla con mis garras, devorarla, y traerla de nuevo entre los vivos, quiero oír al fin su latido en mi pecho, golpeando fuerte, como los tambores de la guerra. 

Todo podría ser un sueño más.
Tan sólo un sueño más, destilado en la vigilia.
Pero caigo de rodillas e invoco la llama danzante en mis ojos,
y no quiero despertar sin haber cumplido esta íntima voluntad.

Podrían haber pasado muchas cosas, pero tropecé como cualquiera, como cualquiera surgió un sendero inimaginado, por el que adentrarse en el bosque más profundo, del que nadie sale como entró... y deja heridas reales por las que el mundo se filtra, para acrecentar nuestra comprensión, si logramos recuperarnos.

Es difícil aceptar que uno pueda abandonar su propia vida, y alejarse de lo más amado aún tras años de intensa búsqueda. Como un truco de ilusionismo, derrepente no estás en tu piel, no es tu cara la que ves en el espejo, y, no obstante, sigues funcionando de un modo aparentemente normal entre las gentes, ante tí mismo.

Veo la puerta del laberinto y sé lo que la borrosa inscripción en sus puertas significa: veo como los días de mi juventud expiran. Veo que no deseo ser lo que fui, pero tampoco permanecer por más tiempo en este engaño de quietud. Hubo un tiempo para aprender, luego un sacrificio para comprender; pero en nada valen si no les sigue el tiempo de la realización.

Todo podría ser un sueño más.
Tan sólo un sueño más, destilado en la vigilia.
Pero caigo de rodillas e invoco la llama danzante en mis ojos,
y no quiero despertar sin haber cumplido esta íntima voluntad.

Y hoy rezo por ganar con mi carne el derecho a un segundo nacimiento,
al que mis pies, ya desnudos, me conducen.


Sol de Invierno


Tras el solsticio, queda el silencio de los que esperan. La corte de nubes desfila lenta, como un ejército gris y compacto que hace retumbar el suelo con cada paso, instaurando el toque de queda antes del ocaso. Sólo en ocasiones, se dispersa y retira, y se abre paso, entre ellos un sol joven, que derrama su promesa sobre el mundo, como un joven príncipe aguardando el momento de ocupar su trono.

Salgo en la mañana, escapo de las garras del sótano con cualquier escusa, para saludar a ese Sol que embota el cortante filo del frio desde su lejano hogar, y sonrío, y me evado por unos minutos de mi propia celda, para viajar en un instante sin tiempo al lugar al que mi alma pertenece.

Y recuerdo cuántas veces lo hice antes, hace ya muchos años.

El Sol de Invierno brillaba entonces sobre el azul del mar, y contemplaba el horizonte, acariciando la arena en soledad escogida, aspirando el ligero olor de anís de la destilería... que daba un toque de irrealidad a la escena. Ell momento único, dónde la celda y las cadenas se esfumaban, y las exigencias del mundo, y todo su ruido, eran acallados por el gozo de vivir de verdad, un solo instante. Y el mundo vociferaba que debía estar en otro lugar, y que algún día me arrepentiría; pero se equivocaba, o mentía, como suele hacer.

Mantén la esperanza, o, mejor aún, mantén la firmeza. El Sol volverá, o, mejor, llámalo a regresar.

Tendida bajo la suave caricia del príncipe de los cielos, la mente se entretiene balanceándose en las palabras de un antiguo poeta, y luego dueme el sueño de los inocentes... y entonces siente el cuerpo la plenitud de la terrenalidad, nada más quiero, nada más necesito... pero, Dioses, cómo me llego a necesitar este momento, más que el alimento, como el hálito de la vida.

¿Cómo arrepentirme?

El Sol de Invierno, brilla en lo alto, en la lejanía... a través de las ramas, siempre pobladas de agujas verdes y perfumadas, de los pinos, brincan en el tronco pardo las dordas salpicaduras de sus rayos, y aletean los fragmentos de luz en el suelo, como mariposas de ensueño. Hecha su manto cálido sobre las hierbas, humildes, azotadas por el viento frío, y lentamente abre camino al despertar de las flores que han de dar sus frutos en el verano, cuando él sea de nuevo el rey de la cosecha. Y protege, en el mundo invisible, a todos aquellos que están por venir, dándoles aliento, cubriéndolos con el escudo a través del difícil viaje hacia la luz.

No son sueños. No son recuerdos.

Salgo a ver el sol de invierno que convierte los deshechos de las hojas caídas, en ornamentos de cobre. Miro al cielo, y sé que el lugar existe y sigue vivo, y que me pertenece en la misma medida en que yo le pertenezco. Y vuelvo a creer que mis hermanos viven, sobre la misma tierra, bajo el mismo sol, que nuestra sangre corre pareja, y nuestros aullidos se aúnan en uno solo, a pesar de la distancia.

Y entonces, vale la pena vivir.

Hay que ser imbécil para pensar que pudiera arrepentirme, algún día, de estos momentos rescatados del tiempo, la porción de mi tiempo que nunca entregaré a las hienas.

Pero ha vuelto la lluvia, y el frío. Y aún ha de ser larga la espera.



Imbolc, año 2006

Y hoy me siento triste como un perro triste, tendido en el porche de una casa abandonada, que trata de no esperar nada en especial, salvo dejar pasar las horas en el silencio y en la extensa calma de los solitarios que no rinden cuentas a nadie.

No necesito motivos, y no me importa; es mi fiesta y me asquearé si quiero, y si me viene en gana ... y luego me reiré si quiero, y si me viene en gana.

Me paro, y dejo pasar los tantos minutos a los que han robado el brillo, e intento convencerme de que no me importa nada.
Lo cual es una mentira tamaño catedral.

Sí estoy esperando algo especial, y sí me importan cosas, y de hecho son tantas que una no sabe por dónde empezar.

Pero la Vida no espera, empuja y arrastra, y pisa y golpea con la fuerza de las pezuñas del ciervo si no hay valor para enfrentarse y dominarla.

De lejos, o más bien desde dentro, en lo remotamente profundo, se oyen los rumores del trabajo de la hiladora. Como una legión de entes laboriosos excavando y removiendo la arena, dando forma a la roca viva... y tarde o temprano han de llegar a la superficie... implacables.

La primavera es así, terrible; una lucha desesperada donde no existe el reposo, abréndose camino en la dificultad. El nacimiento es así, doloroso y cruel. Y así es también la Iniciación...

Así es que estoy triste, como un perro triste, e intento pensar que no espero, ni quiero, ni necesito, nada en especial. Y así es como uno acaba riendo, ante la imagen patética de tanta irrealidad concentrada.

Quién no ha tenido miedo de la pérdida, o aún de la misma ganancia de sus deseos y expectativas, de exsorcisar los fantasmas que se disfrazan de bellas palabras o imágenes, enraizados en el pensamiento y el sentir mismo, y batallar por abrazar la realización en la realidad del día a día.

No seré capaz de romper mi promesa, a pesar de los mil matices que le pueda agregar por el punto de mi vida al que he llegado, su significado permanece inalterado y certero, sólo el miedo enturbia la verdad.

Y entregar la vida al miedo no es una opción válida.


Descenso y Retorno del Inframundo


En el festival de Imbolg se anuncia el difícil regreso de la primavera, abriéndose camino en la calma de la noche con el estruendo de una tormenta, con la luz pálida y helada del momento anterior al amanecer.

Una imagen que, lejos de resultar apacible, nos remite a la lucha cruel de todos aquellos que emprenden el viaje a la vida, al dolor del desgarro de la unión con el vientre materno, cálido y seguro, para llegar a un mundo dónde nada es seguro, dónde el paso del ser al no-ser es tan fino como una hebra.

No bastará con nacer; habrá que permanecer el tiempo suficiente hasta alcanzar la capacidad de sostenerse por sí mismo, para poder considerar siquiera la idea de una vida, a la que incontables esfuerzos jamás llegarán; y, entonces, seguir luchando para mantenerse en ella. ¿ Cuántas flores demasiado tempranas perecerán bajo el azote del viento y la helada, antes de ver el sol que salieron a buscar, o cuantos polluelos expirarán antes de haber batido sus alas?. Así, la belleza de la primavera, no residirá en los frutos que anuncia, sino en el esfuerzo titánico del más débil de los seres por enfrentarse a la derrota anunciada, y vencer, sin otra compensación que el llegar a ser.

Realmente la primavera es la estación más cruel del ciclo anual, y el nacimiento, cada uno de los nacimientos que podamos experimentar a lo largo de nuestras vidas, estará cercado de miedo y esfuerzo, será un angosto y oscuro umbral que nos arrebatará gran parte de aquello a los que nos sentimos unidos, y nos arrojará sin piedad a lo desconocido. Dónde, tal vez, tengamos la suerte de ser acogidos por unos mayores que nos den los primeros pasos a seguir, y tal vez, simplemente, no sea así.

La primavera es el desasosiego de la Tierra, y es al tiempo su necesaria lucha por regenerarse, por regresar a la vigilia de los vivientes. Es el tiempo del regreso del largo viaje del alma a las profundidades, a los salones de roca ornados de raíces, dónde las semillas guardan, dormidas, la promesa de lo venidero. Y para que esta promesa se cumpla, deben ser agitadas, hasta quebrarse sus escudos y despertar en un doloroso grito elevado hacia el cielo, al que deberán buscar y reclamar alimento.

Y en este regreso, recordamos a Perséfone, la doncella, volviendo a los brazos de su madre Deméter, y a la Madre regocijándose por el reencuentro, devolviendo la vida a la superficie de la tierra. A menudo he hablado de Perséfone, a lo largo de los años, como doncella ingenua raptada por el poderoso Hades, luego como reina del Inframundo por méritos propios; y al fin, al acercarse una nueva, difícil primavera, la historia da un vuelco, y he de verla como Madre, y, al fin, como una única, compleja, Divinidad.

Deméter y Perséfone fueron adoradas como un conjunto de diosas, o como dos aspectos de una única divinidad; Deméter es madre de Perséfone, sin padre conocido (luego algunos atribuirían la paternidad a Zeus), pero Perséfone es también un aspecto de Deméter, una versión previa de lo que ésta llegará a ser como realizadora. Entonces, Deméter y Perséfone dejan de convertirse en el modelo de “madre/hija dependientes” que se les atribuye en la sociedad actual, para simbolizar el proceso interno, los elementos en lucha o simbiosis, que influencian a la persona en el tránsito de la iniciación.

En primer lugar tenemos a Deméter, situada ya en la genealogía de los Dioses Olímpicos, como una hermanas mayor (anterior) a Zeus. No hay dudas acerca de sus orígenes remotos como Diosa de la Tierra, que la asimilan a otras dioses anteriores en la misma genealogía olímpica, como Rhea, o Gea. Así, como las mismas, Deméter es una diosa remota, a la que se la da el aspecto, tratamiento y lugar conveniente en los tiempos del panteón olímpico. Y, aún así, conserva retazos de su anterior identidad, que sobresalen como astillas de una pieza a la que se fuerza a encajar en un rompecabezas.

Y una de esas astillas es, precisamente, la doncella, Perséfone, a la que el mito nos presenta como una ingenua recolectora de flores, que un desgraciado día es raptada por Hades, señor del Inframundo ( hermano de Zeus y, según el panteón olímpico, de la misma Deméter) y arrancada ella misma como frágil flor de la protección de su madre.

Sin embargo, no hay que dejarse arrastrar por el convencionalismo de la versión reglada de este mito. Al revisándolo a la luz de los textos más antiguos que nos remiten a versiones más antiguas del mismo tipo de diosa, como Astarté o a Inanna, rápidamente encontramos a la Diosa que desciende al Inframundo por voluntad propia, en una lucha última contra el destino impuesto. Entonces ella vive una experiencia transformadora, que ha de revelar dónde quedan los verdaderos límites de su poder y conocimiento ; que es aquello que puede efectivamente cambiar, que es aquello a lo que la resistencia es inútil, y debe obedecer. El trance de su iniciación es una dura prueba, que no hace más que obligarla a trascender sus propios límites, para lo cual debe ser rota, quebrada, para crecer y guardar en sí el ser que ha crecido, alimentado por la luz del conocimiento y el poder (entiéndase cómo capacidad de hacer, de realizar).

Así que Deméter, diosa en principio subordinada en la jerarquía olímpica, y situada en la tierra, lejos de los cielos olímpicos; debe forzosamente desdoblarse en otra, deja que una parte de sí misma realice el antiguo viaje iniciático que no se encamina hacia las alturas, sino hacia las profundidades. El rapto de Hades bien pudiera ser una excusa, un símbolo de la seducción de la llamada hacia lo desconocido, aún visto como fatalidad, en el sentido de un destino ineludible. Y si Deméter viaja a la profundidad del Inframundo, para devenir señora del mismo, no será por la mano de Hades, sino de la más oscura aún, la más profunda e inescrutable Hécate.; tal como Inanna viaja al Inframundo en busca de Tammuz, pero el verdadero valor de su iniciación deriva de su encuentro con Ereshkigal. E Inanna es reina, no sólo de la Tierra y del Inframundo, sino aún del mismo Cielo.

Así, por la estrategia del desdoblamiento, Deméter viaja, a través de Perséfone, hasta el Inframundo y recibe su iniciación. Allí desempeña las funciones de la reina del Inframundo, pero para completar el ciclo, Perséfone debe regresar a la superficie. Y esto debe ser forzosamente tan alentador, o tan doloroso, como el primer desarraigo; es abandonar también un mundo conocido, al que se pertenece, romper un lazo y volver a un lugar que tal vez sentimos ya extraños, en el que no sabemos si nos reconocerán o no.

Según el mito olímpico, Deméter en tierra llora la pérdida de su hija, sale a buscarla, dejando de lado la obediencia a su rol, la vida se desvanece en la superficie terrestre porque la Diosa descuida sus tareas. Y este es un acto rebelde contra el cielo, contra la jerarquía impuesta de Zeus, y los privilegios de Hades. Deméter no puede cumplir sus funciones de dadora de vida, si una parte de sí tan importante le es sesgada.

Esto es importante, puesto que pocas diosas, y en contadas ocasiones, se enfrentan a los dioses, y, a pesar de la amenaza del castigo que puede recaer sobre ellas, logran hacerlos ceder. No es una cuestión de género, la que estamos tratando aquí, sino de la pervivencia de ancianos valores que no han podido ser diluidos por la cultura posterior a su tiempo. Aquí es la Tierra y sus razones, las que se hacen prevalecer sobre los Cielos y las suyas. La amansada Deméter cambia su rostro, y se enfrenta a la imposición olímpica, porque la ley de la Tierra debe ser respetada, a pesar de los cambios del tiempo.

Sin embargo, también en el mito de Inanna, cuando la Diosa desciende al Inframundo por voluntad propia, la vida sobre la tierra se paraliza; la naturaleza se agota y detiene, los animales no procrean, etc.

