Estractos del Blog de MSN, desde Septiembre de 2005 hasta Febrero de 2008.
Si un libro son muchos artículos juntos, por el momento es lo más parecido que puedo ofrecer ...
Equinoccio de Otoño,
año 2005
Cada año que pasa,
cada vez que la rueda gira, mi percepción sobre el ciclo se
hace más y más íntima, personal. Se desliga de
las fórmulas preparadas como quien bien arropado en su cama, a
penas conscientemente, desliza sus calcetines lejos de sus pies para
sentir el contacto de las sábanas.
Pasado el mediodía
de octubre, prácticamente a las puertas de Samhain, es tal vez
un poco tarde para hablar del equinoccio de Otoño. Pero así
como las plantas no florecen al unísono en un día
señalado, ni las hojas caen al llegar una hora marcada, el
momento sencillamente llega cuando es, y por él se transita, y
tal vez cuando esto ocurre, se habla y se escribe como lo hago ahora.
Ahora que me pongo a
ello, me da la sensación que hace siglos que no escribo...
Así que habrá
que teclear y teclear antes de que salga algo interesante; describir
imágenes que empiecen a amontonarse como nubes que se reúnen,
transcribir voces tenues como el trueno que se acerca lento pero
seguro, antes de ser el señor de la tormenta.
Llega tarde o temprano un
momento en el que una se para y dice "esto ya es algo", y
es como la lluvia esperada en cuya contemplación nos
deleitamos. Luego tal vez se borra todo, como queda limpio el cielo,
y se redescubren los colores, cálidos como el fuego del lar y
fríos como el viento del destino, en sereno abrazo.
Empieza entonces el
verdadero trabajo de las raíces, los tallos y las hojas;
profundizar, crecer, nutrir... tarea que en sueños hilan los
que duermen el invierno, y tejen sus guardianes en la vigilia.
Siempre, a pesar del
agobio de nuestras conciencias modernas, permanece inexpugnable una
reserva virgen, un acogedor hogar, en el que podemos descansar
seguros, en el que podemos nutrirnos y recuperar fuerzas, en el que
se guarda todo aprendizaje necesario para nuestra supervivencia en
los caminos del mundo.
El otoño es la
estación de la plenitud, se inicia cuando el sol se hace
dorado sobre las últimas mieses, como un atardecer prolongado
y el aire se hace fresco como un aliento renovado que cruza la
somnolencia del estío; luego viene la lluvia, el olor de
tierra húmeda, el calor del hogar dónde recogemos el
fruto de nuestros esfuerzos y el silencio de la oscuridad que gana
terreno deslizándose suavemente sobre los días. Es un
momento hermoso y sereno, tras la agitación del verano, antes
del azote del invierno.
Una concesión,
antes de la despedida, como un puñado de tiempo, arrancado al
tiempo mismo. Una concesión, para disfrutar lo ganado con
esfuerzo, para asimilar lo descubierto, para agradecer lo recibido y
compartir lo que tenemos con aquellos que amamos...Antes de rendir
tributo a la Muerte; que no espera, porque tiene su propio tiempo.
La dificultad y la
suerte, juzgan qué permanece y qué se desvanece; vidas,
vínculos, proyectos... la Muerte aparece para llevarse a los
viejos cuyo tiempo ha acabado y otorgar descanso; pero esperará
hasta el fin de la primavera, para cobijar en su oscuro manto de
tierra aquellos cuya fuerza de nacimiento no es suficiente para
aferrarse a la vida.
Aparece muchas veces más,
siguiendo el hilo argumental de otras historias, ella está
siempre ahí... pero se la recuerda especialmente en el frío.
No obstante, aún
es Otoño; tomemos, pues, el último aliento antes de
descender a las profundidades. Despidámonos de aquello que no
volverá a formar parte de nuestras vidas, de aquello que en
nuestro recorrido anual dejamos en el camino, agarremos fuerte la
mano de aquellos que nos acompañarán en la travesía
del frío, aquellos quienes aún andando por senderos de
íntima soledad sabemos que volveremos a encontrar.
Celebremos... porque es
tiempo de celebrar lo conocido, antes de adentrarnos en la niebla de
lo que está por llegar.
Samhain, año
2005
Al fin sólo la
discreta llama de una vela, y el hilo de humo que lleva consigo el
olor de la leña que arde y crepita, rodeada de serena
oscuridad. Por más que sigan susurrando la labor constante del
tiempo todos los relojes del mundo, un instante se vierte sobre sí
mismo, y se derrama sobre los demás, como un bote de tinta que
contuviera la esencia de una noche ancestral...
Ayer se iniciaron los
festejos de la noche de las ánimas, con sus mil nombres y
costumbres como ornamentos para la corona de la Muerte. Gritos de
regocijo, de pesar, de temor y de placer se congregan y elevan en la
fecha en la que el protagonista es el silencio. El silencio más
allá del silencio, abarcando la totalidad lo que fue, lo que
es, y lo que tal vez será...
El cortejo de los viejos
dioses recorre el frío de la noche, los vigías del
invierno, y también las almas descarnadas que no descansan...
Y yo llego a casa después de una jornada con triple ración
de trabajo, y aún de de andar por las calles entre la
muchedumbre para cumplir algunos encargos de última hora.
Llego agotada, con la mente turbia, sin ánimo para entrar en
la cocina o elevar unas palabras al infinito circundante. Mi propia
sombra me cubre como una losa, y mis pies se hunden en la tierra
metafórica de la realidad.
Pero sigue siendo
Samhain; más allá de las tradiciones impuestas por el
oportunismo comercial, y de las coronas fúnebres que se
amontonas desde hace días en las puertas de las floristerías,
se oye aún el grito apagado de la naturaleza que sobrevive y
pelea por crecer a pesar de la soga con las que la ciudad rodea su
cuello.
Lo huelo en el aire, se
trata sólo de la primera noche, cuando se puede festejar en
compañía de los seres queridos, un instante antes de
adentrarse en lo desconocido... y algo me empuja a sobreponerme a la
decepción de no contar con todas mis fuerzas, y a dejar el
reclamo de un pequeño fuego en el balcón, a modo de
saludo; dulces y frutos, fuertes licores y leche, no por temor, sino
por cortesía a los vigías nocturnos que guardan el
sueño de los vivientes, y a los antepasados cuyas vidas no han
dejado de existir, pues su legado sigue vivo en nosotros, reanimado
con el impulso de nuestras aportaciones.
Y de repente me vienen a
la mente recuerdos ya lejanos de mi infancia, de unos malos tiempos
que por fortuna quedaron atrás, cuando mis mayores tenían
demasiado trabajo para llevarme a las fiestas, o demasiados problemas
para celebraciones caseras. Y me recuerdo buscando rincones secretos
en la casa para llevar a cabo una solitaria celebración
silenciosa; recuerdo querer seguir las tradiciones conocidas, querer
festejar o reverenciar, y batallar con todo mi ánimo la
desidia circundante. Algo me decía en lo más íntimo
que era importante celebrar, que era una manera de gritar que
confiabas en que llegarían nuevas oportunidades y que las
cosas podrían ir a mejor, y que era necesario.
Y pienso en los
antepasados, como personas entre el común de las gentes, cuyas
existencias a menudo debieron verse hundidas por la carga de lo
cotidiano en la tierra de la realidad. No todos tuvieron un nombre
destacado, o una vida ejemplar. Y algunos ni siquiera debieron tener
demasiada suerte, ni ánimos para bailar, o cocinar, o
festejar, a pesar de que llegara el día señalado, el
evento largamente esperado.
Posiblemente, algunos de
estos debieron buscar en sí mismos hasta encontrar algo más
grande a lo que aferrarse, algo realmente importante y entonces
aprendieron a celebrar desde el interior, a saludar con reverencia el
paso de las estaciones, peo también de cada año y cada
día de su existencia... incluso a pesar de no contar con el
material o las fórmulas "apropiadas". Fueron capaces
de mantener la llama y seguir en pie, sin dejarse vencer por las
circunstancias predadoras que emboscaban sus existencias.
Y por ello, en la primera
de las noches del nuevo Ciclo, desde mi balcón va un saludo
especial para todos ellos, un hogar improvisado en el que puedan al
fin detenerse por un momento y descansar, llevándose después
un sincero agradecimiento por la labor que desempeñaron en
vida, y aquella que llevan a cabo después de abandonar la
mortal coraza.
Seguimos guardando la
llama. Seguimos en pie.
Sigue el Invierno
Las hojas rojas y doradas
del otoño se apagan y, ya simplemente marrones, caen sobre
las aceras grises en un sueño sin retorno mientras sus formas
se pierden... Mientras, la aristocracia del verde se aferra
desafiante a las ramas y combatiendo elegantemente el feroz rugido
del viento como si de una hueste invasora se tratara.
La luz, tal vez
consciente de la brevedad del tiempo que le ha sido concedido, se
torna más austera; terriblemente clara sobre el cielo límpido,
o envuelta en un manto de densas nubes grises, ajena a la tierra y
sus pesadas cargas.
Y cuando el frío
hiere nuestra piel, todo nuestro ser sabe que ha llegado el tiempo
del recogimiento íntimo y sincero con uno mismo. La oscuridad
de la primera cueva se expande para abrazarnos como una madre
primitiva que canta nuestros sueños, y nos lleva a contemplar
en la negrura profundidad nuestro la realidad de la que somos reflejo
en la superficie.
Aquello que queremos ser,
aquello que debemos luchar por ser a través del aprendizaje en
los caminos del mundo.
Mecemos nuestros
recuerdos y añoranzas en la luz áurea del otoño,
y es nuestra despedida. En invierno, debemos desprendernos de todo
aquello que no es importante.
Si el otoño trae
las Aguas del recuerdo, la Tierra desnuda y dura del invierno las
absorbe, las detiene o las quiebra. En invierno sólo los
vigías permanecen despiertos; sólo lo que nos hace
fuerte, siendo fuerte al mismo tiempo, tiene derecho a permanecer en
movimiento en la danza de la naturaleza.
Sacrificio de
Recuerdos
Durante muchos años
he sido una de tantas personas que viven de recuerdos, incapaces de
reconocer lo bello o valioso del momento hasta que éste ya se
había extinguido.
Literalmente, se trata de
avanzar por la vida de espaldas al presente y al futuro, llegando a
proyectar las esperanzas en el pasado, y, por tanto, volviéndolas
irrealizables. Todo lo pretérito está bajo la
influencia del condicionamiento posterior, a pesar de las pruebas y
restos indiscutibles que pueda dejar, todo se vuelve, a la larga,
manipulable bajo la influencia de la posterior interpretación.
Lo único que sigue
vivo del pasado es lo que vive en movimiento dentro de nosotros en el
ahora.
Por eso, en cierto modo,
esa reelaboración "a posteriori" de los hechos es
en cierto modo lícita, si en el presente la convertimos en
realización a través de nuestros actos. Lo que no tiene
sentido es sentir que perdimos algo que en realidad nunca fue
nuestro, o ni siquiera existió; o más absurdo aún:
añorar algo que el ser en el que nos hemos convertido no
necesita, ni quiere.
Los recuerdos nos
asaltan, recuerdos de los mejores momentos, y de los terribles
trances de nuestra vida; de todo y cualquier cosa, se apropian de
nuestro presente y nos roban el aliento... pero nada pueden contra el
puñal reluciente como luz diáfana, afilado como el
viento gélido del invierno, que es la guadaña de su
particular muerte; nada pueden esas criaturas parasitarias,
sobrealimentadas con nuestras energías, cuando uno los
sostiene con firmeza sobre la solidez de la roca, de la Tierra como
altar que aguarda el sacrificio.
Escucho una canción
de aquellas que acarician el alma y nos vuelven dóciles, que
nos hacen sentir conectados a aquello que queremos y nos quiere, que
nos da ánimos. Y nos trae recuerdos. Pero de una naturaleza
muy distinta a los anteriormente citados. Aquellos que no pueden ser
recuerdos porque forman parte del presente continuo de nuestro ser,
aquellos como piedrecillas que marcan el propio sendero, que
delimitan el hogar que llevamos con nosotros y, no obstante, de vez
en cuando, extraviamos.
Llegados a este punto,
(esta semana o este mes, u hoy mismo); no necesito de los recuerdos
que alimenté durante tantos años antes que a mi misma
vida.
No necesito recordar los
mejores momentos de mi vida, y adormecerme en la idea que todo lo
pasado fue maravilloso. Nuevos momentos álgidos se suceden en
cada ciclo, y seguirán sucediéndose, y lo que en un
tiempo pudo hacerme inmensamente feliz, podría hoy pasarme
inadvertido. No puedes sacar piedras del fondo del mar para llevarlas
a casa y pretender que sean lo mismo que viste. Su lugar es el mar,
su brillo el momento justo en el que la luz penetra el agua y les
confiere un matiz de belleza única, particular y efímera.
Nada de eso pueden conservar en un bolsillo o sobre un estante, y a
la larga, sólo son una molestia.
No necesito recordar los
peores momentos de mi existencia, ni encadenarme al dolor abriendo
una y otra vez unas heridas que, por profundas que resulten, sanan de
un modo natural si nada de esto se lo impide. No necesito justificar
nada con ello, si el viento del destino me desplazó para mi
desgracia a una situación que no estaba prevista, es mi
responsabilidad afrontarla desde el momento en el que mis pies tocan
tierra. El mundo no es justo muchas veces, pero nunca nos niega la
posibilidad de aprender y seguir adelante con valor.
No necesito malos
recuerdos que me conviertan en una lisiada emocional y me impidan
valorar el presente y encarar el futuro sin miedos.
No necesito de un primer
amor que nunca fue, ni de compañeros de la infancia cuyos
rostros se desvanecieron: ellos y sus fantasmas salieron hace tiempo
de esta vida particular; mientras que yo no la puedo eludir. No
necesito recordar viejas amistades que cayeron como hojas secas, en
el embate de los años, o de esos extraños sueños
que se construyen como puentes hacia otros en la adolescencia.
Siento conmigo a todos
aquellos a los que aprecio, a pesar del tiempo o la distancia, porque
en cualquier momento en el que llamen, yo responderé; y sé
que obtendré respuesta cuando clame mi llamada.
No necesito de recuerdos
acusadores como demonios que me hablen de lo que podría
haber sido, o de lo que podría haber llegado a ser. Si estoy
aquí es porque tomé mis propias decisiones, acertadas o
no, las que me parecieron correctas. Y estoy en paz con ellas.
Me gusta el lugar en el
que me encuentro. Y sé que será permanentemente
susceptible de mejora. Y eso es lo que da ánimos para seguir
en ello.
Los únicos
recuerdos que quiero a mi lado son los que en lugar de alimentarse
del desgaste de mis emociones, me nutren y me dan fuerza a través
de ellas, y aún más allá.
Los únicos
recuerdos que quiero conmigo son aquellos que no han muerto, ni
morirán jamás; los que hablan directamente y sin
filtros a mi naturaleza más íntima, acerca de lo que
soy, de lo que quiero ser, de aquello por lo que vale la pena vivir y
aquello por lo que vale la pena luchar.
El pasado puede hacer su
teatrillo agónico mientras muere, sólo logrará
arrancarme una sonrisa de satisfacción por la sensación
que me deja verme liberada de una carga tan inútil como
pesada.
Solsticio de invierno,
año 2005
La noche más
larga del año...
Cómo si fuera el
último ocaso dejando paso a la oscuridad absoluta del origen;
tras contener largas horas el aliento, al fin, como si naciera el
primer sol con su primer amanecer.
Una semilla de luz, no
más que una promesa, como las criaturas que empiezan a
gestarse en el vientre de la madre, o aún más atrás,
como la posibilidad de las mismas.
Nada es seguro, sólo
la labor de nuestras manos desnudas, y el resplandor de la fe, para
abrirse camino en la negrura de la cueva invernal, hacia los altos
prados veraniegos, azotados por un sol triunfante, dónde la
vida señorea desde el trono de la realización y ofrece
sus frutos madurados en el orden del tiempo.
El misterio es
silencioso, es una única, humilde luz, la que puede tomar el
legado de su agotado predecesor, otrora augusto, como el ínfimo
brilló deberá llegar a ser.
Fuera, en las calles, hay
demasiado color, demasiados gritos, angustiantes hilos musicales,
asfixiantes multitudes que se empujan y se arrastran hacia los
aparadores. Todo para servir a los falsos ídolos que se
apropian del asombro de una infancia que crece sin rumbo, y sin guía,
aislada de su natural legado.
No es la Navidad de los
cristianos, ni es el solsticio pagano; es la fiesta mayor del Tirano
impostor que colapsa nuestros sentidos para llevarnos como
marionetas, en patético desfile, al altar profano donde la
verdad en el humano es sacrificada entre burlas grotescas. Es el
festejo en el que se le rinde tributo y se le pagan los impuestos.
El paso de las
estaciones, no pasa desapercibido a los ojos de un niño que ha
conocido la naturaleza, por más que se haya encontrado con
ella en un rincón olvidado en medio de la urbe. El niño
sale del aula del parvulario y observa las hojas en los árboles,
y busca los colores; y siente la temperatura, y degusta los frutos
de la temporada con satisfacción y canta las canciones del
tiempo. Porque el niño es curioso, está aprendiendo, y
tiene tiempo de alzar la vista a las nubes, y de entretenerse con la
tierra del parque.
Luego el niño
crece y el calendario natural es sustituido por una serie de órdenes
impersonales. La primavera, el verano, el otoño y el mismo
invierno ya no pasean por las calles esperando ser recibidas, sino
que claman atención desde sus sedes en los centros
comerciales, o se exhiben en la televisión.
La primavera, ya no es
el tiempo en el que empezamos a salir de nuestras casas después
de tanto frío, para admirar como las flores se prodigan en
espacios abiertos. No. La primavera llega con contrato de
exclusividad para alojarse en el Corte Inglés, y las flores
se pueden morir, ya pondremos unas de plástico. El verano en
el que "el sol brilla y vamos en camiseta y comemos cerezas y
tenemos vacaciones"; pasa a convertirse en galas maratonianas
con mujeres ligeras de ropa y humoristas decadentes prolongando una
fiesta inaguantable; lo que no gastas en compras lo gastarás
en salidas nocturnas, por aburridas que resulten.
Y así todo el año.