A estas alturas es ya lícito pensar que la tristeza y el agotamiento de Deméter no son la consecuencia, sino la causa de la partida de Perséfone. Tenemos una Diosa encasillada en un rol demasiado estrecho para ella, en contradicción con aquello que la circunda, la trasgresión de este límite se convierte en una necesidad, porque Deméter está permaneciendo por demasiado tiempo alejada de aquello que realmente es, de su identidad real, de la esencia de su ser. Y de igual modo sucede con la exiliada Hécate, hundida más allá de la sombra de ese Hades que, a su lado, no es más que un joven atrevido.

Deméter está indeciblemente fragmentada, y su única esperanza es la acción comunicante de Perséfone, como un flujo constante entre las partes de su ser. Deméter sobre la faz de la Tierra, dadora de vida, es también Hécate, regente de los muertos y de todo aquello aún no-nacido. Deméter no puede mantener el ritmo de una creación constante, y Hécate no puede mantener una quietud eterna. Si Deméter se agota, Hécate recibe una sobrecarga; y a la inversa, si Hécate descuida sus funciones, es imposible que Deméter cumpla con éxito las suyas. En consecuencia Perséfone es atraída constantemente por la fuerza de ambos polos, es el elemento en constante fluctuación que impide la ruptura, y posibilita el equilibro, sin el cual la vida no tendría lugar.

Toda las persona tenemos dentro las imágenes arquetípicas de Deméter, Hécate y Perséfone, de Zeus y de Hades, de Inanna, Ereshkigal y Tammuz, del orden de los Cielos, y del orden de la Tierra.

Me atrevería a decir, que todos tenemos un tirano interno, dominante, celeste, que trata de imponer a la tierra cómo debe comportarse, sin entender que la tierra tiene su propio orden, y unos deberes sagrados que no pueden ser violados. En la Teogonía de Hesíodo, es Gaia, la Tierra, quien da origen por sí misma a Uranos, el Cielo; uniéndose después con él para iniciar la genealogía de la creación.

Y en cierto modo, el dominio de Deméter, la superficie de la Tierra, no es ni más ni menos que el escenario de la realización, del fruto de la unión de las posibilidades de la profunda tierra con los rayos emanados de la altura de los cielos. Y así como Perséfone conserva el equilibrio entre las fuerzas opuestas y complementarias de Hécate y Deméter, es Deméter quien debe conservar el equilibro entre las fuerzas opuestas y complementarias del Cielo y la Tierra.

Como personas, para que nuestro ser esté completo, necesitamos del equilibrio, necesitamos tanto del descanso como de la lucha, del enfrentamiento y la interacción de los aspectos de nosotros mismos que moran en nuestro interior, gobernando cada cuál su parcela. Nuestro rol, en la vida común, puede asemejarse al de Deméter. Asentados en la tierra de las realizaciones, rodeados de nuestra familia y conocidos, desempeñamos nuestro trabajo bajo un orden cultural establecido. Y, a veces, esto nos agota, y nos vemos en la necesidad de transgredir el modelo impuesto, para ir a la búsqueda de la esencia de nuestro ser. No es fácil, ni divertido, ni nada que se le parezca; pues resulta un conflicto entre la necesidad de aunarnos con nuestro propio ser inmaterial, y la necesidad, o el deseo, de conservar aquello que nos rodea.

Y llega un momento en el que el miedo a la pérdida nos acecha como un monstruo terrible; el miedo a perder aquello que nos rodea en el mundo común si partimos a la búsqueda de aquello que somos, y el miedo a perdernos a nosotros mismos, si no lo hacemos. Y estas son las terribles proyecciones emanadas del cielo, de la parte de nosotros que le corresponde, que no entiende que ambos mundos nos pertenecen, y en ambos debemos vivir y actuar, que ambos se refuerzan y forman parte de una misma naturaleza.

Forzosamente deberemos rebelarnos ante este fantasma, esta maligna ilusión.

Cómo no podemos abandonarlo todo y partir a lo desconocido, es una parte de nosotros mismos la que desciende a las profundidades, mientras la otra queda al cargo de las funciones ordinarias, en parte liberada de su desasosiego, y en parte conociendo uno nuevo en la preocupación acerca de los cambios que el proceso ocasionará.

Y así ha de suceder en el momento en el que la parte de nosotros que ha recibido la iniciación se ve arrastrada de nuevo hacia la vida mundana, hacia el territorio de la materia. Ella, ya la liberada de aquel terror a lo desconocido, la que viajó hacia el hogar antiguo y finalmente fue acogida en él, el mundo de las posibilidades absolutas; debe ahora reencarnarse de nuevo en la tierra, someterse a la limitación, y trabajar para ganar la realización. Entonces también ella conoce de nuevo el miedo, y puede resistirse a partir.

Pero al fin, debe hacerlo; de lo contrario quedará aún más limitada por el sueño eterno, por aquello que “pudiera ser”, pero jamás conoce la realización, ni la auténtica vida.

Aquello que nos rodea en el mundo ordinario es modificado por la influencia de lo inmaterial, de lo profundo; pero lo profundo no tiene medio de expresión si lo desligamos de lo material, de aquello que somos cada día de nuestra vida, de nuestros actos humanos, bajo la mirada del cielo. Y así debe ser.

Debido a la fragmentación cultural de nuestro ser, nos vemos azotados por la necesidad de recuperar la propia integridad, aunando en nuestra persona las cualidades de los dos mundos, el interno y el externo, a los que nuestra naturaleza pertenece.

Sólo podemos tomar las cosas con serenidad y buen ánimo, aunque estos sean el fondo ante el cual derramamos nuestras lágrimas de rabia, de miedo, o de dolor; asumir que es parte de nuestra naturaleza como hijos de la tierra, y que, por tanto, estamos preparados para cumplir con la tarea, que no puede más que revertir en nuestro bien.

No se trata de una renuncia a uno o a otro mundo, sino de cuidar de sus límites y contenido, para hacerlos encajar cada vez mejor, de modo que el uno sea reflejo del otro, y nos vayamos acercando a una identidad real, por la sincronía de nuestros diferentes niveles de existencia.



Lammas, año 2006


El bosque húmedo

Después de sentir las palabras sin sonido vibrando en mi interior, después de descubrir, al fin, su origen y contexto; cierro las tapas del libro, y respiro profundamente. Permanezco quieta y satisfecha, por un instante, estúpidamente satisfecha por tener entre mis manos el tercer descatalogado que pasa por ellas en los últimos cuatro años, como una joya extraña, o como una presa que sacia el hambre de muchos días.

Todo el mundo tiene libros descatalogados en su casa, sin embargo, estos son diferentes. Son especiales porque han sido rastreados y buscados a conciencia, y cuando al fin los sostienes sientes que los Dioses te aman, o cómo si se hubiera roto una maldición; pues aquello que sólo era una idea acunada con esperanza es ahora una realidad. Que lo improbable - "prácticamente imposible" para algunos-, ya es un hecho. Tal vez esa sea la esencia de la magia; tal vez, más allá de eso, no quede nada que anhelar.

Releo el párrafo escrito con letras ígneas en mi memoria, y aspiro con serenidad y respeto el humo de sus ascuas removidas, mientras pienso en una aventura existencial que acabó de un modo completamente inesperado... A menudo, siento como si despertara de un sueño, pero al cabo del tiempo regresa la misma sensación, cómo si no hiciera más que atravesar una serie de círculos concéntricos, sin saber si en realidad me dirijo a algún destino en particular.

Así que de nuevo siento el nítido despertar , y en realidad lo que ha sucedido es que el misterio profundo ha subido por unos instantes a la superficie por toda la agitación de los últimos acontecimientos en mi vida, para asomarse a través de mis ojos.

En realidad lo que ha sucedido es que, después de hacer el tonto, vuelvo a recordar que aunque pueda adoptar muchas y variadas formas, el camino a recorrer sólo es uno. Y no es fácil. Y quien diga lo contrario guarda oscuras intenciones, y prepara una cuerda , un cepo, un red, para el que no anda atento. Y quien quiera creerle, está cayendo en la trampa por su propio pie.

Me siento imbécil, pero viva. Creo que merecía la pena esta sacudida, y me alegro del final abrupto que obliga a reaccionar. En otro tiempo hubiera preferido caer grácilmente como un felino, en lugar de tropezar aparatosamente; hubiera preferido guardar las formas o apariencias, o que no pasara nada. Pero si algo ha sucedido en estos últimos cuatro años, es que el ridículo, como el miedo, ha perdido importancia. Ahora sólo hay soledad del alma, y dudas que me hacen compañía como viejas conocidas.

Entre todo esto, sucedió algo extraordinario el otro día. Inesperadamente, me invadió el aroma del bosque húmedo, del bosque tras una lluvia de tarde perezosa de finales de verano. Fue como si alguien entrara por la puerta y se sentara a mi lado y me tomara la mano, y me diera aliento ; Y yo descubriera que hasta entonces me había faltado.

No puedes fiarte cuando te dicen cosas como "todo irá bien", no puedes confiar en ningún "no te defraudaré" , y aún menos en un "yo te protegeré", que venga de alguien que es sólo media persona, aunque suenen tan rematadamente cursis que creas que no pueden dañar a nadie. No es lo correcto. No son esas las palabras que abren puertas, o te ayudan a seguir adelante, a sentirte vivo, en un momento de verdadera necesidad. Son las palabras que caen, incapaces de soportarse a sí mismas.

Las palabras mágicas suenan como "Las cosas no volverán a ser lo mismo, pero tampoco serán siempre lo que ahora son"; o como un " prepárate para lo peor, pero espera lo mejor"; y saber que, en realidad, nadie puede ayudar realmente a otros, pero puede hacer mucho más que cualquiera por él mismo.

Por supuesto suena más apetecible la opción rosa, pero la opción rosa es una mentira. Y no puedes engañarte eternamente si valoras el tiempo que te ha sido concedido para vivir...

Releyendo cierto fragmento siento desprecio por esa parte disfuncional de la mente que nos permite aceptar (incluso desear!) la basura como alimento. Esa ingenuidad pastosa que invade nuestros blandos seres de conciencias en letargo...

Hablaba de "marcar" a una persona.

Hay que ser imbécil para tratar de hacerlo conmigo. Hace mucho tiempo, prácticamente varias vidas, yo llevé una hermosa marca en mi piel... pero llegó el miedo y se hizo necesario eliminarla. Después de golpearla, arañarla y abrirla, de convertirla en una herida sangrante y en una profunda quemadura, no logré sino hacerla ahondar más allá de mis huesos, tiñendo mi alma del rojo del fuego y de la sangre, confundidas ya en un abrazo su forma original y mi intento.

Tal fue el nacimiento, de la criatura roja. Nadie podría repetirlo.

Y, sin embargo, conozco aún una marca, tan sutil como Gleipnir; mas forjada por expertas manos, para dar libertad en lugar de robarla. Esta es la marca escogida a conciencia, y antes de que se me pueda arrancar , me ha de llevar la muerte.

Como el aroma del bosque húmedo, a veces me asaltan fragmentos, como reflejos inesperados que me devuelven la propia imagen - tantas veces extraviada - y el recuerdo del Hogar. Y a menudo, en esos álgidos momentos, me siento virgen y la llamada estalla de nuevo en mi pecho y sólo deseo salir y abrazar al destino.

Me siento tan torpe... y sin embargo, he sobrevivido, una vez más, al engaño. Es una maldición y una bendición al mismo tiempo. Las dudas regresan, como mendigas viejas y mugrientas, con hambre de respuestas. Unas se han saciado, ya no las he de ver.

Pienso en el Bosque, aún, como el amor primero. Pienso en nuestro reencuentro, en el modo en cómo mis pies anhelan acariciar la tierra, y mis cabellos agitarse en el viento, y mi piel arrugarse año tras año en la danza. Luego pienso que es una tontería. Y un poco después, sé que tal vez sería tan fácil como obligarse a aprender, y soportar un vacío en el vientre, como el que se abre paso en el torcido tronco de un árbol viejo.

Otras dudas aún me seguirán como cadáveres no muertos, atormentados, a través de los días y las noches, sin descanso. Aún lamento no tener nada para ellas. Pero llegará también su día.

El Verano. La Cosecha.


Bajo la caricia ardiente del sol, las últimas espigas erguidas, como anhelantes del destino que les espera ondean en un mar dorado, que el viento, cálido como el aliento de una ígnea criatura que corriera salvaje entre ellas, hace ondear suavemente... El Verano, rey refulgente extendiéndose sobre las tierras que ante él se postran para rendir tributo con sus mejores frutos, exhaustas y satisfechas, en la gloria del reconocimiento; en el inicio del lento camino que emprenden hacia el reposo de la sombra.

Silencioso Segador de filo áureo, ruge resplandeciente; enmudeciendo las mentes para poner a prueba los cuerpos bajo su pesado yugo, atorgándoles un lenguaje propio y rítmico que sólo descubrimos bajo su reinado, como una extraña flor de tierra desnuda y fuego. Tan sólo la caricia refrescante de la Dama de la savia y las aguas puede calmar su furia ardiente, trayendo la paz a todas las criaturas que buscan cobijo entre sus extensas vestiduras, y se regocijan bajo la cascada verde y azul de sus amados cabellos.

Tiempo de la primera cosecha, el primero entre los festejos del sacrificio en el que, llegados al punto álgido de su existencia, la madurez debe ver cómo las criaturas de ella nacidas portan su legado en adelante, para que éste no se extinga jamás; del tronco, la rama, de la rama la flor, de la flor, el fruto y, en su interior, la nueva semilla... Muertes y renacimientos, agotamientos y regeneraciones; y un tiempo para cada transformación en un mismo ciclo... pero a cada generación más alto deben llegan los brotes, y más profundo ahondar las raíces en el sagrado Árbol que vertebra el universo. “Déjanos defender la Tierra, clamamos al Alto...

En un largo trayecto por carretera, observo los campos ya segados, los breves tallos brillan al sol, y la tierra parece el lomo de un animal fuerte, orgulloso y fiel, surcado de heridas pero aún en pie. Es imposible no admirarse, no amarlo... no sentirse terriblemente injusto ante el brillo de sus ojos puros. No sentir en lo más hondo, como una violenta sacudida, el sacrificio del Dios de los Campos, allí tendido como un joven atleta desfallecido en el esfuerzo postrero por dar lo mejor de sí. Él mismo se exige, él mismo se entrega sin más reservas que las que quedan atrapadas en las lágrimas de la Madre que le dio vida. Él está en el grano recogido, y aún lo recordamos como antaño fuera, en la sangre vertida de las criaturas de astas regia e imponentes pezuñas y mirada encendida.

Poder apreciar el alma latiendo en y desde la materia, amar lo que tantos, neciamente, desprecian. La materia que vibra y siente y sin la cuál no podrían ser... la que les da las sensaciones y la emoción, el alimento, el aliento y a la que deben hasta el pensamiento y el habla. Como niños desagradecidos la rehuyen y corren a refugiarse en ensoñaciones acerca de su verdadera procedencia. No hacen sino despreciarse y huir de sí mismos en una loca carrera de tiempo perdido o, peor aún, sólo holgazanear a la espera que “al final” llegue “algo mejor”.