El paso de las estaciones, que a penas percibimos en un ambiente cada
vez más desnaturalizado, es un importante reclamo
publicitario, porque está en nuestra naturaleza que la
información pase directamente al fondo de la persona. Los
usurpadores saben esto bien, cambian el mensaje y luego lo inyectan
al público por ojos y oídos, frotándose las
manos pensando en el beneficio que van a obtener.
El mandato del Tirano que
trata de usurpar el trono al Sol es mandarnos a reuniones en las que
ninguno de los presentes quisiera estar, tras pasar horas de trabajo
extra arrastrados y mareados entre la muchedumbre, flagelados por un
exceso de luz y color y ruido, a la busca de regalos fútiles e
innecesarios por puro compromiso; nos hace cocinar horas y horas para
llenar los estómagos con más de lo que podemos
asimilar y mientras nos ahogamos en alcohol, para al fin limpiar
horas y horas. Una celebración sin sentido, que no aporta
ningún bien, que no tiene más razón de ser que
la de mostrar cuan obedientes podemos ser, cuánto poder se
ejerce sobre nosotros mientras sonreímos sin ganas.
El invierno es una
lección de sencillez, una llamada al encuentro con lo más
profundo de nuestro ser, a desligarse de lo innecesario para seguir
adelante, un alto forzoso para recuperar fuerzas y trazar los
senderos que recorreremos en los días que vendrán
cuando el sol vuelva a calentar la tierra y podamos seguir nuestra
ruta vital. Es un momento también de replegarse en la unidad
familiar, de sacar las reservas que guardamos en otoño, y que
han de durar hasta que la primavera esté afianzada. Hermandad
entre los iguales, entre los que luchan por un objetivo común,
y se abrazan sin necesidad de tocarse y se recuerdan, los unos a los
otros " lo lograremos, aunque no sea fácil, trabajaremos
por ello".
Serenidad ante las
adversidades y fe en el hoy y en el porvenir. No hay nada más
digno de ser celebrado que el ánimo de abrirse camino, que la
posibilidad de ese cambio, de esa evolución. No importa cómo
lo llamen, sólo hay un legítimo Rey del Invierno; sólo
hay un Sol capaz de iluminar a las terrenas criaturas, y sólo
a Él pertenece el Misterio, silencioso y humilde, del
Solsticio invernal.
Orto Oriente Solis...
Me levanto con el Sol
Naciente...
Llega a mí, como
un milagro en un océano de olvido.
Desechar lo inútil,
sacrificar los recuerdos ilusorios, exorcizar los falsos ídolos.
No puedo contar más
que por años mi destierro en el infierno de los infinitos
eriales, no cuento con recuerdos reales de mis pasos extraviados
sobre la tierra seca, resquebrajada y estéril. Todo se detuvo,
la vida misma, sólo mesurable por el paso de los día
sin noches, o de las noches sin día... qué importa cuál
fue mi falta para recibir tal castigo; o cuál fue el designio
de una voluntad superior a la mía.
Podrían haber
pasado muchas cosas, hubo un entonces en el que aprendía
rápido y cada descubrimiento me llevaba a otro, y era el ánimo
que me impulsaba más fuerte que el estar enamorado...
Orgullosa, las heridas no eran sinó medallas al valor tatuadas
en mi piel, no había duda capaz de amedrentarme, ni había
contemplación para aquellos que trataban de interponerse entre
mis objetivos y mi persona. Sola y radiante en la vasta extensión
de un universo propio, con la mirada fija en el horizonte de mis
anhelos.
Lo que fui, quedó
a la otro lado de una frontera infranqueable, ya perdida. Mi herencia
es la voz que hoy me atemoriza, que me sacude y golpea para
devolverme a la vida. Aprendo de nuevo a escuchar, a ver, a hablar y
a moverme, tal es el estado en el que mi prisión me dejó.
Escollos en el camino y
ruido en los oídos; una violencia súbita, sugida del
fondo del ser con la rabia de una bestia atada y torturada por años,
me impulsa contra ellos. No importa que se rasguen las ropas, no
importa cuán alto suene el alarido, no importa que la sangre
empiece a brotar, hasta derrumbarme en un charco oscuro, denso y rojo
. Golpea una y otra, y otra vez, contra el espejo trucado que
aprisionó mi alma; sé que debo arrancarla con mis
garras, devorarla, y traerla de nuevo entre los vivos, quiero oír
al fin su latido en mi pecho, golpeando fuerte, como los tambores de
la guerra.
Todo podría ser un
sueño más.
Tan sólo un sueño
más, destilado en la vigilia.
Pero caigo de rodillas e
invoco la llama danzante en mis ojos,
y no quiero despertar sin
haber cumplido esta íntima voluntad.
Podrían haber
pasado muchas cosas, pero tropecé como cualquiera, como
cualquiera surgió un sendero inimaginado, por el que
adentrarse en el bosque más profundo, del que nadie sale como
entró... y deja heridas reales por las que el mundo se filtra,
para acrecentar nuestra comprensión, si logramos recuperarnos.
Es difícil aceptar
que uno pueda abandonar su propia vida, y alejarse de lo más
amado aún tras años de intensa búsqueda. Como un
truco de ilusionismo, derrepente no estás en tu piel, no es tu
cara la que ves en el espejo, y, no obstante, sigues funcionando de
un modo aparentemente normal entre las gentes, ante tí mismo.
Veo la puerta del
laberinto y sé lo que la borrosa inscripción en sus
puertas significa: veo como los días de mi juventud expiran.
Veo que no deseo ser lo que fui, pero tampoco permanecer por más
tiempo en este engaño de quietud. Hubo un tiempo para
aprender, luego un sacrificio para comprender; pero en nada valen si
no les sigue el tiempo de la realización.
Todo podría ser un
sueño más.
Tan sólo un sueño
más, destilado en la vigilia.
Pero caigo de rodillas e
invoco la llama danzante en mis ojos,
y no quiero despertar sin
haber cumplido esta íntima voluntad.
Y hoy rezo por ganar con
mi carne el derecho a un segundo nacimiento,
al que mis pies, ya
desnudos, me conducen.
Sol de
Invierno
Tras
el solsticio, queda el silencio de los que esperan. La corte de nubes
desfila lenta, como un ejército gris y compacto que hace
retumbar el suelo con cada paso, instaurando el toque de queda antes
del ocaso. Sólo en ocasiones, se dispersa y retira, y se abre
paso, entre ellos un sol joven, que derrama su promesa sobre el
mundo, como un joven príncipe aguardando el momento de ocupar
su trono.
Salgo
en la mañana, escapo de las garras del sótano con
cualquier escusa, para saludar a ese Sol que embota el cortante filo
del frio desde su lejano hogar, y sonrío, y me evado por unos
minutos de mi propia celda, para viajar en un instante sin tiempo al
lugar al que mi alma pertenece.
Y
recuerdo cuántas veces lo hice antes, hace ya muchos años.
El
Sol de Invierno brillaba entonces sobre el azul del mar, y
contemplaba el horizonte, acariciando la arena en soledad escogida,
aspirando el ligero olor de anís de la destilería...
que daba un toque de irrealidad a la escena. Ell momento único,
dónde la celda y las cadenas se esfumaban, y las exigencias
del mundo, y todo su ruido, eran acallados por el gozo de vivir de
verdad, un solo instante. Y el mundo vociferaba que debía
estar en otro lugar, y que algún día me arrepentiría;
pero se equivocaba, o mentía, como suele hacer.
Mantén
la esperanza, o, mejor aún, mantén la firmeza. El Sol
volverá, o, mejor, llámalo a regresar.
Tendida
bajo la suave caricia del príncipe de los cielos, la mente se
entretiene balanceándose en las palabras de un antiguo poeta,
y luego dueme el sueño de los inocentes... y entonces siente
el cuerpo la plenitud de la terrenalidad, nada más quiero,
nada más necesito... pero, Dioses, cómo me llego a
necesitar este momento, más que el alimento, como el hálito
de la vida.
¿Cómo
arrepentirme?
El
Sol de Invierno, brilla en lo alto, en la lejanía... a través
de las ramas, siempre pobladas de agujas verdes y perfumadas, de los
pinos, brincan en el tronco pardo las dordas salpicaduras de sus
rayos, y aletean los fragmentos de luz en el suelo, como mariposas de
ensueño. Hecha su manto cálido sobre las hierbas,
humildes, azotadas por el viento frío, y lentamente abre
camino al despertar de las flores que han de dar sus frutos en el
verano, cuando él sea de nuevo el rey de la cosecha. Y
protege, en el mundo invisible, a todos aquellos que están por
venir, dándoles aliento, cubriéndolos con el escudo a
través del difícil viaje hacia la luz.
No
son sueños. No son recuerdos.
Salgo
a ver el sol de invierno que convierte los deshechos de las hojas
caídas, en ornamentos de cobre. Miro al cielo, y sé que
el lugar existe y sigue vivo, y que me pertenece en la misma medida
en que yo le pertenezco. Y vuelvo a creer que mis hermanos viven,
sobre la misma tierra, bajo el mismo sol, que nuestra sangre corre
pareja, y nuestros aullidos se aúnan en uno solo, a pesar de
la distancia.
Y
entonces, vale la pena vivir.
Hay
que ser imbécil para pensar que pudiera arrepentirme, algún
día, de estos momentos rescatados del tiempo, la porción
de mi tiempo que nunca entregaré a las hienas.
Pero
ha vuelto la lluvia, y el frío. Y aún ha de ser larga
la espera.
Imbolc,
año 2006
Y
hoy me siento triste como un perro triste, tendido en el porche de
una casa abandonada, que trata de no esperar nada en especial, salvo
dejar pasar las horas en el silencio y en la extensa calma de los
solitarios que no rinden cuentas a nadie.
No
necesito motivos, y no me importa; es mi fiesta y me asquearé
si quiero, y si me viene en gana ... y luego me reiré si
quiero, y si me viene en gana.
Me
paro, y dejo pasar los tantos minutos a los que han robado el
brillo, e intento convencerme de que no me importa nada.
Lo
cual es una mentira tamaño catedral.
Sí
estoy esperando algo especial, y sí me importan cosas, y de
hecho son tantas que una no sabe por dónde empezar.
Pero la Vida no espera, empuja y arrastra, y pisa y
golpea con la fuerza de las pezuñas del ciervo si no hay valor
para enfrentarse y dominarla.
De
lejos, o más bien desde dentro, en lo remotamente profundo,
se oyen los rumores del trabajo de la hiladora. Como una legión
de entes laboriosos excavando y removiendo la arena, dando forma a la
roca viva... y tarde o temprano han de llegar a la superficie...
implacables.
La
primavera es así, terrible; una lucha desesperada donde no
existe el reposo, abréndose camino en la dificultad. El
nacimiento es así, doloroso y cruel. Y así es también
la Iniciación...
Así
es que estoy triste, como un perro triste, e intento pensar que no
espero, ni quiero, ni necesito, nada en especial. Y así es
como uno acaba riendo, ante la imagen patética de tanta
irrealidad concentrada.
Quién
no ha tenido miedo de la pérdida, o aún de la misma
ganancia de sus deseos y expectativas, de exsorcisar los fantasmas
que se disfrazan de bellas palabras o imágenes, enraizados en
el pensamiento y el sentir mismo, y batallar por abrazar la
realización en la realidad del día a día.
No
seré capaz de romper mi promesa, a pesar de los mil matices
que le pueda agregar por el punto de mi vida al que he llegado, su
significado permanece inalterado y certero, sólo el miedo
enturbia la verdad.
Y
entregar la vida al miedo no es una opción válida.
Descenso
y Retorno del Inframundo
En el festival de Imbolg se anuncia el difícil
regreso de la primavera, abriéndose camino en la calma de la
noche con el estruendo de una tormenta, con la luz pálida y
helada del momento anterior al amanecer.
Una
imagen que, lejos de resultar apacible, nos remite a la lucha cruel
de todos aquellos que emprenden el viaje a la vida, al dolor del
desgarro de la unión con el vientre materno, cálido y
seguro, para llegar a un mundo dónde nada es seguro, dónde
el paso del ser al no-ser es tan fino como una hebra.
No
bastará con nacer; habrá que permanecer el tiempo
suficiente hasta alcanzar la capacidad de sostenerse por sí
mismo, para poder considerar siquiera la idea de una vida, a la que
incontables esfuerzos jamás llegarán; y, entonces,
seguir luchando para mantenerse en ella. ¿ Cuántas
flores demasiado tempranas perecerán bajo el azote del viento
y la helada, antes de ver el sol que salieron a buscar, o cuantos
polluelos expirarán antes de haber batido sus alas?. Así,
la belleza de la primavera, no residirá en los frutos que
anuncia, sino en el esfuerzo titánico del más débil
de los seres por enfrentarse a la derrota anunciada, y vencer, sin
otra compensación que el llegar a ser.
Realmente
la primavera es la estación más cruel del ciclo anual,
y el nacimiento, cada uno de los nacimientos que podamos experimentar
a lo largo de nuestras vidas, estará cercado de miedo y
esfuerzo, será un angosto y oscuro umbral que nos arrebatará
gran parte de aquello a los que nos sentimos unidos, y nos arrojará
sin piedad a lo desconocido. Dónde, tal vez, tengamos la
suerte de ser acogidos por unos mayores que nos den los primeros
pasos a seguir, y tal vez, simplemente, no sea así.
La
primavera es el desasosiego de la Tierra, y es al tiempo su necesaria
lucha por regenerarse, por regresar a la vigilia de los vivientes. Es
el tiempo del regreso del largo viaje del alma a las profundidades,
a los salones de roca ornados de raíces, dónde las
semillas guardan, dormidas, la promesa de lo venidero. Y para que
esta promesa se cumpla, deben ser agitadas, hasta quebrarse sus
escudos y despertar en un doloroso grito elevado hacia el cielo, al
que deberán buscar y reclamar alimento.
Y
en este regreso, recordamos a Perséfone, la doncella,
volviendo a los brazos de su madre Deméter, y a la Madre
regocijándose por el reencuentro, devolviendo la vida a la
superficie de la tierra. A menudo he hablado de Perséfone, a
lo largo de los años, como doncella ingenua raptada por el
poderoso Hades, luego como reina del Inframundo por méritos
propios; y al fin, al acercarse una nueva, difícil primavera,
la historia da un vuelco, y he de verla como Madre, y, al fin, como
una única, compleja, Divinidad.
Deméter
y Perséfone fueron adoradas como un conjunto de diosas, o como
dos aspectos de una única divinidad; Deméter es madre
de Perséfone, sin padre conocido (luego algunos atribuirían
la paternidad a Zeus), pero Perséfone es también un
aspecto de Deméter, una versión previa de lo que ésta
llegará a ser como realizadora. Entonces, Deméter y
Perséfone dejan de convertirse en el modelo de “madre/hija
dependientes” que se les atribuye en la sociedad actual, para
simbolizar el proceso interno, los elementos en lucha o simbiosis,
que influencian a la persona en el tránsito de la iniciación.
En
primer lugar tenemos a Deméter, situada ya en la genealogía
de los Dioses Olímpicos, como una hermanas mayor (anterior) a
Zeus. No hay dudas acerca de sus orígenes remotos como Diosa
de la Tierra, que la asimilan a otras dioses anteriores en la misma
genealogía olímpica, como Rhea, o Gea. Así, como
las mismas, Deméter es una diosa remota, a la que se la da el
aspecto, tratamiento y lugar conveniente en los tiempos del panteón
olímpico. Y, aún así, conserva retazos de su
anterior identidad, que sobresalen como astillas de una pieza a la
que se fuerza a encajar en un rompecabezas.
Y
una de esas astillas es, precisamente, la doncella, Perséfone,
a la que el mito nos presenta como una ingenua recolectora de flores,
que un desgraciado día es raptada por Hades, señor del
Inframundo ( hermano de Zeus y, según el panteón
olímpico, de la misma Deméter) y arrancada ella misma
como frágil flor de la protección de su madre.
Sin
embargo, no hay que dejarse arrastrar por el convencionalismo de la
versión reglada de este mito. Al revisándolo a la luz
de los textos más antiguos que nos remiten a versiones más
antiguas del mismo tipo de diosa, como Astarté o a Inanna,
rápidamente encontramos a la Diosa que desciende al Inframundo
por voluntad propia, en una lucha última contra el destino
impuesto. Entonces ella vive una experiencia transformadora, que ha
de revelar dónde quedan los verdaderos límites de su
poder y conocimiento ; que es aquello que puede efectivamente
cambiar, que es aquello a lo que la resistencia es inútil, y
debe obedecer. El trance de su iniciación es una dura prueba,
que no hace más que obligarla a trascender sus propios
límites, para lo cual debe ser rota, quebrada, para crecer y
guardar en sí el ser que ha crecido, alimentado por la luz del
conocimiento y el poder (entiéndase cómo capacidad de
hacer, de realizar).
Así
que Deméter, diosa en principio subordinada en la jerarquía
olímpica, y situada en la tierra, lejos de los cielos
olímpicos; debe forzosamente desdoblarse en otra, deja que una
parte de sí misma realice el antiguo viaje iniciático
que no se encamina hacia las alturas, sino hacia las profundidades.
El rapto de Hades bien pudiera ser una excusa, un símbolo de
la seducción de la llamada hacia lo desconocido, aún
visto como fatalidad, en el sentido de un destino ineludible. Y si
Deméter viaja a la profundidad del Inframundo, para devenir
señora del mismo, no será por la mano de Hades, sino de
la más oscura aún, la más profunda e
inescrutable Hécate.; tal como Inanna viaja al Inframundo en
busca de Tammuz, pero el verdadero valor de su iniciación
deriva de su encuentro con Ereshkigal. E Inanna es reina, no sólo
de la Tierra y del Inframundo, sino aún del mismo Cielo.
Así,
por la estrategia del desdoblamiento, Deméter viaja, a través
de Perséfone, hasta el Inframundo y recibe su iniciación.
Allí desempeña las funciones de la reina del
Inframundo, pero para completar el ciclo, Perséfone debe
regresar a la superficie. Y esto debe ser forzosamente tan alentador,
o tan doloroso, como el primer desarraigo; es abandonar también
un mundo conocido, al que se pertenece, romper un lazo y volver a un
lugar que tal vez sentimos ya extraños, en el que no sabemos
si nos reconocerán o no.
Según
el mito olímpico, Deméter en tierra llora la pérdida
de su hija, sale a buscarla, dejando de lado la obediencia a su rol,
la vida se desvanece en la superficie terrestre porque la Diosa
descuida sus tareas. Y este es un acto rebelde contra el cielo,
contra la jerarquía impuesta de Zeus, y los privilegios de
Hades. Deméter no puede cumplir sus funciones de dadora de
vida, si una parte de sí tan importante le es sesgada.