¡Cuánto daño han hecho estas palabras! Tal vez si dejaran un lugar a la idea de que todo lo que necesitamos está aquí, esperando a que vayamos a por ello, serían más felices y darían un sentido forjado en hechos a sus vidas. Tal vez cuidaran de conservar el maravilloso legado que este Hogar es, guardaran el recuerdo respetuoso de la labor de los que fueron en los orígenes y dejaran algo de él para los que vendrán tras nosotros.

Y, después de todo, sea lo que sea que esperan encontrar más allá de los cielos, bien debería observar esta actitud con mayor simpatía, que la destrucción del hombre sobre el hombre y sobre el resto de vivientes.

Nada pido a las estrellas que siempre he visto desde la Tierra, a Ella amo y pertenezco; no temo el Juicio ni la Sentencia, si todo debe acabar más allá de la negrura, que así sea.

Mi deseo es que mis días acaben noblemente, y que cuando empiece a marchitarme y las fuerzas me fallen, o si incluso antes de esto la Muerte me balancea hacia su regazo; pueda saber que di lo mejor de mí a la corriente de mi herencia y pueda ver cómo la siguiente generación me supera, manteniendo la llama y alimentándola con su propia madera.

...

Hace diez años, era una tarde de verano, como la de hoy. Y, como hoy, empezó a llover. Y entonces salí a la calle, a pasear, tarareando una canción que me hacía sentir inmensamente feliz, en un arrebato de salvaje amor por la vida. El verano también tiene estas cosas, de repente se vuelve sólo un joven que te agarra por la cintura con atrevimiento y te hace bailar de pura alegría y celebración. Tal como viene se va, y nunca sabes si ha sido un sueño o si sucedió de verdad; y nunca lo vas a saber ya. Es cosa del momento. La eternidad en un instante. Algo capaz de perdurar a través de los años, algo que no se vive como un recuerdo, sino como un encantado estado de ánimo. Como el suave airecillo que corre en el tardío anochecer impregnado del aroma a jazmín y azahar, y el murmullo de las gentes en las calles, los mil centelleos de la Vía Láctea en una noche sin luna en la que llueven estrellas, la plácida sensación de tenderse al sol sobre la arena tras una mañana de juegos entre las olas del mar, el sonido del viento al pasar a través de las hojas de los bambúes y el aroma de la tierra húmeda después del riego...

La terrorífica noche en el cementerio de los monjes, el ritual de saborear la primera fruta espléndidamente roja de la temporada; vagar semidesnudo en el bosque y perseguir animalillos, o perseguir a aquél muchacho en juegos, y besarlo al final de la carrera... rodar, o al menos intentar algo parecido a rodar sobre la hierba......

Trotar con libertad dónde el corazón nos lleve y tomar un mordisco de las doradas manzanas del jardín de las Hespérides, Hijas del Atardecer, Diosas del Ocaso. Eso también es el verano. El sorbo de la copa de la Vida que no se apura, porque en su naturaleza efímera, nadie puede decir dónde nace o se extingue el áureo instante.



Equinoccio de Otoño, año 2006


El Otoño, llega pronto.

El otoño llama a mi puerta. Lo sospecho desde el momento que entro en una librería a buscar el tesoro de un libro que he esperado durante tal vez unos cinco años, y el reencuentro con el Cementerio Marino de Paul Valery. Lo sé al sentir que mi alma desearía tener un gigantesco pañuelo oscuro con el que cubrirse y pasar desapercibida en el tumulto del mundo y descansar...

Busco compulsivamente, escarbando la tierra y dando estúpidas vueltas sobre mí misma, círculos que se ensanchan y se concentran, y aún más risibles brincos en el aire a la caza de una pista en el viento. Desordenándolo todo, aquí y allí descubro algunas cosas, las olisqueo un poco, mordisqueo, pero luego el interés se esfuma; no son lo que estoy buscando.

Ahora estoy buscando el otro camino, el que no te conduce a casa. Todos los regresos al hogar se hacen en busca de este extraño sendero, que nos lleva justamente allí donde tenemos algo que hacer, donde lo que somos tiene un sentido y es útil.

Así que en medio de la gran confusión emocional del momento, la pregunta obligada es ¿ dónde ser lo que uno es tiene sentido y es útil? Pero claro, es una pregunta con trampa. ¿Qué soy? ¿Para qué sirvo? ¿A qué sirvo? Y... ¿qué tal me sienta eso?. Porque a veces nos gustaría servir para cosas en las que realmente somos inútiles, y otras hacemos demasiado bien algo que no nos gusta...

Esa necesidad de movimiento limpio y certero, lanzarse como una flecha corriendo paralela al destino. Preguntas y más preguntas desafiando el ardor unívoco del sol y toda la seguridad de la luz, que trae de regreso el Aire, aliado temporalmente con el agua que sólo espera el momento de arrastrarnos a las profundidades de la Tierra....

Las exigencias de los señores del Equinoccio llegan tan pronto, tan clara es la necesidad de abastecerse y marcar la ruta, que una no puede más que pensar que el Invierno que ha de venir y la labor de su Vigilia, se recordará por muchos años.

Volver a empezar

Atardecía, y he salido al balcón. Hacia el mar veo mecerse las hojas, aún verdes, de los plátanos; hacia la montaña perfila la sombra lilácea de un monte dañado en su orgullo, asediado por las construcciones, bajo un cielo en el que el oro apagado cede el paso a los azules vespertinos. Cruzan tres patos en una uve perfecta, aves extrañas que no encajan en este lugar, y no puedo discernir de dónde vienen, o a dónde van...

Desde el estrecho saliente, la visión de esta calle se vuelve vagamente atemporal, como si la locura de las últimas décadas de la ciudad se esfumara por un momento, y las casas volvieran a ser pequeños bastiones de la serenidad, hoy perdida.

A penas hace dos, tal vez tres años que habito esta casa; pero envuelta en el aire del otoño, las casa y las aceras, el cielo y la danza de los árboles, emanan una cómplice familiaridad. Como si se abriera un umbral en el tiempo, y se derrumbaran las paredes que lo rodean... Como si siempre hubiera sido lo mismo tras las capas sucesivas de conciencia y experiencia acumuladas; piedra, cielo y hojas, y un yo que pasea y las observa, envuelto al tiempo en la belleza del frío que se acerca, y en la calidez de una llama que no se extingue.

El otoño, la más bella de las estaciones, aún... todos los otoños traen cantos lejanos e íntimos, llenos de bendiciones, consejos y promesas, y hablan del amor que existe más allá del amor... en un lenguaje secreto que es un reencuentro con aquello que somos, y que tan a menudo olvidamos con las prisas.

Recuerdo tantas escenas de otros atardeceres otoñales, volviendo de la escuela, pensando en mis cosas, bebiendo el paisaje con la mirada porque bajo esta luz mágica, de la noche que llega y el camino a casa, nuestro tiempo es sólo nuestro, y el mundo es un inmenso jardín por el que paseamos como si formara parte del propio hogar. Y desearíamos quedar suspendidos en el tránsito, y al mismo tiempo llegar pronto.

Tantas cosas importantes se las lleva el tiempo, que sorprende encontrarse de nuevo con estos detalles, pequeños y profundos, supervivientes a las tormentas, terremotos, y desastres existenciales, que nos sonríen al alcanzarnos de nuevo en el lugar más inesperado.

Yo también sonrío, qué le vamos a hacer... aquí están para volver a empezar todos juntos. Volver a empezar, ¿ qué otra cosa sino? Estos días son idénticos aquellos tantos otros, salvo que ahora una es más mayor, más redonda, va a otra casa a dormir, y, al levantarse, también va a un lugar diferente que entonces ni siquiera imaginaba. Pero aún están ahí las dudas y temores, y los escollos que han mudado con los años, los anhelos y esperanzas, y la labor que también han mudado con los años. Y las palabras. Que antes se dibujaban en líneas sobre el papel, y hoy tecleo...

Después de dar un gran rodeo, ahí está la misma soledad incompleta; a veces padecida, a veces deseada. A pesar de que una creyó sinceramente, como quien se resiste a abandonar un hermoso sueño, que aquello era algo que se pasaría con la edad.

Y a veces observas el cielo y desearías partir de una vez, y no regresar jamás de un destino idealizado en la lejanía, dónde serías todo lo que el diseño que rige tu vida no te permite... Y a veces cierras la puerta de casa y piensas cuánta sangre serías capaz de derramar si alguien osara romper el equilibrio frágil del encanto cotidiano. Veinticinco años son muchos años para no saber aún si soy de esas personas que siempre se quedan, o siempre se van... por lo general una parte de mí empieza a plantearse hacer algunas reformas, y otra parte se evade cobardemente asustada por el trabajo.

Desde luego, yo no había planeado algo así. No había planeado nada en absoluto, y las cosas vinieron, porque “la naturaleza odia el vacío”, y una se hizo a base de elecciones, de aciertos y errores, y toda esa clase de cosas.

Pienso en la historia del patito feo, y creo que no está bien planteada... creemos que el patito está triste por ser feo, y encuentra la felicidad al verse bello, y poder vengarse moralmente de sus falsos hermanos. Es lo que aprenden todos los niños que quedan impresionados con Grease.

Pero en realidad un pato no tiene nada que envidiar a un cisne, ni a la inversa... El caso es que el patito echa de menos ser apreciado por lo que él es, ser comprendido, estar entre sus hermanos, aunque estos ni siquiera tengan el mismo aspecto.

A veces me pregunto qué habrá sido de las personas que han quedado atrás, de todos aquellos que estuvieron en algún momento, y luego no los he vuelto a ver. No sólo de los importantes, que, en cierto modo, para bien o para mal, aún viven en mí... Si no de los que a penas recuerdo. Todos eran especiales, todos eran diferentes a los demás. Y espero que les vaya bien a todos y hayan encontrado lo que buscaban, y no se tengan que arrepentir jamás por ello.

A veces incluso me pregunto si volveré a conocer a alguien (más), y volveré a vivir aquellos deliciosos momentos como tesoros robados al gigante del tiempo... y si la historia no acabará en indiferencia o desastre.

Tengo fe. O sería más apropiado decir que la fe me tiene a mí, y no me suelta por mucho que la trate de vapulear. Este momento no es malo, ni mucho menos... es realmente bello, pero creo que puede ser mejor. Y no me asusta demasiado ya pensar en perder lo mejor. Porque lo mejor siempre se queda, y es uno quien se pierde, y al reencontrarlo en cualquier rincón sonríe, aliviado... como un niño extraviado en un supermercado que divisa la bendita silueta maternal y se siente, de nuevo, a salvo.



Samhain, año 2006


La noche está a punto de caer, y las sombras cubren lentamente el bosque. Salir por la puerta de atrás, como si debiera temer las miradas de conocidos y extraños... salir corriendo por la puerta de atrás y alcanzar el límite del bosque, y arrastrar la barriga sobre el suelo húmedo, cubierto de hojas muertas, mientras los cabellos se enredan en las ramas de los oscuros arbustos. Sentir la incomodidad de lo silvestre, las piedras que se clavan en la carne blanca y blanda, zarzas que arañan y apresan... Y aspirar todos los aromas del bosque cuando la estrella de la tarde brilla solitaria en el cielo y los predadores nocturnos azuzan sus sentidos.

Suceden cosas extrañas en el bosque, cuando una está sola y nadie mira; cuando una se encuentra sola en un atardecer otoñal, entre la espesura. Y una mezcla de temor y el deseo la agita como el viento a una hoja. Cuando el pasado y el futuro se desdibujan, volviéndose borrosos, como lejanos espejismos. Y sólo queda un presente que parece infinito. A resguardo de otros ojos, otras manos, otras voces... y un templo no es sino el lugar en el que puedes entregarte, en el que puedes caer, sin ser importunado. Y despertar a la mañana siguiente como si hubieras vuelto a nacer. En el que recuerdas lo que significa la paz.

Estoy agazapada en una zanja, esperando el paso de la Hueste Salvaje. Fragmentos de mi vida se amontonan como cadáveres en una trinchera, y se tornan incomprensibles. El aire huele a muerte. Traigo conmigo a todos los hijos de mi ser que ya no quieren vivir, a todos aquellos que languidecen en una agonía demasiado prolongada. Y pienso en dejarlos ir, al fin, aunque la separación sea dolorosa. En dejarlos ir porque, de otro modo, me arrastrarán con ellos.

Y yo prometí vivir, y aunque sola y desnuda, frágil y desorientada, saludar a la mañana, después de la pesadilla.

Había un lugar en el bosque. Y luego, sólo oscuridad.

Sopla el viento frío, de repente, como si el verano se hubiera prolongado en una burbuja ilusoria vencida al fin por el peso de la realidad... Sólo una parte de mí sigue mecánicamente el transcurso de la cotidianidad, el resto ha llegado tan lejos, que el camino de regreso se ha desvanecido.

Había un lugar en el bosque. Y luego, solo, oscuridad.

No pienso, y no siento, como solía hacerlo... pero me parece oír la tierra que el viento arrastra sobre la fosa en la que yace la imagen de mi cadáver.

El cuchillo del desollador, se clava, corta y levanta... y una recia mano de cazador voltea mi piel y descubre el pelo oscuro y empapado en sangre de la loba que no pudo emerger, como una cría asfixiada en el parto.

- Alguien tira de los hilos que animan el cuerpo que aún respira, muy, muy lejos de aquí. No soy yo. -

Una multitud de ecos de mi misma que se ceba rítmicamente en mis entrañas, excavando túneles y cámaras en la carne. No hay dolor, ni repugnancia; solo oscuridad y el levísimo sonido del tiempo desgranado en una caída sin fondo.

He visto cosas terribles esta noche.

He visto arder en los ojos de un perro el sufrimiento; el miedo desbordándose en espumarajos, mientras con todas sus fuerzas el hocico trémulo clama, del único modo en que es capaz, paz para ese pobre cuerpo convulsionado por el dolor, para un ser inocente surcado injustamente por el tormento.

Al principio no era más que una bola negra de pelo suave en la que brillaban dos ojos como avellanas; y corría, feliz, bajo el sol del estío. Pero su fin fue resquebrajarse lentamente tratando de proteger algo...

Y sé lo que es en mí, cuando sólo queda oscuridad y silencio... la acusación, la falta cometida. No, no estamos solos. Y cada vez que vez que tratamos de ocultarnos tras el espejo en lugar de mirarnos en él, cada vez que pensamos por un solo segundo en rendirnos, despreciamos a todos aquellos que caminan a nuestro lado, aunque no los podamos ver.

Y nos pudrimos, yaciendo en soledad, nos liberamos lenta y penosamente del lastre acumulado en nuestra deriva errática; y nos hundimos, hasta que la expiación es revelada en la honda sima, para ganar la oportunidad de volver a la lucha.

Hace mucho tiempo viví encerrada en un palacio sobre nubes, dónde se oía el coro de voces celestes, tenía un largo vestido azul y una mirada ausente... Pero escapé y corrí hacía la tierra para abrazar a aquel que es a un tiempo guardián y prisionero del laberinto y conocer el sabor de las lágrimas y la sangre. Pero ahora esa historia no tiene ya importancia y parece tan lejana como un pañuelo viejo ondeando descuidado en un zarzal... al otro extremo del infinito.

Ahora no importa ya, como tantas y tantas cosas que se agolparon en una red como una prisión por mí trenzada, de mí nacida. Una mortaja y un capullo en el que destilar la posibilidad de cambio.

Desciende los peldaños que conducen a las entrañas de la tierra, como las cuentas de un collar antiguo que no precisa brillos y no precisa cuerdas para sostenerse en el vacío. Y al fin una mano surcada de arrugas como grietas en la roca desfibra laboriosamente el entramado de la persona que creíste ser, por algún tiempo... para mostrar qué había más allá de todo aquello.

Hubieron otros tiempos... ahora sólo blancos huesos sobresaliendo de un túmulo, en un alba intemporal... Huesos limpios y romos como claros guijarros en el fondo del río. Y cuentan la historia de una voz que nos llamó al bosque, y nos enfrentó a la soledad para que pudiéramos comprender, y nos mostró todo aquello que necesitábamos realmente y dejamos escapar en una absurda carrera que no llevaba a ningún lado. Nos sacudió, arañó, y golpeó; nos vació y nos limpió... y amontonó cuidadosamente, con infinita ternura, las últimas cenizas de nuestro ser, el alma de los huesos.

Bajo la luz de un amanecer tan viejo como la memoria de la tierra, la mano del mundo subterráneo se transforma en voz. La voz de la luz que danza entre las hojas de los árboles, y sobre las plumas de las aves; una voz como no existe otra, que exhorta a levantarse, y pregunta sabiamente; “¿Qué vas a hacer con esta vida que te es de nuevo entregada?”


El descanso de las piedras

Cruzo el bosque, frío y gris. La niebla se disipa lentamente, el sol es un horizonte dorado en la lejanía. Me detengo unos segundos, a sacudirme del lomo los retazos de una sombra demasiado densa. Mis patas dejan su huella, y arrastro el barro con mis pasos. Subiré la colina hasta mi cueva, me tumbaré y contemplaré el viaje de las hojas en el viento, y las estrellas en el silencio oscuro de la noche.

Que no salga la luna, que no nos envuelva con sus historias la reina de los espectros de luz. Que me deje en la calma de las benditas piedras, al borde del abismo.

Qué sencillo se vuelve entonces todo, lejos de feéricos resplandores. En el peso de la propia carne, del alma propia... En el lento y constante desgranar del tiempo de una terrena vida.

Apenas ha cambiado nada, desde la última vez que estuve aquí, los mismos anhelos, los mismos temores. He andado mucho, dibujando círculos... no tenía a dónde ir en realidad. El negro estanque me espera para enfrentarme a mi imagen, en esta hora en la que se descubre cuanta realidad se oculta bajo el polvo levantado en mi vagabundeo.

Mi hogar se derrumbó, mis proyectos se ahogaron antes de nacer, mi futuro fue consumido por las llamas, y tantas palabras que arrastró el viento... sólo quedamos el destino y yo.

Pronto llegará mi turno para atacar.


Imbolc, año 2007

Caer dormida en los brazos de la mañana, y despertar lentamente de un sueño ansiado y reparador, con una sonrisa en los labios y una memoria limpia de monstruos.

Soñé que llegaba a su reino arañando la tierra, siguiendo laberínticas sendas, hacia el interior de la piedra, lamiendo el hielo en el que se refleja la mirada perdida y febril. Mientras el viento gélido, atravesaba el bosque, y los sueños del verano morían víctimas de sus saetas, soñé con el Rey del Invierno, alto como un viejo árbol, severo y pálido, envuelto en oscuras ropas... que tendía su mano y cubría mis temblores y veía en mis ojos todo lo que no pueden expresar mis palabras... y yo sabía que estará siempre, que responderá cuando lo llame, como la vez primera.

Soñé que ante sus ojos danzaba con el fuego, dorado y rojo, que las llamas devoraban las sombras enemigas y abrían camino al nuevo amanecer... y soñé que en su beso había una esquirla de hielo que penetraba mi ser, el frío del puñal, del colmillo y la garra, olvidados largo tiempo. Abría un umbral... hacia la belleza de la soledad, del silencio... al secreto de la flor azul que se abre a la luz lunar, tras la cascada, en el lugar al que nadie acude.

Y al despertar hay luz de nuevo, derramándose maravillosa sobre la tierra. Pronto será el tiempo de abandonar las madrigueras, y volver a la lucha por la supervivencia. La rueda gira y trae en el viento las respuestas a las preguntas que acuné hace tantos años, y por más que no tengan ya importancia, demuestran que el camino tenía un sentido.

Y agradezco a los Dioses que me dieran un corazón canino, que se conforma con poco, y resiste. Es curioso adentrarse en sus recuerdos y revivir las maravillas que conoció, y saber que se conservarán intactas. Los éxitos, los fracasos, las dudas y las penas tienen su lugar y pasan, como las estaciones. Lo único que importa es ser lo que se es, no venderse y luchar por lo que se respeta... Saber que no lucha más quien más sufre, estancado en una situación estable pero incómoda; sino quién decide y arriesga, quién sabe que debe adelantarse y mover ficha antes de que la vida lo haga por él, pues entonces no habrá elección, sino una oportunidad perdida. Es tan difícil explicar las cosas que sólo pueden ser vividas.

Mientras me alejo por mi propio camino, alguien tira una piedra, y oigo voces a mis espaldas que aleccionan a otros acerca del mal ejemplo que soy; pero sigo feliz con mi trote, porque sé que tengo un trabajo que hacer, algo que poder ofrecer y un futuro para cumplir con ello, y ellas no.

Es posible que agite la cola alegremente ante sus narices antes de que me pierdan de vista. No hay nada que me envidien más que eso.

El bien de la semilla es convertirse en flor.

Aprendí a recelar de las caricias de un sol aún joven, incapaz de refrenar los últimos soplos del viento gélido que arranca las frágiles y confiadas flores del almendro. Comprendí que, a pesar de lo que dijeran los poetas, la primavera el campo de batalla de mil vidas en la lucha por la existencia. El tiempo en que las apariciones y espejismos pueblan el aire, danzan ante nuestros ojos, y, al descuido, nos enredan y arrastran con ellos al fondo de los lagos...

Recibo una extraña visita, viene de un mundo que al que yo he renunciado, sin llamarla, como un fenómeno natural, como si la estación llegara con un nuevo significado, aún por descubrir. Me toma de la mano, para introducirme en sus dominios, para mostrarme lo que traté de no ver, aquello que quería omitir a causa del temor. Y esta vez no puedo, ni quiero, escapar. Oscura y luminosa a la vez, ríe y se mofa, no completamente cruel, sino más bien desafiante, empujándome al gozo, a la danza, en un mundo de sombras y reflejos, dónde las cosas son frágiles como un sueño y nada es eterno sino el tránsito. Siento que una especie de locura inunda mi ser, en un juego al mismo tiempo absurdo y trascendente....

Mi vieja piel se desgarra, como una cáscara agrietada, queda abandonada en un rincón. Mis ojos brillan, fieros, cuando la veo como una carga, un viejo disfraz. Y con temerosa avidez recibo las imágenes de mi desnudez... Aquí y allí fragmentos en aparente desconexión, funcionando en una misma vida, que puedo reconocer uno a uno. Mis errores y mis aciertos, mis palabras y silencios, mi obscenidad, el rojo brillo de mis heridas abiertas como umbrales y la cicatrices de la experiencia que no me venció en mi piel. Los besos que di, los daños que causé. Mis ridículos. Los sueños que murieron en mis brazos, los que se convirtieron en realidades y aquellos que aún están por llegar. Mi serenidad. Los caminos que se cerraron tras mis pasos y los que abro con ellos. Mi propia risa. Y el Misterio.

Y entonces comprendo la terrible injusticia cometida contra mí misma, al volver a traer a mi pecho a tantos aspectos renegados. Entonces comprendo un poco más los sutiles modos en los que el mundo puede mutilar la realidad de nuestros seres... y me siento como un animal que hubiera estado encerrado demasiado tiempo en una estrecha jaula. Como alguien continuamente juzgado y sentenciado, algo que no es correcto y se quiere corregir con látigos y bozales, con castigos de hambre y rechazo. No hay poder más temido que el poder de ser, simplemente, lo que uno es.

Poco importa ahora no responder a expectativas que no cree, a las camisas de fuerza y los corsés que diseñaron para reducirme, a los arreos que prepararon para utilizar aquello que de mí convenía a ajenos propósitos. Ahora, no necesito el reconocimiento ajeno para evaluar mis acciones o mi persona. Y, por eso, invito a los indignados a que se acerquen con sus acusaciones, y veremos si poseen en realidad una alternativa válida a la decisión que condenan; y veremos hasta que punto llega su sinceridad, cuando no quede más remedio que admitir que no es a mí a quien buscan en realidad, sino a los espectros incontrolados surgidos de sus propias mentes.

(...) “Nefer”, se refiere a la plena eclosión y a la intensidad de vida. Así, el “nefer”, el bien de la semilla es convertirse en flor. Un animal es “nefer” cuando alcanza la plena madurez vital y sexual, cuando se expresa y se realiza en la totalidad de su vida. La otra palabra del bien, “maâ”, expresa sobretodo la conformidad a un tipo fundamental. Un animal es “maâ” cuando muestra un tipo muy puro de su especie, sin mezclas, cuando expresa todas las características ligadas a lo que es, al tipo que representa. El zorro no es un águila, ni el pez una nube. Uno no puede reprochar al zorro que no vuele como el águila. Esto no es un defecto. Él es “maâ”; y está bien. Incluso cuando mata a la gallina para alimentarse, está bien, es su naturaleza. Igualmente, del mismo modo que la tierra nos alimenta, es legítimo, justo y bueno que pueda temblar, convertirse en amenaza y matar. Ella actúa conforme a su naturaleza, ella es buena. Hay por tanto erupciones volcánicas que matan a cientos de personas. La tierra no corresponde a nuestra idea totalitaria de bien, que es necesariamente vaciada de la cruda verdad. Pero ¿Podríamos vivir nosotros si la tierra no fuera la tierra en toda su integridad?(...) Jean Luc Colnot, “Máscaras de la ética y ética de la máscara”.

Consecuencias

Hoy me he despertado observando los guiones lumínicos de la persiana rendida, recordando un poema conocido en la adolescencia, preguntándome cuál será el sabor del recuerdo de las pequeñas cosas que me han acompañado, gentiles, durante los últimos tiempos...

El sol resplandeciendo sobre los blancos muros, las tejas rojas, el mar que se extiende hacia un humilde horizonte; el aire agitando las verdísimas copas de los árboles en los parques y el azul grisáceo de las montañas a lo lejos... el silencio de las mañanas cuando el mundo no cesa su movimiento y los objetos y criaturas que viven al margen descansan de la carga de las miradas sobre ellos... el blanco cremoso de las fachadas, la suave curva de las molduras en la piedra, el gorgoteo del agua en las fuentes... las flores y las aves, y los perros callejeros.

Cuando me quedo quieta el suficiente tiempo, siento que esas tantas percepciones cotidianas podrían conmoverme más allá de cualquier palabra. Y derramar lágrimas de reconocimiento y alegría, de agradecimiento por este ciclo que el tiempo cierra de un modo perfecto, como si se tratase de ágil la pirueta de un insecto con el brillo de una preciosa gema, sin heridas abiertas, sin guerras declaradas contra aquellos que fueron mis últimos compañeros de viaje, sean las bendiciones con ellos.

Y hacía ya largo tiempo que no conocía esta sonrisa que se dibuja en mis labios, desde que corría libre monte a través, y trepaba árboles, rodaba en la hierba suave y tenía todo el tiempo del mundo para contemplar la cúpula densa de las ramas y el camino de las estrellas en la bóveda celeste.

Hoy siento que he vivido más de una vida aún antes de que el tiempo de morir haya llegado, y cómo me colma el agradecimiento al observar la perfección de cada uno de los momentos tan plenos que imágenes, objetos y palabras no pueden apresar, ni el tiempo arrastrar completamente consigo. He recordado que nada podemos llevar con nosotros, ni nada podemos retener, so pena que la Vida nos deje de lado y no nos sorprenda ya más con su corte de maravillas.

Recordar viejas canciones y promesas de la infancia, al tiempo que luchar contra la ingenuidad desmedida de la adaptación al mundo artificial que nos rodea. Y a veces vale la pena dejar de lado la comodidad por la lealtad a uno mismo, la seguridad de las barreras por la limpia confianza del que avanza armado con lo único que un hombre puede poseer realmente, aquello que está en sus manos, su cabeza y su pecho.

Hoy me he levantado más ligera, con el fuego a mi alrededor; tras mi espalda, en mis ojos... susurrando al mundo de los hombres que no se acerque a mi por un día.

He contemplado mi imagen en el espejo y he pensado qué sucede cuando la oportunidad dicta que tal vez en lugar de un huérfano perro aullador eres un auténtico lobo, que es el momento de dejar atrás la máscara que ni siquiera sabías que vestías...

El tiempo de emerger del cascarón una vez más, sin la violencia de la tormenta esta vez, como una amante que desnuda su cuerpo a la luz de la luna y se sumerge, plácida, en aguas templadas del lago negro, para emerger en la otra orilla convertida en la noble bestia.


Beltane, año 2007


Se acerca el verano


El tiempo es como una broma maliciosa... Tira una piedra, y cierra un rastro de círculos sobre las aguas de la conciencia. Al otro lado del río, volviendo a la vida, se disipan los últimos jirones de la niebla de la duda y el sol se levanta. Pronto soplará el viento del verano entre las espigas doradas. Un verano como aquellos primeros, trotando entre las rocas con el pelo alborotado, dejando la ropa por el camino, tarareando canciones a penas más alto de lo que zumban los insectos.

Resucita por instante la flor de la ingenuidad, avasallada por el terremoto de una inocencia que tira de mí como un genio malicioso, apedreando las ilusiones, ávida de lanzarse a devorar los segundos esta oportunidad, tal vez irrepetible. Y no quiero recordar, ni necesito explicaciones... sólo ver el agua correr entre los dedos de mis pies, y saborear los rojos frutos del calor. Dejar pasar las ensoñaciones de lo que podría ser, algún día, en algún lugar, sin que me agiten más de lo que lo hacen las palabras bellas de un desconocido embustero. 

Tal vez mi destino sea pasar por el mundo como una extranjera, llegada de quién sabe dónde, enfrentada constantemente a los problemas del idioma... Tal vez simplemente sea un desastre personal andante, un error de la civilización. Y tal vez todo lo que hoy anhelo, sea un deseo al que no se le concederá un día de gozo, y mis esperanzas acaben en el fondo de un pozo negro, cubiertas de limo, o en un devenir menos traumático simplemente se diluyan, o se desgasten hasta desaparecer. 