Esto
es importante, puesto que pocas diosas, y en contadas ocasiones, se
enfrentan a los dioses, y, a pesar de la amenaza del castigo que
puede recaer sobre ellas, logran hacerlos ceder. No es una cuestión
de género, la que estamos tratando aquí, sino de la
pervivencia de ancianos valores que no han podido ser diluidos por la
cultura posterior a su tiempo. Aquí es la Tierra y sus
razones, las que se hacen prevalecer sobre los Cielos y las suyas. La
amansada Deméter cambia su rostro, y se enfrenta a la
imposición olímpica, porque la ley de la Tierra debe
ser respetada, a pesar de los cambios del tiempo.
Sin
embargo, también en el mito de Inanna, cuando la Diosa
desciende al Inframundo por voluntad propia, la vida sobre la tierra
se paraliza; la naturaleza se agota y detiene, los animales no
procrean, etc.
A
estas alturas es ya lícito pensar que la tristeza y el
agotamiento de Deméter no son la consecuencia, sino la causa
de la partida de Perséfone. Tenemos una Diosa encasillada en
un rol demasiado estrecho para ella, en contradicción con
aquello que la circunda, la trasgresión de este límite
se convierte en una necesidad, porque Deméter está
permaneciendo por demasiado tiempo alejada de aquello que realmente
es, de su identidad real, de la esencia de su ser. Y de igual modo
sucede con la exiliada Hécate, hundida más allá
de la sombra de ese Hades que, a su lado, no es más que un
joven atrevido.
Deméter
está indeciblemente fragmentada, y su única esperanza
es la acción comunicante de Perséfone, como un flujo
constante entre las partes de su ser. Deméter sobre la faz de
la Tierra, dadora de vida, es también Hécate, regente
de los muertos y de todo aquello aún no-nacido. Deméter
no puede mantener el ritmo de una creación constante, y Hécate
no puede mantener una quietud eterna. Si Deméter se agota,
Hécate recibe una sobrecarga; y a la inversa, si Hécate
descuida sus funciones, es imposible que Deméter cumpla con
éxito las suyas. En consecuencia Perséfone es atraída
constantemente por la fuerza de ambos polos, es el elemento en
constante fluctuación que impide la ruptura, y posibilita el
equilibro, sin el cual la vida no tendría lugar.
Toda las persona tenemos dentro las imágenes
arquetípicas de Deméter, Hécate y Perséfone,
de Zeus y de Hades, de Inanna, Ereshkigal y Tammuz, del orden de los
Cielos, y del orden de la Tierra.
Me
atrevería a decir, que todos tenemos un tirano interno,
dominante, celeste, que trata de imponer a la tierra cómo
debe comportarse, sin entender que la tierra tiene su propio orden, y
unos deberes sagrados que no pueden ser violados. En la Teogonía
de Hesíodo, es Gaia, la Tierra, quien da origen por sí
misma a Uranos, el Cielo; uniéndose después con él
para iniciar la genealogía de la creación.
Y
en cierto modo, el dominio de Deméter, la superficie de la
Tierra, no es ni más ni menos que el escenario de la
realización, del fruto de la unión de las
posibilidades de la profunda tierra con los rayos emanados de la
altura de los cielos. Y así como Perséfone conserva el
equilibrio entre las fuerzas opuestas y complementarias de Hécate
y Deméter, es Deméter quien debe conservar el equilibro
entre las fuerzas opuestas y complementarias del Cielo y la Tierra.
Como
personas, para que nuestro ser esté completo, necesitamos del
equilibrio, necesitamos tanto del descanso como de la lucha, del
enfrentamiento y la interacción de los aspectos de nosotros
mismos que moran en nuestro interior, gobernando cada cuál su
parcela. Nuestro rol, en la vida común, puede asemejarse al
de Deméter. Asentados en la tierra de las realizaciones,
rodeados de nuestra familia y conocidos, desempeñamos nuestro
trabajo bajo un orden cultural establecido. Y, a veces, esto nos
agota, y nos vemos en la necesidad de transgredir el modelo impuesto,
para ir a la búsqueda de la esencia de nuestro ser. No es
fácil, ni divertido, ni nada que se le parezca; pues resulta
un conflicto entre la necesidad de aunarnos con nuestro propio ser
inmaterial, y la necesidad, o el deseo, de conservar aquello que nos
rodea.
Y
llega un momento en el que el miedo a la pérdida nos acecha
como un monstruo terrible; el miedo a perder aquello que nos rodea en
el mundo común si partimos a la búsqueda de aquello que
somos, y el miedo a perdernos a nosotros mismos, si no lo hacemos. Y
estas son las terribles proyecciones emanadas del cielo, de la parte
de nosotros que le corresponde, que no entiende que ambos mundos nos
pertenecen, y en ambos debemos vivir y actuar, que ambos se
refuerzan y forman parte de una misma naturaleza.
Forzosamente
deberemos rebelarnos ante este fantasma, esta maligna ilusión.
Cómo
no podemos abandonarlo todo y partir a lo desconocido, es una parte
de nosotros mismos la que desciende a las profundidades, mientras la
otra queda al cargo de las funciones ordinarias, en parte liberada de
su desasosiego, y en parte conociendo uno nuevo en la preocupación
acerca de los cambios que el proceso ocasionará.
Y
así ha de suceder en el momento en el que la parte de nosotros
que ha recibido la iniciación se ve arrastrada de nuevo hacia
la vida mundana, hacia el territorio de la materia. Ella, ya la
liberada de aquel terror a lo desconocido, la que viajó hacia
el hogar antiguo y finalmente fue acogida en él, el mundo de
las posibilidades absolutas; debe ahora reencarnarse de nuevo en la
tierra, someterse a la limitación, y trabajar para ganar la
realización. Entonces también ella conoce de nuevo el
miedo, y puede resistirse a partir.
Pero
al fin, debe hacerlo; de lo contrario quedará aún más
limitada por el sueño eterno, por aquello que “pudiera ser”,
pero jamás conoce la realización, ni la auténtica
vida.
Aquello
que nos rodea en el mundo ordinario es modificado por la influencia
de lo inmaterial, de lo profundo; pero lo profundo no tiene medio de
expresión si lo desligamos de lo material, de aquello que
somos cada día de nuestra vida, de nuestros actos humanos,
bajo la mirada del cielo. Y así debe ser.
Debido
a la fragmentación cultural de nuestro ser, nos vemos azotados
por la necesidad de recuperar la propia integridad, aunando en
nuestra persona las cualidades de los dos mundos, el interno y el
externo, a los que nuestra naturaleza pertenece.
Sólo
podemos tomar las cosas con serenidad y buen ánimo, aunque
estos sean el fondo ante el cual derramamos nuestras lágrimas
de rabia, de miedo, o de dolor; asumir que es parte de nuestra
naturaleza como hijos de la tierra, y que, por tanto, estamos
preparados para cumplir con la tarea, que no puede más que
revertir en nuestro bien.
No
se trata de una renuncia a uno o a otro mundo, sino de cuidar de sus
límites y contenido, para hacerlos encajar cada vez mejor, de
modo que el uno sea reflejo del otro, y nos vayamos acercando a una
identidad real, por la sincronía de nuestros diferentes
niveles de existencia.
Lammas,
año 2006
El bosque
húmedo
Después
de sentir las palabras sin sonido vibrando en mi interior, después
de descubrir, al fin, su origen y contexto; cierro las tapas del
libro, y respiro profundamente. Permanezco quieta y satisfecha, por
un instante, estúpidamente satisfecha por tener entre mis
manos el tercer descatalogado que pasa por ellas en los últimos
cuatro años, como una joya extraña, o como una presa
que sacia el hambre de muchos días.
Todo
el mundo tiene libros descatalogados en su casa, sin embargo, estos
son diferentes. Son especiales porque han sido rastreados y
buscados a conciencia, y cuando al fin los sostienes sientes que los
Dioses te aman, o cómo si se hubiera roto una maldición;
pues aquello que sólo era una idea acunada con esperanza es
ahora una realidad. Que lo improbable - "prácticamente
imposible" para algunos-, ya es un hecho. Tal vez esa sea la
esencia de la magia; tal vez, más allá de eso, no quede
nada que anhelar.
Releo
el párrafo escrito con letras ígneas en mi memoria, y
aspiro con serenidad y respeto el humo de sus ascuas removidas,
mientras pienso en una aventura existencial que acabó de un
modo completamente inesperado... A menudo, siento como si despertara
de un sueño, pero al cabo del tiempo regresa la misma
sensación, cómo si no hiciera más que atravesar
una serie de círculos concéntricos, sin saber si en
realidad me dirijo a algún destino en particular.
Así
que de nuevo siento el nítido despertar , y en realidad lo que
ha sucedido es que el misterio profundo ha subido por unos instantes
a la superficie por toda la agitación de los últimos
acontecimientos en mi vida, para asomarse a través de mis
ojos.
En
realidad lo que ha sucedido es que, después de hacer el tonto,
vuelvo a recordar que aunque pueda adoptar muchas y variadas formas,
el camino a recorrer sólo es uno. Y no es fácil. Y
quien diga lo contrario guarda oscuras intenciones, y prepara una
cuerda , un cepo, un red, para el que no anda atento. Y quien quiera
creerle, está cayendo en la trampa por su propio pie.
Me
siento imbécil, pero viva. Creo que merecía la pena
esta sacudida, y me alegro del final abrupto que obliga a reaccionar.
En otro tiempo hubiera preferido caer grácilmente como un
felino, en lugar de tropezar aparatosamente; hubiera preferido
guardar las formas o apariencias, o que no pasara nada. Pero si algo
ha sucedido en estos últimos cuatro años, es que el
ridículo, como el miedo, ha perdido importancia. Ahora sólo
hay soledad del alma, y dudas que me hacen compañía
como viejas conocidas.
Entre
todo esto, sucedió algo extraordinario el otro día.
Inesperadamente, me invadió el aroma del bosque húmedo,
del bosque tras una lluvia de tarde perezosa de finales de verano.
Fue como si alguien entrara por la puerta y se sentara a mi lado y me
tomara la mano, y me diera aliento ; Y yo descubriera que hasta
entonces me había faltado.
No
puedes fiarte cuando te dicen cosas como "todo irá bien",
no puedes confiar en ningún "no te defraudaré"
, y aún menos en un "yo te protegeré", que
venga de alguien que es sólo media persona, aunque suenen tan
rematadamente cursis que creas que no pueden dañar a nadie. No
es lo correcto. No son esas las palabras que abren puertas, o te
ayudan a seguir adelante, a sentirte vivo, en un momento de verdadera
necesidad. Son las palabras que caen, incapaces de soportarse a sí
mismas.
Las
palabras mágicas suenan como "Las cosas no volverán
a ser lo mismo, pero tampoco serán siempre lo que ahora son";
o como un " prepárate para lo peor, pero espera lo
mejor"; y saber que, en realidad, nadie puede ayudar realmente a
otros, pero puede hacer mucho más que cualquiera por él
mismo.
Por
supuesto suena más apetecible la opción rosa, pero la
opción rosa es una mentira. Y no puedes engañarte
eternamente si valoras el tiempo que te ha sido concedido para
vivir...
Releyendo
cierto fragmento siento desprecio por esa parte disfuncional de la
mente que nos permite aceptar (incluso desear!) la basura como
alimento. Esa ingenuidad pastosa que invade nuestros blandos seres de
conciencias en letargo...
Hablaba
de "marcar" a una persona.
Hay
que ser imbécil para tratar de hacerlo conmigo. Hace mucho
tiempo, prácticamente varias vidas, yo llevé una
hermosa marca en mi piel... pero llegó el miedo y se hizo
necesario eliminarla. Después de golpearla, arañarla y
abrirla, de convertirla en una herida sangrante y en una profunda
quemadura, no logré sino hacerla ahondar más allá
de mis huesos, tiñendo mi alma del rojo del fuego y de la
sangre, confundidas ya en un abrazo su forma original y mi intento.
Tal
fue el nacimiento, de la criatura roja. Nadie podría
repetirlo.
Y,
sin embargo, conozco aún una marca, tan sutil como Gleipnir;
mas forjada por expertas manos, para
dar libertad en lugar de robarla. Esta es la marca escogida a
conciencia, y antes de que se me pueda arrancar , me ha de llevar la
muerte.
Como
el aroma del bosque húmedo, a veces me asaltan fragmentos,
como reflejos inesperados que me devuelven la propia imagen - tantas
veces extraviada - y el recuerdo del Hogar. Y a menudo, en esos
álgidos momentos, me siento virgen y la llamada estalla de
nuevo en mi pecho y sólo deseo salir y abrazar al destino.
Me
siento tan torpe... y sin embargo, he sobrevivido, una vez más,
al engaño. Es una maldición y una bendición al
mismo tiempo. Las dudas regresan, como mendigas viejas y
mugrientas, con hambre de respuestas. Unas se han saciado, ya no las
he de ver.
Pienso
en el Bosque, aún, como el amor primero. Pienso en nuestro
reencuentro, en el modo en cómo mis pies anhelan acariciar la
tierra, y mis cabellos agitarse en el viento, y mi piel arrugarse año
tras año en la danza. Luego pienso que es una tontería.
Y un poco después, sé que tal vez sería tan
fácil como obligarse a aprender, y soportar un vacío en
el vientre, como el que se abre paso en el torcido tronco de un árbol
viejo.
Otras
dudas aún me seguirán como cadáveres no muertos,
atormentados, a través de los días y las noches, sin
descanso. Aún lamento no tener nada para ellas. Pero llegará
también su día.
El
Verano. La Cosecha.
Bajo
la caricia ardiente del sol, las últimas espigas erguidas,
como anhelantes del destino que les espera ondean en un mar dorado,
que el viento, cálido como el aliento de una ígnea
criatura que corriera salvaje entre ellas, hace ondear suavemente...
El Verano, rey refulgente extendiéndose sobre las tierras que
ante él se postran para rendir tributo con sus mejores frutos,
exhaustas y satisfechas, en la gloria del reconocimiento; en el
inicio del lento camino que emprenden hacia el reposo de la sombra.
Silencioso
Segador de filo áureo, ruge resplandeciente; enmudeciendo las
mentes para poner a prueba los cuerpos bajo su pesado yugo,
atorgándoles un lenguaje propio y rítmico que sólo
descubrimos bajo su reinado, como una extraña flor de tierra
desnuda y fuego. Tan sólo la caricia refrescante de la Dama
de la savia y las aguas puede calmar su furia ardiente, trayendo la
paz a todas las criaturas que buscan cobijo entre sus extensas
vestiduras, y se regocijan bajo la cascada verde y azul de sus amados
cabellos.
Tiempo
de la primera cosecha, el primero entre los festejos del sacrificio
en el que, llegados al punto álgido de su existencia, la
madurez debe ver cómo las criaturas de ella nacidas portan su
legado en adelante, para que éste no se extinga jamás;
del tronco, la rama, de la rama la flor, de la flor, el fruto y, en
su interior, la nueva semilla... Muertes y renacimientos,
agotamientos y regeneraciones; y un tiempo para cada transformación
en un mismo ciclo... pero a cada generación más alto
deben llegan los brotes, y más profundo ahondar las raíces
en el sagrado Árbol que vertebra el universo. “Déjanos
defender la Tierra, clamamos al Alto...”
En
un largo trayecto por carretera, observo los campos ya segados, los
breves tallos brillan al sol, y la tierra parece el lomo de un animal
fuerte, orgulloso y fiel, surcado de heridas pero aún en pie.
Es imposible no admirarse, no amarlo... no sentirse terriblemente
injusto ante el brillo de sus ojos puros. No sentir en lo más
hondo, como una violenta sacudida, el sacrificio del Dios de los
Campos, allí tendido como un joven atleta desfallecido en el
esfuerzo postrero por dar lo mejor de sí. Él mismo se
exige, él mismo se entrega sin más reservas que las que
quedan atrapadas en las lágrimas de la Madre que le dio vida.
Él está en el grano recogido, y aún lo
recordamos como antaño fuera, en la sangre vertida de las
criaturas de astas regia e imponentes pezuñas y mirada
encendida.
Poder
apreciar el alma latiendo en y desde la materia, amar lo que tantos,
neciamente, desprecian. La materia que vibra y siente y sin la cuál
no podrían ser... la que les da las sensaciones y la emoción,
el alimento, el aliento y a la que deben hasta el pensamiento y el
habla. Como niños desagradecidos la rehuyen y corren a
refugiarse en ensoñaciones acerca de su verdadera procedencia.
No hacen sino despreciarse y huir de sí mismos en una loca
carrera de tiempo perdido o, peor aún, sólo holgazanear
a la espera que “al final” llegue “algo mejor”.
¡Cuánto
daño han hecho estas palabras! Tal vez si dejaran un lugar a
la idea de que todo lo que necesitamos está aquí,
esperando a que vayamos a por ello, serían más felices
y darían un sentido forjado en hechos a sus vidas. Tal vez
cuidaran de conservar el maravilloso legado que este Hogar es,
guardaran el recuerdo respetuoso de la labor de los que fueron en los
orígenes y dejaran algo de él para los que vendrán
tras nosotros.
Y,
después de todo, sea lo que sea que esperan encontrar más
allá de los cielos, bien debería observar esta actitud
con mayor simpatía, que la destrucción del hombre sobre
el hombre y sobre el resto de vivientes.
Nada
pido a las estrellas que siempre he visto desde la Tierra, a Ella
amo y pertenezco; no temo el Juicio ni la Sentencia, si todo debe
acabar más allá de la negrura, que así sea.
Mi
deseo es que mis días acaben noblemente, y que cuando empiece
a marchitarme y las fuerzas me fallen, o si incluso antes de esto la
Muerte me balancea hacia su regazo; pueda saber que di lo mejor de mí
a la corriente de mi herencia y pueda ver cómo la siguiente
generación me supera, manteniendo la llama y alimentándola
con su propia madera.
...