No es que no lo sepa, es que es este el momento en el que los sueños se coronan de flores y ramas, y la belleza vence al dolor, que corre a esconderse entre las sombras. No es que no sea consciente... es que en las noches cálidas, regresando por calles desiertas bajo el resplandor lunar, siento esa llamada antigua, que todo mi ser responde.

Y no lo puedo, o más bien ya no lo quiero, negar.


Tu ne quaesieris ...

"No indagues, Leucónoe (no es lícito saberlo), qué fin reservan los dioses a tu vida y la mía, ni combines los números mágicos. Mejor será que te resignes a los decretos del hado, sea que Júpiter te conceda vivir muchos años, sea éste el último en que ves romperse las olas del Tirreno contra los escollos opuestos a su furor. Sé prudente, bebe buen vino y reduce las largas esperanzas al espacio breve de la existencia. Mientras hablamos, huye la hora envidiosa. Aprovecha el día de hoy, y no confíes demasiado en el siguiente."

XI. A Leucónoe, Horacio Odas, Libro I

Después que se hundiera el barco, en mi Tirreno particular, amainada la tormenta que nos llevó a los escollos, flotan a la deriva como coloridas flores, viejos apuntes, ideas de antaño, saludando sonrientes y maliciosas. Con una vida nueva, a improvisar en la arena de esta costa desconocida, pasan como quien no quiere la cosa buscando un lugar, un momento que ocupar. Y, como un náufrago, gastándose una extraña broma a sí mismo, uno puede pensar "... después de todo, ahora por fin tengo tiempo!!".

Aunque a veces la tentación de animar a Cronos que se apure en fagocitar a sus crías ( "yo te los paso por la picadora y así no hace falta que mastiques")... éste es en verdad un tiempo hermoso, salpicada del verde de los campos, y el rojo de los frutos, bañada por el azul de las aguas cálidas, esta bien podría ser una época dorada.

Por eso regresa el Carpe Diem de Horacio, tan diferente a ese "carpe diem" fiestero y trasnochado de las fiestas sin mañana. Y, si bien es cierto que no puedo contener el anhelo de ir más allá, de otear el orizonte a la búsqueda del porvenir, nada habría aprendido a lo largo del camino si pierdo la sensibilidad para disfrutar de momentos como este, suspendidos en la espera, arropados por la benevolencia de este momento en el que por fin puedo degustar todos aquellos sencillos placeres que sufrieron un largo exilio en mi existencia.

Así que amanso la fiera de la vehemencia, del anhelo por los objetivos que quisiera alcanzar en un futuro, la añoranza por la confirmación de todas aquellas cosas que no dependen de mí, o por las que ahora nada puedo hacer... De modo que si mis esperanzas fueran quebradas y nunca llegara su cumplimiento, como aquellas otras que quedaron atrás, fuera éste un momento pleno, lleno de belleza y significado; un tiempo que no se perdió, ni se dejó correr ... que no fue sólo espera, ni deseo, sino camino y realización.

Allá al fondo del mar queden los tesoros olvidados, la carga de mi extraviado navío, que crezcan en ellos las algas de movimientos sinuosos, que sean el escondite de los peces; queden allí por siempre los bellos cadáveres de mi pasado. Y que suban a la superficie conmigo, ligeras, las palabras que anidaron en mis cabellos como aves de viento, y sea el sabor de la sal en mi piel la elegía de los besos que quedaron atrás.

Y sí, allá en la playa una alguien me espera, tendiéndome la mano... Alguien vieja y joven al mismo tiempo, extráña y conocida, que sabe mi nombre y me lleva a través de la calma de las sombras hacia un lugar seguro, dónde florecen los cantos.

Gracias, oh, gracias, por seguir ahí.


Solsticio de Verano, año 2007


Siento que una puerta se cierra tras de mi... su estruendo acalla el rumor de las canciones que tarareaba de camino, para animarme... se apaga la emoción de mis sueños infantiles. En algún lugar brilla aún el sobre la verde hierba, como siempre ha sido, aunque a veces no prestemos atención... pero vuelvo a estar en esa sala de blanco mármol, fresca, sombría y solitaria, la antesala de las cinco puertas. Y siento ya sólo la rara sensación de estar colmada de vacío, sabiendo que sólo queda seguir viviendo... que no importa la excusa con la que fui atraída de nuevo a este lugar.

Tengo miedo de que todo sea mentira... porque me confundo con facilidad, y pocas veces la razón se detiene en mis dominios... y quisiera celebrar este momento, pero sólo siento el inmenso silencio de la bóveda celeste... Y una pérdida indefinida, como quien añora algo que nunca fue suyo.

Me pregunto si algún día me arrepentiré de todo esto, y dónde se fue la fuerza, el impulso; si una vez más me va a dejar abandonada como a una muñeca desmembrada... observo mis heridas, limpias, dóciles, sabiendo que no tengo que temer que se infecten.

Una parte de mí necesitaría un abrazo fuerte y suave, una lluvia de besos cobijada bajo las sábanas, con su olor a suavizante; esa vida preciosa y sencilla, hecha de momentos enhebrados en la seguridad del hogar... Otra los rechazaría para desplegar las alas, y largarse para contemplar desde las alturas, lo intrascendente de la situación, lo irrelevante de mis deseos, lo inútil de un lamento que está fuera de lugar.

Largo tiempo luché contra los decretos del destino como si hubiera olvidado dónde nace, cuál es su origen último... Y aunque me gustaría, ahora mismo, ser cualquier otra persona, sé que no puedo seguir odiándome por lo que soy... no es sano, ni justo, ni lícito. Está bien, no importa... sólo quisiera saber qué es lo que se espera de mí, para qué soy arrancada del lugar dónde dejé crecer mis raíces, dónde me llama la sangre, cuál es el cometido que debo cumplir. Que esas mismas manos que me separan de lo conocido, me ajusten bien las bridas, y que sea mi consuelo el trabajo realizado bajo su guía.

La Fiera

Hace poco regresaron las pesadillas. Y sin embargo, por una vez, no se derramaba una gota de sangre, ni se manifestaba ninguna entidad dispuesta a estamparme contra las paredes entre carcajadas maléficas... todo era mucho más sutil, un sencillo camino en el que encontraba temores más cercanos, más reales, disfrazados -sólo a medias-, de metáforas.

Ahí estaba esa sensación de no pertenecer a ningún lugar, el rechazo de aquellos que una vez estuvieron con nosotros y el juicio de los fariseos; la necesidad de cubrirse la cabeza y vestirse de harapos, para que lo dejen a uno en paz; y no tener que hablar a pesar de ver y oír más de lo que quisiera, y al tiempo, nunca lo suficiente... Sentirse como un campo que ha dado todos sus frutos, y debe ser nuevamente arado, y sólo espera recibir nuevas semillas que acunar, sin saber si alguna de ellas llegaran a brotar.

Vuelven a mí las palabras de aquellos de los que aprendí las cosas que me han hecho lo que soy, en gran medida. Sus temores, sus dudas, que antaño me espantaban, hoy los vivo en mi, como un legado envenenado. Ahora que sé exactamente lo que es sentirse hija de dos mundos en guerra, y lo que es que le pasen a uno cosas buenas, pero no las que quiere, ni cuando quiere. Sentir que todo es mentira, que de nuevo se fundió el suelo bajo nuestros pies, que el hogar quedó lejos... devorado por las llamas, y que no está pemitido volver la vista atrás.

Es posible que haya llegado el momento... cuando la última tormenta ruge sobre nuestra cabeza, cuando el sol que tanto lucía ha sido derrotado por la oscuridad de un nuevo origen, tan parecido a la muerte... Y la soledad, la otra soledad, la del infinito salpicado de estrellas... se que estas cosas no deberían pasar en verano... sin embargo, es como si hubiera caído a un pozo sin fondo, saliendo al otro extremo del mundo, dónde todo anda al revés... Lentamente recupero mis sentidos, me levanto... que otra cosa podía hacer? El espíritu empuja, y es fiero.

Y sentirme como una fiera puede ser mi salvación, ahora, que hace falta estómago para soportar ver la realidad que se esconde detrás de las máscaras, de tanta amabilidad fingida por mero convencionalismo, o de tanta dudosa virtud enarbolada como una bandera al frente de un ejército destructor. Posiblemente esté enfadada, posiblemente me gustaría arremeter contra algo más que el destino que se lleva los sueños que alimenté con maternal ahínco. Posiblemente me harté de tanta tontería junta, que ya no puedo soportar, ni quiero cerca de mí.

No necesito irme a peregrinar a la cima de una montaña, me basta con quedarme quieta y dejar que la distancia crezca a mi alrededor, en el ruidoso centro del mundo; prestar atención a lo que captan mis sentidos, y oír la traducción de mi corazón. Las palabras no significan nada entonces; simplemente puedo sentir los impulsos que animan a aquellos que pasan a mi lado. Es espeluznante... luego, corro a mirarme al espejo... para asegurarme de que este vacío creado en mi interior no se llena de aquello que detesto.

Hay quien se convierte en pretendido defensor de la humanidad, al tiempo que se alejan de ella y la desprecia, o se alejan de ella y la idealiza... ¿Cómo puedes defender algo que no conoces? ¿Cómo vas a conocer algo si antes no ha conmovido tu alma, haciéndola temblar en sus cimientos, si no te ha desgarrado para que pudieras acogerlo en tu seno, o en tu pecho, y ha vivido en ti, y sus latidos han sido los tuyos?

Las circunstancias son lo de menos; hay mucho de lo que no tengo porque preocuparme en este momento; no como un regalo del cielo, sino como la consecuencia de mis acciones. Aquello que ahora me atañe trae resonancias de otras épocas, de muchos otros momentos, distantes y harto diferentes entre sí, y, sin embargo, enlazados. Como una pieza más para el rompecabezas, que da un nuevo sentido al eterno enigma... como un juego, tal vez, y al mismo tiempo, lo único que permanece cuando todos los invitados se han ido.

Y así es.

Decidir, actuar, como si no hubiera nada, ni nadie que esperar; nada ni nadie de quien esperar comprensión, respuestas o apoyo. Y, a pesar de esta carencia, encontrar la fuerza para dar el salto; y una razón para seguir en la brecha... más allá de las perspectivas de triunfo o de fracaso. No fallarse a uno mismo; lo demás, viene por añadidura.



Lammas, año 2007


Parece que el sol terrible del Verano asoma en toda su plenitud a las puertas de agosto, golpeando la ciudad con su fulgor y venciendo los últimos vestigios del verde en los campos. Las noches son aún breves, y en un norte no tan lejano, corre aún cierto aire fresco bajo la Vía Láctea, y entre el denso follaje de los árboles perennes. Es tiempo de la Segunda Cosecha... y recuerdo días y noches tan parecidos, en los que el bosque fue el refugio al que llegué con abiertas heridas, y su espíritu el consuelo para mi aflicción, en aquella tierra que guardará por siempre el secreto de mis huellas, testigo de esa elección que tomé, aún temblorosa, para llevar a mi pecho la marca...

Hace ya unos cuantos años de aquello.

Hoy no hay ni bosque a la vista, sólo el tragín de una vida parcialmente derrumbada o pendiente de construir, o, más bien, mitad y mitad; y un tiempo prestado que hay que saber amarrar para que no se aleje a la deriva y acabe despeñándose por cualquier precipicio... Pero recordando aquella última noche, en la que comparecí ante sobrios jueces, me doy cuenta de que a pesar del aparente desastre, he logrado en los últimos años resarcirme de cuantos delitos podían imputárseme, y he cumplido los objetivos entonces propuestos, si bien por una vía que entonces no podía imaginar siquiera.

Ahora las pruebas son otras.

Entonces me preguntaba si debía seguir el camino que mis sentidos, mis emociones y mi intelecto vislumbraban, para el cuál aún existía un nombre. Hoy, después de múltiples desengaños, después de haberme vuelto más humana en el sentido estricto del término, después de permitir que las realizaciones fueran más allá de las cavilaciones, sin dejar a éstas últimas relegadas al olvido, después de haber tomado muchas decisiones, haberme caído y levantado otras tantas, y de tragar la pena de ver caer a otros que no volverán a tenerse sobre dos piernas... simplemente puedo concluir que es tiempo de cerrar otro gran ciclo.

Por causa de aquello a lo que hoy se llama "paganismo", ese nombre corre el riesgo de convertirse en una carga y, aún una vergüenza, para mí. Pero a pesar de las cuestiones históricas cuyo conocimiento no puedo negar, a pesar de la resistencia de personas decentes y admirables, y a pesar de que el camino que he seguido la mayor parte de mi vida no tenga a penas relación con las tristes noticias que frecuentemente me llegan de los que mayoritariamente se agrupan bajo la denominación de "paganos", no pelearé por un sustantivo... por mí se lo pueden quedar y empacharse de él con sus estúpidos juegos, como esos monstruos inconscientes pretenden hacen no sólo con ésta, sino con cualquier rama del Camino digna de tal nombre...

Siempre ávidos de fagocitar las cáscaras, siempre despreciando el contenido... Ellos cierran puertas en el bullicio, la misión de sus contrarios es abrirlas en el silencio; ellos confunden y extravían al viajero, conduciéndolo por falsos atajos o agregándolos a sus copiosos rebaños; los otros encienden sus lámparas a los lados del camino, para que, si así debe ser, el viajero encienda su propia candela y avance con valor por el discreto sendero que sólo a él es permitido conocer.

No negaré que estoy furiosa, pero el exceso pasará, y descenderé de nuevo a una calma desde la que las cosas se verán mucho más claras, tras cruzar un punto de no-retorno. No, no voy a pelear por un nombre, o un conjunto de símbolos que los carroñeros han rebañado hasta convertir en recipientes huecos, no voy a pelear por los restos de una vía muerta... No... sino por aquello que permanece íntegro, aquello a los que no se puede atrapar, aquello que los necios tratan de ignorar por el temor vergonzoso que en ellos despierta... aquello que aún Vive.

Hubo una razón por la que continuar, cuando todo gritaba que lo dejara correr, cuando aún podía volver atrás.

Ahora, simplemente la razón para continuar es aún más poderosa, es ya una exigencia, un deber que no se puede eludir.

Calma

Regresando a la calma, de puro agotamiento... después de que pase a segundo plano ese ánimo flamígero que en ocasiones me posee...

Vuelvo a escuchar a John Denver un ratito y echar de menos las montañas... y a pensar que, a fin de cuentas, tal vez es uno de esos momentos en los que es más fácil desaparecer que seguir ahí. Momentos en los que, a pesar del trecho recorrido, uno se mira al espejo de las aguas y ve cuánto queda por andar desde lo que es hacia lo que le gustaría ser, o, al menos cree que debería ser.

La sempiterna duda acerca del lugar que uno debería ocupar y, con la respuesta, la paz, más allá del gozo o la desdicha. La llamada a lo lejano, a aquello mayor que nosotros que sin embargo parece nacer en nuestro centro más silencioso, cuando el alma solicita que le sean colocadas las bridas adecuadas para llevar la carga que corresponde, a través de la noche... Y por más que parezca un deseo estúpido, ese es mi deseo.

A veces comprendo la necesidad de desvincularse de los resultados, de emprender las acciones que consideramos necesarias sin reparar en el beneficio o la pérdida, sino por ellas mismas. Y ahora, aunque tengo una idea de lo que en el futuro debería acontecer, pienso en este presente extraño, me confunde el no sentirlo completamente mío, y me invade la sensación de que algo no está bien, como una arista que hubiera que pulir.

No es el momento de pelear, a pesar de las provocaciones, ni el momento de vivir grandes alegrías o penas... ahora, desde este lugar extraño en el que he ido a caer, sólo queda observar y ser consciente de todo aquello que las pasiones no me dejaron ver, despertando una parte de mi largamente ignorada y, no obstante, necesaria. Abrir las manos y dejar ir... dejar que todo pueda serme arrebatado ahora, está bien, no importa... permanecer en una desnudez que va más allá de la piel, y no esperar, a penas desear lo que pueda venir, mientras saboreo este momento que no volverá.

Y tensión (de nuevo...)

Como un perro... trotar por las calles, olfateando el aire, rascarse las orejas, bostezar al sol... Este me cae y bien y lo saludo, el otro... ¡en guardia! Ahí va un gruñido, este es mi territorio... Vivir es sencillo y, a veces, bastante agradable.

Pero no hay calma para mi lado humano, castigado por tantas inoportunas necesidades, por la incertudumbre sobre la cuál no podemos elegir, por una conciencia saturada que derrama sombra sobre las tierras de la luz.

Pensar duele tanto, pensar sin querer, y verse acorralado entre las dudas y las exigencias... que no se hasta cuándo podré mantener el teatrillo de las dos patas, o si no será más sano salir corriendo calle arriba en la forma en la que no se me puede atrapar. No hay descanso sino en el movimiento que me alivia. No me siento más en el hogar que cuando ando bajo las copas de los árboles o el destello de las estrellas; mi destino es ahora como la luna que se ausenta del cielo.

Hay lugares, pero me está prohibido echar raíces.
Y si digo lo que ahora siento, acaso el tiempo no lo convertirá en mentira?

Es como haberse convertido en un espíritu que no debería ser invocado, ni acercarse allí dónde transcurrió los días de la vida que debería dejar atrás, porque no está en realidad allí, porque no puede hacer lo que hacía, ni ser lo que fue. Porque su tiempo expiró y las corrientes lo conducen lejos, a otro mundo. Sin luz que valga al final de ningún túnel, cruzando los vastos páramos inundados de bruma, aquellos a los que nunca llegan la noche o el día, y que parecen extenderse por toda la eternidad.

Si me miro en el espejo, no me veo... veo al perro, eso sí, al menos es un perro feliz.
Pero no veo a la persona, sino una luz reticente, minúscula, tras un amasijo de sombras y ruinas.

Hay un impulso autoconservador; por el cual podría ponder las manos en las caderas e istaurar un sólido orden, levantar de nuevo la casa, debrozar los caminos, poner el pozo en funcionamiento, regresar a los huertos abandonados, recuperar el ganado dispersado en las montañas.

Ahora podría.
Mas adelante tal vez sea ya demasiado tarde.

Y, sin embargo, al mismo tiempo, habría algo de ilícito en todo eso, algo que quedaría por siempre como un reproche sino una maldición sobre mí y mis descendientes.

¿Qué es el deber?

No logro reconciliar mi ser dividido. Y cada temblor abre un poco más la herida, cada momento robado al tiempo ahonda un poco más la sima en la que cae mi ánimo, olvidado de sí mismo y extraviado.


Exilio

En el Bosque, de nuevo, recorriendo los caminos que muchos han pisado antes de mí, y esos senderos que sólo yo conozco, campo a través, dónde las únicas indicaciones son los árboles y arbustos, y las formas de las rocas que han permanecido reconocibles a través de los años.

Caminar, trotar, saltar obstáculos, trepar agarrada a las piedras y meterse por lugares imposibles entre las zarzas, en absoluta soledad, controlando ese territorio en el que el resto de la humanidad es sólo un puñado de extraños tolerados bajo este inmenso cielo y sobre esta tierra bendita, analizando cada variación en el mismo, y volviendo a admirar el silencio de los secretos que se esconden en los lugares que nadie visita.

Allí sobran las palabras, allí uno se siente tan pequeño, de nuevo, que la grandeza del mundo se revela sin contemplaciones, y parece que recuperemos los sentidos extraviados en la carrera de lo absurdo. La luz perfecta filtrándose entre las hojas translúcidas para caer en la sombra del hayedo, la sombra de un pino majestuoso recortado contra el sol, el lecho blanco de ese riachuelo que sólo revive en el deshielo…

No es sólo algo bonito, no es algo que quepa en una fotografía que coleccionar. Los sonidos, los olores, las texturas se apresan en lo más profundo del alma y allí echan sus fuertes raíces; alzan orgullosos sus troncos, creciendo más allá del recuerdo y extendiendo sus ramas aún en la noche más oscura del alma, para acogerla como un templo.

Llego un tanto aturdida a escalar la falda de la montaña, hasta alcanzar mi primer altar, y volver a leer sus marcas... el lugar del que vengo y el lugar al que quisiera llegar, siendo los mismos, han cambiado, y ya no soy la que observa, estática y anhelante, el espejismo de una promesa al otro lado del precipicio. Sino aquella que está en camino, tambaleándose sobre una canoa endeble a través de las aguas de la incertidumbre, para llegar a sostener en sus manos el fruto del árbol de la otra orilla.

Claro que tengo miedo, mis oídos no fueron sordos a todas las historias contadas acerca de la tierra de la que no se regresa… pero no importa. Sencillamente, no importa.

Ni importa la tristeza, cuando los hermosos recuerdos de una vida se convierten en compañeros de viaje y a pesar de punzar de vez en cuando, nos hacen alzar los ojos a la bóveda celeste y dar las gracias una y mil veces. Y todo lo que se puede desear de verdad es tener la fuerza suficiente para seguir el camino hasta el final, y que sea concedida la gracia de no dañar a aquellos a los que amamos a pesar de la distancia que debemos guardar por su bien, y por el nuestro.

Después de haberlo buscado, desesperada, sin éxito, contemplo al fin mi reflejo. Aún revelándoseme oscuro y terrible, no me espanta. Conozco a la bestia, sé leer el destello que brilla aún más que la furia de sus ojos. Sé que andamos pacientes al exilio, dónde nos queda mucho que aprender, y mucho por hacer.

Acepto lo que tiene que ser, cuando mis quejas quedan atrás, y entiendo ahora lo que antes escapaba a mi discernimiento. Sí, es cierto, y ciertas cosas me quedan un poco grandes, pero sigo creciendo…



Equinoccio de Otoño, año 2007


En Tránsito

No ha de tardar ya demasiado en asomar el sol espantando la oscuridad nocturna... como de costumbre, no tenía pensado estar despierta hasta estas horas, pero ya que lo estoy tal vez sea hora de escribir un poco de nuevo. Incapaz de encontrar reposo, no he parado de trotar alegremente de un lado a otro durante estos últimos días de verano.

He visto cosas muy interesantes, sin moverme demasiado de la cotidianidad; he descubierto que a pesar de no ser demasiado social, aún conservo esa rara capacidad que me lleva a encontrarme rodeada de vidas tan diferentes entre sí que pensar en que puedan estar conectadas a través de mí sigue provocándome vértigo. Palabras y gestos que han sido invitaciones para conocer un poco más de cerca otras posibles existencias. Pero yo, en tránsito, sólo puedo compartir parte de mi tiempo, sólo puedo ofrecer lo que llevo conmigo en este forzoso deambular.

Ahora ya se siente venir el otoño, que entra suave y aún cálido. Mi cuerpo, mi alma, me pide que dirija mis pasos al hogar. Es un tanto difícil no saber dónde situarlo exactamente. Ya pasé muchos años contemplando posibilidades, ya sé las muchas cosas que podría ser, los muchos papeles que podría adoptar y, sin embargo, no es fácil que alguno se ajuste a mis medidas; no es nada fácil que todo mi ser me diga "aquí está bien, pararemos, y levantaremos una casa y crearemos un hogar".

Anhelo ese sentimiento de pertenencia, esa bendita serenidad que proviene del asentarse y trabajar constante por unos bienes tan valiosos como sencillos. Muchos recuerdos vienen a mi vida acerca de la belleza de esa vida humilde y bella. No me gusta la idea de andar vagando por siempre. Y, sin embargo...

Sin embargo algo me llama a la búsqueda, y aún a la batalla, como un deber. A cumplir con tareas que me alejan del mundo que conocí, y alejarme al mismo tiempo de esas imágenes queridas para verme rodeada de otras menos amables y, no obstante, necesarias. No me está permitido permanecer en el sueño de la placidez, aunque a veces parezca tan real... así como los peces no pueden vivir fuera del agua, no podría yo habitar ahora la tierra de mis sueños, mi espíritu se marchitaría y acabaría por enfermar... No es el momento y bien sé que tal vez nunca lo será.

Mientras tanto, al menos la vida me da mucho más que a otros que gozan de una suerte más restringida que la mía. Y aún lejos de ese paraíso acuñado en el devenir de los años, puedo decir que hay para mí flores y frutos entre las zarzas. Que a decir verdad ha quedado muy lejos aquella sensación de estar fuera de la propia existencia, como un observador impotente, y que a pesar de los muchos factores propios y ajenos que escapan de mi control, me siento libre de ir dónde me plazca y hacer lo que me parezca correcto, del modo que me parezca más adecuado...

Ahora que llega el otoño, sé a dónde se dirigirán mis pasos... Pensando en el color y los sonidos y los aromas de mi tierra que permanecerán vivos en mí cuando esté lejos. Pensando en que este será tal vez mi último invierno cerca del mar, dónde quedará lo una vez fui, sellado por el motivo de mi partida, bajo la custodia de las oscuras y perfumadas agujas de los pinos... Iré al lugar seguro que ha sido mi hogar estos últimos años, a vivir una despedida consciente, serena, y colmada de agradecimiento por la posibilidad de apurar este cáliz, por no tenerme que lamentar cuando, a mi regreso, no queden de este momento más que recuerdos.

Tal vez aún, algún día, todo mi ser me gritará "paremos, y creemos un nuevo hogar". Pero mientras tanto, trotaré por el mundo, recogeré flores y frutos entre las zarzas, y compartiré lo que lleve conmigo.


La Mañana

Suplencia en el turno de noche, la excusa ideal para amortizar esta tendencia al trasnocheo que me ha arrastrado las últimas semanas.

Siempre me ha gustado echar un vistazo allí dónde nadie repara, ver qué hay tras los mostradores, o sobre los muebles, o estar sola en los edificios en los que a otras horas se llenan de gente. Ocho horas de silencio y espacio, de estar despierta y serena, mientras unos duermen en sus casas y otros arman jaleo por las calles, son como un regalo. Y aprovecho para sacarme de encima el lastre de tareas acumuladas por un lado, y por otro, para dejar que en mi cabeza se acomoden las ideas que han generado los extraños acontecimientos de estos últimos días.

Subo a la terraza cuando la noche empieza a diluirse; más allá de los blancos muros, el cielo es aún azul oscuro y entre las nubes, brilla intensamente la estrella del amanecer. Y súbitamente recuerdo con toda nitidez lo que sentí al estar en el avión, el color y el olor, la temperatura y las sensaciones corporales de aquel momento antes de poner por fin mis pies en esa tierra lejana.

Pienso en cuándo volverá a suceder...

Vuelvo al trabajo, y tras las ventanas se abre paso el día; sólo que hoy no lo rehuyo. Cuando salgo a la calle, alguien para quien la fiesta aún no ha terminado, quiere invitarme a un after: "no gracias, una se va a dormir".

Agradezco la luz solar, en un matiz que hacía tanto que no veía, y comprendo porque alguien puede dedicar canciones a la mañana observando los árboles del parque, y las calles que aún recuerdan a un pueblo, y a lo lejos esa última montaña que la ciudad no ha devorado. Comprendiendo que son lo contrario a la expresión de que "hay fiestas sin mañana", recuerdo las mañanas de otras noches que pasé sin dormir, claras, serenas... y recuerdo aquellos que estuvieron conmigo entonces y les mando mis mejores deseos desde la insondable distancia que nos separa , sabiendo que también sería extraño que nuestros caminos se volvieran a cruzar. Y que, sin embargo, contra toda espectativa, si tiene que ser, así será.

Tengo que escribir aún mucho, tengo aún asuntos pendientes que resolver... y sin embargo tenía la necesidad de tratar de reflejar, aunque torpemente lo sentido en esos momentos, que enlazan por la raíz con tantos otros. Subo la cuesta de mi calle, casi retardando el momento de llegar, como cuando aún no quieres dormir por poder observar al ser amado a tu lado... Cierto es que que mi visión ha cambiado en los últimos meses, y que un simple paseo ahora puede dar pie a conexiones memorables, pero sin embargo, no es un don, no es un milagro, ni un premio mágico, sino algo mucho más sencillo y cercano.

Recuerdo una canción más bien mediocre que ha sonado en la radio, llamándome la atención un fragmento del estribillo; "Siempre has esperado alguna señal observando desde la ventana, yo no te puedo enseñar el color del mar ante tí. Tienes la puerta abierta". Definitivamente, a veces las palabras sobran y no bastan al mismo tiempo.

Sé que algunas personas creen que reniego del paganismo, (o casi), incluso me han preguntado si me he hecho atea...

He vivido momentos de angustia y duda; momentos en los que tiemblas por una señal, o unas palabras de alguien que sepa qué está pasando... momentos en los que el dolor te sacude y todo a tu alrededor se vuelve negro y frío mientras andas absolutamente desorientado, y sientes miedo... Nadie se presentó entonces como "salvador", y sin embargo, ahí a mi alcance no faltaron las herramientas necesarias para sobrevivir, y al caminar, al seguir adelante fueron llegando las respuestas que buscaba, o más bien fui aprendiendo a verlas, a darme cuenta. Esa fue mi formación, la única que tiene un valor real para mí, aunque el precio a pagar por ella sea ser un tanto inadaptada.

Yo no me "convertí" al paganismo, he sido pagana desde que tenga memoria, simplemente siguiendo la vía que me dictaba la voz interior. Si las primeras pruebas fueron el no rendirme ante el escepticismo de aquellos que me rodeaban, las segundas fueron no dejarme engañar, ni atrapar, ni desviarme de ese camino que cada hombre y cada mujer debe caminar en soledad, a pesar de no ser un solitario...

Es sencillamente maravilloso tener fe en la existencia de algo y llegar al momento en el que descubres que realmente existe; pero después de eso, no hay excusa posible para cruzar el umbral y empezar a vivir en esa realidad.

A veces "los paganos" hacen declaraciones, o te encuentras con casos realmente escandalosos, y es muy difícil no reaccionar. Pero, salvo esas ocasiones, prefiero mantenerme al margen de las organizaciones y grupos de paganismo, con los que muy raramente puedo sentirme identificada. Entiendo que su modalidad de paganismo, a menudo desarrollada en sociedad, es muy diferente a la mía, que a menudo se hace tan personal que deviene prácticamente íntima. Cada cuál tiene la escuela que le pertoca... yo he tenido la mía también, aunque haya tardado en reconocerla; no he estado sola nunca, aunque haya tardado tanto en darme cuenta -y así es cómo funcionan las cosas allí-.