Hace
diez años, era una tarde de verano, como la de hoy. Y, como
hoy, empezó a llover. Y entonces salí a la calle, a
pasear, tarareando una canción que me hacía sentir
inmensamente feliz, en un arrebato de salvaje amor por la vida. El
verano también tiene estas cosas, de repente se vuelve sólo
un joven que te agarra por la cintura con atrevimiento y te hace
bailar de pura alegría y celebración. Tal como viene se
va, y nunca sabes si ha sido un sueño o si sucedió de
verdad; y nunca lo vas a saber ya. Es cosa del momento. La eternidad
en un instante. Algo capaz de perdurar a través de los años,
algo que no se vive como un recuerdo, sino como un encantado estado
de ánimo. Como el suave airecillo que corre en el tardío
anochecer impregnado del aroma a jazmín y azahar, y el
murmullo de las gentes en las calles, los mil centelleos de la Vía
Láctea en una noche sin luna en la que llueven estrellas, la
plácida sensación de tenderse al sol sobre la arena
tras una mañana de juegos entre las olas del mar, el sonido
del viento al pasar a través de las hojas de los bambúes
y el aroma de la tierra húmeda después del riego...
La
terrorífica noche en el cementerio de los monjes, el ritual de
saborear la primera fruta espléndidamente roja de la
temporada; vagar semidesnudo en el bosque y perseguir animalillos, o
perseguir a aquél muchacho en juegos, y besarlo al final de la
carrera... rodar, o al menos intentar algo parecido a rodar sobre la
hierba......
Trotar
con libertad dónde el corazón nos lleve y tomar un
mordisco de las doradas manzanas del jardín de las Hespérides,
Hijas del Atardecer, Diosas del Ocaso. Eso también es el
verano. El sorbo de la copa de la Vida que no se apura, porque en su
naturaleza efímera, nadie puede decir dónde nace o se
extingue el áureo instante.
Equinoccio
de Otoño, año 2006
El Otoño,
llega pronto.
El
otoño llama a mi puerta. Lo sospecho desde el momento que
entro en una librería a buscar el tesoro de un libro que he
esperado durante tal vez unos cinco años, y el reencuentro con
el Cementerio Marino de Paul Valery. Lo sé al sentir que mi
alma desearía tener un gigantesco pañuelo oscuro con el
que cubrirse y pasar desapercibida en el tumulto del mundo y
descansar...
Busco
compulsivamente, escarbando la tierra y dando estúpidas
vueltas sobre mí misma, círculos que se ensanchan y se
concentran, y aún más risibles brincos en el aire a la
caza de una pista en el viento. Desordenándolo todo, aquí
y allí descubro algunas cosas, las olisqueo un poco,
mordisqueo, pero luego el interés se esfuma; no son lo que
estoy buscando.
Ahora
estoy buscando el otro camino, el que no te conduce a casa. Todos los
regresos al hogar se hacen en busca de este extraño sendero,
que nos lleva justamente allí donde tenemos algo que hacer,
donde lo que somos tiene un sentido y es útil.
Así
que en medio de la gran confusión emocional del momento, la
pregunta obligada es ¿ dónde ser lo que uno es tiene
sentido y es útil? Pero claro, es una pregunta con trampa.
¿Qué soy? ¿Para qué sirvo? ¿A qué
sirvo? Y... ¿qué tal me sienta eso?. Porque a veces
nos gustaría servir para cosas en las que realmente somos
inútiles, y otras hacemos demasiado bien algo que no nos
gusta...
Esa
necesidad de movimiento limpio y certero, lanzarse como una flecha
corriendo paralela al destino. Preguntas y más preguntas
desafiando el ardor unívoco del sol y toda la seguridad de la
luz, que trae de regreso el Aire, aliado temporalmente con el agua
que sólo espera el momento de arrastrarnos a las profundidades
de la Tierra....
Las
exigencias de los señores del Equinoccio llegan tan pronto,
tan clara es la necesidad de abastecerse y marcar la ruta, que una no
puede más que pensar que el Invierno que ha de venir y la
labor de su Vigilia, se recordará por muchos años.
Volver a
empezar
Atardecía,
y he salido al balcón. Hacia el mar veo mecerse las hojas, aún
verdes, de los plátanos; hacia la montaña perfila la
sombra lilácea de un monte dañado en su orgullo,
asediado por las construcciones, bajo un cielo en el que el oro
apagado cede el paso a los azules vespertinos. Cruzan tres patos en
una uve perfecta, aves extrañas que no encajan en este lugar,
y no puedo discernir de dónde vienen, o a dónde van...
Desde
el estrecho saliente, la visión de esta calle se vuelve
vagamente atemporal, como si la locura de las últimas décadas
de la ciudad se esfumara por un momento, y las casas volvieran a ser
pequeños bastiones de la serenidad, hoy perdida.
A
penas hace dos, tal vez tres años que habito esta casa; pero
envuelta en el aire del otoño, las casa y las aceras, el cielo
y la danza de los árboles, emanan una cómplice
familiaridad. Como si se abriera un umbral en el tiempo, y se
derrumbaran las paredes que lo rodean... Como si siempre hubiera sido
lo mismo tras las capas sucesivas de conciencia y experiencia
acumuladas; piedra, cielo y hojas, y un yo que pasea y las observa,
envuelto al tiempo en la belleza del frío que se acerca, y en
la calidez de una llama que no se extingue.
El
otoño, la más bella de las estaciones, aún...
todos los otoños traen cantos lejanos e íntimos, llenos
de bendiciones, consejos y promesas, y hablan del amor que existe
más allá del amor... en un lenguaje secreto que es un
reencuentro con aquello que somos, y que tan a menudo olvidamos con
las prisas.
Recuerdo
tantas escenas de otros atardeceres otoñales, volviendo de la
escuela, pensando en mis cosas, bebiendo el paisaje con la mirada
porque bajo esta luz mágica, de la noche que llega y el camino
a casa, nuestro tiempo es sólo nuestro, y el mundo es un
inmenso jardín por el que paseamos como si formara parte del
propio hogar. Y desearíamos quedar suspendidos en el tránsito,
y al mismo tiempo llegar pronto.
Tantas
cosas importantes se las lleva el tiempo, que sorprende encontrarse
de nuevo con estos detalles, pequeños y profundos,
supervivientes a las tormentas, terremotos, y desastres
existenciales, que nos sonríen al alcanzarnos de nuevo en el
lugar más inesperado.
Yo
también sonrío, qué le vamos a hacer... aquí
están para volver a empezar todos juntos. Volver a empezar, ¿
qué otra cosa sino? Estos días son idénticos
aquellos tantos otros, salvo que ahora una es más mayor, más
redonda, va a otra casa a dormir, y, al levantarse, también
va a un lugar diferente que entonces ni siquiera imaginaba. Pero aún
están ahí las dudas y temores, y los escollos que han
mudado con los años, los anhelos y esperanzas, y la labor
que también han mudado con los años. Y las palabras.
Que antes se dibujaban en líneas sobre el papel, y hoy
tecleo...
Después
de dar un gran rodeo, ahí está la misma soledad
incompleta; a veces padecida, a veces deseada. A pesar de que una
creyó sinceramente, como quien se resiste a abandonar un
hermoso sueño, que aquello era algo que se pasaría con
la edad.
Y
a veces observas el cielo y desearías partir de una vez, y no
regresar jamás de un destino idealizado en la lejanía,
dónde serías todo lo que el diseño que rige tu
vida no te permite... Y a veces cierras la puerta de casa y piensas
cuánta sangre serías capaz de derramar si alguien osara
romper el equilibrio frágil del encanto cotidiano. Veinticinco
años son muchos años para no saber aún si soy de
esas personas que siempre se quedan, o siempre se van... por lo
general una parte de mí empieza a plantearse hacer algunas
reformas, y otra parte se evade cobardemente asustada por el trabajo.
Desde
luego, yo no había planeado algo así. No había
planeado nada en absoluto, y las cosas vinieron, porque “la
naturaleza odia el vacío”, y una se hizo a base de
elecciones, de aciertos y errores, y toda esa clase de cosas.
Pienso
en la historia del patito feo, y creo que no está bien
planteada... creemos que el patito está triste por ser feo, y
encuentra la felicidad al verse bello, y poder vengarse moralmente de
sus falsos hermanos. Es lo que aprenden todos los niños que
quedan impresionados con Grease.
Pero
en realidad un pato no tiene nada que envidiar a un cisne, ni a la
inversa... El caso es que el patito echa de menos ser apreciado por
lo que él es, ser comprendido, estar entre sus hermanos,
aunque estos ni siquiera tengan el mismo aspecto.
A
veces me pregunto qué habrá sido de las personas que
han quedado atrás, de todos aquellos que estuvieron en algún
momento, y luego no los he vuelto a ver. No sólo de los
importantes, que, en cierto modo, para bien o para mal, aún
viven en mí... Si no de los que a penas recuerdo. Todos eran
especiales, todos eran diferentes a los demás. Y espero que
les vaya bien a todos y hayan encontrado lo que buscaban, y no se
tengan que arrepentir jamás por ello.
A
veces incluso me pregunto si volveré a conocer a alguien
(más), y volveré a vivir aquellos deliciosos momentos
como tesoros robados al gigante del tiempo... y si la historia no
acabará en indiferencia o desastre.
Tengo fe. O sería más apropiado decir que
la fe me tiene a mí, y no me suelta por mucho que la trate de
vapulear. Este momento no es malo, ni mucho menos... es realmente
bello, pero creo que puede ser mejor. Y no me asusta demasiado ya
pensar en perder lo mejor. Porque lo mejor siempre se queda, y es uno
quien se pierde, y al reencontrarlo en cualquier rincón
sonríe, aliviado... como un niño extraviado en un
supermercado que divisa la bendita silueta maternal y se siente, de
nuevo, a salvo.
Samhain,
año 2006
La
noche está a punto de caer, y las sombras cubren lentamente el
bosque. Salir por la puerta de atrás, como si debiera temer
las miradas de conocidos y extraños... salir corriendo por la
puerta de atrás y alcanzar el límite del bosque, y
arrastrar la barriga sobre el suelo húmedo, cubierto de hojas
muertas, mientras los cabellos se enredan en las ramas de los oscuros
arbustos. Sentir la incomodidad de lo silvestre, las piedras que se
clavan en la carne blanca y blanda, zarzas que arañan y
apresan... Y aspirar todos los aromas del bosque cuando la estrella
de la tarde brilla solitaria en el cielo y los predadores nocturnos
azuzan sus sentidos.
Suceden
cosas extrañas en el bosque, cuando una está sola y
nadie mira; cuando una se encuentra sola en un atardecer otoñal,
entre la espesura. Y una mezcla de temor y el deseo la agita como el
viento a una hoja. Cuando el pasado y el futuro se desdibujan,
volviéndose borrosos, como lejanos espejismos. Y sólo
queda un presente que parece infinito. A resguardo de otros ojos,
otras manos, otras voces... y un templo no es sino el lugar en el que
puedes entregarte, en el que puedes caer, sin ser importunado. Y
despertar a la mañana siguiente como si hubieras vuelto a
nacer. En el que recuerdas lo que significa la paz.
Estoy
agazapada en una zanja, esperando el paso de la Hueste Salvaje.
Fragmentos de mi vida se amontonan como cadáveres en una
trinchera, y se tornan incomprensibles. El aire huele a muerte.
Traigo conmigo a todos los hijos de mi ser que ya no quieren vivir,
a todos aquellos que languidecen en una agonía demasiado
prolongada. Y pienso en dejarlos ir, al fin, aunque la separación
sea dolorosa. En dejarlos ir porque, de otro modo, me arrastrarán
con ellos.
Y
yo prometí vivir, y aunque sola y desnuda, frágil y
desorientada, saludar a la mañana, después de la
pesadilla.
Había
un lugar en el bosque. Y luego, sólo oscuridad.
Sopla
el viento frío, de repente, como si el verano se hubiera
prolongado en una burbuja ilusoria vencida al fin por el peso de la
realidad... Sólo una parte de mí sigue mecánicamente
el transcurso de la cotidianidad, el resto ha llegado tan lejos, que
el camino de regreso se ha desvanecido.
Había
un lugar en el bosque. Y luego, solo, oscuridad.
No
pienso, y no siento, como solía hacerlo... pero me parece oír
la tierra que el viento arrastra sobre la fosa en la que yace la
imagen de mi cadáver.
El
cuchillo del desollador, se clava, corta y levanta... y una recia
mano de cazador voltea mi piel y descubre el pelo oscuro y empapado
en sangre de la loba que no pudo emerger, como una cría
asfixiada en el parto.
-
Alguien tira de los hilos que animan el cuerpo que aún
respira, muy, muy lejos de aquí. No soy yo. -
Una
multitud de ecos de mi misma que se ceba rítmicamente en mis
entrañas, excavando túneles y cámaras en la
carne. No hay dolor, ni repugnancia; solo oscuridad y el levísimo
sonido del tiempo desgranado en una caída sin fondo.
He
visto cosas terribles esta noche.
He
visto arder en los ojos de un perro el sufrimiento; el miedo
desbordándose en espumarajos, mientras con todas sus fuerzas
el hocico trémulo clama, del único modo en que es
capaz, paz para ese pobre cuerpo convulsionado por el dolor, para un
ser inocente surcado injustamente por el tormento.
Al
principio no era más que una bola negra de pelo suave en la
que brillaban dos ojos como avellanas; y corría, feliz, bajo
el sol del estío. Pero su fin fue resquebrajarse lentamente
tratando de proteger algo...
Y
sé lo que es en mí, cuando sólo queda oscuridad
y silencio... la acusación, la falta cometida. No, no estamos
solos. Y cada vez que vez que tratamos de ocultarnos tras el espejo
en lugar de mirarnos en él, cada vez que pensamos por un solo
segundo en rendirnos, despreciamos a todos aquellos que caminan a
nuestro lado, aunque no los podamos ver.
Y
nos pudrimos, yaciendo en soledad, nos liberamos lenta y penosamente
del lastre acumulado en nuestra deriva errática; y nos
hundimos, hasta que la expiación es revelada en la honda sima,
para ganar la oportunidad de volver a la lucha.
Hace
mucho tiempo viví encerrada en un palacio sobre nubes, dónde
se oía el coro de voces celestes, tenía un largo
vestido azul y una mirada ausente... Pero escapé y corrí
hacía la tierra para abrazar a aquel que es a un tiempo
guardián y prisionero del laberinto y conocer el sabor de las
lágrimas y la sangre. Pero ahora esa historia no tiene ya
importancia y parece tan lejana como un pañuelo viejo ondeando
descuidado en un zarzal... al otro extremo del infinito.
Ahora
no importa ya, como tantas y tantas cosas que se agolparon en una red
como una prisión por mí trenzada, de mí nacida.
Una mortaja y un capullo en el que destilar la posibilidad de cambio.
Desciende
los peldaños que conducen a las entrañas de la tierra,
como las cuentas de un collar antiguo que no precisa brillos y no
precisa cuerdas para sostenerse en el vacío. Y al fin una mano
surcada de arrugas como grietas en la roca desfibra laboriosamente el
entramado de la persona que creíste ser, por algún
tiempo... para mostrar qué había más allá
de todo aquello.
Hubieron
otros tiempos... ahora sólo blancos huesos sobresaliendo de un
túmulo, en un alba intemporal... Huesos limpios y romos como
claros guijarros en el fondo del río. Y cuentan la historia de
una voz que nos llamó al bosque, y nos enfrentó a la
soledad para que pudiéramos comprender, y nos mostró
todo aquello que necesitábamos realmente y dejamos escapar en
una absurda carrera que no llevaba a ningún lado. Nos
sacudió, arañó, y golpeó; nos vació
y nos limpió... y amontonó cuidadosamente, con infinita
ternura, las últimas cenizas de nuestro ser, el alma de los
huesos.
Bajo
la luz de un amanecer tan viejo como la memoria de la tierra, la mano
del mundo subterráneo se transforma en voz. La voz de la luz
que danza entre las hojas de los árboles, y sobre las plumas
de las aves; una voz como no existe otra, que exhorta a levantarse, y
pregunta sabiamente; “¿Qué vas a hacer con esta vida
que te es de nuevo entregada?”
El
descanso de las piedras
Cruzo
el bosque, frío y gris. La niebla se disipa lentamente, el sol
es un horizonte dorado en la lejanía. Me detengo unos
segundos, a sacudirme del lomo los retazos de una sombra demasiado
densa. Mis patas dejan su huella, y arrastro el barro con mis pasos.
Subiré la colina hasta mi cueva, me tumbaré y
contemplaré el viaje de las hojas en el viento, y las
estrellas en el silencio oscuro de la noche.
Que
no salga la luna, que no nos envuelva con sus historias la reina de
los espectros de luz. Que me deje en la calma de las benditas
piedras, al borde del abismo.
Qué
sencillo se vuelve entonces todo, lejos de feéricos
resplandores. En el peso de la propia carne, del alma propia... En el
lento y constante desgranar del tiempo de una terrena vida.
Apenas
ha cambiado nada, desde la última vez que estuve aquí,
los mismos anhelos, los mismos temores. He andado mucho, dibujando
círculos... no tenía a dónde ir en realidad. El
negro estanque me espera para enfrentarme a mi imagen, en esta hora
en la que se descubre cuanta realidad se oculta bajo el polvo
levantado en mi vagabundeo.
Mi
hogar se derrumbó, mis proyectos se ahogaron antes de nacer,
mi futuro fue consumido por las llamas, y tantas palabras que
arrastró el viento... sólo quedamos el destino y yo.
Pronto
llegará mi turno para atacar.
Imbolc,
año 2007
Caer
dormida en los brazos de la mañana, y despertar lentamente de
un sueño ansiado y reparador, con una sonrisa en los labios y
una memoria limpia de monstruos.
Soñé
que llegaba a su reino arañando la tierra, siguiendo
laberínticas sendas, hacia el interior de la piedra, lamiendo
el hielo en el que se refleja la mirada perdida y febril. Mientras
el viento gélido, atravesaba el bosque, y los sueños
del verano morían víctimas de sus saetas, soñé
con el Rey del Invierno, alto como un viejo árbol, severo y
pálido, envuelto en oscuras ropas... que tendía su mano
y cubría mis temblores y veía en mis ojos todo lo que
no pueden expresar mis palabras... y yo sabía que estará
siempre, que responderá cuando lo llame, como la vez primera.
Soñé
que ante sus ojos danzaba con el fuego, dorado y rojo, que las llamas
devoraban las sombras enemigas y abrían camino al nuevo
amanecer... y soñé que en su beso había una
esquirla de hielo que penetraba mi ser, el frío del puñal,
del colmillo y la garra, olvidados largo tiempo. Abría un
umbral... hacia la belleza de la soledad, del silencio... al secreto
de la flor azul que se abre a la luz lunar, tras la cascada, en el
lugar al que nadie acude.
Y
al despertar hay luz de nuevo, derramándose maravillosa sobre
la tierra. Pronto será el tiempo de abandonar las madrigueras,
y volver a la lucha por la supervivencia. La rueda gira y trae en el
viento las respuestas a las preguntas que acuné hace tantos
años, y por más que no tengan ya importancia,
demuestran que el camino tenía un sentido.
Y
agradezco a los Dioses que me dieran un corazón canino, que
se conforma con poco, y resiste. Es curioso adentrarse en sus
recuerdos y revivir las maravillas que conoció, y saber que se
conservarán intactas. Los éxitos, los fracasos, las
dudas y las penas tienen su lugar y pasan, como las estaciones. Lo
único que importa es ser lo que se es, no venderse y luchar
por lo que se respeta... Saber que no lucha más quien más
sufre, estancado en una situación estable pero incómoda;
sino quién decide y arriesga, quién sabe que debe
adelantarse y mover ficha antes de que la vida lo haga por él,
pues entonces no habrá elección, sino una oportunidad
perdida. Es tan difícil explicar las cosas que sólo
pueden ser vividas.
Mientras
me alejo por mi propio camino, alguien tira una piedra, y oigo voces
a mis espaldas que aleccionan a otros acerca del mal ejemplo que soy;
pero sigo feliz con mi trote, porque sé que tengo un trabajo
que hacer, algo que poder ofrecer y un futuro para cumplir con ello,
y ellas no.
Es
posible que agite la cola alegremente ante sus narices antes de que
me pierdan de vista. No hay nada que me envidien más que eso.
El bien
de la semilla es convertirse en flor.
Aprendí
a recelar de las caricias de un sol aún joven, incapaz de
refrenar los últimos soplos del viento gélido que
arranca las frágiles y confiadas flores del almendro.
Comprendí que, a pesar de lo que dijeran los poetas, la
primavera el campo de batalla de mil vidas en la lucha por la
existencia. El tiempo en que las apariciones y espejismos pueblan el
aire, danzan ante nuestros ojos, y, al descuido, nos enredan y
arrastran con ellos al fondo de los lagos...
Recibo
una extraña visita, viene de un mundo que al que yo he
renunciado, sin llamarla, como un fenómeno natural, como si la
estación llegara con un nuevo significado, aún por
descubrir. Me toma de la mano, para introducirme en sus dominios,
para mostrarme lo que traté de no ver, aquello que quería
omitir a causa del temor. Y esta vez no puedo, ni quiero, escapar.
Oscura y luminosa a la vez, ríe y se mofa, no completamente
cruel, sino más bien desafiante, empujándome al gozo, a
la danza, en un mundo de sombras y reflejos, dónde las cosas
son frágiles como un sueño y nada es eterno sino el
tránsito. Siento que una especie de locura inunda mi ser, en
un juego al mismo tiempo absurdo y trascendente....
Mi
vieja piel se desgarra, como una cáscara agrietada, queda
abandonada en un rincón. Mis ojos brillan, fieros, cuando la
veo como una carga, un viejo disfraz. Y con temerosa avidez recibo
las imágenes de mi desnudez... Aquí y allí
fragmentos en aparente desconexión, funcionando en una misma
vida, que puedo reconocer uno a uno. Mis errores y mis aciertos, mis
palabras y silencios, mi obscenidad, el rojo brillo de mis heridas
abiertas como umbrales y la cicatrices de la experiencia que no me
venció en mi piel. Los besos que di, los daños que
causé. Mis ridículos. Los sueños que murieron en
mis brazos, los que se convirtieron en realidades y aquellos que aún
están por llegar. Mi serenidad. Los caminos que se cerraron
tras mis pasos y los que abro con ellos. Mi propia risa. Y el
Misterio.
Y
entonces comprendo la terrible injusticia cometida contra mí
misma, al volver a traer a mi pecho a tantos aspectos renegados.
Entonces comprendo un poco más los sutiles modos en los que el
mundo puede mutilar la realidad de nuestros seres... y me siento como
un animal que hubiera estado encerrado demasiado tiempo en una
estrecha jaula. Como alguien continuamente juzgado y sentenciado,
algo que no es correcto y se quiere corregir con látigos y
bozales, con castigos de hambre y rechazo. No hay poder más
temido que el poder de ser, simplemente, lo que uno es.
Poco
importa ahora no responder a expectativas que no cree, a las camisas
de fuerza y los corsés que diseñaron para reducirme, a
los arreos que prepararon para utilizar aquello que de mí
convenía a ajenos propósitos. Ahora, no necesito el
reconocimiento ajeno para evaluar mis acciones o mi persona. Y, por
eso, invito a los indignados a que se acerquen con sus acusaciones,
y veremos si poseen en realidad una alternativa válida a la
decisión que condenan; y veremos hasta que punto llega su
sinceridad, cuando no quede más remedio que admitir que no es
a mí a quien buscan en realidad, sino a los espectros
incontrolados surgidos de sus propias mentes.
(...)
“Nefer”, se refiere a la plena eclosión y a la intensidad
de vida. Así, el “nefer”, el bien de la semilla es
convertirse en flor. Un animal es “nefer” cuando alcanza la plena
madurez vital y sexual, cuando se expresa y se realiza en la
totalidad de su vida. La otra palabra del bien, “maâ”,
expresa sobretodo la conformidad a un tipo fundamental. Un animal es
“maâ” cuando muestra un tipo muy puro de su especie, sin
mezclas, cuando expresa todas las características ligadas a lo
que es, al tipo que representa. El zorro no es un águila, ni
el pez una nube. Uno no puede reprochar al zorro que no vuele como el
águila. Esto no es un defecto. Él es “maâ”; y
está bien. Incluso cuando mata a la gallina para alimentarse,
está bien, es su naturaleza. Igualmente, del mismo modo que la
tierra nos alimenta, es legítimo, justo y bueno que pueda
temblar, convertirse en amenaza y matar. Ella actúa conforme a
su naturaleza, ella es buena. Hay por tanto erupciones volcánicas
que matan a cientos de personas. La tierra no corresponde a nuestra
idea totalitaria de bien, que es necesariamente vaciada de la cruda
verdad. Pero ¿Podríamos vivir nosotros si la tierra no
fuera la tierra en toda su integridad?(...) Jean Luc Colnot,
“Máscaras de la
ética y ética de la máscara”.
Consecuencias
Hoy me he despertado observando los guiones lumínicos
de la persiana rendida, recordando un poema conocido en la
adolescencia, preguntándome cuál será el sabor
del recuerdo de las pequeñas cosas que me han acompañado,
gentiles, durante los últimos tiempos...
El sol resplandeciendo sobre los blancos muros, las
tejas rojas, el mar que se extiende hacia un humilde horizonte; el
aire agitando las verdísimas copas de los árboles en
los parques y el azul grisáceo de las montañas a lo
lejos... el silencio de las mañanas cuando el mundo no cesa su
movimiento y los objetos y criaturas que viven al margen descansan de
la carga de las miradas sobre ellos... el blanco cremoso de las
fachadas, la suave curva de las molduras en la piedra, el gorgoteo
del agua en las fuentes... las flores y las aves, y los perros
callejeros.
Cuando
me quedo quieta el suficiente tiempo, siento que esas tantas
percepciones cotidianas podrían conmoverme más allá
de cualquier palabra. Y derramar lágrimas de reconocimiento y
alegría, de agradecimiento por este ciclo que el tiempo cierra
de un modo perfecto, como si se tratase de ágil la pirueta de
un insecto con el brillo de una preciosa gema, sin heridas abiertas,
sin guerras declaradas contra aquellos que fueron mis últimos
compañeros de viaje, sean las bendiciones con ellos.
Y hacía ya largo tiempo que no conocía
esta sonrisa que se dibuja en mis labios, desde que corría
libre monte a través, y trepaba árboles, rodaba en la
hierba suave y tenía todo el tiempo del mundo para contemplar
la cúpula densa de las ramas y el camino de las estrellas en
la bóveda celeste.
Hoy siento que he vivido más de una vida aún
antes de que el tiempo de morir haya llegado, y cómo me colma
el agradecimiento al observar la perfección de cada uno de los
momentos tan plenos que imágenes, objetos y palabras no pueden
apresar, ni el tiempo arrastrar completamente consigo. He recordado
que nada podemos llevar con nosotros, ni nada podemos retener, so
pena que la Vida nos deje de lado y no nos sorprenda ya más
con su corte de maravillas.
Recordar viejas canciones y promesas de la infancia, al
tiempo que luchar contra la ingenuidad desmedida de la adaptación
al mundo artificial que nos rodea. Y a veces vale la pena dejar de
lado la comodidad por la lealtad a uno mismo, la seguridad de las
barreras por la limpia confianza del que avanza armado con lo único
que un hombre puede poseer realmente, aquello que está en sus
manos, su cabeza y su pecho.
Hoy me he levantado más ligera, con el fuego a mi
alrededor; tras mi espalda, en mis ojos... susurrando al mundo de los
hombres que no se acerque a mi por un día.
He contemplado mi imagen en el espejo y he pensado qué
sucede cuando la oportunidad dicta que tal vez en lugar de un
huérfano perro aullador eres un auténtico lobo, que es
el momento de dejar atrás la máscara que ni siquiera
sabías que vestías...
El tiempo de emerger del cascarón una vez más,
sin la violencia de la tormenta esta vez, como una amante que desnuda
su cuerpo a la luz de la luna y se sumerge, plácida, en aguas
templadas del lago negro, para emerger en la otra orilla convertida
en la noble bestia.
Beltane,
año 2007
Se acerca el verano
El tiempo es como una broma maliciosa... Tira una
piedra, y cierra un rastro de círculos sobre las aguas de la
conciencia. Al otro lado del río, volviendo a la vida, se
disipan los últimos jirones de la niebla de la duda y el sol
se levanta. Pronto soplará el viento del verano entre las
espigas doradas. Un verano como aquellos primeros, trotando entre
las rocas con el pelo alborotado, dejando la ropa por el camino,
tarareando canciones a penas más alto de lo que zumban los
insectos.
Resucita por instante la flor de la ingenuidad,
avasallada por el terremoto de una inocencia que tira de mí
como un genio malicioso, apedreando las ilusiones, ávida de
lanzarse a devorar los segundos esta oportunidad, tal vez
irrepetible. Y no quiero recordar, ni necesito explicaciones... sólo
ver el agua correr entre los dedos de mis pies, y saborear los rojos
frutos del calor. Dejar pasar las ensoñaciones de lo que
podría ser, algún día, en algún lugar,
sin que me agiten más de lo que lo hacen las palabras bellas
de un desconocido embustero.
Tal vez mi destino sea pasar por el mundo como una
extranjera, llegada de quién sabe dónde, enfrentada
constantemente a los problemas del idioma... Tal vez simplemente sea
un desastre personal andante, un error de la civilización. Y
tal vez todo lo que hoy anhelo, sea un deseo al que no se le
concederá un día de gozo, y mis esperanzas acaben en
el fondo de un pozo negro, cubiertas de limo, o en un devenir menos
traumático simplemente se diluyan, o se desgasten hasta
desaparecer.
No es que no lo sepa, es que es este el momento en el
que los sueños se coronan de flores y ramas, y la belleza
vence al dolor, que corre a esconderse entre las sombras. No es que
no sea consciente... es que en las noches cálidas, regresando
por calles desiertas bajo el resplandor lunar, siento esa llamada
antigua, que todo mi ser responde.
Y
no lo puedo, o más bien ya no lo quiero, negar.
Tu
ne quaesieris ...
"No
indagues, Leucónoe (no es lícito saberlo), qué
fin reservan los dioses a tu vida y la mía, ni combines los
números mágicos. Mejor será que te resignes a
los decretos del hado, sea que Júpiter te conceda vivir muchos
años, sea éste el último en que ves romperse las
olas del Tirreno contra los escollos opuestos a su furor. Sé
prudente, bebe buen vino y reduce las largas esperanzas al espacio
breve de la existencia. Mientras hablamos, huye la hora envidiosa.
Aprovecha el día de hoy, y no confíes demasiado en el
siguiente."
XI. A Leucónoe, Horacio Odas, Libro I
Después que se hundiera el barco, en mi Tirreno
particular, amainada la tormenta que nos llevó a los escollos,
flotan a la deriva como coloridas flores, viejos apuntes, ideas de
antaño, saludando sonrientes y maliciosas. Con una vida nueva,
a improvisar en la arena de esta costa desconocida, pasan como quien
no quiere la cosa buscando un lugar, un momento que ocupar. Y, como
un náufrago, gastándose una extraña broma a sí
mismo, uno puede pensar "... después de todo, ahora por
fin tengo tiempo!!".
Aunque a veces la tentación de animar a Cronos
que se apure en fagocitar a sus crías ( "yo te los paso
por la picadora y así no hace falta que mastiques")...
éste es en verdad un tiempo hermoso, salpicada del verde de
los campos, y el rojo de los frutos, bañada por el azul de las
aguas cálidas, esta bien podría ser una época
dorada.
Por eso regresa el Carpe Diem de Horacio, tan diferente
a ese "carpe diem" fiestero y trasnochado de las fiestas
sin mañana. Y, si bien es cierto que no puedo contener el
anhelo de ir más allá, de otear el orizonte a la
búsqueda del porvenir, nada habría aprendido a lo largo
del camino si pierdo la sensibilidad para disfrutar de momentos como
este, suspendidos en la espera, arropados por la benevolencia de este
momento en el que por fin puedo degustar todos aquellos sencillos
placeres que sufrieron un largo exilio en mi existencia.
Así que amanso la fiera de la vehemencia, del
anhelo por los objetivos que quisiera alcanzar en un futuro, la
añoranza por la confirmación de todas aquellas cosas
que no dependen de mí, o por las que ahora nada puedo hacer...
De modo que si mis esperanzas fueran quebradas y nunca llegara su
cumplimiento, como aquellas otras que quedaron atrás, fuera
éste un momento pleno, lleno de belleza y significado; un
tiempo que no se perdió, ni se dejó correr ... que no
fue sólo espera, ni deseo, sino camino y realización.
Allá al fondo del mar queden los tesoros
olvidados, la carga de mi extraviado navío, que crezcan en
ellos las algas de movimientos sinuosos, que sean el escondite de los
peces; queden allí por siempre los bellos cadáveres de
mi pasado. Y que suban a la superficie conmigo, ligeras, las palabras
que anidaron en mis cabellos como aves de viento, y sea el sabor de
la sal en mi piel la elegía de los besos que quedaron atrás.
Y sí, allá en la playa una alguien me
espera, tendiéndome la mano... Alguien vieja y joven al mismo
tiempo, extráña y conocida, que sabe mi nombre y me
lleva a través de la calma de las sombras hacia un lugar
seguro, dónde florecen los cantos.
Gracias, oh, gracias, por seguir ahí.
Solsticio
de Verano, año 2007
Siento
que una puerta se cierra tras de mi... su estruendo acalla el rumor
de las canciones que tarareaba de camino, para animarme... se apaga
la emoción de mis sueños infantiles. En algún
lugar brilla aún el sobre la verde hierba, como siempre ha
sido, aunque a veces no prestemos atención... pero vuelvo a
estar en esa sala de blanco mármol, fresca, sombría y
solitaria, la antesala de las cinco puertas. Y siento ya sólo
la rara sensación de estar colmada de vacío, sabiendo
que sólo queda seguir viviendo... que no importa la excusa con
la que fui atraída de nuevo a este lugar.
Tengo miedo de que todo sea mentira... porque me
confundo con facilidad, y pocas veces la razón se detiene en
mis dominios... y quisiera celebrar este momento, pero sólo
siento el inmenso silencio de la bóveda celeste... Y una
pérdida indefinida, como quien añora algo que nunca fue
suyo.
Me pregunto si algún día me arrepentiré
de todo esto, y dónde se fue la fuerza, el impulso; si una vez
más me va a dejar abandonada como a una muñeca
desmembrada... observo mis heridas, limpias, dóciles, sabiendo
que no tengo que temer que se infecten.
Una parte de mí necesitaría un abrazo
fuerte y suave, una lluvia de besos cobijada bajo las sábanas,
con su olor a suavizante; esa vida preciosa y sencilla, hecha de
momentos enhebrados en la seguridad del hogar... Otra los rechazaría
para desplegar las alas, y largarse para contemplar desde las
alturas, lo intrascendente de la situación, lo irrelevante de
mis deseos, lo inútil de un lamento que está fuera de
lugar.
Largo tiempo luché contra los decretos del
destino como si hubiera olvidado dónde nace, cuál es su
origen último... Y aunque me gustaría, ahora mismo, ser
cualquier otra persona, sé que no puedo seguir odiándome
por lo que soy... no es sano, ni justo, ni lícito. Está
bien, no importa... sólo quisiera saber qué es lo que
se espera de mí, para qué soy arrancada del lugar dónde
dejé crecer mis raíces, dónde me llama la
sangre, cuál es el cometido que debo cumplir. Que esas mismas
manos que me separan de lo conocido, me ajusten bien las bridas, y
que sea mi consuelo el trabajo realizado bajo su guía.
La Fiera
Hace poco regresaron las pesadillas. Y sin embargo, por
una vez, no se derramaba una gota de sangre, ni se manifestaba
ninguna entidad dispuesta a estamparme contra las paredes entre
carcajadas maléficas... todo era mucho más sutil, un
sencillo camino en el que encontraba temores más cercanos, más
reales, disfrazados -sólo a medias-, de metáforas.
Ahí estaba esa sensación de no pertenecer
a ningún lugar, el rechazo de aquellos que una vez estuvieron
con nosotros y el juicio de los fariseos; la necesidad de cubrirse la
cabeza y vestirse de harapos, para que lo dejen a uno en paz; y no
tener que hablar a pesar de ver y oír más de lo que
quisiera, y al tiempo, nunca lo suficiente... Sentirse como un campo
que ha dado todos sus frutos, y debe ser nuevamente arado, y sólo
espera recibir nuevas semillas que acunar, sin saber si alguna de
ellas llegaran a brotar.
Vuelven a mí las palabras de aquellos de los que
aprendí las cosas que me han hecho lo que soy, en gran medida.