Cruce de caminos

Camino al trabajo me entretengo en contemplar los árboles, el tono gris de las aceras, los charcos que reflejan el cielo nublado... Aspiro fuertemente como si quisiera absorber todo lo que me rodea con esa serenidad colmada de belleza que me hace temblar, que humedece mis ojos... y esa sensación tan difícil de definir que me embarga... similar al vértigo.

A cada paso que doy siento que se acerca la despedida, y eso es todo. No debo, ni quiero evitarla, pero aún así... una parte de mí desea que en algún lugar exista por siempre este mundo tan cotidiano como irreal. Porque la realidad es otra, mucho más hostil... Sólo salpicaduras de luz en la un océano de oscuridad.

Y me pregunto si será imprescindible beber las aguas del olvido para para tener el valor de soltar y dejar que partan libres las aves que alimentaba nuestro pensamiento y permanecer así solitarios, despiertos en el centro de la tormenta, para sostener la mirada a este vacío que mora incluso en nuestro interior.

Cansada, reposo en un lugar seguro y amado, esperando el momento de partir a un destino indefinido, y sé que cuando me vaya lloraré como una boba, y que eso será lo de menos. Mientras me preparo para dejar atrás aquello que me ha acompañado en los últimos años de mi vida, me acuerdo del día en el que un vidente me dijo que mi destino no era el de una sacerdotisa. De lo que me dolió entonces, y de la razón que me doy cuenta ahora que tenía... y, sin embargo, no cambiaría mi suerte por la de otro. 

Hoy volví a soñar un reencuentro, en uno de aquellos momentos en los que caminos hermanos se cruzan y la existencia parece tener sentido, y vale la pena seguir en pie saludando a cada nuevo día... esos momentos que se dan rara vez, llenándonos de fuerza e hiriéndonos de añoranza al mismo tiempo.

El hombre con rayos X en los ojos

Me he despertado recordando aquel hombre que veía cómo son las cosas bajo la superficie aparente, el hombre que veía demasiado profundo, y perdió la perspectiva. El hombre con rayos X en los ojos, que terminó por arrancárselos. Bella metáfora. ¿Qué me tendría que arrancar yo? Los ojos, claro, y los oídos, la nariz, la piel, tira a tira... y la parte trasera de mi cabeza también, y esas azules chispas como espuelas crueles.

Se abrió la caja de Pandora, o acaso pisamos dónde no debíamos en el camino al templo y ahora la legión de las sombras se cierne sobre nuestras cabezas, como una bandada de aves negras.

Pero no importa.

Tarde o temprano pasará, y estaré en el principio de nuevo.

Puede que a otros les resulte una sorpresa la existencia de este abismo, o tal vez el hecho de que seamos viejos, muy viejos, conocidos. Mi primera pesadilla, mi primer recuerdo, una existencia sin suelo bajo los pies; una lucha sin fin, en la que cada herida del enemigo es una flor de luna bajo cuyos pétalos cobijarse... y cada herida propia un umbral por cruzar, dejando atrás mis recuerdos como semillas, como gotas de sangre manchado las barbas de un gigante que no sabe de mi existencia, y a mi no me importa.

Puedo sonreír aún, por la victoria de aquello que no se extingue en mi centro.

....

Medicina

La hora más profunda de la noche se extinguió y al saludo, brillante y victorioso, de Venus se desgarró la oscuridad una vez más... Bien podría decir que fue tan solo una pesadilla; pero no sería cierto... no fue la primera ni será la última vez que nos veamos... al borde del abismo como en el principio del tiempo, cara a cara.

Pero más tranquila ya, me doy cuenta de que se escuchó el llamado a pesar de la distancia, y veo que mis heridas han sido ungidas con bálsamo, y sanadas como por milagro... que mi conciencia despierta de nuevo en el mundo de los vivos. Sólo puedo dar las gracias, porque, a pesar de todo, algunas cosas agradables suceden tan inevitablemente como aquellas otras que preferiríamos no tener que experimentar.

Que inocente parece ahora el paisaje... quien diría que hace unos momentos era una brecha terrible por la que asomaban los diablos y fantasmas de todos los tiempos. Que inocentes parecen mis manos ahora, que diferente la sonrisa y el brillo en los ojos...

De repente aquí sentados, como si hubiéramos salido a almorzar al campo, no hace falta que hablemos, pero hablamos. Y yo sé que hay cosas que debemos aceptar y que cuando el dolor llega, hay que sentirlo también, y permitir que nos haga más fuertes.

Pues cuando lleguen otros, y se encuentren es este mismo trance... cómo vamos a hablarles de lo que no hemos vivido; ¿ Con qué valor decirles, "ahí al lado tienes la espada, blándela por tu propia mano" ? o ¿con qué derecho gritar "no te rindas"?, si no hemos arriesgado lo mismo en algún momento...

Y eso debe ser antes, siempre antes de que llegue el saludo de la estrella de la mañana y la Llamada; antes de la medicina aplicada suavemente sobre las heridas por alguien del camino que aparece cuando casi has perdido el aliento...

Y de lo que en ese momento se dice un alma a otra sin necesidad de mediar palabra.



Samhain, año 2007


Porqué luchar?

Siendo consciente de que voy a morir de todos modos, sin importarme demasiado si hay un más allá en el que aterrizar tras abandonar este cuerpo , ni mucho menos esperar una recompensa por mis acciones. Porqué cada vez que el viento del destino derrumba mis construcciones y arrastra tan lejos aquello que creí que permanecería, hay un resorte en mi que me impide abandonarme por completo a la desidia y ahogarme en las saladas aguas que inundan gota a gota la ruina de lo perdido ya por siempre.

La verdad es que vivo con una deuda por todo aquello que en su día me fue otorgado; con la condición de no poderla devolver a mis benefactores, sino a otros que se vieran en la situación en la que yo me hallaba en el momento en el que llegó su intervención.

Que hay bendiciones que atormentan, sí; pero también hay cosas peores.

No estoy en posición de criticar a nadie por su proceder; como humanos, somos libres.

Pero precisamente por ello, elegimos nuestros vínculos, aquello a lo que nos enlazamos y, aunque no podamos elegir lo que nos ocurre; sí está en nuestra elección lo que hacemos con ello. He visto personas que soportan situaciones durísmas mucho mejor de lo que yo llevaba cosas infinitamente más suaves; y aunque pueda compararme, su ejemplo me cala hasta los huesos y aunque no es cómodo, no se puede ignorar lo que uno sabe...

No puedo rendirme por el mismo motivo que no podría vender mi alma; una parte de mí no me pertenece en exclusiva, es que tengo el compromiso de custodiar. Si la vida no tiene demasiado sentido - porqué debería tenerlo? - entonces ya me tomo la responsabilidad de dárselo yo misma. Y aunque no tenga ninguna gracia el verse apaleado entre los restos de un mundo caído, y duela el ver caer a los que fueron nuestros compañeros de viaje; luchar, defender, no ceder y levantarse de nuevo y construir una y otra vez, me hace sentir mejor. Tal vez sea una cuestión de amor y fe, o tal vez sólo el orgullo del espíritu humano que cree poder enfrentarse al universo infinito.

Debe ser que en mi infancia tomé generosas dosis de sol y aire libre, como para poder olvidar que las alegrías de esta vida son en realidad algo tremendamente sencillo. Y que tarde o temprano, siempre volverán, como la primera vez, aunque cueste de creer a veces... Es todo el premio que necesito ... y por mí pueden cerrarse las puertas del paraíso prometido.

Ni venderse, ni escapar...

Me acerco al cristal frío de la ventana, detrás la noche, el cielo claro, algunas estrellas... mi alma de perro suspira y espera, dando vueltas, que se consuma el tiempo, mientras el mundo a mi alrededor me parece cada día más absurdo... y hoy me duele menos la despedida que la necesidad de partir, de buscar ese lugar en el que los días se sucedan sin trazar sogas de ansiedad a mi alrededor.

No estoy triste, no es eso; es sólo que a veces esas estrellas parecen tan cercanas que parece que estirando el cuello pueda dar el hocico en ellas, pero el cristal sólo retorna el cálido aliento en la oscuridad fría. Y recuerdo al contemplar mi reflejo los días de sol y hierba verde, las promesas del retorno, en el que hay que creer.

Volveremos a encontrarnos, siempre que hayamos sobrevivido.

Volvieron a reñirme por ser lo que soy, ¿y qué otra cosa voy a ser? No me gustan los disfraces... nunca me quedan bien. Debe existir la manera, el camino adecuado para este espíritu que me lleva, que me impide ignorar lo que otros disimulan con palabras y frases hechas. Los años pasan y cada vez más me doy cuenta de lo que significa llevar la diferencia a cuestas; saber que buscando hacer lo correcto uno se cierra puertas, y que, con todo, hay cosas que uno no puede, ni debe permitirse.

Es entonces fácil ver qué razones llevan a alguien a que las personas vendan su alma, así sea a plazos; pero no por comprenderse resulta lícito- Y es fácil entender aquellos que buscan su respuesta escapando del mundo... pero no es ese el camino que yo escogí.

Se acerca una fecha importante, y un nuevo compromiso. Tal vez por eso es mi voz más grave hoy... pero en mi centro se levantan llamas de alegría y celebración como en los viejos tiempos. No flaquearé a la hora de tomar nuevas armas y ponerlas al servicio de aquello que merece mi respeto.


Samhain


"Pourtant, sous la tutelle invisible d'un Ange,
L'Enfant déshérité s'enivre de soleil,
Et dans tout ce qu'il boit et dans tout ce qu'il mange
Retrouve l'ambroisie et le nectar vermeil.

Il joue avec le vent, cause avec le nuage,
Et s'enivre en chantant du chemin de la croix;
Et l'Esprit qui le suit dans son pèlerinage
Pleure de le voir gai comme un oiseau des bois."

Charles Baudelaire, Bénédiction

Fui a despedirme de una época, marcada por la ingenuidad y el desengaño, marcada por la pesadez de los párpados que tratan de abrirse, por el temor al exceso de luz, o a la ausencia completa de ella; por los pasos tan torpes como los de la criatura que habiendo aprendido a tenerse en pie, ensaya el trote; por esas heridas que a los ojos de los Grandes no són sino rasguños...

Sentada sobre ese altar de roca descubierto merced a las incursiones bosque a través en un tiempo lejano, mordiéndome el labio y preguntándome por última vez si estoy haciendo lo correcto. Luego sigue un silencioso canto de despedida, sin tristeza ni dolor... entonces, aquellos que antaño me dieron la bienvenida vienen a mi encuentro, rodeándome amistosos, recordándome el primero de nuestros saludos. Y sonrío, y, como entonces, siento una corriente de alegría en mi interior, que, como una promesa cumplida, podría desafiar al vacío existencial.

He enterrado mis viejas herramientas dónde nadie podrá recuperarlas, porque lo importante fue el camino recorrido para conseguirlas; al tiempo, con seguridad, su mayor servicio. Me desprendo de ellas con agradecimiento, en un lugar seguro, con respeto. La necesidad me lleva a desprenderme de muchas otras cosas materiales, así como de imágenes y palabras; no porque sean nocivas, no porque las desprecie, sino porque preciso de la ligereza para esta siguiente etapa del camino que me impulsa a lo lejano, consciente de que en ocasiones es necesario dejar atrás incluso lo más amado. ¡Menos carga aún habremos de llevar, cuando nos llame la muerte, al fin de nuestros días en la Tierra!

Leo marcas en la roca; la transformación del imaginario en una leyenda personal, que el viento y las aguas han encriptado, cómplices, a los ojos de cualquier extraño. Del mismo modo que el conocer las esquinas del mundo nos ayuda a ubicar el centro, son esas marcas el testigo que me recuerda que lo que ahora se cierra no es sino un capítulo de la historia que empezó hace largo tiempo, y que ha de continuar...

De igual modo cómplices, los hermanos del lugar me rodean, asestando el golpe final a las dudas agonizantes, no disimulan su divertimento, al darme la bienvenida, una vez más, al hogar como si hubiera vagado demasiado tiempo sin ver algo evidente. Y son ellos quienes me recuerdan la validez de viejas intuiciones, un instante antes de partir a caminar por el mundo que queda al otro lado de la frontera de este círculo de intimidad, de este lugar solitario, tan sacro como el más noble y concurrido de los templos.

Y si yo pregunto porqué entonces he tenido que recorrer los caminos del mundo, y conocido los diablos del engaño, la avaricia y la traición, y he tenido que salir corriendo, salvándome por muy poco de ser utilizada como un buey que encadenan al arado, y metido la pata en trampas tantas veces que es un milagro que no me haya quedado coja... y confundido con mil gritos que claman una cosa y su contraria, y susurros que disfrazan de virtud la falta, y veneran las apariencias más que la verdad que se esconde tras ellas. Y si pregunto porqué entonces, arrojada a un mar de desconocidos, como huérfana, he llorado a mis hermanos perdidos, y, atrapada por la ilusión de la soledad, he buscado mi sendero en los caminos de otros, y éstos me han escupido a la libertad de ser yo de nuevo, como a una piedra difícil de digerir.

Entonces ellos responden, que es el mundo de los hombres el que debo que recorrer. Que son las trampas de los hombres las que debo conocer y esquivar, para no convertirme en presa, y son las palabras de los hombres las que debo conocer y dominar, como a un rebaño de criaturas salvajes, para que me sirvan en lugar de convertirme en esclava. Y son las almas de los hombres de las que hay que tener conocimiento, y tener conocimiento de cómo encontrarlas y distinguirla; pues muchos vagan por el mismo mundo en apariencia de hombres, pero están vacíos, y aunque ese espacio traten de llenarlo con palabras y engaños, siguen estando vacíos; porque no habita la llama de la vida en ellos, sólo los impulsos que niegan la muerte.

Y, al fin, es entre los hombres dónde encontrarás tu lugar, mientras vivas; lo que venga luego, ya se verá; no hay que temer el castigo ni esperar recompensa alguna... Eso puede servir a otros, pero no a ti.

Y si yo pregunto por los Dioses, ellos responden; Ahora que sabes lo que son los Dioses, no permitas que la revelación siembre el temor en ti, ha sido tu tarea aceptar el conocimiento que se te ha otorgado; pero no es necesario que espantes a otros, pues, a su debido tiempo, si así debe ser, ellos sabrán. Trabaja por lo que Ellos son y, por medio de ellos, sirve a los hombres que aún merecen tal nombre; y hazlo del mejor modo que te sea posible, pues es una de las vías correctas.