Sus temores, sus dudas, que antaño me espantaban, hoy los vivo
en mi, como un legado envenenado. Ahora que sé exactamente lo
que es sentirse hija de dos mundos en guerra, y lo que es que le
pasen a uno cosas buenas, pero no las que quiere, ni cuando quiere.
Sentir que todo es mentira, que de nuevo se fundió el suelo
bajo nuestros pies, que el hogar quedó lejos... devorado por
las llamas, y que no está pemitido volver la vista atrás.
Es
posible que haya llegado el momento... cuando la última
tormenta ruge sobre nuestra cabeza, cuando el sol que tanto lucía
ha sido derrotado por la oscuridad de un nuevo origen, tan parecido a
la muerte... Y la soledad, la otra soledad, la del infinito salpicado
de estrellas... se que estas cosas no deberían pasar en
verano... sin embargo, es como si hubiera caído a un pozo sin
fondo, saliendo al otro extremo del mundo, dónde todo anda al
revés... Lentamente recupero mis sentidos, me levanto... que
otra cosa podía hacer? El espíritu empuja, y es fiero.
Y sentirme como una fiera puede ser mi salvación,
ahora, que hace falta estómago para soportar ver la realidad
que se esconde detrás de las máscaras, de tanta
amabilidad fingida por mero convencionalismo, o de tanta dudosa
virtud enarbolada como una bandera al frente de un ejército
destructor. Posiblemente esté enfadada, posiblemente me
gustaría arremeter contra algo más que el destino que
se lleva los sueños que alimenté con maternal ahínco.
Posiblemente me harté de tanta tontería junta, que ya
no puedo soportar, ni quiero cerca de mí.
No necesito irme a peregrinar a la cima de una montaña,
me basta con quedarme quieta y dejar que la distancia crezca a mi
alrededor, en el ruidoso centro del mundo; prestar atención a
lo que captan mis sentidos, y oír la traducción de mi
corazón. Las palabras no significan nada entonces; simplemente
puedo sentir los impulsos que animan a aquellos que pasan a mi lado.
Es espeluznante... luego, corro a mirarme al espejo... para
asegurarme de que este vacío creado en mi interior no se llena
de aquello que detesto.
Hay quien se convierte en pretendido defensor de la
humanidad, al tiempo que se alejan de ella y la desprecia, o se
alejan de ella y la idealiza... ¿Cómo puedes defender
algo que no conoces? ¿Cómo vas a conocer algo si antes
no ha conmovido tu alma, haciéndola temblar en sus cimientos,
si no te ha desgarrado para que pudieras acogerlo en tu seno, o en tu
pecho, y ha vivido en ti, y sus latidos han sido los tuyos?
Las circunstancias son lo de menos; hay mucho de lo que
no tengo porque preocuparme en este momento; no como un regalo del
cielo, sino como la consecuencia de mis acciones. Aquello que ahora
me atañe trae resonancias de otras épocas, de muchos
otros momentos, distantes y harto diferentes entre sí, y, sin
embargo, enlazados. Como una pieza más para el rompecabezas,
que da un nuevo sentido al eterno enigma... como un juego, tal vez, y
al mismo tiempo, lo único que permanece cuando todos los
invitados se han ido.
Y así es.
Decidir, actuar, como si no hubiera nada, ni nadie que
esperar; nada ni nadie de quien esperar comprensión,
respuestas o apoyo. Y, a pesar de esta carencia, encontrar la fuerza
para dar el salto; y una razón para seguir en la brecha... más
allá de las perspectivas de triunfo o de fracaso. No fallarse
a uno mismo; lo demás, viene por añadidura.
Lammas,
año 2007
Parece
que el sol terrible del Verano asoma en toda su plenitud a las
puertas de agosto, golpeando la ciudad con su fulgor y venciendo los
últimos vestigios del verde en los campos. Las noches son aún
breves, y en un norte no tan lejano, corre aún cierto aire
fresco bajo la Vía Láctea, y entre el denso follaje de
los árboles perennes. Es tiempo de la Segunda Cosecha... y
recuerdo días y noches tan parecidos, en los que el bosque fue
el refugio al que llegué con abiertas heridas, y su espíritu
el consuelo para mi aflicción, en aquella tierra que guardará
por siempre el secreto de mis huellas, testigo de esa elección
que tomé, aún temblorosa, para llevar a mi pecho la
marca...
Hace ya unos cuantos años de aquello.
Hoy no hay ni bosque a la vista, sólo el tragín
de una vida parcialmente derrumbada o pendiente de construir, o, más
bien, mitad y mitad; y un tiempo prestado que hay que saber amarrar
para que no se aleje a la deriva y acabe despeñándose
por cualquier precipicio... Pero recordando aquella última
noche, en la que comparecí ante sobrios jueces, me doy cuenta
de que a pesar del aparente desastre, he logrado en los últimos
años resarcirme de cuantos delitos podían imputárseme,
y he cumplido los objetivos entonces propuestos, si bien por una vía
que entonces no podía imaginar siquiera.
Ahora las pruebas son otras.
Entonces me preguntaba si debía seguir el camino
que mis sentidos, mis emociones y mi intelecto vislumbraban, para el
cuál aún existía un nombre. Hoy, después
de múltiples desengaños, después de haberme
vuelto más humana en el sentido estricto del término,
después de permitir que las realizaciones fueran más
allá de las cavilaciones, sin dejar a éstas últimas
relegadas al olvido, después de haber tomado muchas
decisiones, haberme caído y levantado otras tantas, y de
tragar la pena de ver caer a otros que no volverán a tenerse
sobre dos piernas... simplemente puedo concluir que es tiempo de
cerrar otro gran ciclo.
Por causa de aquello a lo que hoy se llama "paganismo",
ese nombre corre el riesgo de convertirse en una carga y, aún
una vergüenza, para mí. Pero a pesar de las cuestiones
históricas cuyo conocimiento no puedo negar, a pesar de la
resistencia de personas decentes y admirables, y a pesar de que el
camino que he seguido la mayor parte de mi vida no tenga a penas
relación con las tristes noticias que frecuentemente me llegan
de los que mayoritariamente se agrupan bajo la denominación de
"paganos", no pelearé por un sustantivo... por mí
se lo pueden quedar y empacharse de él con sus estúpidos
juegos, como esos monstruos inconscientes pretenden hacen no sólo
con ésta, sino con cualquier rama del Camino digna de tal
nombre...
Siempre ávidos de fagocitar las cáscaras,
siempre despreciando el contenido... Ellos cierran puertas en el
bullicio, la misión de sus contrarios es abrirlas en el
silencio; ellos confunden y extravían al viajero,
conduciéndolo por falsos atajos o agregándolos a sus
copiosos rebaños; los otros encienden sus lámparas a
los lados del camino, para que, si así debe ser, el viajero
encienda su propia candela y avance con valor por el discreto sendero
que sólo a él es permitido conocer.
No negaré que estoy furiosa, pero el exceso
pasará, y descenderé de nuevo a una calma desde la que
las cosas se verán mucho más claras, tras cruzar un
punto de no-retorno. No, no voy a pelear por un nombre, o un conjunto
de símbolos que los carroñeros han rebañado
hasta convertir en recipientes huecos, no voy a pelear por los restos
de una vía muerta... No... sino por aquello que permanece
íntegro, aquello a los que no se puede atrapar, aquello que
los necios tratan de ignorar por el temor vergonzoso que en ellos
despierta... aquello que aún Vive.
Hubo una razón por la que continuar, cuando todo
gritaba que lo dejara correr, cuando aún podía volver
atrás.
Ahora, simplemente la razón para continuar es aún
más poderosa, es ya una exigencia, un deber que no se puede
eludir.
Calma
Regresando a la calma, de puro agotamiento... después
de que pase a segundo plano ese ánimo flamígero que en
ocasiones me posee...
Vuelvo a escuchar a John Denver un ratito y echar de
menos las montañas... y a pensar que, a fin de cuentas, tal
vez es uno de esos momentos en los que es más fácil
desaparecer que seguir ahí. Momentos en los que, a pesar del
trecho recorrido, uno se mira al espejo de las aguas y ve cuánto
queda por andar desde lo que es hacia lo que le gustaría ser,
o, al menos cree que debería ser.
La sempiterna duda acerca del lugar que uno debería
ocupar y, con la respuesta, la paz, más allá del gozo o
la desdicha. La llamada a lo lejano, a aquello mayor que nosotros que
sin embargo parece nacer en nuestro centro más silencioso,
cuando el alma solicita que le sean colocadas las bridas adecuadas
para llevar la carga que corresponde, a través de la noche...
Y por más que parezca un deseo estúpido, ese es mi
deseo.
A veces comprendo la necesidad de desvincularse de los
resultados, de emprender las acciones que consideramos necesarias sin
reparar en el beneficio o la pérdida, sino por ellas mismas. Y
ahora, aunque tengo una idea de lo que en el futuro debería
acontecer, pienso en este presente extraño, me confunde el no
sentirlo completamente mío, y me invade la sensación de
que algo no está bien, como una arista que hubiera que pulir.
No es el momento de pelear, a pesar de las
provocaciones, ni el momento de vivir grandes alegrías o
penas... ahora, desde este lugar extraño en el que he ido a
caer, sólo queda observar y ser consciente de todo aquello que
las pasiones no me dejaron ver, despertando una parte de mi
largamente ignorada y, no obstante, necesaria. Abrir las manos y
dejar ir... dejar que todo pueda serme arrebatado ahora, está
bien, no importa... permanecer en una desnudez que va más allá
de la piel, y no esperar, a penas desear lo que pueda venir, mientras
saboreo este momento que no volverá.
Y
tensión (de nuevo...)
Como un perro... trotar por las calles, olfateando el
aire, rascarse las orejas, bostezar al sol... Este me cae y bien y lo
saludo, el otro... ¡en guardia! Ahí va un gruñido,
este es mi territorio... Vivir es sencillo y, a veces, bastante
agradable.
Pero no hay calma para mi lado humano, castigado por
tantas inoportunas necesidades, por la incertudumbre sobre la cuál
no podemos elegir, por una conciencia saturada que derrama sombra
sobre las tierras de la luz.
Pensar duele tanto, pensar sin querer, y verse
acorralado entre las dudas y las exigencias... que no se hasta cuándo
podré mantener el teatrillo de las dos patas, o si no será
más sano salir corriendo calle arriba en la forma en la que no
se me puede atrapar. No hay descanso sino en el movimiento que me
alivia. No me siento más en el hogar que cuando ando bajo las
copas de los árboles o el destello de las estrellas; mi
destino es ahora como la luna que se ausenta del cielo.
Hay lugares, pero me está prohibido echar raíces.
Y si digo lo que ahora siento, acaso el tiempo no lo
convertirá en mentira?
Es como haberse convertido en un espíritu que no
debería ser invocado, ni acercarse allí dónde
transcurrió los días de la vida que debería
dejar atrás, porque no está en realidad allí,
porque no puede hacer lo que hacía, ni ser lo que fue. Porque
su tiempo expiró y las corrientes lo conducen lejos, a otro
mundo. Sin luz que valga al final de ningún túnel,
cruzando los vastos páramos inundados de bruma, aquellos a los
que nunca llegan la noche o el día, y que parecen extenderse
por toda la eternidad.
Si me miro en el espejo, no me veo... veo al perro, eso
sí, al menos es un perro feliz.
Pero no veo a la persona, sino una luz reticente,
minúscula, tras un amasijo de sombras y ruinas.
Hay un impulso autoconservador; por el cual podría
ponder las manos en las caderas e istaurar un sólido orden,
levantar de nuevo la casa, debrozar los caminos, poner el pozo en
funcionamiento, regresar a los huertos abandonados, recuperar el
ganado dispersado en las montañas.
Ahora podría.
Mas adelante tal vez sea ya demasiado tarde.
Y, sin embargo, al mismo tiempo, habría algo de
ilícito en todo eso, algo que quedaría por siempre como
un reproche sino una maldición sobre mí y mis
descendientes.
¿Qué es el deber?
No logro reconciliar mi ser dividido. Y cada temblor
abre un poco más la herida, cada momento robado al tiempo
ahonda un poco más la sima en la que cae mi ánimo,
olvidado de sí mismo y extraviado.
Exilio
En el Bosque, de nuevo, recorriendo los caminos que
muchos han pisado antes de mí, y esos senderos que sólo
yo conozco, campo a través, dónde las únicas
indicaciones son los árboles y arbustos, y las formas de las
rocas que han permanecido reconocibles a través de los años.
Caminar, trotar, saltar obstáculos, trepar
agarrada a las piedras y meterse por lugares imposibles entre las
zarzas, en absoluta soledad, controlando ese territorio en el que el
resto de la humanidad es sólo un puñado de extraños
tolerados bajo este inmenso cielo y sobre esta tierra bendita,
analizando cada variación en el mismo, y volviendo a admirar
el silencio de los secretos que se esconden en los lugares que nadie
visita.
Allí sobran las palabras, allí uno se
siente tan pequeño, de nuevo, que la grandeza del mundo se
revela sin contemplaciones, y parece que recuperemos los sentidos
extraviados en la carrera de lo absurdo. La luz perfecta filtrándose
entre las hojas translúcidas para caer en la sombra del
hayedo, la sombra de un pino majestuoso recortado contra el sol, el
lecho blanco de ese riachuelo que sólo revive en el deshielo…
No es sólo algo bonito, no es algo que quepa en
una fotografía que coleccionar. Los sonidos, los olores, las
texturas se apresan en lo más profundo del alma y allí
echan sus fuertes raíces; alzan orgullosos sus troncos,
creciendo más allá del recuerdo y extendiendo sus ramas
aún en la noche más oscura del alma, para acogerla como
un templo.
Llego un tanto aturdida a escalar la falda de la
montaña, hasta alcanzar mi primer altar, y volver a leer sus
marcas... el lugar del que vengo y el lugar al que quisiera llegar,
siendo los mismos, han cambiado, y ya no soy la que observa, estática
y anhelante, el espejismo de una promesa al otro lado del precipicio.
Sino aquella que está en camino, tambaleándose sobre
una canoa endeble a través de las aguas de la incertidumbre,
para llegar a sostener en sus manos el fruto del árbol de la
otra orilla.
Claro que tengo miedo, mis oídos no fueron sordos
a todas las historias contadas acerca de la tierra de la que no se
regresa… pero no importa. Sencillamente, no importa.
Ni importa la tristeza, cuando los hermosos recuerdos
de una vida se convierten en compañeros de viaje y a pesar de
punzar de vez en cuando, nos hacen alzar los ojos a la bóveda
celeste y dar las gracias una y mil veces. Y todo lo que se puede
desear de verdad es tener la fuerza suficiente para seguir el camino
hasta el final, y que sea concedida la gracia de no dañar a
aquellos a los que amamos a pesar de la distancia que debemos guardar
por su bien, y por el nuestro.
Después de haberlo buscado, desesperada, sin
éxito, contemplo al fin mi reflejo. Aún revelándoseme
oscuro y terrible, no me espanta. Conozco a la bestia, sé leer
el destello que brilla aún más que la furia de sus
ojos. Sé que andamos pacientes al exilio, dónde nos
queda mucho que aprender, y mucho por hacer.
Acepto lo que tiene que ser, cuando mis quejas quedan
atrás, y entiendo ahora lo que antes escapaba a mi
discernimiento. Sí, es cierto, y ciertas cosas me quedan un
poco grandes, pero sigo creciendo…
Equinoccio
de Otoño, año 2007
En
Tránsito
No ha de tardar ya demasiado en asomar el sol espantando
la oscuridad nocturna... como de costumbre, no tenía pensado
estar despierta hasta estas horas, pero ya que lo estoy tal vez sea
hora de escribir un poco de nuevo. Incapaz de encontrar reposo, no he
parado de trotar alegremente de un lado a otro durante estos últimos
días de verano.
He visto cosas muy interesantes, sin moverme demasiado
de la cotidianidad; he descubierto que a pesar de no ser demasiado
social, aún conservo esa rara capacidad que me lleva a
encontrarme rodeada de vidas tan diferentes entre sí que
pensar en que puedan estar conectadas a través de mí
sigue provocándome vértigo. Palabras y gestos que han
sido invitaciones para conocer un poco más de cerca otras
posibles existencias. Pero yo, en tránsito, sólo puedo
compartir parte de mi tiempo, sólo puedo ofrecer lo que llevo
conmigo en este forzoso deambular.
Ahora
ya se siente venir el otoño, que entra suave y aún
cálido. Mi cuerpo, mi alma, me pide que dirija mis pasos al
hogar. Es un tanto difícil no saber dónde situarlo
exactamente. Ya pasé muchos años contemplando
posibilidades, ya sé las muchas cosas que podría ser,
los muchos papeles que podría adoptar y, sin embargo, no es
fácil que alguno se ajuste a mis medidas; no es nada fácil
que todo mi ser me diga "aquí está bien,
pararemos, y levantaremos una casa y crearemos un hogar".
Anhelo ese sentimiento de pertenencia, esa bendita
serenidad que proviene del asentarse y trabajar constante por unos
bienes tan valiosos como sencillos. Muchos recuerdos vienen a mi vida
acerca de la belleza de esa vida humilde y bella. No me gusta la idea
de andar vagando por siempre. Y, sin embargo...
Sin embargo algo me llama a la búsqueda, y aún
a la batalla, como un deber. A cumplir con tareas que me alejan del
mundo que conocí, y alejarme al mismo tiempo de esas imágenes
queridas para verme rodeada de otras menos amables y, no obstante,
necesarias. No me está permitido permanecer en el sueño
de la placidez, aunque a veces parezca tan real... así como
los peces no pueden vivir fuera del agua, no podría yo habitar
ahora la tierra de mis sueños, mi espíritu se
marchitaría y acabaría por enfermar... No es el momento
y bien sé que tal vez nunca lo será.
Mientras tanto, al menos la vida me da mucho más
que a otros que gozan de una suerte más restringida que la
mía. Y aún lejos de ese paraíso acuñado
en el devenir de los años, puedo decir que hay para mí
flores y frutos entre las zarzas. Que a decir verdad ha quedado muy
lejos aquella sensación de estar fuera de la propia
existencia, como un observador impotente, y que a pesar de los muchos
factores propios y ajenos que escapan de mi control, me siento libre
de ir dónde me plazca y hacer lo que me parezca correcto, del
modo que me parezca más adecuado...
Ahora que llega el otoño, sé a dónde
se dirigirán mis pasos... Pensando en el color y los sonidos
y los aromas de mi tierra que permanecerán vivos en mí
cuando esté lejos. Pensando en que este será tal vez mi
último invierno cerca del mar, dónde quedará lo
una vez fui, sellado por el motivo de mi partida, bajo la custodia de
las oscuras y perfumadas agujas de los pinos... Iré al lugar
seguro que ha sido mi hogar estos últimos años, a vivir
una despedida consciente, serena, y colmada de agradecimiento por la
posibilidad de apurar este cáliz, por no tenerme que lamentar
cuando, a mi regreso, no queden de este momento más que
recuerdos.
Tal vez aún, algún día, todo mi ser
me gritará "paremos, y creemos un nuevo hogar". Pero
mientras tanto, trotaré por el mundo, recogeré flores y
frutos entre las zarzas, y compartiré lo que lleve conmigo.
La
Mañana
Suplencia en el turno de noche, la excusa ideal para
amortizar esta tendencia al trasnocheo que me ha arrastrado las
últimas semanas.
Siempre me ha gustado echar un vistazo allí dónde
nadie repara, ver qué hay tras los mostradores, o sobre los
muebles, o estar sola en los edificios en los que a otras horas se
llenan de gente. Ocho horas de silencio y espacio, de estar despierta
y serena, mientras unos duermen en sus casas y otros arman jaleo por
las calles, son como un regalo. Y aprovecho para sacarme de encima el
lastre de tareas acumuladas por un lado, y por otro, para dejar que
en mi cabeza se acomoden las ideas que han generado los extraños
acontecimientos de estos últimos días.
Subo a la terraza cuando la noche empieza a diluirse;
más allá de los blancos muros, el cielo es aún
azul oscuro y entre las nubes, brilla intensamente la estrella del
amanecer. Y súbitamente recuerdo con toda nitidez lo que sentí
al estar en el avión, el color y el olor, la temperatura y las
sensaciones corporales de aquel momento antes de poner por fin mis
pies en esa tierra lejana.
Pienso en cuándo volverá a suceder...
Vuelvo al trabajo, y tras las ventanas se abre paso el
día; sólo que hoy no lo rehuyo. Cuando salgo a la
calle, alguien para quien la fiesta aún no ha terminado,
quiere invitarme a un after: "no gracias, una se va a dormir".
Agradezco la luz solar, en un matiz que hacía
tanto que no veía, y comprendo porque alguien puede dedicar
canciones a la mañana observando los árboles del
parque, y las calles que aún recuerdan a un pueblo, y a lo
lejos esa última montaña que la ciudad no ha devorado.
Comprendiendo que son lo contrario a la expresión de que "hay
fiestas sin mañana", recuerdo las mañanas de otras
noches que pasé sin dormir, claras, serenas... y recuerdo
aquellos que estuvieron conmigo entonces y les mando mis mejores
deseos desde la insondable distancia que nos separa , sabiendo que
también sería extraño que nuestros caminos se
volvieran a cruzar. Y que, sin embargo, contra toda espectativa, si
tiene que ser, así será.
Tengo que escribir aún mucho, tengo aún
asuntos pendientes que resolver... y sin embargo tenía la
necesidad de tratar de reflejar, aunque torpemente lo sentido en esos
momentos, que enlazan por la raíz con tantos otros. Subo la
cuesta de mi calle, casi retardando el momento de llegar, como cuando
aún no quieres dormir por poder observar al ser amado a tu
lado... Cierto es que que mi visión ha cambiado en los últimos
meses, y que un simple paseo ahora puede dar pie a conexiones
memorables, pero sin embargo, no es un don, no es un milagro, ni un
premio mágico, sino algo mucho más sencillo y cercano.
Recuerdo una canción más bien mediocre que
ha sonado en la radio, llamándome la atención un
fragmento del estribillo; "Siempre has esperado alguna señal
observando desde la ventana, yo no te puedo enseñar el color
del mar ante tí. Tienes la puerta abierta".
Definitivamente, a veces las palabras sobran y no bastan al mismo
tiempo.
Sé que algunas personas creen que reniego del
paganismo, (o casi), incluso me han preguntado si me he hecho atea...
He vivido momentos de angustia y duda; momentos en los
que tiemblas por una señal, o unas palabras de alguien que
sepa qué está pasando... momentos en los que el dolor
te sacude y todo a tu alrededor se vuelve negro y frío
mientras andas absolutamente desorientado, y sientes miedo... Nadie
se presentó entonces como "salvador", y sin embargo,
ahí a mi alcance no faltaron las herramientas necesarias para
sobrevivir, y al caminar, al seguir adelante fueron llegando las
respuestas que buscaba, o más bien fui aprendiendo a verlas, a
darme cuenta. Esa fue mi formación, la única que tiene
un valor real para mí, aunque el precio a pagar por ella sea
ser un tanto inadaptada.
Yo no me "convertí" al paganismo, he
sido pagana desde que tenga memoria, simplemente siguiendo la vía
que me dictaba la voz interior. Si las primeras pruebas fueron el no
rendirme ante el escepticismo de aquellos que me rodeaban, las
segundas fueron no dejarme engañar, ni atrapar, ni desviarme
de ese camino que cada hombre y cada mujer debe caminar en soledad, a
pesar de no ser un solitario...
Es sencillamente maravilloso tener fe en la existencia
de algo y llegar al momento en el que descubres que realmente existe;
pero después de eso, no hay excusa posible para cruzar el
umbral y empezar a vivir en esa realidad.
A
veces "los paganos" hacen declaraciones, o te encuentras
con casos realmente escandalosos, y es muy difícil no
reaccionar. Pero, salvo esas ocasiones, prefiero mantenerme al
margen de las organizaciones y grupos de paganismo, con los que muy
raramente puedo sentirme identificada. Entiendo que su modalidad de
paganismo, a menudo desarrollada en sociedad, es muy diferente a la
mía, que a menudo se hace tan personal que deviene
prácticamente íntima. Cada cuál tiene la escuela
que le pertoca... yo he tenido la mía también, aunque
haya tardado en reconocerla; no he estado sola nunca, aunque haya
tardado tanto en darme cuenta -y así es cómo funcionan
las cosas allí-.
Cruce
de caminos
Camino al trabajo me entretengo en contemplar los
árboles, el tono gris de las aceras, los charcos que reflejan
el cielo nublado... Aspiro fuertemente como si quisiera absorber todo
lo que me rodea con esa serenidad colmada de belleza que me hace
temblar, que humedece mis ojos... y esa sensación tan difícil
de definir que me embarga... similar al vértigo.
A cada paso que doy siento que se acerca la despedida, y
eso es todo. No debo, ni quiero evitarla, pero aún así...
una parte de mí desea que en algún lugar exista por
siempre este mundo tan cotidiano como irreal. Porque la realidad es
otra, mucho más hostil... Sólo salpicaduras de luz en
la un océano de oscuridad.
Y me pregunto si será imprescindible beber las
aguas del olvido para para tener el valor de soltar y dejar que
partan libres las aves que alimentaba nuestro pensamiento y
permanecer así solitarios, despiertos en el centro de la
tormenta, para sostener la mirada a este vacío que mora
incluso en nuestro interior.
Cansada, reposo en un lugar seguro y amado, esperando el
momento de partir a un destino indefinido, y sé que cuando me
vaya lloraré como una boba, y que eso será lo de menos.
Mientras me preparo para dejar atrás aquello que me ha
acompañado en los últimos años de mi vida, me
acuerdo del día en el que un vidente me dijo que mi destino no
era el de una sacerdotisa. De lo que me dolió entonces, y de
la razón que me doy cuenta ahora que tenía... y, sin
embargo, no cambiaría mi suerte por la de otro.
Hoy volví a soñar un reencuentro, en uno
de aquellos momentos en los que caminos hermanos se cruzan y la
existencia parece tener sentido, y vale la pena seguir en pie
saludando a cada nuevo día... esos momentos que se dan rara
vez, llenándonos de fuerza e hiriéndonos de añoranza
al mismo tiempo.
El
hombre con rayos X en los ojos
Me he despertado recordando aquel hombre que veía
cómo son las cosas bajo la superficie aparente, el hombre que
veía demasiado profundo, y perdió la perspectiva. El
hombre con rayos X en los ojos, que terminó por arrancárselos.
Bella metáfora. ¿Qué me tendría que
arrancar yo? Los ojos, claro, y los oídos, la nariz, la piel,
tira a tira... y la parte trasera de mi cabeza también, y esas
azules chispas como espuelas crueles.
Se abrió la caja de Pandora, o acaso pisamos
dónde no debíamos en el camino al templo y ahora la
legión de las sombras se cierne sobre nuestras cabezas, como
una bandada de aves negras.
Pero no importa.
Tarde o temprano pasará, y estaré en el
principio de nuevo.
Puede que a otros les resulte una sorpresa la existencia
de este abismo, o tal vez el hecho de que seamos viejos, muy viejos,
conocidos. Mi primera pesadilla, mi primer recuerdo, una existencia
sin suelo bajo los pies; una lucha sin fin, en la que cada herida del
enemigo es una flor de luna bajo cuyos pétalos cobijarse... y
cada herida propia un umbral por cruzar, dejando atrás mis
recuerdos como semillas, como gotas de sangre manchado las barbas de
un gigante que no sabe de mi existencia, y a mi no me importa.
Puedo sonreír aún, por la victoria de
aquello que no se extingue en mi centro.
....
Medicina
La hora más profunda de la noche se extinguió
y al saludo, brillante y victorioso, de Venus se desgarró la
oscuridad una vez más... Bien podría decir que fue tan
solo una pesadilla; pero no sería cierto... no fue la primera
ni será la última vez que nos veamos... al borde del
abismo como en el principio del tiempo, cara a cara.
Pero más tranquila ya, me doy cuenta de que se
escuchó el llamado a pesar de la distancia, y veo que mis
heridas han sido ungidas con bálsamo, y sanadas como por
milagro... que mi conciencia despierta de nuevo en el mundo de los
vivos. Sólo puedo dar las gracias, porque, a pesar de todo,
algunas cosas agradables suceden tan inevitablemente como aquellas
otras que preferiríamos no tener que experimentar.
Que inocente parece ahora el paisaje... quien diría
que hace unos momentos era una brecha terrible por la que asomaban
los diablos y fantasmas de todos los tiempos. Que inocentes parecen
mis manos ahora, que diferente la sonrisa y el brillo en los ojos...
De repente aquí sentados, como si hubiéramos
salido a almorzar al campo, no hace falta que hablemos, pero
hablamos. Y yo sé que hay cosas que debemos aceptar y que
cuando el dolor llega, hay que sentirlo también, y permitir
que nos haga más fuertes.
Pues cuando lleguen otros, y se encuentren es este mismo
trance... cómo vamos a hablarles de lo que no hemos vivido; ¿
Con qué valor decirles, "ahí al lado tienes la
espada, blándela por tu propia mano" ? o ¿con qué
derecho gritar "no te rindas"?, si no hemos arriesgado lo
mismo en algún momento...
Y eso debe ser antes, siempre antes de que llegue el
saludo de la estrella de la mañana y la Llamada; antes de la
medicina aplicada suavemente sobre las heridas por alguien del camino
que aparece cuando casi has perdido el aliento...
Y de lo que en ese momento se dice un alma a otra sin
necesidad de mediar palabra.
Samhain,
año 2007
Porqué
luchar?
Siendo consciente de que voy a morir de todos modos, sin
importarme demasiado si hay un más allá en el que
aterrizar tras abandonar este cuerpo , ni mucho menos esperar una
recompensa por mis acciones. Porqué cada vez que el viento del
destino derrumba mis construcciones y arrastra tan lejos aquello que
creí que permanecería, hay un resorte en mi que me
impide abandonarme por completo a la desidia y ahogarme en las
saladas aguas que inundan gota a gota la ruina de lo perdido ya por
siempre.
La verdad es que vivo con una deuda por todo aquello que
en su día me fue otorgado; con la condición de no
poderla devolver a mis benefactores, sino a otros que se vieran en la
situación en la que yo me hallaba en el momento en el que
llegó su intervención.
Que hay bendiciones que atormentan, sí; pero
también hay cosas peores.
No estoy en posición de criticar a nadie por su
proceder; como humanos, somos libres.
Pero precisamente por ello, elegimos nuestros vínculos,
aquello a lo que nos enlazamos y, aunque no podamos elegir lo que nos
ocurre; sí está en nuestra elección lo que
hacemos con ello. He visto personas que soportan situaciones durísmas
mucho mejor de lo que yo llevaba cosas infinitamente más
suaves; y aunque pueda compararme, su ejemplo me cala hasta los
huesos y aunque no es cómodo, no se puede ignorar lo que uno
sabe...
No puedo rendirme por el mismo motivo que no podría
vender mi alma; una parte de mí no me pertenece en exclusiva,
es que tengo el compromiso de custodiar. Si la vida no tiene
demasiado sentido - porqué debería tenerlo? - entonces
ya me tomo la responsabilidad de dárselo yo misma. Y aunque no
tenga ninguna gracia el verse apaleado entre los restos de un mundo
caído, y duela el ver caer a los que fueron nuestros
compañeros de viaje; luchar, defender, no ceder y levantarse
de nuevo y construir una y otra vez, me hace sentir mejor. Tal vez
sea una cuestión de amor y fe, o tal vez sólo el
orgullo del espíritu humano que cree poder enfrentarse al
universo infinito.
Debe ser que en mi infancia tomé generosas dosis
de sol y aire libre, como para poder olvidar que las alegrías
de esta vida son en realidad algo tremendamente sencillo. Y que tarde
o temprano, siempre volverán, como la primera vez, aunque
cueste de creer a veces... Es todo el premio que necesito ... y por
mí pueden cerrarse las puertas del paraíso prometido.
Ni
venderse, ni escapar...
Me acerco al cristal frío de la ventana, detrás
la noche, el cielo claro, algunas estrellas... mi alma de perro
suspira y espera, dando vueltas, que se consuma el tiempo, mientras
el mundo a mi alrededor me parece cada día más
absurdo... y hoy me duele menos la despedida que la necesidad de
partir, de buscar ese lugar en el que los días se sucedan sin
trazar sogas de ansiedad a mi alrededor.
No
estoy triste, no es eso; es sólo que a veces esas estrellas
parecen tan cercanas que parece que estirando el cuello pueda dar el
hocico en ellas, pero el cristal sólo retorna el cálido
aliento en la oscuridad fría. Y recuerdo al contemplar mi
reflejo los días de sol y hierba verde, las promesas del
retorno, en el que hay que creer.
Volveremos a encontrarnos, siempre que hayamos
sobrevivido.
Volvieron a reñirme por ser lo que soy, ¿y
qué otra cosa voy a ser? No me gustan los disfraces... nunca
me quedan bien. Debe existir la manera, el camino adecuado para este
espíritu que me lleva, que me impide ignorar lo que otros
disimulan con palabras y frases hechas. Los años pasan y cada
vez más me doy cuenta de lo que significa llevar la diferencia
a cuestas; saber que buscando hacer lo correcto uno se cierra
puertas, y que, con todo, hay cosas que uno no puede, ni debe
permitirse.
Es entonces fácil ver qué razones llevan a
alguien a que las personas vendan su alma, así sea a plazos;
pero no por comprenderse resulta lícito- Y es fácil
entender aquellos que buscan su respuesta escapando del mundo... pero
no es ese el camino que yo escogí.
Se acerca una fecha importante, y un nuevo compromiso.
Tal vez por eso es mi voz más grave hoy... pero en mi centro
se levantan llamas de alegría y celebración como en los
viejos tiempos. No flaquearé a la hora de tomar nuevas armas y
ponerlas al servicio de aquello que merece mi respeto.
Samhain
"Pourtant, sous la tutelle invisible d'un Ange,
L'Enfant déshérité s'enivre de
soleil,
Et dans tout ce qu'il boit et dans tout ce qu'il
mange
Retrouve l'ambroisie et le nectar vermeil.
Il joue avec le vent, cause avec le nuage,
Et s'enivre en chantant du chemin de la croix;
Et l'Esprit qui le suit dans son pèlerinage
Pleure de le voir gai comme un oiseau des bois."
Charles Baudelaire, Bénédiction
Fui a despedirme de una época, marcada por la
ingenuidad y el desengaño, marcada por la pesadez de los
párpados que tratan de abrirse, por el temor al exceso de luz,
o a la ausencia completa de ella; por los pasos tan torpes como los
de la criatura que habiendo aprendido a tenerse en pie, ensaya el
trote; por esas heridas que a los ojos de los Grandes no són
sino rasguños...
Sentada sobre ese altar de roca descubierto merced a las
incursiones bosque a través en un tiempo lejano, mordiéndome
el labio y preguntándome por última vez si estoy
haciendo lo correcto. Luego sigue un silencioso canto de despedida,
sin tristeza ni dolor... entonces, aquellos que antaño me
dieron la bienvenida vienen a mi encuentro, rodeándome
amistosos, recordándome el primero de nuestros saludos. Y
sonrío, y, como entonces, siento una corriente de alegría
en mi interior, que, como una promesa cumplida, podría
desafiar al vacío existencial.
He
enterrado mis viejas herramientas dónde nadie podrá
recuperarlas, porque lo importante fue el camino recorrido para
conseguirlas; al tiempo, con seguridad, su mayor servicio. Me
desprendo de ellas con agradecimiento, en un lugar seguro, con
respeto. La necesidad me lleva a desprenderme de muchas otras cosas
materiales, así como de imágenes y palabras; no porque
sean nocivas, no porque las desprecie, sino porque preciso de la
ligereza para esta siguiente etapa del camino que me impulsa a lo
lejano, consciente de que en ocasiones es necesario dejar atrás
incluso lo más amado. ¡Menos carga aún habremos
de llevar, cuando nos llame la muerte, al fin de nuestros días
en la Tierra!
Leo marcas en la roca; la transformación del
imaginario en una leyenda personal, que el viento y las aguas han
encriptado, cómplices, a los ojos de cualquier extraño.
Del mismo modo que el conocer las esquinas del mundo nos ayuda a
ubicar el centro, son esas marcas el testigo que me recuerda que lo
que ahora se cierra no es sino un capítulo de la historia que
empezó hace largo tiempo, y que ha de continuar...