De este modo, aquello que yo creía una despedida última, es al mismo tiempo un gozoso reencuentro con esas raíces que más se adentran en la profundidad de la Tierra llegan cuanto más se acercan las ramas a altura del cielo. El frío de Noviembre ha llegado, pero siento calor, por el recorrido que lleva hasta el lugar, tal vez también por la emoción. Sentada sobre el saliente del pequeño barranco, aquel que me recordaba a la Roca del Consejo en la que se reunian los hermanos de Mowgli, recibo los rayos del Sol como el beso del destino, que es hoy tan cálido y dulce como otras veces fuera gélido; sobre mi frente, mi pecho, y las palmas de mis manos, derramándose por mi cabeza y empapando todo el cuerpo.

Y sí, se hace una promesa.

Después, hay mucha alegría por todas partes.

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Una se pregunta si será posible sacar algo de provecho de una criatura que no se ha podido domesticar por completo; que forjó una mitología propia a base de rescatar el relato sesgado de las voces de aquellos hombres que quedaron fosilizados sobre blancas páginas para esa posteridad de la nació que formando parte, y la inspiración de esas presencias numinosas, que habitan el bosques y tuvieron a bien acompañarla en el descubrimiento del mundo...

Me miro en el espejo, y es difícil ser consciente de los años que han pasado, porque aún creo que me parezco demasiado a esa criatura, por fuera y por dentro... cuando aún a veces me entran esos arrebatos de locura y sólo pienso en jugar; o bien disimulo bastante mal mis afectos y mis rechazos. Y, al fin, todo mi escaso conocimiento es tan simple, mis haceres tan insignificantes; que a veces me da vergüenza pensar que se pueda escribir tanto acerca de ciertos temas; y ciertamente llega un momento en el que ya no sé si es que las voces de nuestro mundo se deleitan en escucharse como un Narciso enamorado de su propia imagen, o si es que se me escapan la mayoría de cosas porque no crecí lo suficiente para que me cupiesen dentro.

Pero, la verdad, ya no me importa; tengo a mi alcance todo cuanto necesito... y aunque de vez en cuando deba invocar la lucidez extraviada para entender que las cadenas en las que me enredo yo sola no existen en realidad, estoy en camino. Al amparo de mi familia de crianza, esta vez la salida del círculo me llevará bien lejos, a través de un extenso lecho de aguas, a la otra orilla del cual me esperan otros hermanos, compañeros adecuados para esta nueva época, y mi recorrido será un puente tendido entre ambos mundos; el pasado y el presente, lo cercano y la lejanía, lo íntimo y lo común, la idea y su realización.



Solsticio de invierno, año 2007

Necesitaba silencio y soledad, ofrecidos en el refugio de la noche. Una invitación legítima, que pacta mi retiro de los caminos del mundo sin perderme en la evasión. Salgo a la terraza y contemplo la luna, como el ojo de una bestia gigantesca y oscura que me envuelve con el pelaje de su vientre maternal.

Y es curioso recordar el primer poema que escribí para estas fechas, tratando parecidas sensaciones.

Por primera vez en muchos años, las fuerzas que despiertan alrededor de este momento, son femeninas. Nada podría hacerseme más extraño y, sin embargo, resulta familiar. Me hace sentir como si perteneciera a otra realidad, como si pudiera andar bajo la tierra sintiendo los pasos de la gente sobre el suelo, como si pudiea pasar, invisible, entre los demás...

***

Al salir del trabajo, saludo a la mañana.

Recuentro lo que es la mañana de un día laborable, cuando los chicos van a la escuela, y los adultos al taller, o la oficina, o el comercio. El tráfico de vehículos y personas es intenso, acostumbrada a recorrer el camino a casa sin cruzarme con más de diez individuos, se me hace raro caminar entre tantos rostros enrojecidos por el frío y con el vacío del desencanto en los ojos. El rugido de los coches es constante y rompe la paz de la mañana, nadie - salvo, tal vez, los niños- parece darse cuenta de cómo los rayos de sol juegan a conquistar de nuevo la Tierra, acariciándola suavemente, pasando su luz entre las ramas de los árboles, o entre los altos edificios, como si de la cabellera o las formas de una amante se tratara.

No hace tanto que yo también despertaba de mañana pero creo que incluso en el peor de aquellos días no olvidé echar un vistazo a aquellos pinos, gatos, palomas y gaviotas que fui conociendo a fuerza de seguir arriba y abajo el mismo camino, y de cuya observación saqué algún conocimiento tal vez intrascendente, pero nutricio. Y doy las gracias, y espero no formar nunca parte de ese ejército de muertos-en-vida del que me vi rodeada.

Las mañanas de día festivo son más hermosas, las calles desiertas, sin ruido, lentamente inundadas por el sol. Camino como en un tranquilo paseo, aspirando feliz el olor de leña quemada, procedente de las hogueras encendidas en el campamento de chatarreros, o alguna de las casas bajas que aún quedan, esperando sentencia de derribo, en estas calles industriales.

Veo una pareja sentada en un portal, encogidos de frío, pero enzarzados en una conversación que se prolonga desde la noche en la que han decidido que preferían estar juntos que seguir a sus compañeros en la fiesta. Se puede ver el brillo en sus ojos, y oír ese brillo de ojos en el tono de su voz, y oler sus pensamientos en el aire. Saber que tal vez ni se han tocado aún, no, ahora "sólo son amigos", pero va llegando el momento, y luego quién sabe que pase, pero tampoco importa. Dan un poco de envidia, ciertamente, pero una agradece haber vivido momentos así, tal vez lo imposible de que se repitan los hace más hermosos aún.

Llegando a casa, la penosa escena de unos borrachos que salen peleándose de un bar, los gritos de sus patéticas acompañantes, y mis deseos de que en ese momento se los lleve por delante un camión con tres remolques. Hay "fiestas sin mañana", y seres que simplemente no deberían estar sobre la tierra más que como abono. Por el momento, hubo una redada el otro día y si bien no cerraron el local que propicia estas películas, al menos se ha impedido que lo mantengan abierto hasta la hora en que se va a comprar el periódico y los churros y se saca a los niños a dar el paseo dominical.

Y entonces llego a casa, y desayuno, y duermo... que mañana será otra noche.


Días más largos...

Tras el Solsticio,una se siente atrapada en este invierno como quien, por más que trata de dormirse, no cesa de dar vueltas en la cama sin conciliar el sueño, deseando que llegue un día muy esperado. Me ha tocado estar aquí encerrada como en un cuento, destinada a la tarea de seleccionar y separar las semillas de un montón más alto que yo misma. En compañía de mi sombra, de mi reflejo, pasan las horas y los días, tratando de templar un corazón excedido en la emoción. Y, sin embargo, no desearía que nadie viniera a rescatarme...hay trabajos que deben realizarse, de los que no debemos tratar de escapar.

Deslizándome en las raíces donde mora la Osa que teje los suelos de todas las criaturas; profundo en la tierra hasta el reino que allí se nutre de su propio sol, se abren puertas a extraordinarias percepciones. Incluso en la vigilia, creo estar allí como quien observa un súbito esplendor en lo periférico de su ángulo de visión.

Allí se mezclan los recuerdos y las proyecciones, las estampas de la cotidianidad y las promesas de lo lejano, y una va dejándolas pasar, como hojas caídas que el viento arrastra, indiferente. Y le pido a ese viento que sopla de ninguna parte que me desnude de tantas imágenes, propias y ajenas, que me desnude incluso de los sentidos y el pensamiento, que me arrastre y me diluya, por ver qué queda más allá de la ilusión, cuál es el el núcleo de este ser que en su devenir ha acumulado semejantes cargas.

Que revele ese ardor irreductible oculto bajo capas y capas de postergación, que permita que se erija de nuevo con la magestad que le corresponde sobre las otras cosas, e ilumine como un nuevo sol el camino que esas estrellas, amigas del viajero, tuvieron a bien mostrar.

Tengo las manos abiertas, acariciando a ese genio del aire, abiertas no para recibir, sino para dejar ir; y trato que mi corazón y mi cabeza aprendan de esas manos... arremolinados pasan los momentos que una vez viví, o imaginé - a veces es difícil distinguirlos -. Siento la estraña, oscura y cálida gravedad de las cosas que murieron y de aquellas otras tantas que no nacieron, y esperan, como yo, la llegada de la promesa de la mañana, el vuelo ligero y alegre de las aves que remonte su esencia, envuelta en el mismo escudo que deberán quebrar, a través de la tierra, de nuevo hacia la luz.

Me es imposible saber, ahora, cuál será mi nueva existencia al salir de esta reclusión de crisálida... Pero en al aceptar el proceso, está implícito aceptar lo que tenga que venir, sin miedo ni deseo. Con el tiempo suficiente para despedirme de todos, para comunicar mi agradecimiento y no dejar por decir cuánto los he amado, por si ya no vuelven a ver a la persona que conocieron en mi, con la que compartieron un parte de sus caminos. Incluso me despido de mi misma, de lo que he sido, de las formas que ha ido adoptando mi existencia en un prolongado abrazo que termina en su muerte y desemboca en el primero de mis días.

... Por indolencia, no regresan.

Tal vez porque es invierno, tiempo ideal para meditar en el reino oscuro de los principios y los finales, y en todo aquello que podríamos llamar las cosas-tras-las-cosas, una se detiene a considerar ciertas cuestiones.

Antes de quedar fijadas en la escritura, las palabras son aún ese espíritu de presencia discreta, como el vaho que se forma en el encuentro de nuestro aliento con el aire gélido de la mañana. Como aquel, la esencia de las palabras nace del contacto - una lucha, un abrazo- entre aquello que habita dentro de nosotros y aquello que nos brinda el exterior.

Me resulta más fácil la contemplación en movimiento, dejando fluir sensaciones e ideas al ritmo de los pasos, sin tratar de apresar esos momentos. A veces me pregunto cuántas porciones de vida dejamos escapar por estar presos en algún raro concepto de productividad y urgencia que ignora la importancia de la serenidad. O cuánto hay de letargo en la omisión de los elementos que hablan directos al alma, por seguir en los límites del cauce de la corriente del común; no porque así lo hayamos elegido, sino por no habernos dado cuenta de la existencia de otras opciones.

Se trataría de algo tan sencillo como prestar atención a algo más que las quejas inagotables de nuestra mente parlanchina, y mostrar agradecimiento por estar vivos, por tener esta oportunidad única, irrepetible. No hay excusa para ignorar la Vida cuando viene a llamar a nuestra puerta, cuando sus luces, sus aromas, se cuelan por las rendijas de nuestra prisión cotidiana para mostrarnos lo amplia que es la libertad a la que, por ignorancia, renunciamos.

En este punto siempre recuerdo una frase de Kafka (para ser sinceros, es la única cita que de él recuerdo) en la que aseguraba que el motivo por el que los hombres no regresan al paraíso es la indolencia. O el conocido experimento de aquel perro confinado a una jaula por tanto tiempo que, cuando ésta fue abierta, no sintió la necesidad de salir.

Cuando recorro las calles, observando el extraño paisaje de las viejas fábricas abandonadas y nuevos edificios en construcción, los árboles de cuerpos grises y ramas desnudas, el espejo castaño de los charcos en las aceras, el vuelo de los pájaros dibujado sobre los múltiples colores que se suceden en el cielo, al amanecer, siento que se tiende un puente hacia la Vida, aquella que es mucho mayor que la artificialidad en la que hemos sido confinados, o incluso criados.

Y no, no hace falta escapar a las montañas, o a lejanas playas solitarias, o a cualquier otro escenario de "naturaleza salvaje". Los puntos de contacto, las rendijas, puertas y ventanas por las que esa Vida - en mayúsculas- marginada como una reina injustamente destronada y exiliada regresa, están dónde quiera que nos encontremos.

Ella está en el entorno y en el núcleo de nuestro ser, en el centro de cada hombre y cada mujer, esperando abrirse paso entre los ruidos y la saturación. Ella resiste y algo en nuestro interior resiste, paciente, preparado para crecer, para abrirse como las alas que han de llevarnos al lugar al que pertenecemos, y crecer como un árbol que enlace la Tierra con el Cielo.

No puedo admitir excusas para negarse a seguir el llamado, salvo la sordera en la que hemos sido adiestrados... La persona que me legó este conocimiento no ha tenido una existencia fácil, ni mucho menos cómoda; cercada por circunstancias nada envidiables, ha experimentado todo aquello que uno debe pagar por haber cometido errores inocentes, ha estado sumergida en las turbias aguas del extravío personal, y ha conocido la pérdida de aquello que da sentido a las cosas... varias veces; y, sin embargo, resistió, y un día recuperó el brillo en los ojos, y recuperó un sentido para las cosas, y encontró el camino que ahora siembra de realizaciones.

Nada de esto hubiera sucedido si se hubiera dado por vencida, si se hubiera negado la oportunidad de tener una oportunidad, sólo por el miedo a una nueva decepción, un nuevo fracaso. La Vida es hermosa, terriblemente hermosa, y en ocasiones duele, como puede doler el amor cuando sacude lo más profundo de nuestras raíces, nos deja abandonados y desnudos, cuando nos rompe para sacar de nosotros algo más grande de lo que éramos antes de su bendición.

La Vida no nos permite atesorar eternamente los frutos que nos brinda, y, sin embargo, su promesa es que mientras una sola hebra de Ella resista en nosotros, nunca nos será negada la posibilidad de regenerarnos, por graves que sean los daños sufridos.

Yo no digo que sea fácil, no digo que sea siempre algo agradable... sólo que vale la pena.




Imbolg, 2008


La otra llamada

Conocemos la llamada de lo lejano, es como una promesa inspiradora, un horizonte lejano hacia el que siempre andamos, sin pretensión de tomarlo entre nuestras manos. Se escriben menos palabras amables, sin embargo, el efecto de la otra llamada, cercana, tanto que resulta amenazante, como unos recios nudillos golpeando en la puerta de la casa, interrumpiendo el sueño, turbando esa paz como un paréntesis abierto en el caos de la incesante lucha del mundo.

Y yo la escucho, ahora, sin creerla a penas; como los cascos de un caballo espectral resoplando y golpeando, impaciente, el suelo, mirada de fuego observándome a través de los muros y la piedra. Y a pesar que la misma impaciencia golpea mi pecho, me parece demasiado pronto para salir, cuando el Sol aún no ha conquistado la Tierra, cuando que la Helada puede sorprenderme a medio camino, extraviándome, acabándome.

Pero tal vez he estado demasiado tiempo paseando en un laberinto de puertas, que se empiezan a abrir, demasiado tiempo caminando en círculos, siguiendo una cuerda llena de nudos que se empiezan a desatar, cargando en mis muñecas y tobillos el peso de unas cadenas ya rotas, por miedo a perder la memoria de lo que fui.

Vienen y van aves mensajeras, trayendo nuevos versos, nuevas imágenes para construir sobre el espacio vacío que deja el abandono, como la yedra crece entre los muros derrumbados, interrumpiendo las miradas que lanzo al pasado... guardianes me escoltan, como nunca antes lo hicieron, con infinita paciencia, más presentes que nunca, recordándome aquello en lo que es preciso pensar ahora, poniendo algo brillante en estas manos que yo quisiera vacías en señal de luto por todo cuanto no volverá...


 

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