De igual modo cómplices, los hermanos del lugar
me rodean, asestando el golpe final a las dudas agonizantes, no
disimulan su divertimento, al darme la bienvenida, una vez más,
al hogar como si hubiera vagado demasiado tiempo sin ver algo
evidente. Y son ellos quienes me recuerdan la validez de viejas
intuiciones, un instante antes de partir a caminar por el mundo que
queda al otro lado de la frontera de este círculo de
intimidad, de este lugar solitario, tan sacro como el más
noble y concurrido de los templos.
Y si yo pregunto porqué entonces he tenido que
recorrer los caminos del mundo, y conocido los diablos del engaño,
la avaricia y la traición, y he tenido que salir corriendo,
salvándome por muy poco de ser utilizada como un buey que
encadenan al arado, y metido la pata en trampas tantas veces que es
un milagro que no me haya quedado coja... y confundido con mil gritos
que claman una cosa y su contraria, y susurros que disfrazan de
virtud la falta, y veneran las apariencias más que la verdad
que se esconde tras ellas. Y si pregunto porqué entonces,
arrojada a un mar de desconocidos, como huérfana, he llorado a
mis hermanos perdidos, y, atrapada por la ilusión de la
soledad, he buscado mi sendero en los caminos de otros, y éstos
me han escupido a la libertad de ser yo de nuevo, como a una piedra
difícil de digerir.
Entonces ellos responden, que es el mundo de los hombres
el que debo que recorrer. Que son las trampas de los hombres las que
debo conocer y esquivar, para no convertirme en presa, y son las
palabras de los hombres las que debo conocer y dominar, como a un
rebaño de criaturas salvajes, para que me sirvan en lugar de
convertirme en esclava. Y son las almas de los hombres de las que hay
que tener conocimiento, y tener conocimiento de cómo
encontrarlas y distinguirla; pues muchos vagan por el mismo mundo en
apariencia de hombres, pero están vacíos, y aunque ese
espacio traten de llenarlo con palabras y engaños, siguen
estando vacíos; porque no habita la llama de la vida en ellos,
sólo los impulsos que niegan la muerte.
Y, al fin, es entre los hombres dónde encontrarás
tu lugar, mientras vivas; lo que venga luego, ya se verá; no
hay que temer el castigo ni esperar recompensa alguna... Eso puede
servir a otros, pero no a ti.
Y si yo pregunto por los Dioses, ellos responden; Ahora
que sabes lo que son los Dioses, no permitas que la revelación
siembre el temor en ti, ha sido tu tarea aceptar el conocimiento que
se te ha otorgado; pero no es necesario que espantes a otros, pues, a
su debido tiempo, si así debe ser, ellos sabrán.
Trabaja por lo que Ellos son y, por medio de ellos, sirve a los
hombres que aún merecen tal nombre; y hazlo del mejor modo que
te sea posible, pues es una de las vías correctas.
De
este modo, aquello que yo creía una despedida última,
es al mismo tiempo un gozoso reencuentro con esas raíces que
más se adentran en la profundidad de la Tierra llegan cuanto
más se acercan las ramas a altura del cielo. El frío de
Noviembre ha llegado, pero siento calor, por el recorrido que lleva
hasta el lugar, tal vez también por la emoción. Sentada
sobre el saliente del pequeño barranco, aquel que me recordaba
a la Roca del Consejo en la que se reunian los hermanos de Mowgli,
recibo los rayos del Sol como el beso del destino, que es hoy tan
cálido y dulce como otras veces fuera gélido; sobre mi
frente, mi pecho, y las palmas de mis manos, derramándose por
mi cabeza y empapando todo el cuerpo.
Y sí, se hace una promesa.
Después, hay mucha alegría por todas
partes.
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Una se pregunta si será posible sacar algo de
provecho de una criatura que no se ha podido domesticar por completo;
que forjó una mitología propia a base de rescatar el
relato sesgado de las voces de aquellos hombres que quedaron
fosilizados sobre blancas páginas para esa posteridad de la
nació que formando parte, y la inspiración de esas
presencias numinosas, que habitan el bosques y tuvieron a bien
acompañarla en el descubrimiento del mundo...
Me miro en el espejo, y es difícil ser consciente
de los años que han pasado, porque aún creo que me
parezco demasiado a esa criatura, por fuera y por dentro... cuando
aún a veces me entran esos arrebatos de locura y sólo
pienso en jugar; o bien disimulo bastante mal mis afectos y mis
rechazos. Y, al fin, todo mi escaso conocimiento es tan simple, mis
haceres tan insignificantes; que a veces me da vergüenza pensar
que se pueda escribir tanto acerca de ciertos temas; y ciertamente
llega un momento en el que ya no sé si es que las voces de
nuestro mundo se deleitan en escucharse como un Narciso enamorado de
su propia imagen, o si es que se me escapan la mayoría de
cosas porque no crecí lo suficiente para que me cupiesen
dentro.
Pero, la verdad, ya no me importa; tengo a mi alcance
todo cuanto necesito... y aunque de vez en cuando deba invocar la
lucidez extraviada para entender que las cadenas en las que me enredo
yo sola no existen en realidad, estoy en camino. Al amparo de mi
familia de crianza, esta vez la salida del círculo me llevará
bien lejos, a través de un extenso lecho de aguas, a la otra
orilla del cual me esperan otros hermanos, compañeros
adecuados para esta nueva época, y mi recorrido será un
puente tendido entre ambos mundos; el pasado y el presente, lo
cercano y la lejanía, lo íntimo y lo común, la
idea y su realización.
Solsticio
de invierno, año 2007
Necesitaba silencio y soledad, ofrecidos en el refugio
de la noche. Una invitación legítima, que pacta mi
retiro de los caminos del mundo sin perderme en la evasión.
Salgo a la terraza y contemplo la luna, como el ojo de una bestia
gigantesca y oscura que me envuelve con el pelaje de su vientre
maternal.
Y es curioso recordar el primer poema que escribí
para estas fechas, tratando parecidas sensaciones.
Por primera vez en muchos años, las fuerzas que
despiertan alrededor de este momento, son femeninas. Nada podría
hacerseme más extraño y, sin embargo, resulta familiar.
Me hace sentir como si perteneciera a otra realidad, como si pudiera
andar bajo la tierra sintiendo los pasos de la gente sobre el suelo,
como si pudiea pasar, invisible, entre los demás...
***
Al salir del trabajo, saludo a la mañana.
Recuentro lo que es la mañana de un día
laborable, cuando los chicos van a la escuela, y los adultos al
taller, o la oficina, o el comercio. El tráfico de vehículos
y personas es intenso, acostumbrada a recorrer el camino a casa sin
cruzarme con más de diez individuos, se me hace raro caminar
entre tantos rostros enrojecidos por el frío y con el vacío
del desencanto en los ojos. El rugido de los coches es constante y
rompe la paz de la mañana, nadie - salvo, tal vez, los niños-
parece darse cuenta de cómo los rayos de sol juegan a
conquistar de nuevo la Tierra, acariciándola suavemente,
pasando su luz entre las ramas de los árboles, o entre los
altos edificios, como si de la cabellera o las formas de una amante
se tratara.
No hace tanto que yo también despertaba de mañana
pero creo que incluso en el peor de aquellos días no olvidé
echar un vistazo a aquellos pinos, gatos, palomas y gaviotas que fui
conociendo a fuerza de seguir arriba y abajo el mismo camino, y de
cuya observación saqué algún conocimiento tal
vez intrascendente, pero nutricio. Y doy las gracias, y espero no
formar nunca parte de ese ejército de muertos-en-vida del que
me vi rodeada.
Las mañanas de día festivo son más
hermosas, las calles desiertas, sin ruido, lentamente inundadas por
el sol. Camino como en un tranquilo paseo, aspirando feliz el olor de
leña quemada, procedente de las hogueras encendidas en el
campamento de chatarreros, o alguna de las casas bajas que aún
quedan, esperando sentencia de derribo, en estas calles industriales.
Veo una pareja sentada en un portal, encogidos de frío,
pero enzarzados en una conversación que se prolonga desde la
noche en la que han decidido que preferían estar juntos que
seguir a sus compañeros en la fiesta. Se puede ver el brillo
en sus ojos, y oír ese brillo de ojos en el tono de su voz, y
oler sus pensamientos en el aire. Saber que tal vez ni se han tocado
aún, no, ahora "sólo son amigos", pero va
llegando el momento, y luego quién sabe que pase, pero tampoco
importa. Dan un poco de envidia, ciertamente, pero una agradece haber
vivido momentos así, tal vez lo imposible de que se repitan
los hace más hermosos aún.
Llegando a casa, la penosa escena de unos borrachos que
salen peleándose de un bar, los gritos de sus patéticas
acompañantes, y mis deseos de que en ese momento se los lleve
por delante un camión con tres remolques. Hay "fiestas
sin mañana", y seres que simplemente no deberían
estar sobre la tierra más que como abono. Por el momento, hubo
una redada el otro día y si bien no cerraron el local que
propicia estas películas, al menos se ha impedido que lo
mantengan abierto hasta la hora en que se va a comprar el periódico
y los churros y se saca a los niños a dar el paseo dominical.
Y entonces llego a casa, y desayuno, y duermo... que
mañana será otra noche.
Días
más largos...
Tras el Solsticio,una se siente atrapada en este
invierno como quien, por más que trata de dormirse, no cesa de
dar vueltas en la cama sin conciliar el sueño, deseando que
llegue un día muy esperado. Me ha tocado estar aquí
encerrada como en un cuento, destinada a la tarea de seleccionar y
separar las semillas de un montón más alto que yo
misma. En compañía de mi sombra, de mi reflejo, pasan
las horas y los días, tratando de templar un corazón
excedido en la emoción. Y, sin embargo, no desearía que
nadie viniera a rescatarme...hay trabajos que deben realizarse, de
los que no debemos tratar de escapar.
Deslizándome en las raíces donde mora la
Osa que teje los suelos de todas las criaturas; profundo en la tierra
hasta el reino que allí se nutre de su propio sol, se abren
puertas a extraordinarias percepciones. Incluso en la vigilia, creo
estar allí como quien observa un súbito esplendor en lo
periférico de su ángulo de visión.
Allí se mezclan los recuerdos y las proyecciones,
las estampas de la cotidianidad y las promesas de lo lejano, y una va
dejándolas pasar, como hojas caídas que el viento
arrastra, indiferente. Y le pido a ese viento que sopla de ninguna
parte que me desnude de tantas imágenes, propias y ajenas, que
me desnude incluso de los sentidos y el pensamiento, que me arrastre
y me diluya, por ver qué queda más allá de la
ilusión, cuál es el el núcleo de este ser que en
su devenir ha acumulado semejantes cargas.
Que revele ese ardor irreductible oculto bajo capas y
capas de postergación, que permita que se erija de nuevo con
la magestad que le corresponde sobre las otras cosas, e ilumine como
un nuevo sol el camino que esas estrellas, amigas del viajero,
tuvieron a bien mostrar.
Tengo las manos abiertas, acariciando a ese genio del
aire, abiertas no para recibir, sino para dejar ir; y trato que mi
corazón y mi cabeza aprendan de esas manos... arremolinados
pasan los momentos que una vez viví, o imaginé - a
veces es difícil distinguirlos -. Siento la estraña,
oscura y cálida gravedad de las cosas que murieron y de
aquellas otras tantas que no nacieron, y esperan, como yo, la llegada
de la promesa de la mañana, el vuelo ligero y alegre de las
aves que remonte su esencia, envuelta en el mismo escudo que deberán
quebrar, a través de la tierra, de nuevo hacia la luz.
Me
es imposible saber, ahora, cuál será mi nueva
existencia al salir de esta reclusión de crisálida...
Pero en al aceptar el proceso, está implícito aceptar
lo que tenga que venir, sin miedo ni deseo. Con el tiempo suficiente
para despedirme de todos, para comunicar mi agradecimiento y no dejar
por decir cuánto los he amado, por si ya no vuelven a ver a la
persona que conocieron en mi, con la que compartieron un parte de sus
caminos. Incluso me despido de mi misma, de lo que he sido, de las
formas que ha ido adoptando mi existencia en un prolongado abrazo que
termina en su muerte y desemboca en el primero de mis días.
...
Por indolencia, no regresan.
Tal vez porque es invierno, tiempo ideal para meditar en
el reino oscuro de los principios y los finales, y en todo aquello
que podríamos llamar las cosas-tras-las-cosas, una se detiene
a considerar ciertas cuestiones.
Antes de quedar fijadas en la escritura, las palabras
son aún ese espíritu de presencia discreta, como el
vaho que se forma en el encuentro de nuestro aliento con el aire
gélido de la mañana. Como aquel, la esencia de las
palabras nace del contacto - una lucha, un abrazo- entre aquello que
habita dentro de nosotros y aquello que nos brinda el exterior.
Me resulta más fácil la contemplación
en movimiento, dejando fluir sensaciones e ideas al ritmo de los
pasos, sin tratar de apresar esos momentos. A veces me pregunto
cuántas porciones de vida dejamos escapar por estar presos en
algún raro concepto de productividad y urgencia que ignora la
importancia de la serenidad. O cuánto hay de letargo en la
omisión de los elementos que hablan directos al alma, por
seguir en los límites del cauce de la corriente del común;
no porque así lo hayamos elegido, sino por no habernos dado
cuenta de la existencia de otras opciones.
Se trataría de algo tan sencillo como prestar
atención a algo más que las quejas inagotables de
nuestra mente parlanchina, y mostrar agradecimiento por estar vivos,
por tener esta oportunidad única, irrepetible. No hay excusa
para ignorar la Vida cuando viene a llamar a nuestra puerta, cuando
sus luces, sus aromas, se cuelan por las rendijas de nuestra prisión
cotidiana para mostrarnos lo amplia que es la libertad a la que, por
ignorancia, renunciamos.
En este punto siempre recuerdo una frase de Kafka (para
ser sinceros, es la única cita que de él recuerdo) en
la que aseguraba que el motivo por el que los hombres no regresan al
paraíso es la indolencia. O el conocido experimento de aquel
perro confinado a una jaula por tanto tiempo que, cuando ésta
fue abierta, no sintió la necesidad de salir.
Cuando recorro las calles, observando el extraño
paisaje de las viejas fábricas abandonadas y nuevos edificios
en construcción, los árboles de cuerpos grises y ramas
desnudas, el espejo castaño de los charcos en las aceras, el
vuelo de los pájaros dibujado sobre los múltiples
colores que se suceden en el cielo, al amanecer, siento que se
tiende un puente hacia la Vida, aquella que es mucho mayor que la
artificialidad en la que hemos sido confinados, o incluso criados.
Y no, no hace falta escapar a las montañas, o a
lejanas playas solitarias, o a cualquier otro escenario de
"naturaleza salvaje". Los puntos de contacto, las rendijas,
puertas y ventanas por las que esa Vida - en mayúsculas-
marginada como una reina injustamente destronada y exiliada regresa,
están dónde quiera que nos encontremos.
Ella está en el entorno y en el núcleo de
nuestro ser, en el centro de cada hombre y cada mujer, esperando
abrirse paso entre los ruidos y la saturación. Ella resiste y
algo en nuestro interior resiste, paciente, preparado para crecer,
para abrirse como las alas que han de llevarnos al lugar al que
pertenecemos, y crecer como un árbol que enlace la Tierra
con el Cielo.
No
puedo admitir excusas para negarse a seguir el llamado, salvo la
sordera en la que hemos sido adiestrados... La persona que me legó
este conocimiento no ha tenido una existencia fácil, ni mucho
menos cómoda; cercada por circunstancias nada envidiables, ha
experimentado todo aquello que uno debe pagar por haber cometido
errores inocentes, ha estado sumergida en las turbias aguas del
extravío personal, y ha conocido la pérdida de aquello
que da sentido a las cosas... varias veces; y, sin embargo, resistió,
y un día recuperó el brillo en los ojos, y recuperó
un sentido para las cosas, y encontró el camino que ahora
siembra de realizaciones.
Nada de esto hubiera sucedido si se hubiera dado por
vencida, si se hubiera negado la oportunidad de tener una
oportunidad, sólo por el miedo a una nueva decepción,
un nuevo fracaso. La Vida es hermosa, terriblemente hermosa, y en
ocasiones duele, como puede doler el amor cuando sacude lo más
profundo de nuestras raíces, nos deja abandonados y desnudos,
cuando nos rompe para sacar de nosotros algo más grande de lo
que éramos antes de su bendición.
La Vida no nos permite atesorar eternamente los frutos
que nos brinda, y, sin embargo, su promesa es que mientras una sola
hebra de Ella resista en nosotros, nunca nos será negada la
posibilidad de regenerarnos, por graves que sean los daños
sufridos.
Yo no digo que sea fácil, no digo que sea siempre
algo agradable... sólo que vale la pena.
Imbolg,
2008
La
otra llamada
Conocemos la llamada de lo lejano, es como una promesa
inspiradora, un horizonte lejano hacia el que siempre andamos, sin
pretensión de tomarlo entre nuestras manos. Se escriben menos
palabras amables, sin embargo, el efecto de la otra llamada, cercana,
tanto que resulta amenazante, como unos recios nudillos golpeando en
la puerta de la casa, interrumpiendo el sueño, turbando esa
paz como un paréntesis abierto en el caos de la incesante
lucha del mundo.
Y yo la escucho, ahora, sin creerla a penas; como los
cascos de un caballo espectral resoplando y golpeando, impaciente, el
suelo, mirada de fuego observándome a través de los
muros y la piedra. Y a pesar que la misma impaciencia golpea mi
pecho, me parece demasiado pronto para salir, cuando el Sol aún
no ha conquistado la Tierra, cuando que la Helada puede sorprenderme
a medio camino, extraviándome, acabándome.
Pero tal vez he estado demasiado tiempo paseando en un
laberinto de puertas, que se empiezan a abrir, demasiado tiempo
caminando en círculos, siguiendo una cuerda llena de nudos que
se empiezan a desatar, cargando en mis muñecas y tobillos el
peso de unas cadenas ya rotas, por miedo a perder la memoria de lo
que fui.
Vienen y van aves mensajeras, trayendo nuevos versos,
nuevas imágenes para construir sobre el espacio vacío
que deja el abandono, como la yedra crece entre los muros
derrumbados, interrumpiendo las miradas que lanzo al pasado...
guardianes me escoltan, como nunca antes lo hicieron, con infinita
paciencia, más presentes que nunca, recordándome
aquello en lo que es preciso pensar ahora, poniendo algo brillante en
estas manos que yo quisiera vacías en señal de luto por
todo cuanto no volverá...